¿Winsted? Nosotros estábamos en Winsted. ¿Y Cynthia y Grace estaban de camino? Comprobé cuánto hacía que había dejado el mensaje. Casi tres horas. Así pues, había llamado antes de que saliéramos de Mass Pike, probablemente mientras atravesábamos uno de esos valles entre Albany y la frontera de Massachusetts.
Empecé a calcular mentalmente. Había muchas posibilidades de que a estas alturas Cynthia y Grace se encontraran ya en Winsted. Por lo que deduje, podía hacer una hora que estaba allí. Lo más probable era que Cynthia se hubiera saltado todos los límites de velocidad, y ¿quién no lo habría hecho si se dirigiera a un encuentro de esa naturaleza?
Tenía sentido. Jeremy manda el correo antes de irse de Milford, o quizá tiene un portátil, y espera a que Cynthia le llame al móvil. Ella lo hace mientras todavía está en camino, y él le sugiere que se dirija al norte para verse. Así la aleja de Milford y se evita tener que hacer todo el camino de vuelta.
Pero ¿por qué aquí? ¿Para qué atraer a Cynthia a esa zona del estado, aparte de para ahorrarse conducir un rato?
Marqué el número de móvil de Cynthia. Tenía que detenerla. Iba a encontrarse con su hermano, por supuesto. Pero no con Todd, sino con el hermanastro que no sabía que tenía: Jeremy. No se dirigía a un reencuentro, sino que estaba a punto de caer en una trampa.
Y con Grace, además.
Me acerqué el teléfono a la oreja y esperé a que se estableciera la comunicación. Nada. Estaba a punto de volver a llamar cuando me di cuenta de cuál era el problema.
Mi teléfono estaba muerto.
—¡Mierda!
Miré a mi alrededor en busca de una cabina, vi una más abajo, en la calle, y corrí hacia ella.
—¿Qué pasa? —jadeó Clayton desde el coche.
Le ignoré, busqué mi cartera mientras corría y saqué una tarjeta telefónica que no usaba casi nunca. Cuando llegué a la cabina, introduje la tarjeta, seguí las instrucciones y marqué el número del móvil de Cynthia. No estaba disponible. Enseguida saltó el buzón de voz.
—Cynthia —dije—, no acudas al encuentro con tu hermano. Es una trampa. Llámame… no, espera, me he quedado sin batería. Llama a Wedmore. Aguarda un momento, tengo el número aquí. —Hurgué en el bolsillo en busca de la tarjeta, la encontré y le di el número—. Yo me pondré en contacto con ella. Pero tienes que fiarte de mí, Cynthia: no vayas a esa reunión. ¡No vayas!
Colgué el auricular y me apoyé en el teléfono, exhausto, frustrado.
Si había venido a Winsted, quizás estuviera aún por aquí.
¿Cuál podía ser un buen sitio para un encuentro? Sin ninguna duda el McDonald’s donde habíamos aparcado. Había otro par de establecimientos de comida rápida. Sencillos, modernos, fáciles de reconocer. Era imposible no encontrarlos.
Volví corriendo al coche y me metí dentro. Clayton no había dado ni un bocado a la comida.
—¿Qué ocurre? —me preguntó.
Salí en marcha atrás y di una vuelta por el aparcamiento del McDonald’s en busca del coche de Cynthia. Cuando vi que no estaba allí, volví a la carretera principal y aceleré hacia los otros establecimientos de comida rápida.
—Terry, cuéntame qué ocurre —me pidió Clayton.
—Tenía un mensaje de Cynthia. Jeremy se ha puesto en contacto con ella, le ha dicho que era Todd y que quería que se vieran. Justo aquí, en Winsted. Probablemente ha llegado hace una hora, quizá ni siquiera tanto.
—¿Por qué aquí? —preguntó Clayton.
Me metí en otro aparcamiento y escudriñé en busca del coche de Cynthia. No hubo suerte.
—El McDonald’s —reflexioné—. Es el primer gran edificio que se ve cuando sales de la autopista en dirección norte. Si Jeremy buscaba un lugar para encontrarse, debería ser ése. Es la elección más obvia.
Di media vuelta con el Honda, y aceleré de nuevo hacia el McDonald’s, salté del coche con el motor aún en marcha y corrí hacia la ventanilla de las entregas, colándome delante de alguien que estaba a punto de pagar.
—Eh, colega, no puede estar aquí —me dijo el chico de la ventanilla.
—¿Ha visto durante la última hora a una mujer con un Toyota y una niña pequeña?
—¿Me toma el pelo? —dijo el chico mientras le alargaba una bolsa a un motorista—. ¿Sabe cuánta gente pasa por aquí?
—¿Le importa? —dijo un conductor mientras alargaba la mano para coger una bolsa.
El coche aceleró y el retrovisor me rozó la espalda.
—¿Y qué me dice de un hombre con una anciana? —pregunté—. Un coche marrón.
—Tiene que apartarse de la ventana.
—Ella va en una silla de ruedas. No, debía de haber una silla de ruedas en el asiento trasero. Doblada.
Se le encendió una luz.
—Ah, sí —dijo—. Eso me suena, pero hace mucho rato, una hora quizá. Tenía los cristales un poco tintados, pero recuerdo haber visto la silla. Creo que se llevaron unos cafés. Luego se fueron hacia allí. —Y señaló en dirección al aparcamiento.
—¿Un Impala?
—Oiga, no lo sé. Está usted bloqueando el paso.
Corrí de vuelta hacia el Honda y me senté junto a Clayton.
—Creo que Jeremy y Enid han estado aquí. Esperando.
—Bueno, pues ahora ya no están —dijo Clayton.
Apreté el volante con las manos, lo solté, volví a apretarlo, le di un golpe con el puño. Tenía la cabeza a punto de explotar.
—Sabes dónde estamos, ¿verdad? —preguntó Clayton.
—¿Qué? Claro que sé dónde estamos.
—Y supongo que sabes por dónde pasamos mientras bajábamos. Unos kilómetros al norte de aquí. Reconocí la carretera en cuanto la vi.
El camino a la cantera de Fell. Clayton captó en mi expresión que yo ya sabía de lo que estaba hablando.
—¿No te das cuenta? —continuó—. Deberías saber cómo le funciona la cabeza a Enid. Finalmente Cynthia, junto con su hija, terminan en el lugar donde Enid cree que debería haber estado todos estos años. Y quizás en esta ocasión a Enid no le preocupe que encuentren enseguida el coche y los cuerpos. De hecho, mejor que la policía los encuentre. Tal vez la gente piense que Cynthia estaba angustiada, que de algún modo se sentía responsable y desesperada por lo que había ocurrido, por la muerte de su tía. Así que conduce hasta ahí arriba, justo hasta el borde del precipicio.
—Pero eso es una locura —argüí—. En algún momento podría haber funcionado, pero no ahora. No cuando hay más gente que sabe lo que está ocurriendo. Nosotros. Vince. Es demencial.
—Exactamente —replicó Clayton—. Es Enid.
Casi choqué con un Escarabajo mientras salía del aparcamiento, para deshacer el camino por el que habíamos llegado allí.
Iba a ciento cuarenta cuando nos acercamos a las curvas cerradas que nos llevaban hacia el norte, a Otis, así que tuve que frenar para no perder el control del coche. Una vez dejamos atrás las curvas, volví a apretar el acelerador a fondo. Por poco matamos a un ciervo que atravesó el asfalto, y casi nos llevamos por delante el guardabarros de un tractor cuando el granjero que lo conducía llegó al final del camino que salía de su finca.
Clayton apenas mostraba expresión alguna.
Tenía la mano derecha agarrada con fuerza a la manilla de la puerta, pero no me pidió ni una sola vez que redujera la velocidad o me lo tomara con calma. Él también había entendido que quizá llegábamos ya demasiado tarde.
No sé cuánto tardamos en llegar a la carretera que se dirigía hacia el este desde Otis. Media hora, una tal vez. A mí me pareció una eternidad. Sólo podía pensar en Cynthia y en Grace. Y no podía evitar imaginármelas en un coche, cayendo por el borde del acantilado hasta el fondo del lago.
—La guantera —le indiqué a Clayton—. Ábrela.
Se inclinó hacia delante con algún esfuerzo, abrió el compartimiento y dejó al descubierto la pistola que yo había cogido de la ranchera de Vince. La sacó y la inspeccionó brevemente.
—Sujétala hasta que lleguemos ahí —le ordené.
Clayton asintió en silencio, pero entonces tuvo un ataque de tos. Era una tos profunda, seca y ronca que parecía provenir directamente de los dedos de sus pies.
—Espero conseguirlo —dijo.
—Yo espero que los dos lo consigamos —añadí.
—Si ella está ahí —dijo—, y si llegamos a tiempo, ¿qué crees que me dirá Cynthia? —Hizo una pausa—. Debo decirle que lo siento.
Le lancé una mirada, y el modo en que él me miró revelaba una profunda tristeza por no ser capaz de ofrecer más que una disculpa. Pero algo en su expresión me dijo que no importaba lo tarde que llegara, lo inadecuada que fuera: su disculpa sería genuina.
Era un hombre que necesitaba ser perdonado por su vida entera.
—Tal vez —le dije— tengas una oportunidad.
Pese a lo mal que se encontraba, Clayton vio el camino que llevaba a la cantera antes que yo. No estaba señalizado y era tan estrecho que habría sido fácil pasar de largo. Tuve que pisar los frenos a fondo, y los cinturones se bloquearon cuando nos vimos lanzados hacia delante.
—Dame la pistola —le pedí, sujetando el volante con la mano izquierda mientras entrábamos en el sendero.
El camino empezó a subir y los árboles comenzaron a abrirse mientras a través del parabrisas se veía un cielo azul y despejado. Luego la carretera se niveló al llegar al claro, y allí, un poco más adelante, vimos la parte trasera del Impala marrón a la derecha, y el viejo Corolla plateado de Cynthia a la izquierda.
De pie entre los dos coches, de cara a nosotros, estaba Jeremy Sloan. Sujetaba algo en la mano derecha.
Cuando la alzó pude ver que se trataba de una pistola, y cuando el parabrisas de nuestro Honda saltó hecho añicos, supe que estaba cargada.