Poetas incomprendidos
(Respuesta a una encuesta)
(1926)

No me tome a mal que no conteste directamente a su pregunta sobre los poetas incomprendidos. He estado una hora intentando recordar nombres, pero mi memoria es mala. Remontándome al pasado pensé en los poetas que en su tiempo fueron incomprendidos y hoy lo siguen siendo, en Jean Paul, en Arnim, en éste y aquél y descubrí de repente que no existen otros poetas que los incomprendidos. El poeta, ya de por sí un fenómeno problemático, parece tener dentro del rebaño humano el destino fatal de ser incomprendido; ésta parece ser su verdadera y principal misión.

Naturalmente el destino no se cumple siempre en la forma elemental y ejemplar del hambre y la soledad en buhardillas sin calefacción, o en la no menos popular forma de la locura. Para algunos poetas, la incomprensión consiste en que no son leídos, todos los grandes poetas alemanes pertenecen hoy a este grupo. Otros tienen la suerte de que sus libros alcancen docenas y centenares de ediciones, aunque no por eso sean menos incomprendidos. Porque un verdadero conocimiento, un verdadero reconocimiento del poeta por el hombre corriente, no existe, es una ficción de los historiadores de literatura. El poeta es siempre, lo sepa o no, un metafísico, y nunca tiene nada que ver —lo sepa o no— con la «realidad». Su misión, su ser, consiste en ver al ser humano en su contingencia y mutabilidad y en colocar en lugar de la realidad, en lugar de la humanidad contingente, su propio sueño de la humanidad, su visión del destino del ser humano. Así lo hizo Dante, así lo hizo Goethe, así lo hizo Hölderlin, así lo hacen todos los poetas, lo quieran o no, lo sepan o no. El poeta que toma conciencia de la esencia de sus actos, que pierde su ingenuidad, tiene por eso sólo dos salidas de su situación insostenible: el final trágico, el abandono de lo humano —o la huida al humor. Todos los grandes poetas han seguido uno de estos dos caminos; no existe un tercero.

Es una de las locuras profundas y trágicas de nuestra vida que la humanidad necesite a los poetas, que incluso los quiera y aprecie, que en la mayoría de los casos los sobrevalore y que nunca pueda entenderlos, seguir su llamada, ni tomar nunca en serio lo que hacen. Si la humanidad no tuviese poetas, el juego de la vida perdería sus encantos más dulces. Pero si la humanidad entendiese a sus poetas, si los tomase en serio y los siguiese, perdería lastre y sucumbiría. Hace falta mucha vinculación, mucha seriedad, mucho idealismo superficial, mucha moral, mucha estupidez, para conservar la existencia de la humanidad y asegurar su permanencia. Por eso los poetas tienen que ser una y otra vez los incomprendidos, aunque también los famosos y los queridos, por eso tiene siempre que quitarse la vida un Stifter y volverse loco un Hölderlin.

Hay muchos poetas que no son tales. Hay muchos que sólo tienen una gota, la décima parte de una gota de poesía. Pero todos, ya les conceda el mundo el honor de la fama o el honor de morir de hambre, son incomprendidos y tienen que serlo.