Panorama sobre el Lejano Oriente

Los dos pueblos de «color» de los que más he aprendido, y a los que tengo el mayor respeto, son los indios y los chinos. Ambos han creado una cultura espiritual y artística que, superior a la nuestra en edad, es igual en contenido y belleza.

Sitúo el apogeo del pensamiento hindú aproximadamente en la misma época que el europeo, los siglos entre Homero y Sócrates. En aquella época se elaboraron en la India y Grecia los pensamientos hasta ahora más elevados sobre el mundo y el hombre, y se desarrollaron en grandiosos sistemas filosóficos y religiosos, que posteriormente no han conocido un enriquecimiento sustancial, pero que seguramente tampoco lo necesitaban, pues hoy perduran con toda su vitalidad ayudando a cientos de millones de seres humanos a vivir la vida. A la alta filosofía de la India antigua se contrapone una mitología muy polifacética, rica en profundidad y humor, un mundo popular de dioses y demonios y una cosmología de la más exuberante plasticidad, que subsiste floreciente tanto en la literatura como en la escultura, pero también en la fe popular. Sin embargo, de este mundo ardiente y colorido surgió también la gran figura venerable del Buda que supera renunciando, y el budismo, tanto en su forma original como en la forma chino-japonesa del zen, demuestra hoy no sólo en su patria, sino también en todo el Occidente, América incluida, ser una religión de la más alta moral y de gran atractivo. Desde hace casi doscientos años el pensamiento occidental ha sido influenciado a menudo y con fuerza por el espíritu hindú. Su último gran testigo es Schopenhauer.

Si el espíritu hindú es predominantemente anímico y religioso, la búsqueda de los pensadores chinos se dirige sobre todo a la vida práctica, al Estado y la familia. Para la mayoría de los sabios chinos, como para Hesíodo y Platón, lo principal es saber qué se requiere para gobernar bien y con éxito para el bien de todos. Las virtudes de la serenidad, de la cortesía, de la paciencia, de la impasibilidad se aprecian tanto como en la escuela estoica. Pero al mismo tiempo existen también pensadores metafísicos y elementales, en primer lugar Lao-Tsé y su discípulo poético Chuang-Tse, y tras penetrar la doctrina de Buda, China desarrolla lentamente una forma sumamente original, extremadamente eficaz de la disciplina budista, el zen, que igual que la forma hindú del budismo ejerce en el Occidente actual una influencia notable. Que la espiritualidad china está acompañada de un arte plástico muy desarrollado y refinado, lo sabe todo el mundo.

El mundo actual ha cambiado todo en la superficie y ha destruido muchísimo. Los chinos, en otro tiempo el pueblo más pacífico y rico en manifestaciones antimilitaristas de la tierra, se han convertido hoy en la nación más temida e implacable. Han invadido y conquistado de manera bárbara el Tíbet sagrado, junto a la India el pueblo más religioso, y amenazan constantemente la India y otros países vecinos. Nosotros sólo podemos constatarlo. Si comparamos, por ejemplo, la Francia o Inglaterra políticas del siglo XVII con las actuales, se demuestra que el aspecto político de una nación puede transformarse enormemente en pocos siglos sin que eso signifique un cambio en el núcleo del carácter nacional Tenemos que desear que también en el pueblo chino se conserven por encima de estos tiempos de confusión, muchos de sus maravillosos rasgos y talento.

(1959)