«Herzensergiessungen eines kunstliebenden Klosterbruders»
(«Efusiones de un monje amigo del arte»)
Las «Efusiones» tienen por autor a Wilhelm Heinrich Wackenroder, nacido en 1773 en Berlín y muerto allí el 18 de febrero de 1798, amigo predilecto y tempranamente desaparecido de Tieck. Wackenroder, del que no poseemos, aparte de la pequeña obra citada, más que algunos ensayos en las «Phantasien über die Kunst» («Fantasías sobre el arte») de Tieck y algunas cartas, es junto al más importante Novalis, seguramente el fenómeno más típico del romanticismo temprano alemán. Su carácter lírico, delicado, dúctil, demasiado blando y sensible, su juventud corta, transcurrida en un sufrimiento y una renuncia interior estériles, su amistad cariñosa ardiente, sentimental, casi femenina con el más frívolo y ágil Ludwig Tieck todo esto es específicamente romántico y nos muestra tanto el lado grato, profundo y fino, como el lado enfermizo y débil de un carácter y una vida románticos.
Las «Efusiones» tienen para nosotros, junto a la personalidad extremadamente encantadora de Wackenroder, su principal interés y valor como documento del espíritu romántico en contraposición al espíritu del siglo XVIII. En lugar de la razón aparece el sentimiento personal, en lugar de la literatura artística filológica-anticuaria, el entusiasmo de una contemplación llena de amor. A eso se añade como elemento importante la afición a la música como arte más absoluto, universal, es decir más romántico, y el amor ferviente al pasado alemán, al gótico y a Durero, unido con una inclinación llena de intuición al espíritu medieval y una simpatía casi coqueta por el perfume del incienso y por la paz monacal. Pero lo que más tarde, especialmente con Fouqué se vuelve insoportablemente artificial y anodino, está sentido aquí con frescura y delicadeza y respira el aroma emotivo de un primer amor.
Las notas positivas sobre artistas y obras en la medida en que las de Wackenroder, apenas tienen valor para nosotros, comprensiblemente, pues existe entre él y nosotros un siglo de historia del arte. Pero el sentimiento, el sumergirse personalmente en obras de arte antiguas, la convicción de que el goce artístico no significa un conocimiento racional, sino una experiencia y un acto creativo son absolutamente modernos. También es interesante y sugestivo ver cómo Wackenroder sucumbe al poder mágico de Leonardo da Vinci, como nosotros, y cómo trata a tientas de abarcar admirado el misterio de esa enorme personalidad.
(1904)
El querido, delicadamente aromático, librito de Wackenroder procede de una buena y luminosa época de la literatura alemana, se encuentra fraternalmente junto a Novalis y Tieck. Para nosotros resulta esto ya como un paraíso lejano: aquel tiempo de entusiasmo, de los sueños y la entrega ferviente, aquella espiritualidad entusiasta del romanticismo joven. Y sin embargo, se remonta mucho más lejos, es sólo un reflejo, y el que sigue su llamada angustiada es conducido desde toda nuestra literatura falaz a las corrientes espirituales de la Edad Media. Donde encontramos todo lo que nos falta hoy: fe, moral, orden, cultivo del alma. Y allí, en ninguna otra parte, tenemos que enlazar para alcanzar lo nuevo que buscamos. La Edad Media cristiana es como el espíritu de Asia, una de las fuentes originales que buscamos por caminos sepultados, por la tinta de imprenta y las palabrerías profesorales.
(1924)