Epílogo a Schubart[9]
Ya en mi época de muchacho leí y me resultó extraño el poeta suabo Schubart, y desde hace tiempo he deseado erigir un monumento a este hombre asombroso y a su insólito destino. Aquí está por fin, y me parece que nadie podrá leer estas confesiones sin sentirse desde las primeras páginas impresionado por el sonido de esta voz extraordinaria, por el ímpetu y el calor de este hombre y poeta, aunque su lenguaje sea el de otro tiempo. Pero sería muy de desear que no se volviesen a ofrecer a la curiosidad y al interés de los lectores actuales sólo los documentos de este emocionante destino, como los recoge nuestro libro, sino también las obras del poeta. Una breve selección actualizada de las obras de Schubart y no sólo de sus poemas, sino también de su espléndida prosa rehabilitaría quizás de nuevo a este autor desgraciadamente olvidado.
Conocí a Schubart en uno de nuestros libros suabos de lectura del colegio, donde figuraban poemas suyos, y poco después me contaron también por primera vez la lamentable historia de su cautiverio que, aunque habían pasado más de cien años, pertenecía en Wurtemberg aún a las leyendas populares. A los trece años visité «Solitüde», el encantador palacete de caza del archiduque Harl Eugen cerca de Stuttgart, que no sólo fue el caprichoso patrón del joven Schiller, sino también durante un tiempo el príncipe de Schubart y su malvado soberano y carcelero. Desde las exuberantes y elegantes salas de «Solitüde» se contemplaba Ludwigsburg y el Asperg en cuya fortaleza estuvo cruelmente preso Schubart tanto tiempo.
Pasaron de todos modos algunos años hasta que supe y averigüé más cosas de Schubart que el fuerte aroma de poesía y obstinación que exhalaban aquellos pocos poemas, y la conmovedora historia de su ignominioso cautiverio político que a mí, aún un muchacho, me hizo tomar por primera vez partido por los pobres que sufren contra los príncipes y el poder policíaco. Comprendí el conjunto de la vida y obra de Schubart mucho más tarde cuando conocí muchos de sus poemas ardientes y patéticos y partes de su prosa tan sumamente fresca, popular y magnífica. El público lo había olvidado, incluso en las escuelas suabas apenas se aprendía algo más sobre él que el nombre, y especialmente su periódico, la verdadera hazaña literaria de su vida, parecía completamente olvidado. En las historias de literatura se citaba su nombre junto a los de Bürger, Lenz y Klinger, pero averiguar algo más sobre él era difícil, y si no se hubiesen publicado afortunadamente sus poemas, habría sido olvidado por completo. Yo ya tenía cerca de treinta años cuando llegó a mis manos la edición de las cartas de Schubart. Y varios años después conocí también el libro en el que el hijo de Schubart cuenta el singular calvario de su padre.
Desde entonces he deseado conservar, resucitar y hacer hablar para nuestros días, sin una redacción moderna falseadora, la memoria de este meteoro, de este hombre fogoso, violento y tierno y de su salvaje, triste y singular destino. Ahora se ha cumplido mi deseo.
Quien lea las primeras páginas de nuestro libro con el relato de los años de juventud de Schubart, se sentirá inmediatamente fascinado por la magia de esta personalidad deslumbrante, infantil y al mismo tiempo peligrosa, por el genio de este ser extravagante. Indómito y ruidoso, arrogante y sentimental, amigo de los grandes gestos y de las expresiones violentas, en su lenguaje como en su vida de una jugosidad turbulenta, sugestiva, a veces divertidamente hiperbólica, aparece no desprovisto de una genialidad algo teatral, incluso de una cierta fanfarronería, un temperamento sanguíneo rebosante, un hombre de vida instintiva floreciente, simpático y fascinante ya sólo por el calor de su vitalidad, un niño eterno, pero con fuerzas extraordinarias, siempre sobrecargado de pasiones, siempre buscando la expresión violenta e impresionante para estas pasiones, pero también en esta expresión siempre genial. Qué tono tan blando, lloroso y sentimental hay por ejemplo en su sospechosa religiosidad contrita, y sin embargo, también aquí, también en este rincón quizás menos sincero de su rica alma infantil, hay a veces un destello y una fuerza vital, una jugosidad plena y un calor creativo del sentimiento que en sí ya tiene valor.
Y sin embargo este Schubart tal como lo conocemos a través de los documentos conservados, no es ni mucho menos el Schubart completo. En ellos sólo conocemos al poeta y literato. Todas esas impresiones de una personalidad fuerte, salvaje, impetuosamente vital, de un carácter potenciado hasta la genialidad y la patología, muestran sólo una mitad de su vida y su genio. Porque Schubart no fue sólo poeta y escritor, también fue músico. Así como se desfogaba alternativamente como profesor, predicador, periodista y poeta, se dedicaba también a ser además fecundo compositor, director de orquesta, virtuoso del órgano y del piano, profesor de música y director de orquestas de aficionados, una vida rica llena de altos y bajos, llena de ambiciones, vanidades, éxitos, llena de esplendor y miseria de la que sólo nos ha llegado una pálida leyenda. Era uno de esos músicos profundamente musicales, poseídos por el genio, que surgían entonces aquí y allá y que encontramos en la literatura a menudo hasta el final del romanticismo. El director de orquesta Kreisler de Hoffmann es la más bella de estas creaciones y la última manifestación de este tipo.
No carece de importancia que Schubart fuese también músico, que quizás lo fuese primordialmente. En una vida externa más bien pobre, como también en el ámbito de su literatura que consiste en gran parte en unos poemas ocasionales, no podía expresarse plenamente la cálida abundancia, la ductilidad y el optimismo torrencial de este temperamento volcánico. El Schubart de los poemas entusiastas y de los artículos de periódico enérgicos, junto al Schubart de los años miserables de cautiverio y de la conversión pietista exaltada, sigue sin ser el Schubart completo. La otra mitad, el Schubart musical, el fascinante músico, compositor, cantante, organista, pianista y director que nadaba en música, lleno de recursos, se nos perdió. Pienso que aquí en su vida musical floreció y se desplegó brillantemente todo aquello que existe en la obra literaria de Schubart sólo como reminiscencia y que su biografía externa no puede reproducir o siquiera evocar. Y precisamente sus propias confesiones, sus pocos comentarios sobre su vida musical compensan aquí y allá lo insustituible.
Aquel tiempo estaba lleno de genios, fue el tiempo de un delirio espiritual pubertario, el tiempo de los Lenz, Miller, Klinger y del joven Goethe. Pero ninguno de ellos, ni siquiera Lenz, está tan saturado de una vida derrochada, posee esa violenta tragedia personal, ninguno muestra con tanta pureza la fatal y grandiosa sicología del que se lanza como un suicida contra la mediocridad y lo cotidiano. Todo esto, desarrollado en los poemas de Schubart sólo de manera fragmentaria, arde inmarchitable en la conmovedora leyenda del genio que nace esplendoroso, se quema rápidamente y se consume tristemente.
Reconstruir esta extraña y desgarradora leyenda en su pureza a partir de los documentos auténticos no se había intentado, que yo sepa, desde Strauss. Nosotros lo hemos hecho en este libro.
Una novela histórica escrita de manera llamativa y sensacionalista, una biografía popular de Schubart, adulterada con romanticismo cinematográfico, podría ser hoy un éxito mundial. Confío que también este intento serio de revelar con medios más puros la realidad singular de esta vida apele a muchos corazones.
(1926)