Aunque la esencia de la mística sea penetrar en el ser a través de la forma, en lo divino a través de la persona, nuestro amor y nuestro deseo se dirigen con especial entusiasmo precisamente a los auténticos místicos, porque son, sin excepción, personas extraordinarias y de fuerte empuje, para las que la experiencia mística es la meta de la vida.
Las cartas de Suso, por ejemplo, son joyas, y no son menos poéticas que sus escritos conocidos hasta ahora. Descubrimos aquí a grandes hombres como sobre todo Nikolaus de Kues, en la variedad de sus afanes, estudios, preocupaciones y cargos, y de nuevo se produce la vieja experiencia de que precisamente los espíritus que pugnan por salir del tiempo a la intemporalidad nunca son soñadores confusos, sino que están unidos con fuertes raíces a su tiempo y comprometidos con él, y cuanto más averiguamos sobre ellos, más vivos y más ejemplares devienen. En algunas de estas cartas se manifiesta también la desconfianza hacia el ascetismo, bien conocida desde Buda y recurrente, es decir, el auténtico santo, aunque se exige a sí mismo altos grados de ascetismo, es moderado, incluso indulgente a la hora de exigir ascetismo de los demás. Ningún camino que eluda el ascetismo conduce a la santidad, pero éste es sólo una etapa de este camino y sólo con él no se puede alcanzar la gracia.
Las «Cartas de los místicos», son una joya, en ellas se nos abre una corriente de vida espiritual que hasta ahora sólo era conocida por pocos.
(1932)