El ciudadano Kebes, enriquecido escandalosamente durante la guerra, ha contratado al académico Teófilo como profesor para que le instruya sobre asuntos del espíritu y cuestiones del gusto.
KEBES: No, Teófilo ¡hoy no te escapas! Bastante tiempo me has rehuido y tenido en suspenso. Así que ahora explícate. Quiero saber de una vez lo que significan todas esas innovaciones y esos jóvenes en la literatura que de repente lo hacen todo de manera distinta que antaño y si hay que tomarlos en serio o no.
TEÓFILO: Siempre preguntas con la misma gracia, querido Kebes. Siempre me pides recetas que te conviertan en un ciudadano impecable, en un papagayo sabio. Estás dispuesto a aprender todo, oh iluso, a soportar y aventurar todo, sólo tienes miedo a una cosa: ser Kebes. Mi obligación es, ya que me he encargado de tu persona, conducirte por el único camino en que creo: el camino hacia ti mismo. Pero tú, Kebes, me pides a diario nuevos rodeos alrededor de tu persona.
KEBES: ¿qué tiene eso que ver con mi pregunta? No te estoy preguntando sobre mí, ni sobre mi vida, sino sobre los jóvenes poetas.
TEÓFILO: No. Lo que tú quieres saber es la actitud que debes adoptar frente a ellos. Si les debes tomar en serio. Pero ¿qué me importa a mí? Se pueden tomar en serio o en broma todas las cosas de este mundo. Tú, por ejemplo amigo, tiendes a tomar todo muy en serio, excepto a ti mismo y por eso siempre tienes miedo a que los otros no te tomen suficientemente en serio. Pero recapacita ¿qué sería de nosotros, si te tomáramos en serio? Pero ¡adelante! ¡Habla, dime! Recibo de Kebes un sueldo mensual, vivo de Kebes, que a mí y a mis hermanos que estuvimos en la guerra nos robó lo nuestro y multiplicó tanto lo suyo. Estoy a tu servicio, así que dispón de mí, estimado Kebes.
KEBES: No consigues irritarme, Teófilo. En primer lugar, sólo quieres que eche a correr y que no tengas que hacer el trabajo por el que te pago. En segundo lugar, no soy ciego a tus virtudes y confieso que, desde un punto de vista puramente intelectual, estás algunos peldaños por encima de mí y que, por lo tanto, tienes derecho a burlarte de cuando en cuando. No, no me pienso enfadar, entre otras cosas para no darte esa satisfacción. ¡Pero adelante de una vez! Sabes que en parte me dedico a cultivarme sólo por razones burguesas, para resultar agradable a otros burgueses cultos, para entender mejor sus conversaciones, para quizás poder hablar en el mismo Parlamento. No obstante, y tú lo sabes, siento también un amor auténtico, innato y desinteresado por la belleza, aunque tú te burles. Cuando era un muchacho devoraba con verdadero furor las poesías de Schiller y hace poco, cuando estuve enfermo, leí en mis ratos de ocio una serie de poemas del maravilloso Emanuel Geibel que más de una vez estuvo a punto de hacerme verter lágrimas de emoción. Además no carezco de sensibilidad, incluso tengo seguramente más que tú, que acostumbras a burlarte de todas las cosas del mundo. Hay cosas que me son sagradas, entre ellas la poesía.
TEÓFILO: Muy bien. Ya sabía que eres más sentimental que yo y que todos los poetas. Confundes el sentimentalismo con la sensibilidad. Te repito mi consejo: vete a un especialista y sométete a un sicoanálisis; quizás es el único medio de salvarte todavía.
KEBES: Déjate de bromas, querido, no te alejes del tema. Estamos hablando de la poesía. Desde que existe el mundo la poesía ha perseguido siempre la misma meta, alegrar y ennoblecer al ser humano. Ella nos ha recordado a los hombres corrientes, una y otra vez, lo sublime y lo hermoso, en una palabra, el mundo de los sentimientos e ideales sin los que nuestra vida sería tan pobre y vana. ¿Pero qué sucede hoy? ¿Qué hacen los poetas jóvenes de estos días? No sólo han olvidado la belleza y los ideales, sino incluso el idioma alemán, escriben como místicos enloquecidos o como mozalbetes inmaduros. ¿Qué pensar de ellos? Porque los críticos o al menos una gran parte, no parecen querer negar todo el valor a esta espantosa actividad, se expresan con tanta prudencia, dejan entrever que la locura de hoy podría ser perfectamente la norma de mañana y que siempre conviene caminar con el tiempo. ¿Cuál es, en fin, tu opinión, oh Teófilo?
TEÓFILO: Mi opinión ya la conoces. Opino que por tu parte es poco inteligente y que sólo te crea molestias ocuparte de estas cosas. Aprende a jugar al tenis, aprende a distinguir alfombras persas de sirias, si no queda otro remedio. Pero ¿por qué te obsesionas con los poetas? Te digo que se burlan de ti.
KEBES: También yo tengo esa sensación a menudo. Los poetas jóvenes no sólo son irrespetuosos con el idioma, con la historia, con la nación, con los ideales, sino también con sus lectores, a los que después de todo se dirigen y de los que quieren vivir.
TEÓFILO: ¡Ya lo ves! Mira, siempre es la misma historia: tomas a los demás demasiado en serio e injustamente exiges de ellos que también te tomen en serio y cuando no lo hacen te enfadas. Pero ¿por qué han de tomarte en serio los poetas jóvenes, queridísimo Kebes? ¿Por qué eres tan rico? ¿Porque ellos estuvieron en la guerra mientras tú amontonabas aquí tus millones? ¿O por qué si no?
KEBES: No me ofendas, es inútil. Sabes perfectamente que las cosas no son así. Cuando espero que un poeta tome en serio a sus lectores lo hago porque ese lector no sólo paga al poeta por sus libros y revistas, sino porque acude serio, confiado y de buena fe a él, está dispuesto a escucharle, a dejarse enseñar, emocionar y elevar. Si el poeta no estima en nada esa confianza y esa buena voluntad, y se burla de ellas, me pregunto, o más bien te pregunto: ¿acaso es todavía un poeta?
TEÓFILO: Eres completamente libre de tacharle de la lista de los que consideras poetas. Pero él, si es un poeta a pesar de todo, se reirá de tu lista. Además se reirá de ti.
KEBES: De eso se trata. ¿Por qué? ¿Por qué se ríe de mí, si yo me acerco con confianza?
TEÓFILO: Se ríe de ti porque te desprecia. Así es. No sólo desprecia tu dinero y tus esfuerzos por comprarte una cultura con él. Desprecia precisamente lo que llamas erróneamente confianza y buena fe.
KEBES: Eso es lo que me preocupa. No que me desprecie. El poeta suele ser pobre, así que desprecia la riqueza. Está en su derecho. Pero ¿por qué desprecia la confianza que le ofrezco, por qué se burla de mí? Y ¿por qué niegas tú esa confianza y dices que yo le doy erróneamente ese nombre?
TEÓFILO: Querido Kebes, si vas al peluquero y le pides que te limpie las botas se reirá de ti. Pero, mira, precisamente es lo que haces con los poetas. Acudes a ellos y dices: por favor enseñadme, elevadme y cultivadme, por favor conmovedme hasta las lágrimas y fortaleced mi fe en lo que yo llamo mis ideales. ¿Cómo sabes que ése es el objetivo y la voluntad del poeta? ¡Ah, te puedo asegurar que ninguno de esos poetas tiene la intención de mejorarte, de consolarte o de conmoverte! En la medida en que existes para él, tiene a lo sumo la intención de desenmascararte, y de burlarse de ti. El poeta se carcajea de tus ideales, oh Kebes, que no te impiden ser rico y gordo en medio del hambre. Se carcajea de tu emoción, de tu confianza y de tu buena voluntad, con las que sólo pretendes abusar del poeta para tus fines, aprovecharte de su fuerza y de sus ideales. El poeta joven no te quiere y harías bien en devolver ese odio y arrojar al fuego toda esa literatura extravagante.
KEBES: Eres una anguila, siempre te escabulles. Pero no cedo. Así que escúchame; no se trata ya de la relación de esa poesía conmigo, sino de la propia poesía. Te haré algunas preguntas porque si no, no terminaremos nunca.
TEÓFILO: Ah, tus dichosas preguntas. ¡Preguntas tan mal! En el fondo es tu único error. Pero pregunta, introduce tu moneda en la máquina de mi inspiración.
KEBES: Mi primera pregunta: ¿a qué se debe y qué significa que los jóvenes poetas alteren tanto la lengua alemana? ¿Por qué invierten el orden de las palabras? ¿Por qué omiten los artículos?
TEÓFILO: Los artículos omitidos son como los sombreros que los jóvenes ya no llevan desde hace años. Vas por la calle y ves a un hombre joven que no lleva sombrero. Te asombras, lo compadeces, piensas que ha olvidado su sombrero y que no lo sabe. Pero mañana te cruzas con dos que no llevan sombrero y luego con diez. Entonces descubres que no prescinden del sombrero por olvido, ni por pobreza, sino expresa e intencionadamente. Y eso te irrita porque es algo que rompe con la costumbre. Los jóvenes pueden tener muchas razones para no llevar sombrero. Pueden hacerlo por motivos de salud, o sea por una razón muy loable. Pueden hacerlo por seguir la moda, o sea por una razón incomprensible, aunque de sobra conocida. Pueden hacerlo también para lucirse, para llamar la atención de las mujeres y muchachas, para decir: mirad, ¿no soy un muchacho estupendo, no tengo un pelo hermoso, un rostro saludable y bronceado? En este caso los que van sin sombrero tienen como enemigos a todos los viejos, débiles, calvos y feos. Pero todo esto es soportable. Que por una cuestión de salud se cambie la moda puede pasar. Que a la gente joven le guste exhibirse un poco y que al hacerlo puedan permitirse cosas que los viejos ya no pueden, tampoco es, finalmente, insoportable. La cosa se complica en el desdichado instante en que el viejo, el conservador, el calvo, el partidario de la moda antigua ven en el sinsombrerismo de los jóvenes un ataque personal y dicen: ¡sin duda lo hacen para fastidiarnos! Desde ese instante la situación se vuelve intolerable y el enemigo de los que van sin sombrero está perdido. Y me parece que tú, Kebes, haces lo mismo. Cuando los jóvenes omiten los artículos en sus frases puedes acompañarles o no, puedes incluso oponerte y utilizar en tus discursos y en tus cartas el doble de artículos. Puedes reírte de ellos, protestar, puedes alabar o censurar esa costumbre, pero tu actitud se vuelve estúpida y funesta cuando te asustas y te preguntas: ¿lo harán quizás para fastidiarme? En ese instante tu pregunta ya está contestada afirmativamente. Porque no cabe duda de que los poetas hacen todas las innovaciones, entre otras cosas, con este fin; para que el que sea lo suficientemente bobo se irrite con ellas.
KEBES: O sea que tú tampoco conoces la verdadera razón por la que los poetas omiten los artículos.
TEÓFILO: Por desgracia no existe en el mundo ni un solo fenómeno cuya razón sea conocida. Yo acepto la ignorancia. Pero es posible que los poetas jóvenes digan ¿durante cuántos años y siglos se han escrito una y otra vez todos estos artículos, que en realidad no son imprescindibles? ¿Acaso no hay muchas lenguas que carecen del artículo? Hasta el latín no lo tiene. Así que vamos a intentarlo, al menos es una novedad y nosotros celebramos cualquier ruptura con lo que es ya viejo y aburrido. Pienso que eso es lo que ha podido suceder con los artículos.
KEBES: Bueno, parece aceptable. ¿Pero qué significan las poesías que nadie entiende? En las que las palabras parecen las piezas desordenadas de un rompecabezas unidas por un niño. Aquí tengo un cuaderno de uno de esos poetas, tomemos cualquier frase: «Empleados viajan cuchillos rajan tiemblan entrañas». A ver ¿qué quiere decir? O si no quiere decir nada y es una tontería ¿por qué lo escribe un poeta y lo lleva a un editor, por qué lo edita éste y lo vende como libro, qué razón tiene este disparate, esta espantosa locura?
TEÓFILO: Veo que tienes en tu mano el cuaderno con los poemas para Ana Blume. He leído algunos y me han parecido muy divertidos. Recuerdo que uno está compuesto sólo de anuncios de periódico. ¡Realmente muy divertido!
KEBES: ¡Qué alivio! ¿Así que piensas que toda esta poesía es simplemente una broma? ¿Un chiste? ¿Un pasatiempo gracioso?
TEÓFILO: Eso es.
KEBES: Gracias a Dios: ahora sé a qué atenerme. De modo que los jóvenes escriben estos disparates porque se sienten eufóricos, sin pretender en absoluto nada serio.
TEÓFILO: ¡Alto, Kebes! No he dicho eso, y además sería completamente falso. He dicho que de vez en cuando leo esos poemas de forma balbuceante para divertirme. No me atrevo a afirmar que los poetas los hayan escrito en broma. Muchos de ellos toman sin duda muy en serio lo que hacen. Pero ¿qué me importa a mí? Yo tomo las cosas como vienen, como las trae el tiempo y la hora. De un bocadillo se puede hacer un primer plato o todo un almuerzo, según el gusto y la necesidad. Del mismo modo puedo hacer de una poesía aquello que necesito en ese momento. Si necesito algo para reírme entonces me río con una de estas poesías, si necesito algo para llorar, lloro con ellas ¡Claro que se puede llorar con ellas! ¡Con cuántas cosas se puede llorar en el mundo, Kebes! Tú mismo has llorado con los versos de Emanuel Geibel. Te aseguro que si los poetas jóvenes quieren pasar un rato verdaderamente divertido sólo necesitan leerse los unos a los otros a Geibel para morirse de risa. Así son de variadas las cosas de la vida.
KEBES: Por Dios, Teófilo, tu nihilismo me espanta. Pero dime: ¿los poetas que piensan como tú, creen aún en algún aspecto sagrado del arte, en una dignidad de la poesía?
TEÓFILO: No, no creen. Para eso son demasiado humildes y piadosos.
KEBES: ¡Me desmayo! ¡Demasiado humildes! ¿Demasiado piadosos? ¡Escucha amigo, si me puedes explicar esas palabras te perdono todas las burlas que me has hecho sufrir hoy!
TEÓFILO: Nada más sencillo. Decía que los poetas jóvenes son demasiado humildes y piadosos para creer aún en la dignidad de la poesía, para tomar la poesía en serio en el sentido tradicional. Y lo digo literalmente. Mira Kebes, desde que nos conocemos has visto a través de muchos indicios que se están produciendo cambios profundos en el mundo, o más bien en la juventud. Uno de estos cambios es la desaparición de la fe en el poder y la autoridad. Los poderes y las autoridades del pasado no han hecho las cosas muy bien, no han sabido evitar la miseria, la guerra, el hambre y miles de asesinatos, su reputación está resquebrajada. Y antes de que surja un mundo nuevo con autoridades nuevas (porque la inercia de los seres humanos volverá a exigirlas) tenemos que vivir una época en la que los valores se extinguen, los nombres se alteran, las contradicciones se intercambian. El arte es uno de los valores que caerán y se extinguirán en esa época.
No para siempre, pero para hoy y mañana. El poeta como hombre noble y venerado que conduce a sus lectores por los caminos seguros de la nobleza del alma y la exaltación no existe ya para la juventud de nuestros días, sólo existe como caricatura. Ahora que se ha vuelto tan dudoso lo sagrado, tan problemática la bondad, tan sospechoso el ideal, ¿cómo había de tener aún validez lo que antes se llamaba nobleza del alma y cosas parecidas? ¿Acaso tú y los tuyos no habéis creído en la nobleza del alma que proclamaban los poetas antiguos y no habéis hecho con esa hermosa y noble fe vuestros espléndidos negocios? ¿No habéis obtenido riqueza de la guerra que ha arruinado y torturado hasta la locura a todos los demás? Todos estos jóvenes han hecho la guerra, aunque no fuesen todos soldados. El uno fue herido en el campo de batalla y perdió un brazo, un ojo o una pierna, el otro estuvo metido en una trinchera o en una oficina y conservó la integridad de su cuerpo, pero durante tantos años prestó servicio odioso, obedeció a superiores despreciables y luchó por ideales aborrecidos, que ahora ya sólo siente rabia y amargura hacia todo el mundo. Otro pasó la guerra en Zurich como desertor, aparentemente a salvo, pero temblando mes tras mes ante la posibilidad de ser expulsado. Se puede pensar de manera muy diferente sobre estas personas y ver diferencias muy grandes entre ellas, se puede uno entusiasmar más con los héroes de las batallas o más con los héroes del espíritu que tuvieron el valor de no sumarse a la guerra, pero nadie negará que todos estos jóvenes han sufrido durante años lo indecible, mientras el señor Kebes comerciaba con pieles y cebada y se hacía cada año más rico y rollizo. Si el rico y rollizo señor Kebes cree todavía en los ideales y en los poetas de su juventud, está en su derecho. Pero no tienen menos razón esos jóvenes que ya no creen en ellos. La guerra es la madre de aquellos bonitos poemas de que hablábamos. O sea volviendo a nuestro tema: nuestros jóvenes no creen en la dignidad de la poesía. No creen en ninguna dignidad. ¿Cómo van a exigir para ellos autoridad y sacerdocio si el poeta ya no es ni autoridad ni sacerdote? Precisamente ahí reside su piedad y humildad, su falta de fe en el valor excepcional del poeta se expresa en que ellos no reclaman para sí el papel de dirigentes y nobles ancianos sino que sólo quieren ser jóvenes.
KEBES: ¿Y tú crees que tienen razón?
TEÓFILO: ¡Claro que tienen razón! Tienen toda la razón que puede tener un joven de veinte años. Tienen el derecho de tener veinte años y de cometer todas las genialidades y tonterías de esa alegre edad. Tienen incluso el derecho de tomarse aún más en serio de lo que suelen hacerlo en general. También tienen razón cuando colocan en lugar del arte la ocurrencia más estúpida del momento, cualquier capricho y cuando consideran sus versos toscos tan hermosos como los antiguos perfectos. En todo eso tienen razón. En diez años tendrán derecho a hacer otras cosas, quizás contrarias. Pero de todos modos quiero explicarte aún por qué encuentran tan hermosos sus poemas incomprensibles.
KEBES: Hazlo, Teófilo.
TEÓFILO: No lo olvides: si todavía quieres salvarte, vete a un sicoanalista. Si hubieses ido, ya me podría ahorrar esta explicación como tantas otras, y no tendrías necesidad de un maestro. Veamos: cualquier expresión, señal o símbolo pueden ser enormemente importantes y significativos para aquél a quién le atañen, ¿no es así? Imagínate que fueses un cristiano recién convertido y ferviente de la Roma Imperial; la imagen del pez, que contiene las letras del nombre de Jesús, te sería infinitamente sagrada. Colocarías por todas partes la imagen del pez cristiano, la saludarías siempre que la vieses con muestras de devoción. Pero otro que no fuese cristiano y te viese obrar de esa manera te tomaría por loco porque no conoce tu símbolo y el carácter sagrado que tiene para ti. ¿Comprendes?
KEBES: Perfectamente. ¡Continúa!
TEÓFILO: Pues lo mismo sucede con los símbolos en el arte y en la poesía. Cada cual tiene símbolos que venera, que significan algo sagrado para él. Si por casualidad has vivido en Rixdorf una infancia muy feliz, el nombre Rixdorf será para ti en el futuro un símbolo que significa tanto como paraíso y felicidad. Los jóvenes poetas emplean en sus poesías los símbolos como si fuesen comprensibles para los demás. Si dices en un poema: «Querida Rixdorf de mi alma», podrá significar para ti lo más entrañable y sagrado, pero los demás lo considerarán una estupidez. Y exactamente eso es lo que hacen hoy los poetas jóvenes. Están tan sumamente hartos de los símbolos viejos, de las formas gastadas, de los ideales caducos que prefieren ser ininteligibles que demasiado comprensibles, convencionales, anticuados. Cada uno exhibe los signos que pueden ser sagrados para él, como si lo fuesen para todos. Y a eso hay que añadir que esta gente joven ha pasado algo así como un sicoanálisis (lo que tú no has hecho, desgraciadamente). Todos han aprendido a tomar tremendamente en serio las manifestaciones de su subconsciente. Han llegado hasta ahí y consideran que su sicoanálisis es tan perfecto como un joven de veinte años considera perfecta su visión del mundo. La segunda mitad del sicoanálisis les falta, como a ti que ni siquiera tienes la primera.
KEBES: ¿Y qué significan esas dos mitades?
TEÓFILO: La primera mitad del conocimiento sicoanalítico, significa, oh amigo, que te ves a ti mismo como persona, con derechos, fuerzas e instintos que están en contradicción con lo que exigen de nosotros los padres y legisladores. Esta mitad nos convierte en rebeldes. La segunda mitad significa reconocerse a sí mismo como parte de la humanidad y comprender que la mayor satisfacción, también en el aspecto personal, se encuentra solamente cuando uno no se opone a la humanidad y sigue de buen grado su curso.
KEBES: Yo también tengo esa voluntad. ¿Para qué voy a ir entonces al sicoanalista, si estoy sano en el cuerpo y en el alma?
TEÓFILO: Querido Kebes, haz lo que quieras. Pero estás muy equivocado si crees que estás sano. Y si piensas que ya te encuentras en la segunda mitad del conocimiento estás aún más equivocado. Desde el principio has dicho sí al Estado, al Orden y a la Tradición, y has sacado ventaja de ello. Te equivocas, sin embargo, si crees que estás más avanzado que aquel que arremete contra cualquier orden y más aún si piensas que tienes la sabiduría de aquel que integra su vida individual conscientemente en la humanidad. Tu alma, oh amigo, que consideras tan sana, no ha llegado siquiera a la experiencia del propio yo, con que comienzan todos estos jóvenes a los quince años. Corregir esto, sin embargo, está más allá de mis deberes por los que me pagas y por eso me despido por hoy. Permíteme retirarme porque quiero escribir el contenido de nuestra conversación ya que también a mí me han llamado la atención algunas cosas notables.