Hermann Graf von Keyserling
1880-1946

«Reisetagebuch eines Philosophen»
(«Diario de viaje de un filósofo»)

Desde hace casi un año había oído hablar del «Reisetagebuch eines Philosophen» de Keyserling, en general en un tono entusiástico, pero hasta ahora no conseguí el libro. Inicié la lectura con gran interés y con el ligero temor con que echamos la primera mirada a una obra que nos ha sido recomendada calurosamente por nuestros amigos. Las primeras páginas, la decisión de realizar el viaje, la travesía a la India, excitaron mis expectativas y mi interés, pero al mismo tiempo también aquel ligero temor, pues contenían casi demasiado espíritu, una capacidad de compenetración en mundos extraños casi alarmante, casi demasiado brillante. Apenas llega Keyserling a Kandy vive y respira el budismo ceilandés como un viejo monje, lo conoce y comprende desde el fondo, y lo disfruta. Y apenas vuelve al continente y deja atrás Tutikorin se instala en el hindú y se compenetra con él con la misma rapidez, y desde el primer momento comprende por qué el budismo del que estaba entusiasmado aún ayer ha fracasado en la India. Y poco después se enfrenta al islamismo con la misma gracia, con la misma ecuanimidad, con la misma intuición casi histriónica. A eso se añade la forma ligera en que está escrito el libro en gran parte, y es que admirada mucho por la mayoría de los lectores, pero que para el autor se convierte fácilmente en un peligro. Este filósofo charla en algunos pasajes tranquila y amablemente sobre impresiones externas de ambientes de viaje y de la naturaleza, y estas descripciones son ingenuas y bonitas pero son superficiales pues Keyserling no tiene talento poético y su expresión se vuelve débil y folletinesca cuando trata de escribir otra cosa que pensamientos y experiencias intelectuales.

Todas estas objeciones se desvanecieron con el tiempo. Son ciertas en los detalles, pero en total este libro de viajes es una obra tan extraordinaria que estas debilidades no significan nada. En su conjunto este libro es el más importante que se ha publicado en Alemania desde hace años. Keyserling, para decir en seguida lo esencial en pocas palabras, no es el primer europeo, pero sí el primer erudito y filósofo europeo que ha comprendido realmente la India. Y es cierto aunque esta opinión suene abrupta y duela al recordar a hombres admirables como Oldenberg y Deussen.

Lo que algunos artistas y sobre todo muchos llamados ocultistas sabían desde hacía tiempo de la India, lo que buscaban y practicaban allí, lo para nosotros especial de la India espiritual, eso para mi asombro no había sido nunca contemplado ni estudiado sin prejuicios, ni siquiera había sido visto por ninguno de los muchos profesores que viajaban a la India. Los profesores no lo percibían porque les estaba prohibido. Porque aquel hinduismo que realmente importaba era ocultismo, era magia, era misticismo, trataba del alma, no estaba suficientemente mortificado y neutralizado para poder ser reconocido o siquiera notado seriamente por profesores europeos, especialmente alemanes. Sólo era tomado en cuenta, estudiado, buscado e imitado por ocultistas, por entusiastas y fundadores de sectas, por teósofos o por trotamundos ávidos de sensaciones. Esta India ha sido descubierta ahora para la ciencia por Keyserling. Entre todos los científicos europeos ha sido el primero que ha visto y expresado sencillamente lo sencillo, conocido hacía tiempo: que el camino hindú hacia el conocimiento no es una ciencia, sino una técnica síquica, que se trata de un cambio del estado de la conciencia y que el que está formado en el camino hindú no calcula ni estudia sus conocimientos, sino qué ve las verdades con el ojo interior, las escucha con el oído interior, y las percibe directamente, no las reflexiona.

El descubrimiento y reconocimiento de esta verdad sencilla por un pensador europeo influyente e importante tendrá grandes consecuencias. Keyserling, al que faltan las represiones y los prejuicios de los colegas académicos, coincide con todos los ocultistas en reconocer y recomendar el yoga. Lamenta, como con él algunos buscadores en Europa, nuestra absoluta falta de tradición y método en el desarrollo de la capacidad de concentración, y ve con una perspicacia segura que el único método parecido que ha producido la Europa de los últimos siglos y que por desgracia no es practicable, son los ejercicios geniales de Ignacio de Loyola.

De todo lo que dice Keyserling sobre la India esto tendrá los efectos más importantes aunque en realidad sea algo que se sobreentiende. Tendrá efectos enormes pues el yoga es precisamente lo que Europa más ansia.

A pesar de lo meritorio que es el descubrimiento del valor absoluto del yoguismo y de sus formulaciones eficaces en este libro, a pesar de que para la mayoría de los lectores será un resultado principal del libro, no es nuevo ni pertenece a su contenido más profundo. Ésta es la comprensión de la religiosidad hindú, la comprensión de la fe del hindú y de sus dioses, la comprensión de aquella piedad india a la que no plantea ningún problema la paradoja de cualquier fe verdadera, para la que cualquier dios, cualquier ídolo, cualquier mito es sagrado, sin que por ello tome ninguno de ellos en serio en nuestro sentido. Keyserling logra aquí lo extraordinario al alcanzar y vivir como europeo y pensador de escuela crítica la profunda ingenuidad del hindú que parece tan próxima al escepticismo y que, sin embargo, es todo lo contrario. Esta capacidad de Keyserling extraordinaria y realmente entusiasta sólo se comprende en algunos pocos pasajes testimoniales del libro, donde habla de paso de sí mismo, de su origen y su juventud. Si seguimos atentamente a esta alma extraordinaria, nos enteramos de que ya en su infancia se sintió como Proteo, de que instintivamente se sustrajo a toda tentación de cristalización prematura, y que siempre volvió al ideal de la plasticidad infinitamente polimorfa. No me gusta reconstruir con trazos burdos el retrato de esta alma a partir de sus pocos testimonios en parte involuntarios, pero esta alma distinguida, elástica, curiosa y proteica es la que da su magia a toda la obra de Keyserling.

Quisiera decir aún algunas palabras sobre el resultado final ético, pedagógico de este libro importante. También aquí la formulación de Keyserling me encontró en un camino paralelo, también aquí algunas de sus palabras me liberaron con su formulación afortunada. Desde hace cuatro años no he rumiado ni intentado expresar polifacéticamente ninguna otra idea, ninguna otra creencia con tanta intensidad en mi otro mundo de poeta que la del Dios en el Yo, y la del ideal de la autorrealización. En ningún momento estoy total y completamente de acuerdo con Keyserling en la última formulación, pero siempre me ha fortalecido, confirmado, a menudo guiado, apoyado y alentado en lo esencial y vivo con una palabra resuelta.

El «Diario de viaje» tendrá sin duda una enorme repercusión. Será quizás junto a la de Bergson la influencia más fuerte de un pensador en la Europa actual.

(1920)