Thomas Wolfe
1900-1938

«Look Homeward Angel»
(«El ángel que nos mira»)

Sinclair Lewis, que es más agudo al describir la sicología del pequeño burgués que al caracterizar al genio, dijo al parecer sobre este libro asombrosamente bonito y rico que era «una creación colosal llena de profunda vitalidad». Y tiene razón porque esta novela es colosal y naturalmente también está «llena de vitalidad», porque como cualquier obra literaria auténtica tiene raíces profundas que se nutren de la sensualidad, es decir que ama y exalta la vida. Pero ya el subtítulo «historia de una vida enterrada», que el propio autor ha dado a su libro no suena a esta elogiada afirmación y a esas ganas de vivir, y a los muchos aspectos subterráneos y nocturnos de esta obra pertenece en primer lugar esa sensación de que la vida está enterrada, de la irrealidad de la realidad, de la soledad y del aislamiento de cada ser humano, también en medio de toda la aparente compañía. La vitalidad adopta aquí a menudo la forma de la desesperación extrema, y desde este punto de vista, nos interesa especialmente este americano aparentemente tan robusto de los estados del Sur.

El aislamiento, la desesperación del autor que echa sus raíces tan profundamente en lo sensual, en la entrega a la imagen, el sonido, el sentimiento y el olfato que surgen de una afirmación y embriaguez de los sentidos tan demencialmente hermosas, casi rabelaisianas, como una flor embrujada y sombría, parecen ser la consecuencia de una falta total de fe, de religión, de autoridad y tradición. El héroe del libro hereda de sus antepasados una sensualidad fuerte, sana, exuberante, una fantasía floreciente, una robusta hambre de vivir y también bondad y mucho talento, pero ninguna palabra mágica, ninguna fórmula para conjurar el caos, ningún nombre de Dios, ningún refugio para la oración, la meditación, el recogimiento. Entre su sensualidad y sus deseos de escritor que rodean exuberantes su escasa formación escolar, se encuentra solo, sin guía, ni siquiera tiene una fuerte superstición: el mundo ingenuamente floreciente, resplandeciente de la alegría de sus sentidos se enfrenta indefenso a la crítica de la razón, a las seducciones del espíritu, ante ellas se encoge, aparece de repente absurdo, perdido, triste, sin meta, sin duración, un pantano iridiscente.

No esperamos el próximo volumen de este querido poeta porque estemos ansiosos de volver a leer algunos cientos de páginas de sus arrebatadores y magníficos cantos a la naturaleza, a la comida y la bebida, a la lujuria, a la embriaguez, al olor de las flores, de los animales, de las comidas, de las mujeres, sino porque este próximo tomo tiene que conducir al joven e ingenuo Sigfrido a donde la belleza y la «soledad» del mundo no son ya soportables, donde tiene que abrirse entre sufrimientos un camino hacia la sublimación. Lo esperamos con gran interés, pues esta primera novela despide a su héroe como adolescente y sin duda éste es el propio escritor. Hasta la última página del extraordinario libro el héroe se ha diferenciado tanto y ha adquirido de sí mismo tanta conciencia, que ya sólo existen dos caminos para él, la disolución en la nueva sensualidad, por ejemplo como bebedor, como lo fue su padre, o la sublimación dolorosa, la meta responsable. Estas serán difíciles por su origen, por sus padres, por su sensualidad, incluso por su talento.

Mi intento objetivamente abstrayente de indicar la línea de esta obra literaria sólo hace intuir cuánta belleza y genialidad contiene el libro aunque se pase por alto su problema profundo, aunque se prescinda de él. Como un bebedor genial este entusiasta bebe todo el jugo de la tierra y de la vida, siempre enamorado, siempre artista, ¡y qué artista!

(1933)

El joven héroe de este magnífico libro, Eugen Gant, no tiene al final de la novela siquiera veinte años y su novela verdadera está aún por escribir. Este primer libro de Thomas Wolfe con el extraño título habla del origen de Eugen, de su familia, de su niñez y primera juventud. Suceden cosas extrañas y violentas en la familia Gant, su vida es una mezcla caótica de contrastes, de éxito y futilidad, de vicio y magnanimidad, de fantasía y espíritu comerciante mezquino. La vida enmarañada violenta y ruidosa de la familia Gant se desarrolla en los estados del Sur de Norteamérica, en una pequeña ciudad de las montañas, en una atmósfera exuberante y efímera. El ritmo del florecer y del marchitar, de la proliferación lujuriosa y de la agonía miserable, late triste y excitante a través de todo el gran libro, canta la vanidad, fluctúa apasionado entre el placer y la muerte. Todos los miembros de esta familia se recortan maravillosos en la tensión de las contradicciones características de la familia, parecen ser tan fundamentalmente diferentes y sin embargo todos tienen el mismo extraño miedo vital. El padre, el viejo Gant, es un gran bebedor y comedor, a su alrededor se huelen el whisky y la comida buena, fuerte y sabrosa, pero la vida de este hombre voluptuoso, al que desprecian y quieren su mujer y sus hijos, está traspasada hasta los últimos límites de la sordidez por la fantasía y la añoranza, y en medio de sus discursos grandilocuentes y patéticos, de su teatralidad, de su moral suntuosa, se encuentra misteriosamente solo y perdido. Durante toda la segunda parte del libro, a lo largo de varios cientos de páginas, esperamos su muerte, está destruido y hundido, el gigante está débil, se arrastra lloroso e impotente, enfermo de cáncer hacia la muerte, pero no se muere, vive y vive, como una sombra, semirreal, siempre presente, permanece, no se resigna al fin del juego. Y la madre que manda a todos sus hijos muy pronto a trabajar, que se agota como madre de familia, patrona de pensión, y que nunca tiene tiempo para dormir, especula y acapara en silencio, compra y vende solares y posee ya una fortuna considerable mientras sus hijos pequeños corren como repartidores de periódicos cogiéndose una tuberculosis. Una fortuna que ella daría de buena gana cuando llega lo peor, cuando muere uno de los hijos, cuando se demuestra que es demasiado tarde para la sensatez, demasiado tarde para el amor y la bondad. Vemos morir a dos hijos, al simpático, guapo y pequeño Glover, al delgado, inteligente y severo Ben, y cada una de estas escenas de muerte es a su manera espantosa y única.

En medio de las tormentas paternas, de las orgías retóricas del padre borracho (que en la votación de la prohibición vota solemne y muy moral contra el alcohol, y luego sigue bebiendo), en medio de los muchos hermanos, de los muchos realquilados y huéspedes, crece el pequeño Eugen; evidentemente el autor cuenta aquí su propia historia. Cargado por ambos padres con dones y peligros, eterna presa de la soledad interior, crece con una cierta educación, pero sin fe, sin criterios, sin consuelo, y a los veinte años se encuentra, sano y lleno de espíritu, no menos perdido y expuesto en el mundo salvaje y hostil que su padre enfermo que muere desde hace años, que sigue bebiendo desde hace años. Aquí, en el umbral a la vida independiente lo deja el libro, con las posibilidades de ser un genio o un canalla. Espiritualmente se encuentra a miles de pasos de su padre, pero está tan amenazado, tan perdido como aquél.

Esta epopeya de la familia Gant es la obra literaria más fuerte que conozco de la America actual.

(1933)

«Of Time and the River»
(«Del tiempo y del río»)

El novelista americano Wolfe nació el año 1900 en una ciudad pequeña de los estados del Sur: su padre descendía de colonos alemanes. Está obsesionado por describir el fenómeno «América» en todas sus dimensiones, todos sus estratos y matices en una gigantesca serie de grandes novelas, cuyo plan ya está establecido y de las que ya se han publicado dos. Hace dos años se publicó la primera novela «Look Homeward Ángel», ahora se publica en dos gruesos volúmenes la segunda que continúa la historia familiar de la primera.

Se puede sucumbir al encanto de lo gigantesco del plan pues el encanto de la cantidad pertenece después de todo a América. Y Wolfe dedica a la gran empresa una furia de trabajo, un hambre voraz, una energía y un entusiasmo que pueden compararse con los de un Zola o un Balzac. Está fascinado por su tierra y su pueblo, su grandeza, su carácter salvaje, su riqueza, sus encantos, su Norte y su Sur, Este y Oeste, sus rudezas y sus delicadezas, sus ciudades gigantescas y sus viajes en tren de varios días, su gentío y sus reservas de soledad y mundo primitivo, por la fuerza de sus gentes y también por su soledad en el gigantesco país en el que todos ellos son aún jóvenes y con el que todavía no están completamente familiarizados, en el que una inquietud y un dinamismo violento los lleva de un lado a otro. Existen novelas más cultivadas y mejor hechas de América, pero no conozco a ningún autor que represente en su persona y en su voluntad hasta tal punto la diversidad y complejidad inquieta del americano. Y así es en todo caso fructífero y gratificante observar cómo este Gargantúa trata de reunir y estrujar en su gran puño los Estados y las regiones, los climas y las capas sociales, los ríos, los bosques, las llanuras, las montañas y las grandes ciudades de su país.

La cuestión es saber si lo que surge es una obra de arte; aunque no lo sea no se le podrá negar el rigor. Confieso que me sentí muy fuertemente atraído por aquella primera novela de Wolfe, el «Ángel». Y no puedo ocultar que esta segunda novela le es igual en maestría y energía y amplitud, pero no en arte y no en sustancia auténtica, interior. En aquel «Ángel» el autor hablaba de su casa paterna y de su infancia, y aunque no lo hacía de una manera idílica, lo ayudaba la fuerza mágica de la infancia, la densidad y frescura de los recuerdos y sobre todo la limitación a un entorno más reducido. La ciudad en la que se ha crecido se conoce de una manera diferente y más profunda que cualquier otra, y la atmósfera de la patria y la familia se evoca con más facilidad que los espíritus de un ambiente nuevo. La segunda novela despliega una imponente serie de imágenes, presenta docenas de personas y familias y destinos, pero no poseen la magia de aquellas primeras imágenes, no sólo es todo más frío, es también menos denso y más forzado, y de los personajes de la nueva novela los más vitales y auténticos son aquellos que conocimos en «Angel», sobre todo los del padre y la madre. La nueva obra conduce al héroe Eugen Gant a la universidad del Norte como estudiante, luego como profesor y escritor incipiente: vive la gran ciudad, vive la grandeza de América (los grandes viajes en tren constituyen las partes más fuertes del libro), vive el mundo del intelectualismo y la amarga lucha de la supervivencia, también la espiritual y moral. Además conoce muchas personas y situaciones, familias pobres y ricas, cultas y primitivas, se abre camino a través de un buen trozo de América y un buen trozo de siglo veinte. El resultado intelectual, creo, es más grande que el literario. Wolfe no alcanza la fuerza expresiva de la primera novela. Eso produce una cierta desilusión pues nosotros los lectores no esperamos de la gran obra de Wolfe una enciclopedia americana, sino una obra literaria. Pero no sabemos cómo se integrará más tarde esta novela en el conjunto total, es posible que lo que ahora nos deja insatisfechos demuestre tener entonces un sentido. Tomemos el libro no como continuación del «Ángel», sino simplemente como descripción de una vida americana de un joven estudiante y literato de los años veinte; así proporciona suficiente interés y atractivo.

(1936)