Tres libros me recordaron últimamente a Lawrence, el escritor delicado y fogoso que se vio en un conflicto tan grave con su Inglaterra y su tiempo, y que unas cuantas veces dio forma a este conflicto mortal en obras literarias maravillosas, y que otras veces lo documentó en violentas diatribas. Entre las obras literarias, de las que prefiero sobre todo «The rainbow» («El arco iris») y «St. Mawr», este fuerte espíritu habla a los hombres de todas las culturas, sus escritos polémicos son más limitados, muestran el aspecto personal, inglés y biográfico del gran conflicto de Lawrence. A estos pertenece el muy extraño libro «Apocalypse» que acusa a los sectarios ingleses y a su libro favorito, «La revelación de San Juan». Con pasión y agudeza, con la razón del que se siente mortalmente agredido y ofendido, pero también con la limitación de la pasión, desmitifica este libro con el que los beatos satisfacen sus afanes de poder. Tampoco yo he amado nunca la «Revelación de San Juan» y puedo prescindir fácilmente de ella para siempre, pero aunque conozco muy bien el conflicto con los orígenes pietistas, nunca me he debatido tan apasionadamente con ella, y no creo que juegue entre nosotros un papel tan importante como entre los seudocristianos de Lawrence. Pero aun así, nos conmueve su lucha, la lucha de la naturaleza y del alma contra la mecánica y las letras, es un libro polémico sumamente subjetivo, pero maravillosamente ardiente y sincero, la última defensa de un moribundo frente a un mundo en el que tenía que asfixiarse.
«The plumed serpent» («La serpiente emplumada»), la novela mexicana de Lawrence, no me ha dicho mucho, pertenece a los libros de este voluntarioso autor que se me han cerrado hasta ahora, me resulta artificioso y construido.
En cambio acabo de conocer (en la nueva edición reducida y castrada) «Lady Chatterley’s Lover» («El amante de Lady Chatterley»). Hasta ahora el libro estaba prohibido y proscrito por sus detalles eróticos, sólo existía una edición privada para profesores y coleccionistas de literatura erótica. No conozco la edición completa, y no sé cuánto se ha perdido, ni en qué media es de lamentar. Pero incluso cortado «Lady Chatterley» es uno de los libros grandes, logrados y encantadores de Lawrence, irradia gracia y pasión naturales y espíritu de lucha contra los enemigos, contra lo mezquino, el dinero, el mundo de lo muerto, abstracto, exangüe. Ahora que esta asombrosa historia de amor pertenece por fin a la opinión pública, proporcionará sin duda, también en Alemania a este poeta Lawrence tan voluntarioso como digno de ser amado, una gran cantidad de lectores nuevos. La traducción de Herlitschka es excelente; sólo los pasajes largos en dialecto, probablemente ya fastidiosos en el original, resultan cansados. El escritor defiende el amor, la ternura, la sensualidad, defiende la naturaleza y la sangre contra todo lo que significa ortodoxia, organización, industria, teoría, moral abstracta. Su novela es la historia de cómo una mujer inglesa culta de clase alta se libera de la parálisis producida por la mojigatería y el intelectualismo cínico, es un canto al amor. La voz del poeta fallecido suena en nosotros triste, y en el fondo consoladora y reconfortante; nosotros no la olvidaremos.
(1933)
Entre Hamsun y Lawrence hay tanta afinidad como diferencia. El paganismo ingenuo de Hamsun es inferior en espiritualidad —pero no en vitalidad— al paganismo diferenciado, fundamentado intelectualmente, a ratos algo neurótico de Lawrence, y así la afirmación de Hamsun no se convierte casi nunca en polémica, mientras que Lawrence va siempre armado hasta los dientes. El camino de Hamsun conduce con algunas rupturas con claridad y naturalidad crecientes a la épica pura, mientras que las novelas cortas de Lawrence se convierten a menudo casi en ensayos: su paganismo no tiene la inocencia de Hamsun. Esto no quita que Lawrence nos guste, no tanto por su problemática polémica, sino sobre todo como escritor, como creador de personajes y situaciones. «The virgin and the gipsy» («La virgen y el gitano») contiene algunas figuras y parábolas del escritor fallecido, por ejemplo en la narración «The captain’s Doll» («El muñeco del capitán») por las que lo amamos y admiramos de nuevo. Cuando este autor de instintos de cazador y jinete no está disparando contra curas u ocupado con uno de sus ataques de ira (lo que no le reprochamos en absoluto) puede crear imágenes de inolvidable delicadeza y transparencia.
(1934)
«St. Mawr»
Todavía no hace un año que murió Lawrence, el escritor inglés más original y auténtico de hoy. Esta última novela suya me parece la más bella, el libro rezuma vida y sangre. Su símbolo, el caballo salvaje y peligroso que disfruta descalabrando a sus jinetes, simboliza toda la personalidad de este escritor, su proximidad a la naturaleza casi faunesca, su intento rebelde despierto. Y es extraño y, bien mirado, también lógico que en la misma Inglaterra espiritual que produce por ejemplo las novelas sabias, omniscientes y desapasionadas de Huxley, pudiese vivir este escritor Lawrence.
(1930)