Para encontrarle de nuevo el gusto a la literatura francesa de la época de la Ilustración, basta con dedicarse durante un tiempo a la literatura alemana actual. Como reacción a la informidad e insuficiencia humana de nuestra literatura actual parece haber surgido una nueva relación con la prosa francesa del siglo XVIII, cuyos problemas son en parte afines a los actuales. Al menos en el último año han sido traducidos entre nosotros sorprendentemente muchos franceses antiguos: Voltaire, Lacios, Rousseau, Rétif de la Bretonne. Y ahora le ha tocado el turno a Diderot.
En realidad no fue un escritor. Fue más un pensador, y orador, un artista de la charla y un conversador, un crítico y propulsor que un creador. Desde un punto de vista literario, lo más bello de su obra recuerda con fuerza a otros modelos, a Richardson y también a Sterne.
A pesar de todo Diderot perdura como autor y celebramos que por fin se haya publicado una edición alemana de sus obras literarias en prosa. Detrás de la incapacidad de ser del todo poeta, de expresarse por completo en la creación poética, se encuentra en cada página el hombre Diderot, este ser humano maravilloso, inteligente, bondadoso, valiente y querido, infinitamente más puro y simpático que Voltaire, e infinitamente más puro y viril que Rousseau. Lo que en última instancia ha hecho que la Alemania actual se aproxime después de un largo distanciamiento a los escritores clásicos del siglo XVIII, es quizás precisamente la añoranza del tipo humano que representa Diderot con mayor pureza. Él es el precursor del «buen europeo», el intelectual íntegro, crítico, desconfiado pero valiente, de buena voluntad. No vamos a discutir aquí si este tipo de ideal responde a las exigencias de nuestros días. Lo importante es que nos atrae y ocupa de nuevo. Porque sin duda no es un juego el que produce estas reediciones, sino una profunda necesidad, una auténtica urgencia.
(1921)