Sin haber leído precisamente mucho de la voluminosa obra de Wieland, conozco bastante bien algunas de sus obras y tengo, para mi uso doméstico, una idea muy precisa de este autor. No se refiere al joven sino al viejo Wieland, y se basa en mi amor por algunas de sus obras en las que me parece el portavoz más noble de aquella literatura cuyo primer representante fue Voltaire, y no es la imitación de Voltaire y de los franceses la que yo admiro en Wieland, sino la pulcritud y gracia con que refleja los modelos franceses en el idioma alemán. Este alemán de Wieland, especialmente la prosa de los «Abderiten» y del «Agathon» tiene algo ejemplarmente claro y dominado. A esto se añade el humor de Wieland, un humor un poco escéptico y crítico, pero grácil y fuerte. Este humor interviene en todas partes, también en el «Oberon», obra que considero la más lograda y simpática de Wieland. Si los «Abderiten» tienen algo volteriano, sobre «Oberon» brilla la estrella de Ariosto, y admiro en él muy especialmente el equilibrio discreto entre la creación y la recreación, el espíritu de juego y de virtuosismo, que es lo bastante original y consciente como para no tener que ocultar sus modelos.
(1933)