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Entonces vino la parte de la historia que me había contado Cynthia. Que ignoró el toque de queda y les dijo a sus padres que estaba en casa de Pam. Que Clayton fue a buscarla, la encontró en el coche con Vince Fleming y se la llevó a casa.

—Estaba rabiosa —dijo Clayton—. Nos dijo que ojalá estuviéramos muertos. Se fue hecha una furia a la habitación y no volvimos a verla. Estaba borracha. Dios sabe lo que habría bebido. Debió de quedarse dormida al instante. Nunca tendría que haber salido con un tipo como Vince Fleming; su padre no era más que un gánster de pacotilla.

—Lo sé —dije con las manos en el volante, conduciendo a través de la noche.

—Como te decía, fue una discusión de las gordas. A veces Todd disfrutaba cuando su hermana se metía en problemas, ya sabes cómo pueden ser los chicos. Pero no fue así en esta ocasión. Fue todo bastante desagradable. Justo antes de que yo volviera con Cynthia, le había estado diciendo a Patricia que necesitaba comprar papel de bristol o algo así. Como cualquier otro chico, se había dejado un trabajo para el último momento y necesitaba una hoja de ésas para una presentación. Ya era tarde y casi todas las tiendas estaban cerradas, pero entonces Patricia se acordó de que lo vendían en el drugstore, que estaba abierto las veinticuatro horas, así que dijo que irían a comprarlo.

Tosió y bebió un sorbo de agua. Se estaba quedando ronco.

—Pero antes, Patricia tenía que hacer una cosa. —Me lanzó una mirada. Yo me toqué la chaqueta y noté el sobre—. Y luego ella y Todd se marcharon en el coche de Patricia. Yo me senté en la sala, exhausto. En un par de días tenía que irme de nuevo, ponerme en marcha y pasar un tiempo en Youngstown. Siempre me sentía un poco deprimido antes de marcharme y volver con Enid y Jeremy.

Miró por la ventanilla mientras adelantábamos a un tráiler.

—Me daba la sensación de que hacía mucho rato que Todd y su madre se habían marchado. Debía de hacer una hora. El drugstore no estaba tan lejos. Y entonces sonó el teléfono.

Clayton respiró hondo varias veces.

—Era Enid, que llamaba desde una cabina. Me dijo: «¿Sabes quién soy?» ¡Dios mío!, exclamé.

»Supongo que de alguna manera siempre había esperado aquella llamada. Pero no podía imaginarme lo que había hecho. Me ordenó que me encontrara con ella en el aparcamiento del Denny’s, y me dijo que era mejor que me diera prisa. Dijo que teníamos mucho trabajo que hacer, y me pidió que llevara un rollo de papel de cocina. Salí volando de casa y conduje hasta Denny’s; pensé que quizás estaría en el restaurante, pero estaba sentada en su coche. No salió.

—¿Por qué? —pregunté.

—No podía andar por ahí cubierta de sangre sin llamar la atención.

De repente sentí mucho frío.

—Me acerqué al coche y al principio me pareció que tenía las mangas llenas de aceite. Estaba tan tranquila. Bajó la ventanilla y me dijo que entrara en el coche. Así lo hice, y entonces me di cuenta de que lo que la cubría no era aceite, sino sangre. Por las mangas del abrigo, por la parte delantera de la blusa. Me puse a gritarle: «¿Qué demonios has hecho? ¿Qué has hecho?». Pero ya sabía lo que había ocurrido.

»Enid había aparcado frente a nuestra casa. Supongo que llegó unos minutos después de que yo entrara con Cynthia. Tenía la dirección de la factura de teléfono. Debió de ver mi coche en el camino de entrada, pero con una matrícula de Connecticut, y empezó a atar cabos. Y entonces Patricia y Todd salieron de casa, se marcharon con el coche y ella les siguió. Para entonces, ya debía de estar ciega de rabia. Había deducido que yo tenía otra vida, otra familia.

»Les siguió hasta el drugstore. Salió del coche y entró tras ellos en la tienda, haciendo ver que buscaba algo mientras los vigilaba. Debió de quedarse asombrada al ver a Todd; se parecía tanto a Jeremy… Aquello tuvo que ser la prueba definitiva.

»Enid abandonó la tienda antes que Patricia y Todd, y se dirigió de vuelta al coche. Apenas había vehículos en el aparcamiento, y no se veía a nadie. Del mismo modo que años después Enid siempre guardaba un arma a mano para casos de emergencia, en aquel entonces llevaba siempre un cuchillo en la guantera. Lo cogió, corrió en dirección al drugstore y se escondió tras la esquina, que a aquella hora estaba sumida en las tinieblas. Se encontraba en un callejón ancho, que usaban los camiones de reparto.

»Todd y Patricia salieron de la tienda. Todd llevaba su lámina de papel de bristol enrollada dentro de un tubo y la sujetaba sobre el hombro, como un soldado con su rifle.

»Enid apareció de la oscuridad.

»—¡Ayuda! —gritó.

»Todd y Patricia se detuvieron y la miraron.

»—¡Mi hija! —dijo Enid—. ¡Está herida!

»Patricia corrió hacia ella y Todd la siguió.

»Enid dejó que se adentraran un poco en el callejón, y luego se volvió hacia Patricia y le dijo:

»—Por casualidad no serás la mujer de Clayton Bigge, ¿no?

»Debió de quedarse estupefacta —dijo Clayton—. Primero esa mujer le pide ayuda, y entonces, sin venir a cuento, le pregunta algo así.

—¿Qué contestó ella?

—Dijo que sí. Y entonces el cuchillo se alzó y la degolló. Enid no aguardó ni un segundo. Mientras Todd todavía intentaba entender lo que había ocurrido (no hay que olvidar que estaba oscuro), ella se lanzó sobre él y le rajó la garganta igual que había hecho con su madre.

—¿Ella te contó todo esto? —pregunté—. ¿Enid?

—Muchas, muchas veces —respondió Clayton en voz baja—. Le encanta hablar de ello. Incluso ahora. Lo llama «recordar los viejos tiempos».

—¿Qué ocurrió luego?

—Enid buscó una cabina y me llamó. Cuando yo llegué, la encontré en el coche, y ella me contó lo que había hecho. «Los he matado —dijo—. A tu mujer y a tu hijo. Están muertos».

—Ella no lo sabía —dije.

Clayton negó en silencio en la oscuridad.

—No sabía que también tenías una hija.

—Supongo que no —dijo al fin—. Supongo que era una cuestión de simetría. Tenía una mujer y un hijo en Youngstown, y una mujer y un hijo en Milford. Un segundo hijo que era igual que el primero. Todo parecía perfectamente equilibrado. Una especie de reflejo en el espejo. Supongo que eso le hizo llegar a algunas conclusiones. Por el modo en que hablaba deduje que no tenía ni idea de que Cynthia aún estaba en casa, ni siquiera de que existía. No me había visto llegar con ella.

—Y tú no ibas a contárselo.

—Estaba en estado de shock. Podía pensar, pero no con coherencia. Ella puso el coche en marcha, condujo hasta el callejón y me enseñó los cuerpos. «Vas a tener que ayudarme —dijo—. Tenemos que deshacernos de ellos».

Clayton se detuvo un momento y se pasó el siguiente kilómetro sin decir una palabra. Por un segundo me pregunté si se habría muerto.

—Clayton, ¿estás bien? —pregunté finalmente.

—Sí —respondió.

—¿Qué pasa?

—En ese momento podría haber hecho algo diferente. Podía haber elegido hacer otra cosa, pero quizás estaba demasiado impresionado para darme cuenta, para saber qué era lo correcto. Podría haber terminado con todo en aquel momento, podría haberme negado a ayudarla y haber acudido a la policía. Podría haberla acusado. En ese momento, allí, podría haber puesto punto y final a aquella locura.

—Pero no lo hiciste.

—Ya me sentía culpable antes. Llevaba una doble vida. Aquello me habría arruinado la existencia, me habría deshonrado. Estoy seguro de que me habrían acusado, no por las muertes de Todd y Patricia, sino por estar casado con más de una mujer; a menos que seas mormón o algo así creo que existen leyes contra eso. Tenía un carné falso, lo que probablemente constituía un fraude, aunque nunca quise quebrantar la ley. Siempre intenté vivir de un modo correcto, ser un hombre de recta moral.

Le lancé una mirada.

—Y por supuesto, el otro problema es que ella me leyó el pensamiento, y me dijo que si llamaba a la policía les diría que sólo me estaba ayudando, que todo había sido idea mía y que la había obligado a llevarla a cabo. Así que la ayudé. Que Dios me perdone, la ayudé. Metimos a Patricia y a Todd en su coche, pero dejamos el asiento del pasajero vacío. Tuve una idea. Había un sitio en el que podíamos dejar el coche, con ellos dentro. Una cantera, justo al lado de la ruta por la que trabajaba. Una vez, al volver a Youngstown, empecé a conducir sin rumbo porque no quería llegar a casa y encontré un camino que llevaba a lo alto de un precipicio que se abría sobre una cantera abandonada. Había un pequeño lago. Me quedé allí bastante rato, pensando en lanzarme por el precipicio. Pero al final continué mi camino. Pensé que puesto que iba a caer en el agua, cabía la posibilidad de que sobreviviera.

Tosió y bebió agua.

—Teníamos que dejar un coche en el aparcamiento. Conduje el Escort de Patricia hacia el norte dos horas y media, en plena noche, mientras Enid me seguía en su coche. Me costó un poco pero al final encontré el camino, subí, puse una piedra sobre el acelerador con el cambio en punto muerto, me incliné, puse la directa y salté hacia atrás mientras el coche salía disparado por el acantilado. Unos segundos después lo oí caer en el agua. No pude ver mucho. Al mirar abajo estaba tan oscuro que ni siquiera lo vi desaparecer en la superficie.

Se había quedado sin resuello, y se tomó unos segundos para recuperar el aliento.

—Entonces tuvimos que conducir de vuelta para recoger el otro coche. Y luego, cada uno en su coche, dimos media vuelta y nos dirigimos a Youngstown. Ni siquiera tuve la oportunidad de despedirme de Cynthia, de dejarle una nota, nada. Tenía que desaparecer.

—¿Cuándo lo descubrió? —pregunté.

—¿Cómo?

—¿Cuándo descubrió Enid que se había dejado a una? ¿Que no se había deshecho de toda tu otra familia?

—Unos días después. Estuvo mirando las noticias y esperando que saliera algo, pero los periódicos y las emisoras de Buffalo no le prestaron mucha atención al asunto. Al fin y al cabo no era un asesinato. No había cuerpos. Ni siquiera había sangre en el callejón junto al drugstore. Esa noche hubo una tormenta que lo lavó todo. Pero ella fue a la biblioteca, por aquella época aún no había internet, y empezó a consultar periódicos de fuera de la ciudad y del estado, y descubrió algo. «Desaparece la familia de una chica», creo que era el titular. Volvió a casa; nunca la había visto tan enloquecida. Rompió platos, lanzó cosas por el aire. Estaba completamente fuera de sí. Le llevó un par de horas calmarse.

—Pero tuvo que vivir con eso —dije.

—Al principio no pensaba hacerlo. Empezó a prepararse una bolsa para ir a Connecticut y terminar su trabajo. Pero la detuve.

—¿Cómo lo conseguiste?

—Hice un pacto con ella. Una promesa. Le dije que nunca la abandonaría, que nunca volvería a hacer algo así, que nunca, nunca intentaría ponerme en contacto con mi hija, si la dejaba vivir. Le dije que eso era lo único que le pedía. «Déjala vivir, y me pasaré el resto de mi vida compensándote por haberte traicionado».

—¿Y ella lo aceptó?

—A regañadientes. Pero es algo que siempre la ha inquietado, como cuando te pica la espalda y no llegas para rascarte. Un trabajo inconcluso. Pero ahora hay una emergencia: se ha enterado de lo del testamento, y sabe que si yo muero antes de que pueda matar a Cynthia, lo perderá todo.

—¿Y qué hiciste tú? ¿Simplemente seguir adelante?

—Dejé de viajar. Conseguí otro trabajo; monté mi propia empresa y trabajaba en casa o justo al lado, en Lewiston. Enid me dejó muy claro que no iba a viajar más: no iba a permitir que volviera a engañarla. A veces pensaba en marcharme, volver, buscar a Cynthia y contárselo todo, llevármela a Europa y escondernos allí, vivir con nombres falsos. Pero sabía que lo estropearía, que seguramente acabaría por dejar alguna pista y haría que mataran a Cynthia. Además, no es tan fácil conseguir que una chica de catorce años haga lo que tú quieres que haga. Así que me quedé con Enid. Ahora teníamos un vínculo más fuerte que el del mejor matrimonio del mundo. Habíamos cometido un crimen abyecto juntos. —Hizo una pausa—. Hasta que la muerte nos separara.

—Y la policía… ¿nunca os interrogó, nunca sospechó nada?

—Nunca. Lo esperé durante mucho tiempo. El primer año fue el peor. Cada vez que oía un coche en el camino de entrada, creía que había llegado el momento. Y luego pasó el segundo año, y el tercero, y antes de que me diera cuenta habían pasado diez. A veces te preguntas cómo puede durar tanto la vida cuando tú mueres un poco cada día.

—¿Nunca regresaste a Connecticut?

—Desde aquella noche, nunca volví a poner un pie en ese estado.

—Entonces, ¿cómo conseguiste hacerle llegar el dinero a Tess? ¿Para ayudarla a criar a Cynthia, a pagar su educación?

Clayton me estudió durante unos segundos. Me había contado un montón de cosas durante el viaje que me habían dejado estupefacto, pero parecía que ésa era la primera vez que yo conseguía sorprenderle.

—¿Y quién te ha contado eso? —preguntó.

—Tess me lo dijo —le conté—. Hace poco.

—No pudo decirte que el dinero era mío.

—No lo hizo. Me dijo que había recibido dinero, y aunque tenía sus sospechas, nunca supo con certeza quién se lo dejaba.

Clayton no dijo nada.

—Lo dejabas tú, ¿verdad? —pregunté—. Guardabas algo de dinero para Cynthia, se lo escondías a Enid, igual que habías hecho cuando mantenías un segundo hogar.

—Enid sospechó algo. Años más tarde. Creíamos que nos iban a hacer una auditoría, y Enid contrató a un contable que revisó un montón de facturas antiguas. Encontraron una irregularidad, y tuve que inventarme que había estado desviando dinero para pagar unas deudas de juego. Pero ella no se lo creyó, y me amenazó con ir a Connecticut y matar a Cynthia, como debía haber hecho años antes, si no le decía la verdad. Así que le conté que le había estado dando dinero a Tess para ayudarla con la educación de Cynthia. Pero le aseguré que había mantenido mi palabra. Nunca me había puesto en contacto con ella desde que Cynthia creía que yo había muerto.

—Así que Enid también fue acumulando rencor hacia Tess durante todos estos años.

—La despreciaba; creía que se había quedado con un dinero que le correspondía sólo a ella. Cynthia y Tess, las dos mujeres a las que más odiaba en el mundo, y ni siquiera las conocía.

—Entonces —dije—, esa historia tuya de que nunca volviste a visitar Connecticut, incluso aunque no vieras a Cynthia, era mentira, ¿no?

—No —replicó—. Es la verdad.

Me quedé pensando un rato en eso, mientras seguíamos avanzando a través de la noche.