«Simplizius Simplizissimus»
Me coloqué sobre la mesilla el «Simplizius Simplizissimus» como lectura. Leí bastante, unos dos tercios del libro que en mi juventud amé mucho, y del que tengo en casa varias bellas ediciones. Esta vez, después de una pausa de dos años, dejé la lectura a los dos tercios del libro, entonces me cansé. Guerra y miseria, hambre y asesinatos, casas y pueblos quemados, ciudades bajo el fuego de la artillería, no son ya temas interesantes para nosotros. Lo que hoy todavía mantiene vivos estos relatos, en parte extraordinarios, es su humor, una alegría a menudo comediante, bufonesca que a menudo también llega hasta el fondo, sin la que el famoso libro subsistiría tan poco como el «Don Quijote» sin Sancho Panza. Y luego el lenguaje. Está repleto de vocablos, giros, refranes y metáforas, en parte de origen campesino, en parte de origen soldadesco, en él brota un alemán vivo, aromático, que tiende siempre un poco a la carcajada y que seduce a ella, y este alemán recio está embellecido y entreverado de ornamentos estridentes y coloridos del idioma de la erudición y de la guerra. Este lenguaje marcha como un dragón o un mosquetero de la larga guerra, un rudo soldado westfálico, con una buena cabezota westfálica, y ojos de muchacho buenos e ingenuos, pero con bigote enhiesto y pantalones bombachos y mangas de farol acuchilladas.
(1959)