Voltaire ha descansado en nuestro país mucho tiempo en un total olvido para reaparecer y actuar de nuevo y con fuerza. Aparte de las arduas lecturas en las clases de francés del colegio, lo conocimos sólo como a una celebridad prehistórica, sus dramas se consideraban obras ejemplares frías y rígidas, oíamos hablar de vez en cuando del Candide o de la Pucelle, como de obras preciosas e ingeniosas, pero que se le pudiese leer realmente y en serio no lo pensaba, aparte de los filólogos, casi nadie. También a mí me sucedió lo mismo.
Cuando compré una vez el Voltaire francés, leí y amé entre los muchos volúmenes, más de cincuenta, siempre las historias y farsas pequeñas y las dos grandes novelas. Éstas han sido publicadas ahora en su totalidad, en parte (no siempre) bien traducidas.
En estas historias de las que el Candide sigue siendo seguramente la más encantadora, emerge el viejo Voltaire de la nube de polvos de talco y de la historia de la literatura, y se convierte en un ser humano, un ser humano vivo, tremendamente inteligente, sorprendentemente audaz, al mismo tiempo caluroso, profundamente espiritual. Y de paso, se descubre con regocijo lo refinadas y artísticas que son estas narraciones.
(1912)
Voltaire se acerca de nuevo a nuestro tiempo por la rectitud, dignidad y firmeza de sus convicciones humanistas. En el fondo Voltaire se hizo escritor por estas convicciones y por razones políticas. Y al leerlo de nuevo descubrimos de pronto también otra cosa: el refinamiento, la inteligencia y el dominio magistral de esta forma artística en la que Voltaire no fue innovador, sino perfeccionador de viejas y sofisticadas formas. En estas narraciones no sólo hay gracia y sátira, ingenio y agudeza, tampoco hay sólo sicología e ironía sabia y callada, sino además una claridad y perfección de la expresión que no nos habla desde los dramas de Voltaire, pero que precisamente en sus narraciones nos conmueve de nuevo y regocija melancólicamente a nosotros, los hombres de hoy. Porque un rebelde no ha roto aquí formas antiguas en favor de ideas nuevas, sino que las ha llenado de un espíritu nuevo y conducido a la perfección.
(1911)