«Tarabas»
Joseph Roth ha sentido siempre predilección por el mundo al margen del orden, el mundo de los fugitivos o parias, de los que no se dejan integrar, de los perseguidos y de los criminales, de los impulsivos y de los apátridas. Y ahora nos cuenta —en uno de sus libros más bonitos— esta balada del coronel Tarabas, hijo de un terrateniente ruso que ya pronto se perdió en un mundo marginado y peligroso, y rozó el crimen, al que luego la gran guerra pareció integrar y rehabilitar, que ascendió a comandante y coronel, y que no pudo resignarse a que terminase la guerra. Tarabas siguió siendo soldado, se encargó de formar y dirigir un regimiento en la nueva Rusia, la guarnición estaba en una pequeña ciudad pero los reglamentos, las órdenes burocráticas, todo el aparato administrativo no estaban hechos para él, la faltaba la guerra y de nuevo se vio envuelto en aprietos y extravagancias, de nuevo llegó al borde de todos los órdenes y más allá al desorden, y esta vez fue arrastrado hasta la auténtica y santa miseria, a la verdadera falta de patria, a la penitencia. Termina como vagabundo y «santo», encuentra el camino hacia el absoluto.
No sé si esta leyenda del coronel Tarabas contada como una balada tiene su origen en una realidad, si (como finge el libro) existió un hombre así en alguna parte de la gran Rusia y en el caos de la guerra y la posguerra, o si todo es juego e invención del autor. Poco importa. La obra es auténtica. Tiene algo de la rigidez y monomanía del derviche, algo obseso y embrujado, y si se desarrolla en las lindes del orden humano y si tiene una tendencia al caos y lo salvaje llega en cambio hasta los órdenes superiores, allí donde hay penitencia y santificación.
(1934)