La lírica de los más jóvenes
(1914)

No hay duda: desde hace algunos años existe una nueva literatura de lengua alemana, o al menos se está gestando y anunciando. Aparece con la audacia y la seguridad propia de la juventud y apenas se molesta en hacer la revolución contra la literatura tradicional; la poesía que era válida hasta hoy, no es atacada sino rechazada con indiferencia despreciativa. No se le reprocha sólo que carezca de hombres importantes, sino sobre todo que se dedique de una manera estéril y profesional a la producción de obras poéticas cómodas en lugar de crear con la fuerza volcánica primigenia y el respeto sagrado que caracterizan verdaderamente al poeta… Poco se puede replicar a esto, y sería un error completo confrontar a los más jóvenes con sus propios versos y ensayos y demostrarles que, en gran parte, son también imitación y escuela, rutina y fábrica. Porque lo importante no es lo que han hecho estos jóvenes hasta ahora, lo decisivo es el nuevo sentimiento, la nueva voluntad, la ruptura con el ayer. Sería demasiado fácil escoger entre las obras de esta juventud ejemplos por los que el pequeño burgués (y no sólo él) les considerase perfectos idiotas o anarquistas absurdos y destructivos. Sería un error y una injusticia, sería también una tontería, porque a nosotros los mayores lo que nos importa, no es rebatir o rechazar a la nueva juventud, sino comprenderla y, en la medida en que podamos, aprender a quererla entendiéndola.

Lo inmediato sería buscar los nombres que ya conocemos y que los innovadores reconocen como sus jefes y padres. Para ello tomaré, de una manera un poco sumaria, como órgano y expresión de las tendencias más recientes las «Weisse Blätter» publicadas en Leipzig, y de las que poseo los primeros números, y no me detendré en personas ni en opiniones aisladas, buscando un término medio, una línea media, una atmósfera general más o menos válida para todos. Sin embargo, lo que primero llama la atención es el reducido número de autores ya conocidos por nosotros que colaboran o están admitidos en las «Blätter» de los jóvenes. La juventud, a pesar de lo que suele quejarse del espíritu de cuerpo y de los monopolios de los consagrados, suele, como es sabido, tener una actitud intolerante, exclusiva y puritana. Por eso encontramos muy pocos nombres familiares en las «Blätter» de los nuevos, y no son los mejores sino los que hacia afuera son más destacados, más llamativos, los que más se apartan de la norma. Quizás el célebre Herbert Eulenberg sea el mejor. Además de él la juventud admira por sus divertidas artes de disfraz a algunos artistas que nosotros, los mayores, consideramos ya estrellas pálidas de un mundo moribundo, y con asombro vemos como nuestros sucesores consideran que Hauptmann es por completo vieja escuela, Dehmel casi por completo y Wedekind en parte, y en cambio aceptan a Alfred Kerr y a Franz Blei. Son errores manifiestos. Sería una lástima que la seriedad y el entusiasmo de los jóvenes actuales se convirtiese de nuevo en un carnaval que utiliza disfraces y telones. Sin embargo, apenas existe ese peligro. Vemos que las «Weisse Blätter» constatan con pesar que la época más reciente no ha tenido escritores y se declaran partidarios de Dostoievski, Flaubert, Whitman. Añaden a Hölderlin y así vemos a los nuevos rezar ante los mismos dioses que nos eran sagrados a nosotros. Esto inspira confianza. En los poemas de los actuales encontramos de hecho una tendencia al «pathos», y a la lejanía musical, que se contradicen con un gusto ocasional por lo insolente, imitación de la lírica berlinesa de Dehmel, y en algunos una indisciplina pubertaria en las imaginaciones eróticas. Éstos son algunos de los aspectos en los que empieza a disgustarme el nuevo camino recién empezado con tanto brío. El empleo de las expresiones callejeras berlinesas más desgarradas, no en el diálogo, sino en medio del poema lírico, verso con verso con el «pathos» y la cuidada armonía, es para mí —y aquí me siento anticuado, como un aficionado a la música premoderna— una caída en el caos y un retroceso cultural. Las salidas de tono eróticas me molestan menos. De todos modos la personalidad y la cultura de la personalidad sólo se forman por el camino de la espiritualización de los impulsos animales y ya desde ese punto de vista, no parece que tenga mucho porvenir la coprofilia en la poesía.

Pero ésos son excesos aislados. La cuestión es: ¿las ideas de estos innovadores tienen en total algún valor? ¿Son mejores que lo anterior? ¿Enlazan con elementos valiosos de épocas anteriores? ¿Prometen un futuro? ¿Nos debemos enfrentar a esta literatura incipiente como si fuese un enemigo odioso, o como si fuese un niño extraviado, o más bien como si fuese un poder real ante el que nos descubrimos gustosamente?

La duda acerca de la razón profunda y del valor real de lo nuevo que se avecina, puede acallarse rápidamente. Basta leer algunos de los mejores poemas, algunos de los ensayos y testimonios más valiosos de los jóvenes para ver que aquí hay vida, hay sinceridad y hay futuro. No sólo hay juventud, juventud con su terquedad, sus juegos, su amnesia y su amarga capacidad de tomar las cosas en serio; hay también algo realmente nuevo, el presentimiento de una nueva sensibilidad, de una nueva alegría por la vida, de un nuevo humanismo.

Es el mismo humanismo que perseguimos también nosotros, el mismo paraíso que intuimos y buscamos también nosotros, pero en los sueños de los más jóvenes ha rejuvenecido, brilla con nuevos coló, res, atrae con nuevos tonos. Tienen razón nuestros actuales vanguardistas e iconoclastas y tienen razón también en algunas de sus acusaciones contra la época en que crecieron, contra la literatura que lleva hoy el timón. Pero se exceden, no quieren ver ni reconocer la piedra preciosa oculta en la obra de Hauptmann, el fuego y el profundo deseo de liberación de Dehmel, el fulgor de Hoffmannsthal, la bondad y la delicadeza, la honestidad y el trabajo de nuestra literatura, claro que tampoco es asunto suyo: ellos, los jóvenes, no tienen la misión de justificarnos a nosotros, sus predecesores, sino la de imponerse ellos mismos y liberarse de todo lo que es viejo, podrido y paralizante. Que hayan ido a escuelas por las que han luchado y derramado sangre otros antes que ellos, que sean herederos y que más tarde deberán pensar en ello, no les interesa hoy, no significa nada comparado con la sensación de ¡estamos aquí, somos jóvenes, queremos lo bueno, lo mejor, lo único! Que otros hayan sentido lo mismo en su tiempo, que muchos sigan leales a sus ideas y que a pesar de tener el pelo canoso continúen mirando con fe hacia las estrellas, que a nosotros los mayores, buenos o malos, no nos entusiasme la idea de ceder el puesto ni de reconocer nuestro escaso valor, considerar todo esto, ejercer justicia, guardar la medida, no herir innecesariamente, no es misión de la juventud. A nosotros en cambio nos corresponde ejercer no sólo esa mesura y esa justicia, sino adivinar el futuro en el ahora efervescente y darle la razón, aunque pase por encima de nuestras tumbas. El reproche que hacen a nuestra literatura de ser demasiado prolífica es merecido y los jóvenes no necesitan saber que algunos de nosotros hemos escrito más de lo necesario porque sólo una constante y frenética laboriosidad podía consolarnos de las miserias del tiempo; no necesitan pensar en ello. Deben demostrar que han descubierto errores y enfermedades y que quieren evitarlos, tienen que demostrar que están llenos de buena voluntad. No debemos reprocharles que ellos mismos hayan producido ya muchas cosas superfluas.

Pero tampoco debemos tributarles reconocimiento sólo aparente y ahogarles en elogios amables. El que esté seriamente interesado en la literatura de nuestro tiempo, el que ve en ésta el gesto y el pulso del alma humana en transformaciones siempre nuevas y esté dispuesto a vivirlos, encontrará en los poemas de los jóvenes impulsos y sonidos que hablan de sueños, tormentos, afanes nuevos, vagas expresiones de un renovado sentimiento de la vida. Sería un crimen estropearlo con escepticismo, rechazarlo por comodidad.

Me resultaría difícil entrar aquí en un comentario de los diversos autores y sus obras. Mi juicio, mi esperanza, mi simpatía se basan en una impresión general, no en hallazgos aislados. Pero precisamente la existencia de una fuerte afinidad, de una típica actitud común es la impresión más acusada que transmiten las «Weisse Blätter» y, los libros de poemas de Paul Zech, Franz Werfel, René Schickele, Ernst Stadler. En la editorial de Kurt Wolff de Leipzig se han publicado además una serie de volúmenes pequeños, delgados, baratos, con poemas de Werfel, Boldt, Sternheim, Mathias y otros. A menudo encontramos en sus poemas elementos insolentes, intencionadamente estridentes, voluntariamente grotescos, pero también encontramos en todos estos poetas, y sobre todo en Franz Werfel, tantos elementos hermosos que inmediatamente, y a pesar de toda su novedad, captamos en Franz Werfel, en Schickele, en Kurt Hiller y en otros, los rasgos positivos del futuro literario. La nueva poesía no tratará de otra cosa que la antigua, elogiará la vida, dudará de ella, exaltará el espíritu como vencedor de los sentidos y a éstos como fuentes eternas del espíritu; tratará de guardar los instantes de la experiencia del alma. Pero la nueva poesía ama la vida de otra manera y por otras significancias que nosotros y nuestros padres, oye en la naturaleza otras voces, procede de la técnica, de la gran ciudad, de la comunicación universal con una juventud distinta, de una capacidad de observación acostumbrada a lo nuevo. Su canto tiene tonos nuevos, hermosos, extraños, encantadores y fascinantes, feos e irritantes, y es posible que todavía esté absorta en su propia sensación de novedad. Pero el nuevo canto suena fuerte y auténtico, y brota de fuentes a las que no podemos negar el respeto profundo.

La nueva literatura no ha llegado todavía, es aún futuro a medias, va todavía a la escuela, se enamora aún de rostros que decepcionan más tarde, pero ha alcanzado conciencia y da sus primeros pasos en un mundo asombrado y es tan hermosa y divertida, tan ridícula y tan terriblemente grave como sólo puede serlo una persona muy joven el día en que escribe su primera poesía y en que se enamora por primera o segunda vez de un vestido azul o de un rostro radiante.

Saludemos a la literatura de la nueva generación, pero no la critiquemos, todavía no existe para el lector de libros cómodos, todavía no se regala en Nochebuena. Como precursores de todo el movimiento citaremos apreciativamente, además de Wedekind y Dehmel, a Robert Walser, Max Brod, Alphons Paquet. Para el que desee adentrarse por su cuenta en tierra desconocida, recomiendo además de las «Weisse Blätter» y la pequeña colección de libros «Der jüngste Tag» (editado por Kurt Wolff), los siguientes libros de lírica: Franz Werfel, «Der Weltfreund» («El amigo del mundo»); René Schickele, «Weiss und Rot» («Blanco y rojo»), Paul Zech, «Die eiserne Brücke» («El puente de hierro»); Ernst Stadler, «Der Aufbruch» («La partida»).