Joachim Ringelnatz
1883-1934

Los años pasan deprisa, ahora el joven y alegre Ringelnatz ha cumplido ya cincuenta años, hay que felicitarlo y él nos ofrece, generoso y dispuesto, esta pequeña antología de sus poemas, un librito de bolsillo, simpático y económico. Nosotros lo aceptamos de buen grado pues este lobo marino y vagabundo nos ha alegrado más de una vez, es un hermano menor de Knulp, y aunque sea más moderno, más astuto e insolente, es verdad que no puede contestar de otra manera a este mundo que lo rodea. Va por el mundo resuelto y conmovedor, intrépido, con su camisa azul abierta, ligeramente obnubilado, con el pesado caminar del marinero, con chistes en los labios y violentas emociones en el corazón; y con el tiempo esta máscara ingenua se ha convertido en un misterio, detrás de ella parecen suceder a menudo cosas completamente distintas a ese ingenio avezado y ese sentimentalismo borracho y marinero. Detrás de esa conocida máscara del número popular de cabaret, parece haberse acumulado mucha experiencia, reflexión, sufrimiento, mucha sabiduría de bufón y resignación, superioridad y humor sabio, más de lo que ella puede decir. Ringelnatz sigue el camino obligado, establecido, del actor secundario, no puede volverse atrás, tampoco puede ir más allá, el papel secundario es férreo, inquebrantable, hay que seguir en él, hay que interpretarlo, llevarlo, dejarse acosar por él, hay que escupir quizás con aún más descaro, hay que rebelarse aún un poco más rudamente, pero mientras el actor pequeño se endurece y seca en él, para el artista auténtico se convierte en destino y fatalidad. Esto es lo que sucede con Ringelnatz. Sin duda la máscara del marino borracho y el interpretar papeles secundarios le han cerrado algunos caminos bonitos, no han dejado florecer algunas flores líricas, dignas de ser amadas. En cambio, este destino le ha hecho sabio y así rompe una y otra vez la máscara rígida, por un momento vivo, palpitante, nos llega al corazón con una sonrisa de payaso, mezcla nuestra risa con espanto, y por eso le somos leales, también cuando nos da lástima, también cuando nosotros mismos nos damos lástima por reír sus gracias. Leemos su nuevo librito, leemos con más afecto y más seriedad que los que suelen dedicarse a poemas humorísticos, nos detenemos un poco más en los versos serios, por ejemplo en «Leid um Pasein» («Pena por Pasein»). Es cierto que en Eichendorff un poema parecido sonaría de otra manera, mucho más bella y terminaría por ejemplo así: «Y me estremezco en el fondo del corazón». Pero también aquí notamos el estremecimiento. ¡Bienvenido Ringelnatz!

(1933)

Su personaje teatral, el «marinero», fue una buena encarnación de su carácter: fuerte, impulsivo, como un chico a pesar de sus canas, un marinero borracho en tierra, rudo hasta la salvajada y sin embargo blando, incluso muy sentimental, un camarada y compañero bueno y honesto; así queda dibujado su carácter. Este dibujo simplificado no abarca la gran riqueza de sus ocurrencias, extravagancias y juegos, la agilidad y el rigor de su arte, porque no fue sólo el genio borracho, también fue un artista considerable que sabía jugar creativamente con el lenguaje, la rima, la melodía, en medio de un mundo de ambiciosos de dinero y honores obsesionados con la eficacia, fue un niño y un sabio con su alegría por el juego de sus pompas de jabón.

(1935)

… Las asociaciones que despertaron en mí el nombre de Ringelnatz y la página con su bella escritura, extrañamente precisa fueron más fuertes que la ilustración de Daumier[15]. Era la figura fantástica del humorista y juglar que me había encontrado algunas veces con compañerismo simpático, y detrás de ella la atmósfera de aquel Munich de la preguerra en el que pasé temporadas en mis años de juventud como colaborador del «Simplizissimus» y cofundador de «März». No conocí entonces a Ringelnatz, pero sí su mundo y su clima, un mundo divertido aparentemente despreocupado de un carnaval eterno, que en la época anterior a 1914 y anterior a Hitler no sólo era bonito y agradable, sino durante poco tiempo encantador y fascinante. Más tarde, sin embargo, cuando conocí personalmente al cabaretista y humorista de varieté Ringelnatz, este encanto ya estaba roto hacía tiempo. Tanto más fácil me fue comprender que este humorista sajón con traje de marinero tenía poco en común con aquel Munich epicúreo de la preguerra. Más bien era una especie de Don Quijote, un soñador aristócrata con un corazón de poeta y un pequeño pájaro en su cabeza de caballero, un hombre con ideales de muchacho, un rapsoda humorístico que quería divertir a un público saciado y ávido de diversión pero también hacerle tragar píldoras amargas. En la vida cotidiana nunca lo vi sobrio, siempre estaba en un estado de semiborrachera, una borrachera más triste y terca que alegre, mirando un poco fijamente, como un funámbulo sobre la cuerda que camina serio en su traje de colores por encima de la multitud fascinada, solo y en peligro.

(1956)

Hace casi dos años que murió, poco antes habíamos organizado entre los amigos una colecta para que se tratara en Suiza, pues hacía poco sabíamos que padecía una grave tuberculosis. La colecta se llevó a cabo, pero Ringelnatz prefirió no hacer uso de ella, pues estaba muy débil y había perdido el apetito y murió en noviembre de 1934. En el presente libro[16] se pueden leer los últimos apuntes de diario de su última enfermedad. Además el volumen contiene un número de poemas póstumos, el fragmento de una novela comenzada, y —una alegría para sus amigos— veinte reproducciones de sus cuadros en los que el realismo y el romanticismo se superponen y mezclan como en sus escritos.

Ringelnatz se retiró de la escena antes de agotar su número. Porque fue un número, un humorista excéntrico y no siempre escapó al peligro de quedarse en papeles secundarios. Pero a través de todos los largos años de su arte peligrosamente especializado, no sólo tuvo una y otra vez momentos buenos y gestos cautivadores, sino también ocurrencias verdaderamente vivas y siempre perfiló y potenció su forma lírico-humorística. En su época no faltaron humoristas y excéntricos pero los otros vinieron y se fueron sin dejar huella. Él interpretó aquel papel del marinero no solo en el cabaret sino en toda su obra, aquel ir y venir más o menos ebrio entre el romanticismo sentimental y la conciencia sobria, entre un espíritu soñador y la astucia, la religiosidad y la blasfemia y aún en este libro póstumo que recomendamos a sus amigos, resuena el tono familiar del marinero.

(1935)