Al tragar saliva vi cómo la nuez le subía y le bajaba por el cuello.
—¿Mi qué? —preguntó.
—Su yerno —repetí—. Soy el marido de Cynthia.
Abrió la boca para hablar, lo cual me permitió ver lo seca que estaba.
—¿Quiere un poco de agua? —le ofrecí en voz baja.
Él asintió. Había una jarra y un vaso junto a la cama, y le serví un poco. También había una pajita sobre la mesa, y se la acerqué a los labios mientras le sujetaba el vaso.
—Puedo hacerlo solo —dijo cogiendo el vaso y sorbiendo por la pajita.
Lo agarró con más fuerza de la que esperaba. Al final se pasó la lengua por los labios y me devolvió el vaso.
—¿Qué hora es? —preguntó.
—Las diez pasadas —respondí—. Siento haberle despertado; parecía dormir bastante a gusto.
—No pasa nada —me tranquilizó—. Aquí siempre te están despertando, a cualquier hora del día o de la noche.
Respiró con fuerza por la nariz y dejó escapar el aire lentamente por la boca.
—Bien —dijo finalmente—, ¿se supone que debo saber de qué me está hablando?
—Creo que sí —dije—. Usted es Clayton Bigge.
Otra respiración profunda.
—Soy Clayton Sloan.
—No dudo que lo sea —repliqué—. Pero creo que también es Clayton Bigge, casado con Patricia Bigge; tenían un hijo llamado Todd y una hija llamada Cynthia, y vivía en Milford, Connecticut, hasta una noche de 1983 en la que ocurrió algo terrible.
Desvió la vista y se quedó mirando la cortina. Cerró en un puño la mano que quedaba más cerca de mí, luego abrió los dedos y los volvió a apretar.
—Me estoy muriendo —me contó—. No sé cómo me ha encontrado, pero déjeme morir en paz.
—Entonces quizá sea el momento de sacarse algunos pesos de encima —dije.
Clayton giró la cabeza sobre la almohada para mirarme de nuevo.
—Dígame, ¿cómo se llama?
—Terry. Terry Archer. —Vacilé un momento—. ¿Y usted?
Volvió a tragar saliva.
—Clayton —respondió—. Siempre he sido Clayton. —Bajó la vista a su regazo y se quedó mirando los pliegues de las sábanas—. Clayton Sloan, Clayton Bigge. —Hizo una pausa—. Depende de dónde estuviera en cada momento.
—¿Dos familias? —inquirí.
De repente lo vi claro. Todo lo que Cynthia me había contado sobre su padre. Siempre de viaje. De aquí para allá del país. En casa unos días, y luego otros fuera, y luego de vuelta. Viviendo la mitad de su vida en algún otro lugar.
De pronto, la cara del anciano se iluminó, como si se le hubiera ocurrido algo.
—Cynthia —me dijo—. ¿Está aquí? ¿Está con usted?
—No —respondí—. Yo no… no sé exactamente dónde se encuentra en este momento. Quizás esté de vuelta en nuestra casa, en Milford. Con nuestra hija. Grace.
—Grace —repitió él—. Mi nieta.
—Sí —susurré mientras una sombra pasaba por el corredor—. Su nieta.
Clayton cerró los ojos por un momento, como si algo le doliera. Pero no creo que se tratara de algo físico.
—Mi hijo —dijo—. ¿Dónde está mi hijo?
—¿Todd? —pregunté.
—No, no —negó—. Todd no, Jeremy.
—Creo que ahora mismo está regresando de Milford.
—¿Qué?
—Vuelve a casa. Eso creo, al menos.
Clayton me miraba atentamente, con los ojos muy abiertos.
—¿Qué hacía en Milford? ¿Cuándo se fue allí? ¿Por eso no ha venido estos días con su madre? —Entonces se le cerraron los ojos y empezó a farfullar—: No, no, no.
—¿Qué? —inquirí—. ¿Qué ocurre?
Levantó una mano cansada, como si me estuviera despidiendo.
—Déjeme —dijo sin abrir los ojos.
—No lo entiendo —dije—. ¿Jeremy y Todd no son la misma persona?
Sus párpados se abrieron lentamente, como el telón de un escenario.
—Esto no puede estar pasando… ¡Estoy tan cansado!
Me incliné un poco más. Odiaba tener que presionar a un hombre viejo y enfermo tanto como odiaba que Vince retuviera a una anciana incapacitada, pero había cosas que tenía que saber.
—Dígamelo —le pedí—. ¿Son Todd y Jeremy la misma persona?
Volvió la cabeza pausadamente y se me quedó mirando.
—No. —Hizo una pausa—. Todd está muerto.
—¿Cuándo? ¿Cuándo murió Todd?
—Esa noche —explicó Clayton resignado—. Con su madre.
Así que eran ellos. Los del coche en el fondo de la cantera. Cuando se compararan los resultados de los tests de ADN de Cynthia con las muestras extraídas de los cuerpos del coche, el resultado sería positivo.
Clayton alzó la mano con un gesto de cansancio y señaló la pequeña mesa.
—¿Más agua? —pregunté.
Él asintió. Le alargué el vaso y tomó un trago largo.
—No estoy tan débil como parece —dijo mientras sujetaba el vaso como si fuera un gran logro—. A veces, cuando viene Enid, hago ver que estoy en coma para no tener que hablar con ella y oír sus quejas. Todavía ando un poco. Puedo ir al baño. A veces incluso consigo llegar a tiempo.
Señaló la puerta cerrada al otro lado de la habitación.
—Patricia y Todd —continué—. Así que están los dos muertos.
Clayton volvió a cerrar los ojos.
—Tienes que contarme qué está haciendo Jeremy en Milford.
—No estoy seguro —expliqué—. Pero creo que nos ha estado vigilando; vigilando a nuestra familia. Diría que ha entrado en nuestra casa. No lo sé con seguridad, pero creo que podría haber matado a la tía de Cynthia, Tess.
—Oh, Dios mío —exclamó Clayton—. ¿La hermana de Patricia? ¿Está muerta?
—Le clavaron un cuchillo —expliqué—. Y el hombre al que contratamos para que intentara descubrir algunas cosas… también está muerto.
—Esto no puede estar pasando. Dijo que había encontrado un trabajo. En el oeste.
—¿Qué?
—Enid. Dijo que Jeremy había encontrado un trabajo, en… en Seattle o algo así. Una oportunidad. Dijo que tenía que irse y que pronto volvería. Por eso no ha venido a visitarme. Pensaba que… bueno, que el hecho de que no le importara era una razón suficiente. —Pareció perderse en sus pensamientos—. Jeremy… no puede evitar ser lo que es. Ella lo ha convertido en lo que es. Hace todo lo que ella le dice. Le ha envenenado contra mí desde el mismo día en que nació. Ni siquiera entiendo por qué Enid viene aún a visitarme. Sólo me dice: «Aguanta, aguanta un poco más». Es como si no le importara que me muriera; lo único que quiere es que no me muera todavía. Está tramando algo, me he dado cuenta. Me ha estado contando mentiras, mintiéndome sobre todo, sobre Jeremy. No quería que supiera adónde se había ido.
—¿Por qué iba a querer ocultártelo? ¿A qué podría ir Jeremy a Milford?
—Debe de haberlo visto —susurró—. De alguna manera lo ha encontrado.
—¿El qué? ¿Ver el qué?
—Por Dios santo —dijo débilmente; dejó caer la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos, para luego mover la cabeza de un lado a otro—. Enid lo sabe. Por Dios santo, si Enid lo sabe…
—¿Si Enid sabe qué? ¿De qué estás hablando?
—Si lo sabe, puede hacer cualquier cosa.
Me acerqué aún más a Clayton Sloan o Clayton Bigge y susurré en tono de urgencia a unos centímetros de su oído:
—Si Enid sabe ¿qué?
—Me estoy muriendo. Ella… debe de haber llamado al abogado. Nunca tuve intención de que viera el testamento antes de morirme… Mis instrucciones fueron muy estrictas. Debe de haber metido la pata… Lo tenía todo bien planeado…
—¿Testamento? ¿Qué testamento?
—Mi testamento. Hice que lo cambiaran. Ella no debía saberlo; si se enteraba… Estaba todo arreglado: cuando muriera, mi patrimonio, todo, sería para Cynthia… Enid y Jeremy se quedaban fuera, sin nada, que es justo lo que merecen, lo que ella merece. —Me miró—. No tienes ni idea de lo que es capaz.
—Está aquí. Enid está aquí, en Youngstown. Fue Jeremy quien se marchó a Milford.
—Ella debe de haberlo enviado. Está en una silla de ruedas; esta vez no podía hacerlo ella.
—¿Hacer el qué?
Ignoró mi pregunta. Ya tenía bastante con las suyas.
—¿Así que vuelve? ¿Jeremy está de regreso?
—Eso fue lo que dijo Enid. Esta mañana pagó la factura de su motel en Milford. Creo que llegamos antes que él.
—¿Llegamos? Creía que habías dicho que Cynthia no estaba contigo.
—Y no lo está. He venido con un hombre llamado Vince Fleming.
Clayton le dio vueltas al nombre.
—Vince Fleming —repitió lentamente—. El chico. El chico con el que ella estaba esa noche. En el coche. El chico con el que la encontré.
—Así es. Me está ayudando. Ahora está con Enid.
—¿Con Enid?
—Se está asegurando de que no llama a Jeremy para avisarle de que estamos aquí.
—Pero si Jeremy… si está de camino a casa, ya debe de haberlo hecho.
—¿Hacer el qué?
—¿Cynthia está bien? —Sus ojos mostraban una mirada de desesperación—. ¿Está viva?
—Por supuesto que está viva.
—¿Y vuestra hija, Grace? ¿También está viva?
—¿De qué estás hablando? Sí, claro que está viva.
—Porque si algo le ocurriera a Cynthia, la herencia sería para cualquier hijo que ella tuviera… Está todo estipulado.
Noté cómo todo el cuerpo me empezaba a temblar. ¿Cuántas horas hacía que no hablaba con Cynthia? Aquella mañana habíamos charlado un momento, mi única conversación con ella desde que se había marchado con Grace en plena noche.
¿Acaso sabía con certeza que Grace y ella estaban vivas en este momento?
Saqué mi teléfono móvil. Se me ocurrió que probablemente se suponía que no debía llevarlo en el hospital, pero puesto que nadie sabía que me encontraba allí, me imaginé que no había problema si lo usaba.
Marqué el número de casa.
—Por favor, por favor, coge el teléfono —dije en voz baja.
El teléfono sonó una, dos, tres veces. Al cuatro timbre, saltó el contestador.
—Cynthia —dije—. Si vas a casa, si oyes esto, tienes que llamarme de inmediato. Es una emergencia.
Colgué y probé con el número de su móvil. El buzón de voz saltó de inmediato. Le dejé más o menos el mismo mensaje, y añadí:
—Es absolutamente necesario que me llames.
—¿Dónde está? —preguntó Clayton.
—No lo sé —repliqué preocupado.
Por un momento me planteé la posibilidad de llamar a Rona Wedmore, pero la descarté y marqué otro número. Sonó cinco veces antes de que contestaran.
El sonido de alguien levantando el auricular y aclarándose la garganta, y luego un soñoliento:
—¿Sí?
—Rolly —dije—. Soy Terry. Siento llamar a estas horas.
Al oír el nombre, Clayton parpadeó.
—Ah, hola —saludó—. No te preocupes por la hora. ¿Has encontrado a Cynthia?
—No. Pero he encontrado a otra persona.
—¿Qué?
—Mira, no tengo tiempo para explicártelo, pero necesito que encuentres a Cynthia. No sé qué decirte ni por dónde empezar. Pasa por casa para ver si está el coche, y si está, golpea la puerta, rómpela si hace falta, para comprobar si Cynthia y Grace están ahí. Llama a los hoteles, no lo sé, cualquier cosa que se te ocurra, ¿vale?
—Terry, ¿qué sucede? ¿A quién has encontrado?
—Rolly, he encontrado a su padre.
Al otro lado de la línea había un silencio total.
—¿Rolly?
—Sí, estoy aquí. Es sólo que… no me lo puedo creer.
—Yo tampoco.
—¿Qué te ha dicho? ¿Te ha explicado lo que ocurrió?
—Acabamos de empezar. Estoy en el norte de Buffalo, en un hospital. No está en muy buen estado.
—¿Puede hablar?
—Sí. Ya te lo contaré todo cuando pueda. Pero tienes que buscar a Cynthia. Si la encuentras, dile que me llame inmediatamente.
—Muy bien, cuenta con ello. Voy a vestirme.
—Ah, y Rolly —dije—, deja que sea yo quien se lo cuente. Lo de su padre. Va a tener un millón de preguntas que hacer.
—Claro. Te llamaré si descubro alguna cosa.
Pensé en otra persona que podía haber visto a Cynthia. Pamela llamaba a casa tan a menudo que yo había memorizado su número del identificador de llamadas. Marqué y dejé sonar el teléfono varias veces, hasta que alguien contestó.
—¿Hola?
Pamela sonaba tan dormida como Rolly. De fondo se oyó una voz masculina:
—¿Qué pasa?
Le dije a Pamela quién era y me disculpé rápidamente por llamar a aquellas horas.
—Cynthia ha desaparecido —le expliqué—. Con Grace.
—¡Dios! —exclamó Pamela; ahora sonaba completamente despierta—. ¿Las han secuestrado o algo?
—No, no, nada por el estilo. Se ha ido. Quería marcharse un tiempo.
—Ayer o anteayer, no sé… ¿qué día es hoy?… me dijo que posiblemente no vendría, así que cuando no apareció no me extrañó.
—Sólo quería pedirte que estés alerta por si te enteras de algo, y si llama, dile que se ponga en contacto conmigo. Pam, he encontrado a su padre.
Por un momento no se oyó nada al otro lado de la línea.
—¡Joder! —exclamó al fin.
—Ya —dije.
—¿Está vivo?
Miré al hombre de la cama.
—Sí.
—¿Y Todd? ¿Y su madre?
—Ésa es otra historia. Escucha, Pamela, tengo que dejarte. Si ves a Cynthia, dile que me llame, pero deja que le explique yo las novedades.
—Mierda —soltó Pamela—. Como si fuera tan fácil mantener en secreto una noticia así.
Terminé la llamada y me di cuenta de que la batería del móvil se estaba terminando. Me había marchado de casa tan deprisa que no tenía nada para recargarla, ni siquiera en la ranchera.
—Clayton —retomé la conversación después de las llamadas—, ¿por qué crees que Cynthia y Grace pueden estar en peligro? ¿Por qué crees que les puede haber pasado algo?
—Por el testamento —respondió Clayton—. Porque se lo dejo todo a Cynthia. Es la única manera que se me ocurre de compensarla por lo que ocurrió. No es suficiente, ya lo sé, sé que esto no la compensa de nada, pero ¿qué más puedo hacer?
—Pero ¿qué tiene que ver eso con que estén vivas? —pregunté, aunque lo cierto es que estaba empezando a intuirlo.
Paulatinamente, las piezas empezaban a encajar.
—Si muere, si Cynthia muere, si tu hija muere, entonces no pueden heredar el dinero, y todo irá a parar a Enid; sería la esposa superviviente, la única heredera lógica —susurró—. Enid no dejará que Cynthia herede. Las matará a las dos para asegurarse de que se queda con el dinero.
—Pero eso es una locura —dije—. Un asesinato, un doble asesinato, levantaría tantas sospechas que la policía reabriría el caso y empezaría a indagar en lo que ocurrió hace veinticinco años; a Enid podría terminar explotándole todo en la cara, y entonces…
Me detuve en seco.
Un asesinato llamaría la atención. Sin ninguna duda. Pero un suicidio… Nadie prestaría mucha atención a algo así, especialmente si la mujer que lo cometía había estado sometida a un estrés terrible en las últimas semanas. Una mujer que había llamado a la policía porque había recibido una nota en la que se especificaba dónde podía encontrar los cadáveres de su madre y su hermano. Una nota redactada con su propia máquina de escribir.
Si una mujer así se suicidaba… bueno, no era difícil imaginarse la causa: la culpa. La culpa con la que debía de haber convivido durante tanto tiempo. Después de todo, ¿de qué otro modo se explicaba que hubiera podido indicar a la policía dónde se encontraban la cantera y el coche, si no era porque lo había sabido todos esos años? ¿Qué motivo tendría nadie más para enviar una nota así?
Una mujer así de abrumada por la culpa… ¿sería una sorpresa que terminara con la vida de su hija junto con la suya?
¿Podía ser eso lo que habían planeado?
—¿Qué? —me preguntó Clayton—. ¿Qué estás pensando?
¿Y si Jeremy había ido a Milford a vigilarnos? ¿Y si llevaba semanas espiándonos, siguiendo a Grace a la escuela? ¿Observándonos en el centro comercial? ¿Desde la acera de enfrente de casa? ¿Y si había entrado en casa un día que nos despistamos, y se había llevado la llave de repuesto para poder entrar siempre que quisiera, y en una de esas ocasiones (recordé mi hallazgo durante la última visita de Abagnall a nuestra casa), había dejado la llave en el cajón de los cubiertos para que pensáramos que la habíamos puesto allí por descuido? ¿Y si había dejado aquel sombrero y había averiguado nuestra dirección de correo electrónico? Y había escrito aquella nota en mi máquina, para indicarle a Cynthia el lugar en el que se encontraban los cuerpos de su madre y su hermano…
Podía haber hecho todo esto antes de que cambiáramos las cerraduras e instaláramos las de seguridad.
Sacudí ligeramente la cabeza. No podía controlar mis pensamientos. Todo aquello parecía tan increíble, tan maquiavélico.
¿Había estado Jeremy preparando el escenario, y ahora volvía a casa a recoger a su madre para poder llevarla a Milford a que presenciara el acto final?
—Necesito que me lo cuentes todo —le susurré a Clayton—. Todo lo que ocurrió esa noche.
—No tendría que haber ocurrido así —dijo, más para sí mismo que para mí—. No podía ir a verla. Lo prometí, para protegerla… Incluso después de que muriera, cuando Enid descubriera que no heredaba nada… había un sobre sellado que sólo podía abrirse después de que estuviera muerto y enterrado. Allí lo explico todo. Así arrestarían a Enid y Cynthia estaría a salvo.
—Clayton, creo que están en peligro. Tu hija, tu nieta. Necesito que me ayudes mientras aún puedes.
Estudió mi rostro.
—Pareces un buen hombre. Me alegro de que encontrara a alguien como tú.
—Tienes que contarme lo que pasó.
Respiró hondo, como si se estuviera preparando para acometer una tarea.
—Puedo verla ahora —dijo—. Mantenerme alejado ya no va a protegerla. —Tragó saliva—. Llévame con ella. Llévame con mi hija. Deja que me despida de ella. Llévame con ella y te lo contaré todo. Ha llegado el momento.
—No puedo sacarte de aquí —objeté—. Estás enchufado a estas máquinas. Si te llevo conmigo, morirás.
—Voy a morir de todos modos —replicó Clayton—. Mi ropa está en ese armario. Acércamela.
Avancé hacia el armario, pero me detuve.
—Incluso aunque quisiera, no van a dejar que abandones el hospital.
Clayton hizo un gesto para que me acercara a él, alargó la mano y me agarró del brazo con fuerza y resolución.
—Esa mujer es un monstruo —dijo—. No se detendrá ante nada para conseguir lo que quiere. Durante años he vivido con miedo a su lado, he hecho lo que quería, aterrorizado por lo que fuera capaz de hacer. Pero ahora, ¿qué tengo que temer? ¿Qué puede hacerme? Me queda tan poco tiempo… y quizá con ese tiempo pueda salvar a mi Cynthia, y a Grace. No hay ningún límite para lo que podría hacer Enid.
—Ahora no puede hacer nada —le tranquilicé—. No mientras Vince esté con ella.
Clayton me miró con los ojos entrecerrados.
—¿Habéis ido a la casa? ¿Habéis llamado a la puerta?
Asentí.
—¿Y ella os ha abierto?
Volví a asentir.
—¿Parecía asustada?
Me encogí de hombros.
—No especialmente.
—Dos desconocidos llaman a su puerta y ella no siente miedo. ¿No te parece extraño?
Otro encogimiento de hombros.
—Tal vez. Supongo.
—No mirasteis debajo de la manta, ¿verdad? —preguntó preocupado Clayton.