Sobre literatura narrativa moderna

Prólogo a futuros artículos mensuales literarios
De Hermann Hesse desde Gaienhofen am Bodensee
(1905)

Desde hace algunos años Alemania y la prensa alemana se han vuelto tan literarias que es moda tomar terriblemente en serio y analizar con el mayor detenimiento las «corrientes» más recientes de nuestra literatura y tomarle el pulso a todas horas como a un enfermo grave. Como si se tratara de movimientos bursátiles se observa y describe cualquier pequeño movimiento que vaya del realismo al neorromanticismo, del esteticismo a la «nueva fe», de Nietzsche a Häckel. Podría pensarse que nuestros poetas trabajan divididos rigurosamente en «escuelas» y que para el individuo es de infinita importancia la corriente a la que se ha adherido.

En la realidad las cosas son afortunadamente distintas. Los escritores, en la medida en que valen algo, no se preocupan —hoy tan poco como ayer— de las corrientes y los grupos. Los dirigentes y portavoces de las nuevas sectas literarias no suelen ser escritores, sino empresarios, y su empeño es que se hable de ellos durante un par de meses o años.

Viejos y sólidos autores, como el maestro Wilhelm Raabe y otros, vivieron toda su vida tranquilamente al margen, veían nacer y desaparecer de la escena una escuela sacrosanta tras otra, y seguían creando sus excelentes obras sin inmutarse. Y entre los artistas plásticos, entre los que florece un espíritu sectario parecido, se han retirado aún más enérgica y decididamente los mejores. Al fin y al cabo cuando me encuentro con una persona trato de leer en su mirada, en su manera de hablar, en su expresión y sus gestos, su verdadero ser, su temperamento, su espíritu y carácter y no pregunto primero por su religión, su opinión política, por el club al que pertenece etc. ¿Por qué habríamos de actuar de otra manera con los escritores y sus libros? Lo que les distingue y hace valiosos no es precisamente la «corriente» y la manera que tienen en común con tantos otros, sino la novedad, originalidad y personalidad. ¿De qué me sirve saber que éste o aquél es un simbolista, un naturalista, un alumno de Maeterlinck o un amigo de Stefan George? Quiero saber si tiene una manera propia de vivir y ver, si es un artista o solamente un virtuoso, si crea seres vivos o pompas de jabón, si su lenguaje tiene un perfume y un ritmo personales. Quiero saber si tiene algo que decirme, si su libro puede ser un amigo y un consuelo o solamente un pasatiempo, si tiene sangre y alma o si sólo es un libro.

Dejemos entonces para los parisinos y berlineses la clasificación según etiquetas de moda, y también la multitud de hábiles virtuosos y especialistas, cuyo arte consiste en pesar las palabras como polvo de oro y verter vino mediocre en recipientes valiosos. No renunciamos por ello a la ordenación y a la comparación, tampoco a la observación eventual de influencias llamativas que a menudo pueden tener el máximo interés. Observamos asimismo con desconfianza a los autores que en lugar de un programa de partido muestran la falsa sinceridad de los artistas nacionales y que con orgullosa modestia se llaman mecklenburgueses, hessienses o suabios. En un escritor auténtico se descubrirá fácilmente su nacionalidad sin su intervención consciente; no hará de lo provinciano y local lo más importante, por el contrario buscará los aspectos humanos más profundos y destacará las particularidades sólo como acentos delicados, como matiz y medio para aumentar la verosimilitud.

Contempladas desde estos puntos de vista habrá celebridades literarias que pierdan quizás importancia y valor, pero en total nuestra literatura narrativa —que es aquí nuestro tema— no es pobre en nuevas figuras esperanzadoras. Los distintos nombres y obras quedan reservados para los próximos informes mensuales. Aquí sólo hago algunas observaciones generales.

Como resultado de las dos corrientes principales más jóvenes de nuestra literatura, la naturalista y la estético-artística, observamos en la más reciente narrativa, junto a una ampliación del terreno temático, sobre todo un mayor esmero en el aspecto técnico, principalmente en el idioma y en el arte de la composición. El nivel medio se ha elevado considerablemente, en total, es un resultado saludable, con el que sin embargo está relacionada nuestra superabundancia en relatos técnicamente buenos y humana y culturalmente sin contenido.

La ampliación del campo temático constituye una ventaja nada desdeñable. Especialmente en la novela resulta reconfortante observar que la supremacía de las historias de amor empieza a tambalearse. Los autores se atreven de nuevo a narrar más a menudo vidas enteras y a escribir novelas cuyo contenido no es una «historia», sino la evolución de una personalidad, una vida humana entera, el crecimiento y la lucha de un alma. También es un terreno casi completamente nuevo la historia infantil profundizada sicológicamente. En todos Jos tiempos grandes escritores se han sentido atraídos por este maravilloso tema, pero eran casos aislados y en general se limitaban a la autobiografía. Desde que la vida del niño es observada con tanto cuidado y entusiasmo por los pedagogos y sicólogos (Preyer, Sully, etc.) la literatura se ha adentrado también con nueva alegría en el mundo profético de los niños.

En el último tiempo se oía decir a los estetas que la novela estaba envejeciendo como forma artística y que dentro de poco estaría anticuada. Estos oráculos gustan por lo visto a los teóricos y de vez en cuando parecen necesitarlos. En realidad, no conozco ninguna década de la historia de la literatura en la que se hubiesen escrito tantas novelas buenas como en la última. Pero aunque no fuese así, y aunque la palabra novela se pasara de moda, ¿qué más da? Tal vez otro teórico descubra pronto que leer libros es algo anticuado que no tardará en desaparecer del todo. ¡Que sigan así! Pero mientras haya vida sobre la tierra, las personas no dejarán nunca de contarse lo que han vivido y lo que la experiencia les ha legado. Y entre ellas habrá siempre algunas para las que lo vivido se convierte en expresión y símbolo de remotas leyes universales, que ven en lo mudable y casual la huella de lo divino y perfecto. Que estos escritores llamen a sus obras novelas o revelaciones o historias del alma o como quieran, no es demasiado importante.

Claro que si por «novela» entendemos principalmente la novela de evasión, la historia inventada de manera arbitraria, la teoría del envejecimiento tiene más sentido. En este aspecto han mejorado realmente mucho las cosas. En comparación con los años ochenta, no tenemos quizás una literatura mejor pero sí un público mejor formado, más literario. En los últimos años las novelas de puro entretenimiento no han conocido éxitos gigantescos. Casi todas las narraciones con éxito tenían por el contrario valor literario y humano. Otro problema es que Frenssen y Beyerlein tengan diez veces más ediciones que Keller y Mörike. El gran público no quiere buscar sus libros, prefiere tomar las novedades que le llegan a casa y cuanto más contemporáneo es un libro, más lo aprecia.

En los últimos tiempos no han escaseado este tipo de obras. La mayoría de las novelas modernas nuevas se han ocupado ampliamente de las corrientes del tiempo y de las cuestiones culturales contemporáneas, y ciertos autores deben seguramente algunos éxitos literarios a su interés temperamental por las cuestiones y necesidades del tiempo. También abundan los libros con tendencia manifiesta y no son los peores. Más loables y nobles son sin embargo los pocos cuyos autores buscan menos lo actual que lo eternamente humano. El que solamente es literato, observador y narrador, hace bien en no traspasar el círculo de lo actual, de lo interesante; el verdadero escritor nos conmoverá siempre más profundamente y nos enriquecerá más cuando entone el antiguo canto de la creación y las ilusiones humanas.

En la producción novelística más reciente fueron relativamente raras las obras de fantasía pura, esa clase de literatura tan bella como peligrosa que renuncia a la relación directa con la vida cotidiana, e incluso en cierto modo, al tiempo y al espacio, y cuyos maestros fueron nuestros primeros románticos. Parece como si después de una época de sobrevalorar el elemento puramente literario hubiese surgido un nuevo gusto por lo positivo y real que se manifiesta también de una manera muy notable en una afición a lo popular.

En el terreno de la novela corta y del cuento descubrimos fácilmente dos corrientes esencialmente distintas. Una tiende a la disolución de la forma estricta de la novela corta, al impresionismo del boceto, del fragmento, de la imagen instantánea. La otra, por el contrario, se interesa por la perfección, la conservación y el desarrollo de la técnica clásica de la novela corta, por una rigurosa economía de los recursos de la intriga; en una palabra, por la composición. En ambos géneros podemos admirar a artistas extraordinarios del lenguaje, pero el peligro del virtuosismo artístico está demasiado cerca y estropea algunos buenos talentos. Hay algunos maestros en este terreno delicado, algunos buenos novelistas y dos o tres buenos narradores de anécdotas, pero son muy pocos. El nivel medio no es muy alto y la mayor parte de lo que se hace hoy en este estilo, no es más que periodismo literario.

Sirvan estas notas como prólogo a mis futuros informes mensuales. En ellos no quisiera criticar, sopesar palabras, sino escoger en cada caso lo mejor de lo nuevo y caracterizarlo. En la medida en que sea posible este trabajo, será apoyado al mismo tiempo por la publicación de prueba de lecturas. Comienzo esta actividad con la alegre convicción de que cada año no se publican tan pocas obras literarias buenas como se supone a menudo y que en nuestro pueblo la afición a lo auténtico, realmente bueno se encuentra en manifiesto crecimiento.

Tesoros desconocidos
(1907)

En los últimos años se ha producido repetidamente el hecho asombroso de que obras literarias alemanas hayan alcanzado ediciones altas y en poco tiempo se hayan vendido por decenas de miles de ejemplares. A pesar de lo esperanzador que fue y es este fenómeno, para el pueblo que lee no sería deseable que se convirtiese en una moda permanente elogiar, comprar y leer todos los años uno o dos libros de moda. Nuestra literatura narrativa actual, que es la que nos interesa aquí casi exclusivamente, no produce sólo una o dos obras nuevas notables al año.

Los libreros y los críticos pueden comprobar casi a diario lo imprevisibles que son los caprichos del azar y el favor de la multitud. Se publican simultáneamente dos novelas, ambas por buenos editores, ambas bien presentadas y del mismo precio, ambas son comentadas favorablemente en muchos periódicos, y mientras una no se vende, la otra alcanza una edición tras otra. ¿Por qué? Nadie lo sabe. En todo caso el valor literario y humano del libro no es decisivo, porque precisamente las obras muy buenas suelen «marchar» más despacio. Y ¿cómo es posible que un autor sea conocido y alcance incluso la fama con un solo libro, habiendo publicado otras obras igualmente buenas que pasaron inadvertidas?

El crítico profesional contempla una y otra vez con dolor los escasos resultados que produce su trabajo. Libros hacia los que toda la crítica distinguida ha adoptado una actitud negativa alcanzan, a pesar de todo, el éxito gracias a la publicidad y otras astucias comerciales. Y otras obras, sobre las que los críticos conocidos escriben en los grandes periódicos en los términos más elogiosos, permanecen casi olvidadas. El crítico profesional, al que esperan todas las semanas libros nuevos, tiene raramente tiempo y ocasión de volver sobre esas obras injustamente olvidadas por el público y de interceder de nuevo por ellas. Y sin embargo sería necesario. Si sobre cualquier publicación nueva se informa y juzga a menudo con demasiada puntualidad ¿por qué no se puede escribir de vez en cuando sobre un libro que ha sido publicado hace cinco o diez años, pero que para los grandes círculos de lectores es aún desconocido, es decir, nuevo? Si en su día no se escucharon los juicios que lo recomendaban, quizás hoy sean tenidos en cuenta. Por eso aludiremos en nuestra revista de vez en cuando a estos libros buenos, especialmente de la literatura novelística, no para especialistas y círculos literarios estrechos, sino para todos. No se tendrán especialmente en cuenta exquisiteces poéticas para sibaritas mimados, ni primeros intentos de jóvenes principiantes. Los primeros consiguen sus compradores sin nuestra ayuda, para los otros trabaja la crítica diaria.

No me atrevo a establecer yo solo una lista de los libros buenos aparecidos en los últimos años con la que nuestro pueblo pueda reparar un pecado de omisión. Pero recordar de vez en cuando estas obras es lícito y no hace daño. Comencemos hoy con algunas.

He llamado a los libros en cuestión «tesoros desconocidos» porque el público no los conoce todavía ni los ha hecho suyos. Hay aún otros tesoros que permanecen ocultos o se olvidan, pero no por culpa del público, sino de los editores. Hay escritores de épocas anteriores de los que no existen ediciones o sólo ediciones insuficientes. ¿Cuánto tiempo pasará aún hasta que encontremos una edición de Jean Paul? Novalis, Hölderlin y Hoffmann han sido reeditados de manera conveniente últimamente. Aparte de Jean Paul, falta Arnim, falta Waiblinger, falta una buena versión nueva de los libros populares alemanes y algunas cosas más.

Mientras nuestros editores derrochan tanto saludable lujo en papel, tipos, ornamentación y encuadernación, tenemos a algunos escritores queridos e importantes en ediciones completas, pero baratas y mediocremente impresas. ¿Por qué no puedo regalarle a mi mujer una bonita edición de Eichendorff, un Lenau bien presentado, un Grimm de aspecto agradable (pero no «ilustrado»)? Conozco a muchos que a cambio de estos libros renunciarían gustosamente a las numerosas novedades de muchos escritores actuales impresas en papel hecho a mano y en pergamino.

Libros baratos
(1908)

Poco a poco va habiendo bastantes libros baratos, y en general aquellos que necesitan lecturas económicas los encuentran y utilizan. Otra cosa son los regalos. La gente de dinero regala de vez en cuando libros a niños, familiares y amigos, a menudo ejemplares caros e innecesarios, como la literatura para jovencitas que se regala para la confirmación etc. Regalar, sin embargo, libros a gente de escasos medios, especialmente a empleados y sirvientes, es todavía poco frecuente. Porque el reparto de escritos propagandísticos religiosos o políticos, de literatura piadosa «instructiva» y cosas por el estilo está muy extendido, y seguramente se hace con la mejor intención, pero casi nunca alcanza su objetivo, más bien suscita la burla y crea mala sangre. Últimamente se persigue con empeño y quizás con cierto éxito la literatura barata y pornográfica. Pero la literatura «piadosa» de los folletitos no es a menudo mucho mejor, y desde el punto de vista estético, es por lo menos tan mala como esas novelas policíacas y de sucesos, desacreditadas con razón. En todo caso, para el lector libre de prejuicios, es aburrida, anodina y repulsiva, irrita por su intención excesivamente subrayada y causa más daño que provecho. Si doy a mi criada un librito edificante, «La piadosa Ida o la bendición del Señor en la vida de una sirviente», pensará primero que pretendo educarla como a una colegiala y no leerá nunca tal cosa o lo hará a disgusto. En segundo lugar dirá con razón: seguro que él no lee esto. Pero si le doy un libro de Gotthelf, Keller o Raabe, al menos no verá ninguna intención avasallante, probablemente lo leerá y luego no se sentirá educada y tutelada, sino incluida entre los que son mayores de edad.

Precisamente las navidades son un buen momento para regalar un libro a los sirvientes. Se les regala ropa, vestidos, cigarros, quizás sin escatimar dinero; y por unas monedas se les podría añadir algún librito que en el peor caso será ignorado y en caso favorable podrá dar mucha alegría y frutos. Prestar libros no hace el mismo servicio: Por un lado el que ha recibido el libro prestado siente el deber de leerlo en un plazo no demasiado largo o al menos de devolverlo; además siempre hacen más ilusión las cosas propias que las prestadas. El que recibe un libro regalado lo lee mucho antes que el que lo recibe prestado.

Regalar libros se ha convertido hoy en algo realmente sencillo. Por poco dinero se pueden adquirir cosas buenas. Algunos de mis amigos tienen la bonita costumbre (que yo también practico a veces) de dejar en sus viajes, en los lugares donde se hospedan su lectura de viaje siempre que se trate de libros baratos. Los sirvientes que descubren uno de estos libritos de Reclam lo contemplan no sólo con la curiosidad del que encuentra algo, sino también con la certeza de que no es algo sin valor y destinado expresamente a ellos: es la lectura de los señores…

A menudo oímos objetar que las obras de los grandes autores no son para la «masa», como las margaritas no son para los cerdos. Pero eso son tonterías. El peligro que pueda tener una buena obra para un ser ingenuo no es ni la mitad de grande que el de los periódicos que llegan a manos de todos, e incluso que el de la Biblia. Y aunque un lector poco cultivado no descubra en la «Fähnlein der sieben Aufrechten» («La bandera de los siete intachables») todas las bellezas y no capte todos los encantos, disfrutará en cambio con más libertad e interés con lo concreto, se alegrará y aprenderá y al final quedará algo del efecto inconmensurablemente refinado de la literatura auténtica. Robinson y hasta Gulliver, que nuestros hijos aman y leen, fueron en su tiempo libros puramente literarios para lectores cultivados literariamente. También es fácil equivocarse sobre la capacidad de las personas sencillas para captar la belleza. En arquitectura y jardinería hemos vuelto en muchos casos después de todos los refinamientos, a modelos campesinos, reconociendo así que el sentido de la belleza no reside necesariamente en lo que llamamos «cultura». Por eso podemos dejar tranquilamente a un poeta en manos de los lectores sencillos. Algunos bibliófilos que tienen grandes bibliotecas disfrutan a sus poetas con menos placer y entusiasmo que cualquier hombre sencillo que se encuentra casualmente con el Fausto o Don Quijote. Las historias de calendario del «Hausfreund» («El amigo de la casa») de Hebel han perdurado tenazmente entre d pueblo, al menos en la patria del autor, y más de uno que se considera muy culto, no sabe que esas historias son quizás lo mejor que haya escrito jamás un narrador alemán.

También habría que regalar más libros a los niños. Aquí el peligro de que sólo lean por obligación es aún menor; porque un niño sano, con padres medianamente sensatos, dejará a un lado muy deprisa y sin dudarlo todo lo que le resulte extraño e impropio. No quiero decir que haya que atiborrar a los niños con lectura. Hay que darles libros sólo cuando se despierta la necesidad y el deseo. A menudo se regala a un muchacho por navidades, o el día de su cumpleaños, uno o dos libros, ejemplares caros ilustrados, que deben bastarle para unos meses, incluso para un año. Sin embargo se puede satisfacer en cada caso las necesidades con la ayuda de ediciones populares económicas. Claro que con los niños siempre hay que cuidar que las ediciones que lean no les estropeen la vista.

Traducciones
(1908)

La hermosa idea de una literatura universal en traducciones parece que se está convirtiendo entre nosotros poco a poco en una caricatura.

Tanto entre los fabricantes dedicados a satisfacer las necesidades de las masas como entre los estetas y bibliófilos está cada vez más de moda llevar al mercado productos extranjeros de todos los tiempos, remotos y generalmente mediocres, con mucho ruido y aspavientos. Algunas de estas traducciones tienen seguramente valor y sentido y se comprende que a algunos escritores con un acusado talento formal les atraiga traducir al alemán poesía francesa, española, italiana. Entre las numerosas traducciones de Verlaine, Baudelaire, Carducci, Heredia, Verhaeren, Browning hay algunas de gran interés aunque con estos trabajos disfrutan casi únicamente los escritores, ya que todo su valor es formal y su encanto reside en contemplar la lucha entre dos idiomas cuyas complejidades y tensiones entiende en realidad sólo el que trabaja con el idioma. Lo esencial de un poema se suele perder incluso en la mejor traducción, sobre todo al traducir las lenguas románicas: en el mejor caso surge algo nuevo que sólo tiene con el original una afinidad general. Traducir, por ejemplo, un buen soneto italiano al alemán sin perder la forma estricta, ni violentar las palabras es prácticamente imposible. Un poeta puede aprender mucho en este empeño y quizás surja algo bueno, pero lo esencial del original se pierde.

A estas traducciones de artistas se añaden las innumerables traducciones de novelas mediocres francesas y de otros países que son en todos los sentidos dañinas y perniciosas. La fábula de la «literatura universal» resulta ridícula cuando se contempla la bibliografía de nuestras traducciones, donde se pueden encontrar cantidades de literatura barata y semiartística, pero nunca la obra completa bien traducida de Gogol, Flaubert, Turgeniew, etc. Esto hay que reprochárselo a los editores que precisamente en este terreno trabajan muy mal aconsejados y desorientados.

Lectura de vacaciones
(1910)

Sin duda nadie se va de veraneo para leer libros. No obstante hay muchas personas que sólo en esta época tienen tiempo para una lectura tranquila, y el que no tenía intención de leer se ve obligado a hacerlo por los días de lluvia y otras circunstancias. Según mi experiencia, no hay para las vacaciones propósito mejor que no leer ni una sola línea y luego nada más agradable que apartarse de ese propósito con un libro interesante cuando se presenta una buena ocasión.

Los señores que viajan con niños, mujeres y sirvientes al mar o a las montañas, suelen pensar bien lo que han de llevar consigo. No suele suceder que una dama no se dé cuenta hasta Ostende de que le falta su nuevo vestido de noche, y desde la maleta de cuero hasta los polvos dentífricos, se prevé meticulosamente todo lo necesario. También se busca compañía y se prefiere viajar al mismo lugar de descanso con un primo o amigo que con un enemigo mortal. Luego se elige con cuidado el hotel y con todo esmero una habitación, y pronto se sabe dónde se sirve el mejor café y el Pilsener más frío.

Tales precauciones me parecen perfectas. Pero la misma dama que desde el sombrero hasta los botines ha sopesado bien lo que lleva, que es tan prudente a la hora de elegir a sus amigos y que no se conformaría en absoluto con ventanas de orientación norte, esa misma dama pasa sus días de lluvia bostezando con libros malos porque, naturalmente, no ha llevado libros consigo y depende de los que le ofrezca el librero local. Pero éste no se somete a las fatigas del trabajo de temporada con fines didácticos, y de todos modos no dispone de un stock demasiado grande. Su interés es vender el mayor número posible de ejemplares de algunos pocos libros comerciales. De este modo el banquero y la institutriz, el juez y el chófer compran las mismas memorias de una princesa que se fugó, la misma novela policíaca y la misma sátira de cuartel, porque ésos son los «libros de la temporada». Las mismas personas que tienen en casa sin leer las obras completas de Goethe, no se llevan nunca un volumen o dos cuando se van de vacaciones y compran todos los años de nuevo los libros de la temporada que, con pocas excepciones, son en el fondo exactamente los mismos y varían únicamente en sus títulos y cubiertas.

Para nosotros los críticos ésta es, como antes de navidad, la época de la esperanza en la que afilamos la pluma y nos disponemos a educar a nuestro pueblo, Y así voy a tratar de informar de algunos libros nuevos de buena clase, con la secreta esperanza de arrebatar quizás algunos clientes a las memorias principescas y a las novelas policíacas. Pero antes doy a los veraneantes de todo corazón ese buen consejo: no leer nada esta vez. Porque los enemigos de los libros buenos y del buen gusto no son los que desprecian los libros o los analfabetos, sino los que leen demasiado.