A las grandes figuras de la Edad Media alemana pertenece Meister Eckhart, y es lamentable y un síntoma del agotamiento de nuestra capacidad intelectual que su figura se haya convertido en época reciente en un objeto de controversia entre católicos y protestantes, e incluso entre cristianos y paganos. El motivo de esta polémica en el final trágico de Eckhart: después de una carrera fecunda y brillante como teólogo, predicador, profesor y vicario de la orden de los dominicos, tuvo que defenderse en la vejez de una acusación de herejía, alcanzó sólo una exculpación parcial y no vivió el final del proceso, que tras su muerte se decidió en contra suya. También parece seguro que la acusación surgió menos de la preocupación eclesiástica por algunas frases audaces del predicador místico, que de la intriga de los franciscanos envidiosos. Desde entonces el gran iniciador de la mística alemana no sólo es venerado como mártir por los enemigos de Roma, sino que se le convierte también en el héroe de una fe no sólo anticatólica, sino también anticristiana, más o menos en el sentido de una transmutación de todos los valores de la fe. Ambas partes han empleado mucha pasión en esta pelea por un espíritu que se encuentra muy por encima de estas luchas, y si en algunas ocasiones Eckhart fue convertido por los católicos en un discípulo inocuo de Santo Tomás, igual de superficial y falso fue que el lado contrario hiciese de él un furioso rebelde. No es difícil demostrar que por su voluntad era católico, dominico y admirador creyente de Santo Tomás. No me parece menos cierto que en la apasionada parcialidad de su mística y de su experiencia religiosa rompiera las fronteras dogmáticas y se aproximara a lo demoníaco en la lucha por expresar lo inexpresable.
(1935)