48

Pisé el freno y puse el cambio de marchas en posición de aparcar con un movimiento rápido. Me desabroché el cinturón, abrí la puerta y salté fuera del coche. Sabía que estaba abandonando a Clayton a su suerte, pero a aquellas alturas sólo pensaba en Cynthia y Grace. En los pocos segundos que había tenido para evaluar la situación, no había visto a ninguna de las dos, pero el hecho de que el coche de Cynthia estuviera aún ahí arriba, y no en el lago, parecía esperanzador.

Caí al suelo y di unas vueltas por la hierba, y luego disparé hacia el cielo. Quería que Jeremy fuera consciente de que yo también tenía un arma, incluso aunque no tuviera ni idea de cómo usarla. Al final me detuve y maniobré sobre la hierba hasta ver de nuevo el lugar en el que había estado Jeremy, pero él ya no se encontraba ahí. Miré hacia todos los lados, frenético, y entonces vi su cabeza asomar tímidamente por encima de la parte delantera del Impala marrón.

—¡Jeremy! —grité.

—¡Terry! —Era Cynthia. Chillando. La voz salía de su coche.

—¡Papá! —Grace.

—¡Estoy aquí! —chillé.

Desde dentro del Impala se oyó otra voz.

—¡Mátalo, Jeremy! ¡Dispárale!

Era Enid, sentada en el asiento del pasajero.

—Jeremy —llamé—. Escúchame. ¿Te ha contado tu madre lo que pasó antes en la casa? ¿Te ha explicado por qué os tuvisteis que marchar tan pronto?

—No le escuches —ordenó Enid—. Sólo dispara.

—¿De qué estás hablando? —me gritó él.

—Disparó a un hombre en vuestra casa. Un hombre llamado Vince Fleming. A estas alturas debe de estar en el hospital, contándoselo todo a la policía. Él y yo fuimos a Youngstown anoche. Lo descubrí todo. Ya he llamado a la policía. No sé qué es exactamente lo que habías planeado en un principio; creo que queríais que pareciera que Cynthia se había vuelto loca, incluso que tenía algo que ver con la muerte de su madre y su hermano y que había acabado suicidándose. ¿Era así, más o menos? —Esperé una respuesta, pero al ver que no llegaba, continué—: Pero el ratón se ha escapado de la trampa, Jeremy. La historia ya no va a funcionar.

—No sabe de lo que habla —intervino Enid—. Te he dicho que le dispares. Haz lo que te dice tu madre.

—Mamá —contestó Jeremy—. No lo sé… No he matado nunca a nadie.

—Pues ya es hora de que empieces a hacerlo. Estás a punto de matar a esas dos.

Pude entrever la parte de atrás de la cabeza de Enid, señalando en dirección al coche de Cynthia.

—Sí, pero todo lo que tengo que hacer es empujar el coche. Esto es diferente.

Clayton había abierto la puerta del acompañante del Honda y estaba saliendo poco a poco. Yo podía ver por debajo del coche: sus zapatos, sus tobillos sin calcetines, mientras se esforzaba por ponerse en pie. Trocitos de cristal del parabrisas cayeron al suelo desde sus pantalones.

—Métete otra vez en el coche, papá —pidió Jeremy.

—¿Qué? —exclamó Enid—. ¿Él está aquí? —Pudo verle a través del espejo retrovisor—. ¡Por Dios! —dijo—. Estúpido viejo de mierda. ¿Quién te dejó salir del hospital?

Poco a poco, Clayton empezó a arrastrarse hacia el Impala. Cuando llegó al maletero del coche puso las manos encima, recuperó el equilibrio y el aliento. Parecía estar al borde del colapso.

—No lo hagas, Enid —resolló.

Entonces se oyó la voz de Cynthia:

—¿Papá?

—Hola, cariño —respondió él, mientras intentaba sonreír—. No soy capaz de decirte cuánto siento todo esto.

—¿Papá? —repitió ella.

Sonaba incrédula. No podía ver su rostro desde donde me encontraba, pero me imaginaba su cara de asombro.

Evidentemente, pese a que Jeremy y Enid se las habían apañado para raptar a Cynthia y Grace y llevarlas a lo alto de la cantera, no se habían preocupado de ponerlas al día.

—Hijo —le dijo Clayton a Jeremy—, tienes que terminar con esto. Tu madre no debería haberte metido en este lío, haberte utilizado de esta manera. Mírala —le estaba pidiendo a Jeremy que mirara a Cynthia—. Es tu hermana. Tu hermana. Y esa niña pequeña es tu sobrina. Si ayudas a tu madre y haces lo que ella quiere que hagas, no serás mejor que yo.

—Papá —dijo Jeremy, todavía escondido tras la parte delantera del Impala—. ¿Por qué se lo dejas todo a ella? Ni siquiera la conoces. ¿Cómo puedes ser tan ingrato con mamá y conmigo?

Clayton suspiró.

—Es una deuda pendiente —replicó.

—¡Cállate! —espetó Enid.

—¡Jeremy! —grité—. Suelta el arma. Ríndete.

Tenía la pistola de Vince cogida con las dos manos, y aún me encontraba tendido sobre la hierba. No sabía absolutamente nada sobre armas, pero si algo tenía claro era que debía agarrarla con tanta fuerza como pudiera.

Jeremy se puso en pie desde su escondite ante el Impala y disparó. A mi derecha se levantó una nube de polvo e instintivamente rodé hacia la izquierda.

Cynthia volvió a chillar.

Oí pasos rápidos sobre la grava. Jeremy se acercaba corriendo hacia mí. Dejé de rodar, apunté a la figura que se cernía sobre mí y disparé. Pero la bala se desvió y antes de que pudiera disparar de nuevo Jeremy le dio una patada a la pistola, y me propinó un puntapié en el dorso de la mano.

El arma se me cayó de las manos y aterrizó sobre la hierba.

El siguiente golpe me alcanzó en el costado, en el tórax. El dolor me atravesó como un rayo. Apenas me estaba recobrando del primer golpe cuando descargó de nuevo su pie contra mí, esta vez con fuerza suficiente como para hacer que rodara hasta quedar de espaldas. Tenía polvo y hierba pegados a las mejillas.

Pero él no había tenido suficiente. Le quedaba un último golpe.

Yo no podía recuperar el aliento. Jeremy estaba allí de pie frente a mí, mirando hacia abajo con desdén, mientras yo intentaba coger aire.

—¡Dispárale! —gritó Enid—. Si no eres capaz de hacerlo devuélveme la pistola y lo haré yo misma.

Él todavía sujetaba el arma, pero se limitaba a estar de pie con ella en la mano. Podría haberme metido una bala en el cerebro con la misma facilidad que una moneda en un parquímetro, pero no acababa de decidirse.

El aire empezaba a llegarme a los pulmones, y mi respiración iba recuperando la normalidad, pero sentía un dolor tremendo. Estaba seguro de que tenía un par de costillas rotas.

Todavía apoyado en la ranchera para sostenerse, Clayton me miró con los ojos inundados de tristeza. Casi podía leerle el pensamiento. Lo hemos intentado, parecía decir. Con todas nuestras fuerzas. Lo hemos hecho lo mejor que hemos podido.

Y el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.

Me puse boca abajo y me arrodillé poco a poco. Jeremy cogió mi pistola del suelo y se la puso en la parte de atrás de los pantalones.

—¡Levántate! —me ordenó.

—¿Me estás escuchando? —gritó Enid—. ¡Dispárale!

—Mamá —respondió él—. Quizá sea mejor meterlo en el coche, con ellas.

Ella lo pensó un momento.

—No —dijo al fin—. Eso seguramente no funcionaría. Tienen que caer al lago sin él; es mejor así. A él tenemos que matarle en otro sitio.

Apoyándose con ambas manos Clayton avanzaba por el lado del Impala. Aún parecía estar a punto de desfallecer.

—Creo… creo que voy a desmayarme —dijo.

—¡Estúpido desgraciado! —le chilló Enid—. Deberías haberte quedado en el hospital y haberte muerto ahí.

Tenía que girar tanto el cuello para ver lo que estaba sucediendo que creí que se le iba a romper. Se veía el manillar de su silla de ruedas por las ventanas de la parte trasera. El suelo era demasiado irregular y desigual para sacarla y que ella pudiera moverse.

Jeremy se veía forzado a elegir entre vigilarme o ayudar a su padre. Decidió hacer ambas cosas.

—No te muevas —me ordenó, apuntándome con la pistola mientras andaba hacia atrás, hacia el Impala.

Estuvo a punto de abrir la puerta de atrás para que su padre pudiera sentarse, pero estaba ocupado con la silla de ruedas, así que abrió la del conductor.

—Siéntate —le gritó Jeremy, mirándonos alternativamente a Clayton y a mí.

Clayton se arrastró un par de pasos más y se dejó caer en el asiento.

—Necesito un poco de agua —pidió.

—Oh, para de quejarte —exclamó Enid—. Por el amor de Dios, siempre te pasa algo.

Yo había conseguido ponerme en pie y me estaba acercando al coche de Cynthia por el lado del conductor, donde ella estaba sentada, con Grace al lado. Desde donde estaba no lo podía decir con seguridad, pero estaban tan rígidas que me imaginé que las habían atado.

—Amor —dije.

Los ojos de Cynthia estaban inyectados en sangre y sus mejillas, surcadas de lágrimas secas. Grace, por su parte, aún estaba llorando. Tenía las mejillas llenas de chorretones.

—Dijo que era Todd —me explicó Cynthia—. Y no es Todd.

—Lo sé —dije—. Lo sé. Pero ése es tu padre.

Cynthia miró hacia su derecha, al hombre sentado en la parte delantera del Impala, y luego me miró de nuevo a mí.

—No —replicó—. Puede que se le parezca, pero no es mi padre. Ya no.

Clayton, que había oído la conversación, dejó caer la cabeza sobre el pecho, avergonzado.

—Tienes todo el derecho a sentirte así —dijo sin mirar a Cynthia—. Yo en tu lugar me sentiría igual. Todo lo que puedo decirte es cuánto lo siento, pero no soy tan viejo ni tan estúpido como para creer que me perdonarás. Ni siquiera estoy seguro de que debas hacerlo.

—Apártate del coche —me advirtió Jeremy mientras se dirigía a la parte delantera del Corolla, apuntándome con el arma—. Quédate ahí detrás.

—¿Cómo has podido hacerlo? —le espetó Enid a Clayton—. ¿Cómo has podido dejárselo todo a esa zorra?

—Le dije al abogado que no podías verlo antes que yo me muriera —dijo Clayton. Estuvo a punto de sonreír y añadió—: Supongo que voy a tener que buscarme un nuevo abogado.

—Fue su secretaria —explicó Enid—. Él estaba de vacaciones. Me dejé caer por el despacho y dije que querías echarle otro vistazo, en el hospital. Así que ella me lo mostró. Hijo de puta desagradecido; he dado toda mi vida por ti, y así es como me lo agradeces.

—¿Lo hacemos ya, mamá? —preguntó Jeremy.

Estaba de pie junto a la puerta de Cynthia, preparándose, me imaginé, para inclinarse a través de la ventanilla, poner el coche en marcha, colocar la directa, apartarse y ver cómo el coche caía por el precipicio.

—Oye, mamá —continuó, más lentamente esta vez—. ¿No deberían estar desatadas? ¿No crees que parecerá un poco raro si están atadas a los asientos? ¿No tiene que parecer que mi… ya sabes… que lo ha hecho ella misma?

—¿Qué tonterías estás diciendo? —gritó Enid.

—¿Y si las golpeo? —sugirió Jeremy.

No se me ocurría nada más que abalanzarme sobre él, intentar coger la pistola y apuntarle. Podía acabar siendo yo el que recibiera el disparo, probablemente moriría, pero si eso significaba que podía salvar a mi mujer y a mi hija, no me parecía tan mala idea. Una vez Jeremy estuviera fuera de juego, Enid no podría hacer nada, no con las piernas inmovilizadas. Cynthia y Grace podrían liberarse y escapar.

—¿Sabes qué? —dijo Enid ignorando a Jeremy y centrando su atención en Clayton—. Nunca has valorado nada de lo que he hecho por ti. Desde el momento en que te conocí fuiste un bastardo ingrato. Un miserable inútil; no sirves para nada. Y además de todo eso, infiel. —Enid sacudió la cabeza en señal de desaprobación—. Ése es el peor pecado de todos.

—¿Mamá? —insistió Jeremy.

Tenía una mano apoyada en la puerta de Cynthia mientras con la otra seguía apuntándome.

Tal vez cuando se inclinara hacia delante, pensé. «Tendrá que darme la espalda por lo menos un segundo». Pero ¿y si conseguía golpear a Cynthia y a Grace y poner el coche en marcha antes de que llegara hasta él? Quizá pudiera reducirle pero no a tiempo de evitar que el coche cayera por el precipicio.

Tenía que ser ahora. Tenía que abalanzarme…

Y entonces oí cómo un coche se ponía en marcha. Era el Impala.

—¿Qué coño estás intentando hacer? —le chilló con rabia Enid a Clayton, que estaba sentado en el asiento del conductor—. ¡Apágalo ahora mismo!

Pero Clayton no le prestaba atención alguna. Giró lentamente a la derecha y miró hacia el Toyota de Cynthia. Tenía una sonrisa en el rostro; casi parecía sereno. Hizo un gesto a su hija y dijo:

—Nunca, nunca dejé de quererte o de pensar en ti, y en tu madre, y en Todd.

—¡Clayton! —aulló Enid.

Y entonces Clayton miró a Grace, cuyos ojos apenas se veían por encima de la puerta.

—Ojalá hubiera podido conocerte, Grace, pero estoy absolutamente seguro que con una madre como Cynthia debes de ser muy, muy especial.

Entonces Clayton se volvió hacia Enid.

—Hasta nunca, miserable hija de puta —dijo, puso una marcha y pisó el acelerador.

El motor rugió y el Impala salió disparado hacia el precipicio.

—¡Mamá! —chilló Jeremy mientras rodeaba el coche de Cynthia por delante y se interponía en el camino del Impala, como si pensara que podía detenerlo con su cuerpo.

Quizás en un primer momento había creído que el coche sencillamente estaba deslizándose, como si Clayton hubiera puesto el cambio de marchas en punto muerto por accidente.

Pero no había sucedido así. Clayton estaba intentando ver en cuánto tiempo podía pasar de cero a cien en los diez metros que le separaban del borde del acantilado.

Jeremy cayó sobre el capó delantero del coche, y allí es donde estaba cuando el Impala, con Clayton al volante y Enid chillando en el asiento de al lado, saltó por el precipicio.

Transcurrieron un par de segundos antes de oír cómo caía al agua.