Albert Schweitzer
1875-1965

Como Albert Schweitzer sólo es tres años mayor que yo, no es de los que me han enseñado y formado: yo seguía ya desde hacía tiempo mi propio camino cuando leí por primera vez algo suyo. Pero no sólo necesitamos maestros y educadores, también necesitamos alegría y estímulo, aliento y confirmación de espíritus amigos que persiguen los mismos objetivos. Para el que en el desierto de la vida actual y de la historia universal actual desee la bondad, la paz, la caridad, la fraternidad, la renuncia a la violencia, significa mucho saber que aquí y allá existe en el mundo un hermano y compañero. Eso significó un día para mí Romain Rolland, eso significa para mí Albert Schweitzer. Estoy lejos de haber leído toda su obra, pero me he encontrado una y otra vez con su espíritu despierto y su corazón noble. Su crítica de la cultura, su libro sobre el espíritu hindú, su libro sobre Johann Sebastian Bach fueron importantes para mí. Pero de todo lo que ha escrito el gran compañero me gustan sobre todo sus recuerdos de la infancia y la juventud. En estas páginas inolvidables en las que Schweitzer escribe sencillamente sobre sus orígenes y sus primeros años, se siente concentrada toda la herencia que asumió y administró tan ejemplarmente. Y en ellas late una ternura y una cordialidad que recuerdan las historias de la infancia más bellas del idioma alemán, como la de Jung-Stilling.

(1955)

(«Aus meinem Leben und Denken»)
(«De mi vida y mi pensamiento»)

En esta vida todo es acción y energía y la salud, robustez y fuerza de voluntad de este hombre hubiesen bastado para un mariscal de la guerra mundial, pero este pastor protestante las puso al servicio del amor cristiano. Fue pastor protestante, profesor, organista famoso, musicógrafo, teólogo erudito, todo con entusiasmo y entrega, pero a los 30 años lo dejó todo para estudiar medicina e irse al Congo con los negros que viven en una gran miseria. Hay una dosis de exceso juvenil, hasta de quijotismo cuando el célebre músico, el predicador popular, el gran exégeta de Johann Sebastian Bach, este niño prodigio de grandes talentos vuelve la espalda al mundo diferenciado de su trabajo y su éxito, y se va precisamente con los negros enfermos del ecuador, donde su música, su erudición, su gran talento se consumen en un servicio de asistencia primitivo. Pero visto de cerca, este salto al Congo no sólo estaba lleno de grandeza y responsabilidad sino que fue incluso inteligente y genial, pues fue el salto de la inmovilización y del envejecimiento en una profesión espiritual, a lo contrario: al trabajo directo con el prójimo que se realiza no con palabras, sino con hechos, con la entrega de cada día y de cada hora. Creo que nadie sabría comprender y apreciar mejor su metamorfosis en médico misionero que nosotros sus colegas, artistas, eruditos y escritores que conocemos tan bien el peligro del «servicio a la palabra». No sé en qué medida los trabajos teológicos de Schweitzer han impulsado la ciencia y no puedo juzgar su importancia como autor y pensador, tengo incluso objeciones a algunas de sus ideas y en su obra encuentro más pasión vigorosa que sabiduría ejemplar, pero precisamente con el paso a la entrega, con la renuncia a la actuación por la palabra en favor de la actuación por los actos de amor, dio en el blanco e hizo lo más sabio que se pueda imaginar. Quizás sus talentos y sus éxitos sólo nos habrían enriquecido con alguna especialidad; sin embargo, el conjunto de su vida significa ahora para nosotros una don del máximo valor, un modelo y un consuelo.

(1932)