Novalis
1772-1801

Este espíritu audaz, maravillosamente rico y elástico, este auténtico profeta y sicólogo se anticipó cien años en sus sueños del ideal de la cultura alemana, formó y desarrolló tan impetuosamente, como sólo Goethe, el ideal de una síntesis del pensamiento científico y la experiencia síquica. En él oímos la voz de aquella Alemania ya legendaria del espíritu y la devoción, que hoy es negada por muchos, porque ya no domina la superficie de la vida alemana. Esta persona, casi por completo espiritualizada, posee en su literatura, en la fuerza de su lenguaje, una belleza y riqueza sensual absolutamente únicas, una armonía de lo espiritual y material que sólo se encuentra en esos raros seres que mueren pronto. Con agradecimiento y profunda emoción seguimos sus pasos alados, y conmovidos recordamos su humanidad, de la que dijo su primer biógrafo estas hermosas palabras: «Le gustaba vivir, como decía él mismo, en el país de los sentidos no en el de la sensualidad, pues su sentido interior dirigía el exterior. Y así se creó en el mundo visible uno invisible. Ése era el país de su anhelo. Allí volvió, tempranamente consumado».

(1919)

Hay ciertos niños callados con grandes y espirituales ojos cuya mirada es difícil de soportar. No se les profetiza una vida larga y se les contempla como extraños distinguidos, con tanto respeto como compasión.

Novalis fue uno de esos niños. La gente conoce de él sólo el nombre y uno o dos libros de canciones. En los círculos intelectuales también se le conoce poco; una prueba es el hecho de que la presente reedición de sus obras sea la primera desde hace medio siglo.

Profundamente simpática y cautivadora es la figura de este poeta, cuyas canciones y cuyo nombre continúan sonando con delicada música en el pueblo alemán, sin que la obra del tempranamente desaparecido sea conocida, ni actúe más allá de los estrechos círculos literarios. Novalis murió a los veintiocho años, y se llevó a la tumba los mejores gérmenes del romanticismo temprano alemán. En el recuerdo de sus amigos pervive, admirado en su irresistible belleza juvenil el muy amado, insustituible, sobre cuya obra inacabada flota un perfume de encanto secreto, como apenas sobre otra obra literaria. Él fue el fundador más genial de la primera «escuela romántica», que desgraciadamente es confundida todavía muchas veces con el mediocre florecimiento posterior, y que con éste ha caído en el descrédito y el olvido. En realidad, la historia de la literatura alemana conoce pocas épocas tan interesantes y cautivadoras como la romántica temprana. El destino de esta época puede describirse fácilmente con pocas palabras: es la breve historia de un círculo de poetas jóvenes que sucumbieron artísticamente ante la corriente de su tiempo, el predominio tremendo de la filosofía. Pero lo realmente trágico del destino de esta escuela es que su mayor esperanza, su único poeta de primer rango, muriese cuando aún era un adolescente. Este adolescente era Novalis.

Alemania no ha tenido seguramente una juventud literaria más interesante, más activa que en aquel tiempo, en que Wilhelm Schlegel iniciaba su organización, en que Friedrich su hermano genial, pero no dueño de sí mismo, convivía en Berlín con el tenaz y trabajador Schleiermacher, en que el fácilmente inflamable e infatigable Tieck arrastraba y convertía en poeta al titubeante Wackenroder. Schleiermacher llevaba sus memorables «Discursos» en su alma entusiasta, el hermano mayor de los Schlegel perfeccionaba la filigrana de sus críticas magistrales y comenzaba con la inteligente Karoline su inestimable traducción de Shakespeare, Friedrich Schlegel escribía, entre mil proyectos y éxtasis contradictorios, su muy evocada y para nosotros ya no soportable «Lucinde», Goethe empezaba a fijarse en los dos hermanos, Novalis extendía, después de una evolución espectacular, su delicada mano a los laureles más altos y junto a Fichte, Schelling, de ánimo profundo, surgía nuevo e importante. Aparte de Dilthey («Leben Schleiermachers»), («La vida de Schleiermacher») y Haym («Die romantische Schule in Deutschland») («La escuela romántica en Alemania»), ningún historiador de la literatura ha comprendido la riqueza y el encanto singular de este tiempo. Durante décadas se ha reunido y dejado a un lado sin sentido crítico todo un cúmulo de literatura bajo la etiqueta de «romántico».

Y sin embargo, el abuso de la palabra romántico y el conocimiento deficiente de las citadas obras excelentes de Dilthey y Haym sobre aquella época no son la única razón, ni siquiera la más importante del olvido casi completo en que cayeron las obras de Novalis. Novalis es difícil de leer, más difícil de leer que cualquier escritor alemán de época reciente. No poseemos más que fragmentos de su obra en los que, por encima de la especulación, el poeta empezó a encontrar el camino de la poesía pura. No obstante, para los buenos lectores la lectura de sus escritos es sumamente provechosa. Despiertan el sentimiento de una liberación artística inminente, aquella liberación que necesitaba su tiempo y escuela y que en él había llegado más lejos. Uno se siente invadido por un sentimiento dolorosamente vivo: un paso más, aún diez años de vida y tendríamos un poeta inmortal.

Así nos tenemos que contentar con fragmentos, en cuya lectura aparece ante nuestros ojos dolorosamente amable la cabeza hermosa, sonriente del joven que nos fue arrebatado demasiado pronto. Es muy lamentable que en el fondo no poseamos ninguna obra completa del poeta. Una obra semejante sería de incalculable valor. Tieck, por ejemplo, escribió en su primera época algunos cuentos románticos de un refinado encanto, pero una línea de Novalis, que por ser fragmento nos satisface menos, posee infinitamente más de la magia de la suprema poesía. En sus diversas obras, también en sus canciones, hay un indescriptible aroma de delicadeza y alma; hay palabras suyas que nos acarician y otras ante las que quisiéramos contener la respiración para entregarnos por completo a su belleza pura, casi sobrenatural. Al mismo tiempo, sus pensamientos tienen el hálito cálido de una personalidad juvenil, cautivadoramente amable. Porque por poco sensual y ensimismado que parezca a menudo, no fue ningún asceta ni visionario. De todos modos su persona tiene algo maravilloso, inexplicable, como su vida y su final, cuya breve descripción se ha conservado y que nos resulta extrañamente conmovedora.

En sus últimos días, Novalis estaba, aunque enfermo, lleno de vida y curiosidad; iba de un lado a otro, charlaba, trabajaba y una mañana mientras alguien toca el piano, escucha, se sienta, sonríe adormecido y se muere. ¿No es acaso como si esta alma delicada, tremendamente profunda y viva hubiese pasado sin dolor ni despedida, siguiendo los tonos ligeros, en los compases de aquella música, al país de las canciones no cantadas, a las montañas azules de su nostalgia? El enigma humano de Novalis es su sonrisa callada, su alegría luminosa, detrás de las que una grave enfermedad atormentaba en secreto su cuerpo y su alma. Así lo describen sus amigos, y así aparece desde sus escritos ante nuestra mirada interior, una silueta delgada, elegante, de sorprendente dignidad, sin un rasgo vulgar en su manera, pero también sin ningún patetismo. Cuando pienso en él, veo su rostro benévolo y serio inclinado hacia la música de su muerte, con el rasgo cautivador de una ternura callada, y veo en él aquella sonrisa cuya dulzura alegre es el encanto más secreto de su obra y su vida inacabadas.

Los escritos de Novalis, tal como se nos presentan, se dividen claramente en dos partes: filosofía y poesía. Pero creo que no se le hace justicia al poeta si se toma, por ejemplo, como filosofía la mística y la filosofía natural de los «Lehrlinge von Sais» («Los aprendices de Sais») o de los «Hymnen» («Himnos»). Son mucho más valiosas como atmósfera, como poesía, y algunos aforismos del poeta permiten suponer que en el último tiempo se aproximaba conscientemente a su meta. Al lado de sus fragmentos poéticos, hasta famosos legados poéticos resultan terriblemente prosaicos y artificiales. En él habitaba un alma de poeta tan espléndida, que su trabajo parece más el encauzamiento y la modelación de una maravillosa abundancia espiritual que una elaboración, una invención y una construcción. Realmente incomprensibles junto a tantos detalles refinadamente literarios de su trabajo, resultan la riqueza, la pureza e ingenuidad absolutamente no literarias de sus verdaderas creaciones. Quizás ningún otro alemán poseyó un alma poética tan desbordante, y éste fue víctima del espíritu destructivo de su tiempo. Pues aquellos años son el verdadero momento del nacimiento de nuestra literatura moderna. Sobre todo Tieck es el primer escritor moderno; ningún siglo anterior conoció en Alemania espíritus tan ágiles, diligentes y dúctiles. Con la fundación del «Athenäum» y con el surgimiento de los salones berlineses, comienza a extenderse entre nosotros la literatura como algo independiente, la escritura como oficio; desde entonces tenemos novelistas, periodistas, charlistas, folletonistas y todos esos espíritus grandes y pequeños, específicamente literarios. El delicado brote del romanticismo fue la primera víctima de este afán de hacer literatura, los delicados comienzos de Novalis fueron usados sin consideración por los románticos de moda de los años veinte y treinta; de este grupo excluimos naturalmente las naturalezas más puras como Eichendorff.

Hoy se ha dejado de escuchar este romanticismo marchito y no se conoce ya la enconada lucha contra el romanticismo como elemento reaccionario. Pero cuando se observa la añorante nostalgia de nuestros modernos por el «arte nuevo», encontramos precisamente en los círculos literarios más jóvenes actitudes y afanes, que recuerdan con sorprendente claridad aquella excitada juventud literaria del 1800.

Ahora tenemos por fin una nueva edición de Novalis. Sólo puede ser beneficioso que nuestros «neorrománticos» midan su fuerza y su honestidad poética con la obra de este muerto olvidado. ¡Ojalá tuviésemos algún poeta que pudiese soportar la mirada de esos grandes y expresivos ojos infantiles! Y ojalá muchos lectores abandonaran toda esa técnica moderna de lectura y superficialidad, y se atrevieran a sumergirse en esta misteriosa profundidad. Les resultaría dulce y dolorosa como la melodía de una canción oída en la infancia o como el aroma de una flor que amamos de niños en el jardín paterno y olvidamos durante muchos años.

(1900)

Epílogo a «Novalis Dokumente seines Lebens und Sterbens»
(«Novalis documentos sobre su vida y muerte»)

Siempre han suscitado el interés más profundo de las generaciones posteriores los destinos extraordinarios de hombres espirituales en los que se pone de manifiesto que el genio no sólo es un asunto de la historia del pensamiento, sino también, y sobre todo, una cuestión biológica. En la historia del pensamiento alemán moderno las figuras más nobles de este tipo son Hölderlin, Novalis y Nietzsche. Mientras que Hölderlin y Nietzsche se refugiaron en la locura cuando la vida les resultó imposible, Novalis se refugió en la muerte, y no en el suicidio que en el genio se impone tan a menudo, sino que muere, consumiéndose conscientemente desde dentro, una muerte mágica, temprana, floreciente y tremendamente fecunda, pues precisamente de este extraño final del poeta, de su relación positiva, mágica, excepcional con la muerte, irradia su influencia más fuerte. Y ésta es mucho más profunda de lo que permite suponer la superficie de nuestra vida intelectual. Novalis sólo fue entendido en su tiempo por algunos pocos, y tampoco más tarde, incluso hasta hoy, fue grande el número de sus lectores, pero cada lector serio se ha inflamado profundamente en el contacto con este espíritu maravilloso, vital hasta el peligro, con la inspiración ardiente de esta vida: el conocimiento más íntimo de Novalis significa para cualquier espíritu destacado una experiencia profunda y mágica, la experiencia de la iniciación, de la consagración al misterio.

Cuando hablo del genio como de un asunto biológico, quiero decir que el genio, el hombre extraordinario en sus ejemplares más logrados, tiene casi siempre una vida trágica y vive en la luz lívida del ocaso inminente, lo que no tiene nada que ver con la teoría pequeño-burguesa de que el genio siempre está relacionado con la locura. No, el genio, la vida potenciada al máximo, cae con tanta facilidad en su polo opuesto, en la muerte o la locura, porque en él la existencia humana se reconoce como una terrible desventura, como un proyecto grande y audaz, pero no del todo logrado, de la naturaleza. El genio, reconocido sin discusión como el fruto más deseado y noble del árbol de la humanidad, no está protegido de modo alguno por los mecanismos biológicos, y mucho menos propagado, llega al mundo en medio de una vida para la que se convierte en luz y meta añorada, y al mismo tiempo tiene que ahogarse en ella. Ése es el sentido de todas las mil historias y leyendas del genio que muere joven, del favorito de los dioses arrebatado prematuramente.

Cuando leemos los recuerdos del poeta Tieck y los recuerdos sencillos y conmovedores del Alcalde Just sobre el joven fallecido Novalis, hallamos en el tono de estos relatos el eco profundo de una experiencia grande, sagrada y misteriosa. Ellos intuyeron que allí, a su lado, había vivido y muerto un hombre que en ciertos aspectos no consideraban como uno de los suyos, sino según el momento como un ángel divino, o como un espectro, pero en todo caso como un ser marcado por un destino excepcional.

Friedrich von Hardenberg nació en 1772 en la propiedad de su familia y murió en 1801, después de que algunos años antes hubiera perdido una novia de quince años y de que seguirla en la muerte se hubiese convertido para él en una idea familiar. Murió de tuberculosis, pero ¿qué nos dice esto? También otras personas murieron jóvenes de tuberculosis, los propios hermanos de Novalis tuvieron este destino, pero sólo de él, sólo de su tumba emana esa mágica atracción, sólo él no sufrió la muerte, sino que ingresó en ella como un rey desterrado que regresa a su palacio desde lejanas y grises tierras.

Novalis ha dejado la obra más extraña y misteriosa que conoce la historia del espíritu alemán. Así como su vida breve e inactiva hacia afuera da la impresión de una extraordinaria riqueza y parece haber agotado toda sensualidad y toda espiritualidad, las ruinas de esta obra muestran bajo una superficie caprichosa, encantadoramente florida todos los abismos del espíritu, de la deificación a través del espíritu y la desesperación. Novalis sufrió su destino consciente y con fe, conocedor de su tragedia y, sin embargo, por encima de ella, ya que su religiosidad creativa le permitía valorar la muerte en poco.

Han quedado sus obras, siempre leídas por pocos, siempre para estos pocos una puerta hacia lo mágico, significando incluso el enriquecimiento de una nueva dimensión, y algunos de sus poemas se han vuelto incluso populares y son cantados por la comunidad aún hoy los domingos en las iglesias protestantes. Pues a través de Schleiermacher algunos de los poemas religiosos de Novalis han entrado en los libros de canto de la iglesia, y aún hoy algún pastor protestante predica sus palabras dominicales habituales sin sospechar la cercanía del peligroso fuego de estos versos.

Ha quedado, además de su obra literaria, la conmovedora y apasionante leyenda de su vida como la sintieron algunos amigos. Presentar los documentos auténticos de esta vida en una buena selección es el objeto de nuestro libro.

(1924)