«Der Pyramidenrock»
(«La falda de la pirámide»)
Este libro de poemas con la divertida cubierta no encontrará probablemente muchos amigos y por esa razón, como uno de ellos, quisiera interceder por él. En tanto que manifestación dadaísta este libro no me interesa. Pero los poemas de Hans Arp no son solamente dadaísmo. Tienen una música muy personal, son en cierto sentido lírica verdadera y nacen de una situación espiritual característica de nuestro tiempo.
Para entender estos poemas absurdos, no se necesita ninguna sagacidad; sólo se necesita un cierto amor y una cierta atención. Léase uno de estos poemas en voz alta, sin énfasis, sin burla, recítese articulando claramente, como se cantan las notas de un ejercicio de canto, y en seguida se encontrará el lector en medio del «sentido» de estos poemas sin sentido. Se ve que aquí se habla un lenguaje irracional, que se yuxtaponen palabras, no según la lógica, sino según ideas puramente asociativas, según cualidades sonoras, de una manera puramente lúdica, como un niño que coloca piedrecitas de mosaico, unas junto a las otras. Esta composición de trozos de lenguaje se rige también por una corriente subterránea, una musicalidad secreta. Además el autor descompone las palabras, las deforma y las estira y juega con las sílabas, como un niño juega con piedrecitas y pétalos de flor, y las ordena en estrellas, líneas y círculos arbitrarios pero bonitos. El «du» de kakadu es tomado y utilizado como du (du = tú), el «vier» en Klavier (Klavier = piano) como número (vier = cuatro), etc.
En fin, se puede decir que esto es muy bonito pero ¿no es esto lo mismo que el arte de los niños pequeños y de los dementes? ¿No es este juego con palabras y sílabas, sin consideración a su sentido tradicional, simplemente la actividad inofensiva de un esquizofrénico? Indudablemente esto es cierto. Pero que no se olvide que hay garabatos de niños pequeños y de enfermos mentales que son encantadores y más bellos, atractivos y misteriosos que muchas obras impecables pero nada geniales de seres normales. Y los versos locos de Hans Arp tienen la peculiaridad de que a través de su locura resuenan una melodía innata y una belleza melancólica. El que hace esta música demente puede que esté loco, pero es un músico nato. De algún modo también apreciamos este arte como arte: si sólo fuese locura y producto casual, no nos gustarían algunos de los poemas y versos de Arp más que otros. O ¿cómo es posible que algunas de sus estrofas me resulten especialmente redondas y maduras y otras sólo semilogradas?
Pero ¿tiene este tipo de poesía algún valor, está permitido, merece atención? Por supuesto que sí y precisamente en la medida en que es enfermedad merece incluso una atención cuidadosa, como cualquier enfermedad. Los médicos sabios no estudian los síntomas para hacerlos desaparecer, sino para leer en ellos el nivel de la voluntad de vivir. Si los poemas dadaístas de Arp son una enfermedad, ¿qué nos dice a nosotros? ¿De dónde proviene? ¿Hacia dónde señala?
Indica sensación de ocaso, melancolía y decepción ante aquello en lo que el poeta debiera creer con más fuerza: el lenguaje. Cuando un poeta empieza a desmenuzar las palabras y a disolver la gramática, lo hace como un niño que disecciona a su muñeco: por curiosidad y afán de juego, sin duda, pero también por una experiencia terrible, una gran desilusión. Ha empezado a dudar de la vida de su muñeco, de la autenticidad de sus medios, intuye podredumbre debajo de la epidermis. ¿Y esto no lo siente cualquiera que esté dotado de una sensibilidad por el lenguaje? ¿Acaso podemos leer una revista o un periódico o incluso un libro científico de nuestros días sin asustarnos profundamente ante la vaciedad, rigidez y falta de colorido de este lenguaje? ¿No está marchito y enfermo? ¿Puede compararse cualquier frase moderna, incluso la mejor, con una de Wolfram von Eschenbach sin sentir un aire otoñal y decrépito?
Este lenguaje, en cuya vitalidad auténtica, vigorosa y natural no cree nadie, es deshilachado por el niño poeta melancólico que renuncia a la posibilidad de hacer aún buena música con este instrumento caduco, pero que sigue jugando con las formas queridas, descubre aquí y allá en las sílabas descoyuntadas resonancias mágicas del milagro que fue una vez este lenguaje, y compone en un juego demente las partes desmembradas de una manera puramente ornamental, sonríe aquí ante la riqueza jugosa de una vocal, ironiza allí la rigidez de máscara de una palabra de moda sin vida, acopla con una triste y perversa alegría cosas completamente extrañas.
Este proceso es el mismo que el desmenuzamiento y la deformación y disolución final en elementos formales abstractos que aparecen en muchos pintores y dibujantes actuales. ¡Qué aspecto tan demencial, triste y feo tienen muchas de estas obras! Si se añade una sonrisa melancólica, una musicalidad oculta, que casi se avergüenza de su ternura, como en las hojas de Paul Klee, tenemos un pendant perfecto a los poemas de Hans Arp.
Aunque me gusten algunos de estos versos, aunque su danza grotesca con la triste melodía me impresione y conmueva a veces, no desearía una biblioteca con tales libros de poemas.
Con pocos basta. Pero prefiero estos pocos que librerías llenas de literatura amena sensata, normal y sana cuya mentira es mucho más depravada que la perversidad de las faldas de la pirámide.
Y al final si escuchamos atentamente, esta lírica delirante, con su mecanismo absurdo, con su forma sin contenido, su discurrir infinito que a veces parece automático, muestra una última, terrible semejanza y un significado. ¿Acaso no refleja el mecanismo de la vida moderna, sus movimientos obsesivos, convulsos en medio de un aparato gigantesco, técnico, formal, metódico, un aparato gigantesco, del que no nos alegra ser los creadores porque somos en la misma medida sus esclavos?
(1925)