Emil Strauss
1866-1960

En este momento no es una tarea agradecida prestar servicios a la literatura alemana, su superficie actual está llena de disputas rencorosas, y ambos campos, la literatura del Tercer Reich y la de la emigración alemana, no están dispuestos ni son capaces de una discusión colegial ni del reconocimiento de puntos de vista por encima de los partidos. No obstante nuestra misión, la misión de los neutrales, sigue siendo guardar por encima de la guerra intelectual de gases venenosos, la fidelidad á una tradición más noble y a ser posible salvarla.

Emil Strauss cumple hoy setenta años, y en este día nos acordamos de él y de su obra con gratitud. Siempre un solitario, pero enraizado mucho más profundamente en la tradición popular y en el lenguaje que todos los representantes de la literatura «nacional» a la moda, ha erigido, a veces poco reconocido, en su obra un monumento al pueblo del sudoeste alemán que sobrevivirá a nuestro tiempo. Nosotros no compartimos todas sus opiniones sobre todo su odio a los judíos expresado en su última obra, pero amamos y veneramos en él al escritor alemán más importante de este tiempo, a uno de los administradores más concienzudos y vigorosos del idioma alemán, y a un carácter insobornablemente fiel a sí mismo. Desde «Engelwirt» hasta «Riesenspielzeug» («Juguete gigantesco») ha hecho exactamente lo contrario de lo que persiguen los falsos poetas de la patria. Éstos vienen del escritorio y se esfuerzan en dar un aire popular a su idioma y pensamiento literarios. Strauss, en cambio, un hijo del pueblo y conocedor de su idioma auténtico hasta todos sus recovecos, se ha esforzado toda su vida de manera ejemplar en elevar con la más rigurosa disciplina este idioma autóctono a idioma literario.

Como escritor muy viril tiene aquí y allá una cierta dureza, incluso una tendencia a la crueldad aunque ha creado en sus novelas y relatos una serie de inolvidables personajes femeninos. Su obra es una exaltación de la mujer, una alabanza de las fuerzas terrenales y maternas, y un panegírico a la tierra, al campo y al bosque, a las estaciones y las cosechas, a la paciente labor del campesino que él mismo ejerció y comprende. Pero no es un elogiador del corazón a costa de la razón, de lo terrenal a costa de la cultura espiritual, pues asumió y defendió la problemática de su generación con no menos honradez y ahínco que George o Rilke, por lejos que parezca estar de ellos.

De sus libros me gustan sobre todo «Engelwirt» y «Spiegel» («Espejo»).

(1936)