Tuve que apartar el Toyota de Clayton, con el parabrisas destrozado, para que hubiera espacio suficiente para irnos con el Corolla de Cynthia. Ella se sentó en el asiento trasero para poder abrazar a Grace durante todo el camino de vuelta a Milford.
Sé que deberíamos haber llamado a la policía y haber esperado allí, en lo alto de la cantera, a que llegaran, pero pensamos que era más importante llevar a Grace a casa, donde se sentiría segura, lo más rápido posible. Clayton, Jeremy y Enid no iban a marcharse a ninguna parte. Aún estarían en el fondo de la cantera cuando llamáramos a Rona Wedmore.
Cynthia quería que yo fuera al hospital, y no había duda de que lo necesitaba. Me dolían intensamente ambos lados del cuerpo, pero una sobrecogedora sensación de alivio mitigaba el dolor. Una vez hubiera dejado a Grace y a Cynthia en casa, iría al hospital de Milford.
No hablamos mucho en el camino de vuelta. Creo que Cynthia y yo pensábamos lo mismo: que no queríamos hablar sobre lo que había ocurrido, no sólo aquel día sino también veinticinco años atrás, delante de Grace. Ya había pasado por suficientes cosas. Sólo necesitaba volver a casa.
Pese a todo me las arreglé para que me diera los detalles básicos de lo que había ocurrido.
Cynthia y Grace habían ido con el coche a Winsted y se habían encontrado con Jeremy en el aparcamiento del McDonald’s. Él les dijo que tenía una sorpresa, que había llevado a su madre con él. Cynthia dedujo, por supuesto, que se trataba de Patricia Bigge.
Muda de asombro, llevó a Cynthia hasta el Impala, y una vez ella y Grace estuvieron dentro del coche, Enid apuntó a la pequeña con la pistola y le dijo a Cynthia que condujera hasta la cantera o la mataría. Jeremy las siguió en el coche de mi mujer.
Una vez en el precipicio, ató a Cynthia y Grace a los asientos delanteros del coche de Cynthia para prepararlas para su viaje sobre el borde del acantilado.
Y entonces llegamos Clayton y yo.
Yo le conté a Cynthia con la misma brevedad lo que había descubierto. Mi viaje a Youngstown. El encuentro con su padre en el hospital. El relato de lo que había ocurrido la noche que su familia desapareció.
Que habían disparado a Vince.
En cuanto llegara a casa llamaría para ver cómo estaba. No quería tener que ir a la escuela y enfrentarme a Jane Scavullo y decirle que el único hombre que se había portado bien con ella en años estaba muerto.
Por lo que se refería a la policía, esperaba que Wedmore creyera todo lo que iba a contarle. No sé si yo lo hubiera hecho de no haberme sucedido a mí.
Sin embargo, había algo que no cuadraba. No podía quitarme de la cabeza la imagen de Jeremy de pie ante mí con la pistola en la mano, absolutamente incapaz de apretar el gatillo. Sin duda, no había vacilado a la hora de hacerlo con Tess o con Denton Abagnall.
Ambos habían sido asesinados a sangre fría.
¿Qué era lo que Jeremy le había dicho a su madre mientras estaba frente a mí? «Nunca he matado a nadie antes».
Sí, eso era.
Al volver a pasar por Winsted le preguntamos a Grace si quería comer algo, pero dijo que no con la cabeza. Quería ir a casa. Cynthia y yo intercambiamos una mirada de preocupación. Llevaríamos a Grace al médico. Había vivido una experiencia traumática, quizá sufría estrés, aunque fuera leve. Pero al cabo de poco rato se quedó dormida, sin ninguna señal de que estuviera teniendo pesadillas.
Un par de horas después llegamos a casa. Cuando cogimos la curva de nuestra calle vi el coche de Rona Wedmore aparcado enfrente, en la acera. Ella estaba sentada al volante. Cuando vio nuestro vehículo salió del suyo, y nos lanzó una mirada dura mientras subíamos por el camino de entrada. Al abrir la portezuela ella estaba ya junto al coche, lista, sospeché, para acribillarme a preguntas.
Su expresión se suavizó cuando vio mi mueca mientras me levantaba lentamente del asiento del conductor. Me dolía todo el cuerpo.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó—. Tiene un aspecto horrible.
—Así es exactamente como me siento —confirmé, palpándome una de las heridas con cuidado—. He recibido unas cuantas patadas de Jeremy Sloan.
—¿Dónde está? —preguntó.
Esbocé una sonrisa, abrí la puerta de atrás y, aunque sentía que tenía un par de costillas a punto de partirse, cogí a Grace en brazos para llevarla a casa.
—Déjame a mí —dijo Cynthia, que también había salido del coche.
—No te preocupes —respondí mientras me dirigía hacia la puerta, y Cynthia se adelantó para abrir la cerradura.
Wedmore nos siguió dentro.
—No podré aguantar mucho más —dije cuando el dolor se volvió insoportable.
—El sofá —me indicó Cynthia.
Me las arreglé para depositar con suavidad a Grace allí, aunque tenía la sensación de que iba a dejarla caer, y a pesar del zarandeo y de nuestra conversación, no se despertó. Una vez estuvo en el sofá, Cynthia le colocó algunos cojines bajo la cabeza y la tapó con una manta.
Wedmore seguía mirándonos, aunque tuvo la deferencia de darnos unos momentos. Una vez Chyntia hubo cubierto a Grace con la manta, los tres nos dirigimos a la cocina.
—Me parece que necesita ir a ver a un médico —empezó diciendo Wedmore.
Yo asentí.
—¿Dónde está Sloan? —repitió—. Si le ha agredido, le detendremos.
Yo me apoyé en la encimera.
—Va a tener que llamar de nuevo a los submarinistas —le indiqué.
Luego se lo expliqué todo. Lo que había descubierto Vince Fleming en el viejo recorte de periódico, y cómo eso nos había llevado hasta Sloan en Youngstown, mi encuentro con Clayton en el hospital, el secuestro de Cynthia y Grace por parte de Enid y Jeremy.
El coche cayendo a la cantera por el precipicio, llevándose con él a Clayton, Enid y Jeremy.
Sólo me guardé un pequeño detalle, porque aún me preocupaba y no sabía lo que significaba. Aunque tenía un presentimiento.
—Vaya —comentó Wedmore—. Menuda historia.
—Así es —corroboré—. Si tuviera que inventarme algo, créame, habría sido más creíble.
—Tendré que hablar con Grace de esto también —señaló Rona Wedmore.
—Ahora no —replicó Cynthia—. Ya ha sufrido bastante. Está agotada.
Wedmore asintió en silencio.
—Voy a hacer algunas llamadas —nos informó después—. Pediré submarinistas; supongo que podrán ir esta tarde —y añadió dirigiéndose a mí—: Vaya al hospital de Milford. Puedo llevarle si quiere.
—No es necesario —respondí—. Iré dentro de un rato; si hace falta llamaré a un taxi.
Wedmore se marchó y Cynthia dijo que se iba arriba para intentar recuperar un aspecto medianamente respetable. Hacía sólo medio minuto que Wedmore había salido cuando oí que otro vehículo entraba en el camino de entrada. Abrí la puerta y vi a Rolly, con una chaqueta larga sobre una camisa de cuadros azules, que subía el escalón de entrada.
—¡Terry! —exclamó.
Me puse un dedo sobre los labios.
—Grace está durmiendo —expliqué.
Le indiqué con un gesto que me siguiera a la cocina.
—Entonces, ¿la has encontrado? —preguntó—. ¿Y también a Cynthia?
Asentí mientras iba a la despensa en busca de analgésicos. Encontré el bote, me puse algunas pastillas en la mano y me serví un vaso de agua fría del grifo.
—Pareces herido —dijo Rolly—. Hay gente que haría cualquier cosa para conseguir la baja.
Estuve a punto de reírme, pero me dolía demasiado. Me metí tres pastillas en la boca y tomé un trago largo.
—Vaya —dijo Rolly—. Vaya.
—Sí —dije yo.
—Entonces ¿encontraste a su padre? —preguntó—. ¿Encontraste a Clayton?
Asentí.
—Es increíble —comentó—. Que lo encontraras. Que Clayton esté aún en algún lado, todavía vivo después de todos estos años.
—La verdad es que sí —contesté.
No le dije a Rolly que, aunque Clayton había estado vivo todos estos años, ya no lo estaba.
—Increíble.
—¿No te preguntas qué ha sido de Patricia? —inquirí—. ¿Ni de Todd? ¿No sientes curiosidad por saber qué les ocurrió?
Rolly movió los ojos, nervioso.
—Claro, claro que sí. Pero bueno, ya sé que los encontraron en el coche, en la cantera.
—Sí, es cierto. Pero todo lo demás, quién les mató, supongo que ya lo sabes —dije—. De otro modo me lo hubieras preguntado.
La mirada de Rolly se ensombreció.
—Terry, no quiero bombardearte con preguntas. Hace sólo un par de minutos que has llegado a casa.
—¿Quieres saber cómo murieron? ¿Lo que les ocurrió en realidad?
—Claro —dijo.
—Dentro de un minuto, tal vez. —Bebí otro sorbo de agua. Esperaba que los analgésicos me hicieran efecto rápido—. Rolly —dije al fin—, ¿eras tú quien dejaba el dinero?
—¿Qué?
—El dinero. A Tess, para Cynthia. Eras tú, ¿verdad?
Se pasó la lengua por los labios, nervioso.
—¿Qué te ha contado Clayton?
—¿Qué crees que me ha contado?
Rolly se pasó la mano por el pelo y se alejó de mí.
—Te lo ha contado todo, ¿no?
Yo no dije nada. Pensé que era mejor que Rolly creyera que sabía más de lo que en realidad sabía.
—Dios mío —exclamó, sacudiendo la cabeza—. El muy hijo de puta. Juró que nunca lo explicaría. Cree que de alguna manera fui yo quien te llevó hasta él, ¿verdad? ¿Por eso ha incumplido nuestro compromiso?
—¿Es así como lo llamas, Rolly? ¿Un compromiso?
—¡Teníamos un trato! —Sacudió la cabeza, furioso—. Estoy tan cerca, tan cerca de la jubilación. Todo lo que quiero es algo de paz, irme de esa mierda de escuela, largarme, marcharme de esta maldita ciudad.
—¿Por qué no me lo cuentas, Rolly? Para ver si tu versión coincide con la de Clayton.
—Te ha contado lo de Connie Gormley, ¿verdad? Lo del accidente.
Yo no contesté.
—Volvíamos de pescar —explicó Rolly—. Fue idea de Clayton pararnos a tomar una cerveza. Yo quería volver a casa de un tirón, sin parar, pero al final acepté. Nos metimos en ese bar, sólo queríamos tomarnos una cerveza e irnos, y entonces esa chica empezó a flirtear conmigo, ¿sabes?
—Connie Gormley.
—Sí. Se sentó a mi lado y se bebió unas cuantas cervezas, y yo terminé bebiendo unas cuantas más. Clayton se lo tomaba con calma y me dijo que hiciera lo mismo, pero no sé qué demonios pasó. Esa chica y yo nos escapamos del bar mientras Clayton estaba meando, y acabamos en el asiento de atrás de su coche.
—Tú y Millicent ya estabais casados entonces —apunté.
No era un juicio de valor, la verdad es que no estaba seguro. Pero el ceño fruncido de Rolly dejó claro cómo se lo había tomado.
—De vez en cuando —dijo— cometía algún error.
—Así que cometiste un error con Connie Gormley. ¿Cómo llegó a la cuneta desde ese asiento trasero?
—Cuando… cuando terminamos, mientras me dirigía de nuevo al bar, me pidió cincuenta pavos. Yo le dije que si era una puta debería haberlo dejado claro desde el principio, pero ni siquiera sé si lo era. Quizá sólo necesitara los cincuenta dólares. En cualquier caso no le iba a pagar, y ella me dijo que quizá me buscaría algún día y le pediría el dinero a mi mujer.
—Vaya.
—Empezamos a discutir junto al coche, y supongo que la empujé con más fuerza de la que debía. Ella se cayó y se golpeó la cabeza con el parachoques, y eso fue todo.
—Estaba muerta.
Rolly tragó saliva.
—La gente nos había visto, ¿vale? En el bar. Podía ser que nos recordaran a Clayton o a mí. Me imaginé que si hacíamos que pareciera que la había golpeado un coche, la policía pensaría que se trataba de un accidente, que ella iba andando, borracha, y no buscarían al tipo con el que se había liado en el bar.
Yo me limité a sacudir la cabeza.
—Terry —me increpó—, si hubieras estado en mi lugar también te habría entrado el pánico. Fui a buscar a Clayton y le conté lo que había pasado, y vi algo en su cara, como si él se sintiera tan atrapado por la situación como yo, como si tampoco quisiera que la poli husmeara. Por entonces yo no sabía la vida que llevaba, que no era quién decía que era, que tenía una doble vida. Así que la metimos en el automóvil y volvimos a la autopista, y entonces Clayton la llevó hasta la parte de delante del coche y la lanzó en la carretera mientras yo pasaba por encima. Luego la llevamos a la cuneta.
—¡Dios mío! —exclamé.
—No pasa una noche sin que me acuerde de ello, Terry. Fue algo horrible. Pero a veces tienes que encontrarte en una situación para entender lo que hay que hacer. —Volvió a sacudir la cabeza—. Clayton me juró que nunca diría nada. El muy hijo de puta.
—No me lo contó —dije—. Intenté que lo hiciera, pero no te traicionó. Ahora deja que intente adivinar el resto. Una noche Clayton, Patricia y Todd desaparecen de la faz de la Tierra, nadie sabe lo que les ha ocurrido, ni siquiera tú. Y entonces un día, quizás unos años después, recibes una llamada. Es Clayton. Quid pro quo. Él te ayudó a encubrir la muerte de Connie Gormley, y ahora quiere que hagas algo por él. Básicamente, que le hagas de correo para entregar dinero. Él te lo enviará a ti, quizás a un apartado de correos o algo así. Y entonces tú se lo dejarás a Tess, en el coche, en el periódico, lo que sea.
Rolly se me quedó mirando.
—Sí —replicó—. Eso es más o menos lo que ocurrió.
—Y entonces, como un imbécil —continué—, yo te expliqué lo que me había contado Tess. Cuando fuimos a comer. Sobre el dinero que había recibido para Cynthia. Acerca de los sobres que aún tenía, y la carta que la advertía que nunca intentara averiguar de dónde procedía el dinero y que nunca le dijera nada a nadie. Te conté que, después de todos estos años, todavía guardaba los sobres.
Ahora Rolly se quedó sin palabras. Entonces le ataqué por otro frente.
—¿Crees que un hombre que estaba dispuesto a matar a dos personas para complacer a su madre le mentiría sobre si había matado a alguien antes?
—¿Qué? ¿De qué demonios hablas?
—Sólo estoy pensando en voz alta. No creo que lo hiciera. Creo que a un hombre que estaba a punto de asesinar por su madre no le importaría admitir ante ella que ya había matado antes. —Hice una pausa—. Y el caso es que, hasta el momento en que el hombre dijo eso, yo estaba convencido de que ya había matado a dos personas.
—No tengo ni idea de adónde quieres llegar —dijo Rolly.
—Estoy hablando de Jeremy Sloan. El hijo de Clayton, de su otro matrimonio, con la otra mujer, Enid. Pero sospecho que ya los conoces. Supongo que Clayton te lo explicó cuando empezó a mandarte dinero para que se lo entregaras a Tess. Yo creía que Jeremy había matado a Tess, y también a Abagnall. Pero ahora ya no estoy tan seguro.
Rolly tragó saliva.
—¿Fuiste a ver a Tess después de que te contara lo que me había explicado? —pregunté—. ¿Tenías miedo de que lo dedujera todo? ¿Tenías miedo de que la carta, los sobres… de que quizá conservaran alguna prueba forense que los relacionara contigo? ¿Y que si eso ocurría, entonces te vincularían con Clayton y él ya no se vería obligado a mantener tu secreto por más tiempo?
—No quería matarla —se defendió Rolly.
—Pues hiciste un buen trabajo —repliqué.
—De todos modos creía que se estaba muriendo. No era como si le estuviera robando mucho tiempo. Y luego, después de haberlo hecho, tú me hablaste de las últimas pruebas y de cómo al final no iba a morirse.
—Rolly…
—Ella le había dado los sobres y la carta al detective —continuó defendiéndose.
—Y tú te llevaste la tarjeta de visita del corcho —deduje.
—Le llamé y le pedí una cita en el parking.
—Y entonces le mataste y te llevaste su cartera, con los papeles dentro —dije.
Rolly inclinó ligeramente la cabeza hacia la izquierda.
—¿Tú qué piensas? ¿Crees que después de tantos años aún hubieran encontrado mis huellas en esos sobres? ¿O restos de saliva, quizá, de cuando los cerré?
Me encogí de hombros.
—Quién sabe. Yo sólo soy un profesor de inglés.
—De todos modos me deshice de ellos —explicó Rolly.
Bajé la vista hacia el suelo. Ya no sentía solamente dolor; me invadía una inmensa tristeza.
—Rolly —dije—, has sido tan buen amigo durante estos largos años… No sé, tal vez yo también preferiría mantener la boca cerrada acerca de un tremendo error que tuvo lugar veinticinco años atrás. Seguramente no querías matar a Connie Gormley, fue sólo una de esas cosas que pasan. Debe de ser difícil vivir con eso, encubrirlo, pero con la ayuda de un amigo quizá no tanto.
Me miró con cautela.
—Pero Tess… Mataste a la tía de mi mujer. A la maravillosa y dulce Tess. Y no te detuviste ahí. Eso no lo puedo dejar pasar.
Se metió la mano en el bolsillo del largo abrigo y sacó una pistola. Me pregunté si sería la que había encontrado en el patio de la escuela, entre las botellas de cerveza y las pipas de crack.
—Por todos los santos, Rolly.
—Sube arriba, Terry —me ordenó.
—No puedes hablar en serio —dije.
—Ya me he comprado la casa —replicó—. Está todo organizado. He elegido un barco y sólo me faltan unas semanas para marcharme. Me merezco un retiro como Dios manda.
Me hizo una señal hacia las escaleras y me siguió arriba. A medio camino me di la vuelta bruscamente e intenté golpearle, pero fui demasiado lento. Bajó un escalón de un salto y siguió apuntándome con el arma.
—¿Qué ocurre? —gritó Cynthia desde la habitación de Grace.
Entré en el cuarto seguido por Rolly. Por encima del escritorio de Grace, Cynthia abrió la boca cuando vio el arma, pero no consiguió articular palabra.
—Fue Rolly —le expliqué a Cynthia—. Él mató a Tess.
—¿Qué?
—Y a Abagnall.
—No me lo creo.
—Pregúntale.
—Cierra la boca —ordenó Rolly.
—¿Qué vas a hacer, Rolly? —le pregunté mientras me daba la vuelta lentamente junto a la cama de Grace—. ¿Matarnos a los dos, y también a Grace? ¿Crees que puedes matarnos a todos sin que la policía se dé cuenta de nada?
—Tengo que hacer algo —replicó.
—¿Lo sabe Millicent? ¿Sabe que vive con un monstruo?
—No soy un monstruo. Cometí un error. Bebí un poco más de la cuenta, y esa mujer me provocó al pedirme dinero de esa manera. Simplemente ocurrió.
Cynthia estaba roja de ira, con los ojos a punto de salírsele de las órbitas. Supongo que no podía creer lo que estaba oyendo. Demasiados sobresaltos para un solo día. Perdió los nervios, de una manera parecida al día en que la falsa vidente había venido a casa. Soltó un grito y se lanzó sobre él, pero Rolly estaba preparado: balanceó el arma frente a su cara, la golpeó en la mejilla y la tiró al suelo, junto al escritorio de Grace.
—Lo siento, Cynthia —dijo—. Lo siento mucho.
Creí que en ese momento podría sorprenderle, pero no tardó en apuntarme de nuevo.
—Dios, Terry, odio tener que hacer esto. De verdad. Siéntate, en la cama.
Dio un paso adelante y yo me senté en el borde de la cama de Grace. Cynthia todavía intentaba levantarse del suelo, mientras la sangre le bajaba por el cuello desde la herida de la mejilla.
—Lánzame la almohada —me pidió.
Así que aquél era el plan. Colocar la almohada sobre el cañón de la pistola para amortiguar el sonido.
Lancé una mirada a Cynthia. Una de sus manos estaba bajo la mesa de Grace. Me miró y me hizo un leve gesto de asentimiento. Había algo en sus ojos. No era miedo, era otra cosa. Me estaba pidiendo que confiara en ella.
Alargué la mano para coger la almohada de la cabecera de Grace. Era una especial, con un dibujo de la luna y las estrellas en la funda. Se la tiré a Rolly, pero lo hice de manera que el lanzamiento quedara un poco corto, así que tuvo que dar medio paso para cogerla.
Fue entonces cuando Cynthia se puso en pie, aunque sería más adecuado decir que dio un salto. Tenía algo en la mano, algo largo y negro.
El birrioso telescopio de Grace.
Primero lo echó hacia atrás sobre su propio hombro, para coger impulso, y luego lanzó su famoso revés sobre la cabeza de Rolly, poniendo en ello todas sus fuerzas, y un poco más.
Él se dio la vuelta y lo vio venir, pero no tuvo tiempo de reaccionar. Ella le alcanzó de lleno en el lado del cráneo, y el sonido no se pareció a nada que se pueda escuchar en un partido de tenis. Se parecía más bien al ruido de un bate al golpear una bola rápida.
Era un home run.
Rolly Carruthers cayó al suelo como una piedra. Fue asombroso que Cynthia no lo matara.