«Die Morgenlandfahrt»
El viaje a Oriente»)

Únicamente la forma expresiva es templada en Hesse, pero en absoluto el sentimiento y el pensamiento. Y lo que modera la expresión del sentir y del pensar es una sensibilidad exquisita para lo conveniente, para la discreción, para la armonía y —en relación con el universo— para la coherencia interior de las cosas. Y además una especie de ironía latente —un don que creo que poseen muy pocos alemanes—. Hay clases de ironía amargas: emisiones de bilis y de humores malignos. La otra, la ironía sugestiva de Hesse, me parece ser un resultado de la capacidad de olvidarse de uno mismo, de ser consciente de su ser, sin contemplarse, de comprenderse sin autocomplacencia. Esta clase de ironía es una forma de humildad, una actitud que parece tanto más valiosa cuanto mayores son los dones y los valores que la acompañan.

Prólogo a una traducción francesa del «Morgenlandfahrt».

André Gide

«Suchen nach Gemeinschaft»
(«Búsqueda de comunidad»)
(1932)

Críticas públicas y cartas de lectores me demuestran que mi cuento sufre interpretaciones muy diversas, y estoy contento de que así sea, pues toda obra literaria es susceptible de muchas interpretaciones; ésta es incluso una de sus características fundamentales.

Lo que yo pueda decir sobre la narración, tan poco tiempo después de su creación, no puede ser importante. Sólo puedo decir que «Morgenlandfahrt», como «Demian», «Siddhartha» y el «Steppenwolf», figura entre mis obras importantes, entre aquéllas cuya experiencia y creación fueron vitales para mí. He tardado casi dos años, con largas pausas, en escribir este breve cuento.

Sobre el sentido o la tendencia de mi narración no puedo hablar. Me gustaría que el número de opiniones fuese muy grande. Sobre lo que es realmente el tema he visto hasta ahora que todos los lectores están de acuerdo. El tema es el aislamiento del hombre intelectual en nuestro tiempo y la dificultad de integrar su vida y sus actos personales en un conjunto suprapersonal, en una idea y una comunidad. El tema de «Morgenlandfahrt» es: deseo de servir, búsqueda de comunidad, liberación del virtuosismo estéril y solitario del artista.

En esta pequeña obra, es nuevo para mí y quizás también en general, el intento de no resolver al margen las trabas y las dificultades creativas, sino de convertirlas en tema de la obra. Ignoro en qué medida lo he conseguido, pero he aprendido mucho, más para mi vida que para la literatura. He aprendido no sólo a esperar y vencer con paciencia los períodos de esterilidad, de lucha, de rigidez y de inhibición, sino también a convertir en objeto de meditación esas mismas dificultades, a encontrar a través de ellas nuevos símbolos y nuevas orientaciones, en este sentido creo haber avanzado un paso.

La atmósfera de «Morgenlandfahrt» y de «Bund» («Unión») —esa comunión con un mundo espiritual intemporal, esa convivencia con ideas y conceptos de muchos tiempos y culturas, de muchos países, de muchos poetas y pensadores— es acogida con extrañeza por algunos lectores que la interpretan como el juego de un ermitaño, en cierto modo, del que vive retirado y sustituye el mundo por su biblioteca. Es posible que fuesen innecesarias algunas de las alusiones a libros y obras de arte. Pero en realidad esa posibilidad de vivir en un reino intemporal no me parece en absoluto una debilidad, sino más bien una fuerza, quizás la única del hombre actual. Lo que nos falta por la ausencia de una cultura todavía pujante y floreciente, nos es compensado en parte, por la posibilidad de convertir en nuestra atmósfera vital la humanidad, por encima de las culturas, lo eterno, por encima del hoy. Del mundo intemporal de las religiones, las filosofías y las artes no se vuelve debilitado a los problemas cotidianos, aunque sean prácticos y políticos, sino templado, armado de paciencia, con humor, con una nueva voluntad para entender, con un nuevo amor hacia la vida, sus dificultades y errores.

De los juicios que he oído sobre mi cuento sólo me ha desconcertado y entristecido uno. Algunos lectores se preguntaban y me preguntaban, si realmente iba en serio o si por el contrario todo aquello sólo era un juego agradable de la fantasía y en el fondo una ligera burla de los lectores. El hecho de que este malentendido haya sido posible me parece un verdadero argumento contra mi obra. Nunca tuve una intención más seria que al escribirla.