«Die Liebe der Erika Ewald»
(«El amor de Erika Ewald»)
Stefan Zweig, que hizo mucho por dar a conocer a Verlaine en Alemania y que hace poco publicó una selección de Verhaeren en una traducción, aparece en las cuatro novelas cortas del presente libro por primera vez como narrador. «Novelas cortas» no es del todo la expresión correcta para estos finos estudios del alma, casi temerosos en su escrupulosidad. Lo narrativo no aparece dominante, sino que se amolda, como si buscase un apoyo, en las soluciones sicológicas extremadamente delicadas y en la calidez de la expresión ocasionalmente lírica y traslúcida.
Con esto están indicados los defectos y las bellezas de este libro curioso y prometedor. Todavía le faltan la alegría y fuerza ingenuas y robustas del gran narrador. En cambio los acontecimientos surgen perfectamente preparados de profundidades del alma claramente iluminadas, sencilla y gravemente; no asombran ni conmueven pero son comprensibles y siguen actuando subterráneamente durante mucho tiempo. No es desde luego una casualidad que precisamente la última y extensa historia cuyo tema tiene aspectos verdaderamente novelescos esté también más impregnada de meditación reflexiva, de sicología vacilante de modo que el tema que en sí es eficaz y colorista (creación y destrucción de un retablo de Amberes) se vuelve más delicado y blando, pero también más pálido y borroso. Uno desearía aquí un ataque más osado, una mano más ruda y audaz.
Pero como siempre, aquí las bellezas también están unidas inseparablemente a los defectos, y al final uno no desea que el conjunto sea distinto y sigue de buen grado hasta el final al poeta que observa con tanta sutileza y que es tan delicado al abordar las cosas. Pues Zweig, aunque como narrador no esté todavía maduro ni hecho, es un personaje especial, simpático, y eso vale más que toda la técnica. Por eso deseo a esta primera obra no sólo buenas sucesoras, sino también buenos y atentos lectores y amigos.
(1904)
«Triumph und Tragik des Erasmus von Rotterdam»
(«Triunfo y tragedia de Erasmo de Rotterdam»)
En su manera dúctil, pero con gran calor Zweig describe no tanto la biografía privada como la posición y el destino espirituales del gran humanista en su tiempo. A la gran lucha final con Lutero, el luchador fuerte y furioso, dedica Zweig un capítulo verdaderamente emocionante, sin ignorar la grandeza de Lutero. Pero el verdadero antagonista del gran sabio, del amigo de la razón y la justicia, del proclamador de una doctrina de paz y humanidad, no fue Lutero, sino el no menos inteligente Maquiavelo, el racionalista y teórico de la política del poder. Zweig lo confronta en el último capítulo con el humanista y llega a la conclusión de que a pesar de todas las guerras y todos los triunfos de la política del poder, el ideal de una justicia supranacional y de una «humanización de la humanidad» sigue siempre vivo y actúa como contrapeso espiritual en la educación de la humanidad. El famoso pero ya apenas leído Erasmo, el amigo del gran Tomás Moro, en cuya casa escribió en 1509 su «Laus stultitiae» adquiere en este relato una actualidad singular y el lector que aprende a ver con nuevos ojos esta figura ejemplar de un héroe intelectual aprecia también al autor del libro.
(1935)