«Sommerfreuden»
(«Alegrías estivales»)
Con tristeza tomamos entre las manos «Sommerfreuden» el último libro de Hermann Bang. Con él ha muerto el artista quizás más cultivado y el poeta más entrañable que tenía todavía el mundo; y ahora en el nuevo y último libro que nos ha dejado vuelve a sonar tan bien, tan delicadamente su voz dulce y velada, tan llena de comprensión y del silencioso dolor de la comprensión, que nuestro amor hacia este maestro maravilloso vuelve a arder intensa y dolorosamente. De nuevo Bang nos habla de algo insignificante y aquellas personas que siempre buscan en las novelas «problemas» o tramas emocionantes u otras cosas extra-artísticas, se sentirán de nuevo defraudadas por este libro del gran escritor. No, en este libro no sucede nada, tan poco como en la mayoría de los otros libros de Hermann Bang, no sucede nada más que a una pensión pequeña y un poco pobre, a orillas del mar llegan los veraneantes, un grupo de personas con sus necesidades, preocupaciones, debilidades, sus vanidades y sus cualidades; no sucede nada, y durante toda la novela transcurre sólo un día, un solo día de verano de la mañana a la noche. Pero no sólo conocemos a treinta personas, cada una adornada, a pesar de todas las prisas, con peculiaridades pequeñas y totalmente características, no sólo penetramos en las preocupaciones del dueño de la pensión y en las preocupaciones más graves de su buena y trabajadora mujer; no solamente vemos surgir un noviazgo y un odio mortal —todo eso sería indiferente—. Vemos —ésa es la vieja magia de Hermann Bang una vez más con todos los dulces y melancólicos encantos de su profundidad y misteriosa maestría— vemos un trozo de vida humana, un trozo del velo multicolor de Maya, con todo el brillo y toda la confusión de colores del ala de una mariposa. La elección nos es casi indiferente, lo que importa es el sentido por el conjunto que existe en Bang en cada rasgo individual, por pequeño que sea. En la filigrana fina, a menudo casi caprichosamente fina, de su arte descriptivo, tremendamente expresivo, a menudo casi asombrosamente cinematográfico, lo importante no es la enorme maestría técnica, sino el sentido siempre vivo por el conjunto, el corazón del poeta latiendo bajo la bonita superficie; un corazón que posee un profundo sentimiento profético para la belleza y vanidad de todas las cosas humanas y que por eso no solamente ama la belleza sino que intuye por doquier lo conmovedor de su presencia frágil y efímera.
(1915)