Un libro pequeño pero transcendental con tres ensayos, de los que cada uno es importante y dice algo nuevo, escrito por Carl Muth, y con el título «Schöpfer und Magier» («Creador y mago»). Este libro causará sin duda sensación pues su último ensayo contiene la primera crítica importante de Stefan George, un ataque bien fundamentado y profundo contra el lado peligroso e irresponsable del poeta que en el círculo de sus ciegos admiradores se ha convertido en una especie de mala religión: nos referimos a la exaltación del muchacho «Maximin» en la obra de George. Que el primer gran ataque contra George, el semidiós de dos generaciones, venga del lado católico y se dirija sobre todo contra el aspecto blasfémico del esteticismo de George es natural. Carl Muth no niega el gran talento de George ni el hechizo que ejerció. Pero mide la persona y la obra de George con el máximo rigor y llega a su rechazo.
(1935)
Lo que echo de menos es solamente una cosa: el arte de George es considerado musical por las personas ingenuas, es algo que oímos todos los días, y sin embargo sus versos son absolutamente amusicales. Aquellos lectores confunden el patetismo de la monotonía (que también posee el desierto o el traqueteo de un tren exprés) con musicalidad. Los georgianos han descubierto especialmente para la lectura de los poemas de George y de los suyos propios un tono solemne de cantinela que prolonga especialmente las sílabas finales sin valor de las rimas femeninas, ¡lo contrario de la música! Los versos de George soportan lo que no soportaría ningún poema de Goethe, Eichendorff, Hölderlin ¡pero aquéllos sí eran musicales! Y ahora hablemos de George. En mi juventud no lo soportaba, sobre todo porque en Basilea conocí una de sus sectas más devotas. La arrogancia teatral de George y las formas de devoción de sus discípulos me repugnaban profundamente. De todos modos sentía respeto por algunos de sus primeros poemas. Y más tarde comprendí también con creciente reconocimiento su influencia pedagógica, que desde luego entre sus discípulos no dio frutos poéticos, pero que ejerció una influencia buena y notable sobre la actitud y el sentido de responsabilidad lingüísticos de la literatura alemana de entonces. En cierto sentido me recuerda la figura también patética, sacerdotal y pedagógica de Klopstock.
Una sola vez tuve un sentimiento cálido y cordial hacia George: cuando la subida de Hitler al poder abandonó Alemania para morir en otro país.
(1962)