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—¿De qué estás hablando? —preguntó Vince.

—Hace un par de semanas —expliqué—, Cynthia, Grace y yo estábamos comiendo en el centro comercial y Cynthia vio a un tío… Me dijo que estaba convencida de que era Todd. Dijo que tenía el mismo aspecto que tendría Todd de adulto, veinticinco años después.

—¿Cómo os enterasteis de su nombre?

—Cynthia le siguió hasta el aparcamiento. Le llamó por su nombre, Todd, y él no respondió, así que se acercó a él, le dijo que era su hermana y que sabía que él era su hermano.

—Dios —dijo Vince.

—Fue una escena horrible. El tipo negó por activa y por pasiva que fuera su hermano, y actuó como si ella estuviera loca; y ella actuó como si lo estuviera. Así que me llevé al tipo a un lado, le pedí disculpas y le sugerí que quizá si le mostraba a Cynthia su permiso de conducir, aquello probaría que no era quien ella pensaba que era, y que así le dejaría en paz.

—¿Y lo hizo?

—Sí. Yo vi el carné. Era del estado de Nueva York. Él se llamaba Jeremy Sloan.

Vince me cogió el recorte de las manos y miró el nombre correspondiente al lugar que ocupaba Todd.

—Esto es jodidamente curioso, ¿no te parece?

—No me lo puedo explicar —dije—. Todo esto no tiene ningún sentido. ¿Por qué aparece la foto de Todd en un antiguo recorte con un nombre que no es el suyo?

Por un momento Vince se quedó en silencio.

—Ese tipo —dijo finalmente—, el del centro comercial, ¿os dijo alguna cosa?

Yo intenté recordar.

—Dijo que creía que mi mujer necesitaba ayuda. Pero poca cosa más.

—¿Y qué hay del permiso? —preguntó Vince—. ¿Recuerdas algo de él?

—Sólo que era de Nueva York —respondí.

—Es un estado bastante grande, joder —dijo Vince—. Podría vivir al otro lado de la frontera, en Port Chester o White Plains o algo así, o podría ser del jodido Buffalo.

—Creo que era de Young algo.

—¿Young algo?

—No estoy seguro. Sólo pude ver el carné un segundo.

—En Ohio hay un Youngstown —comentó Vince—. ¿Estás seguro de que no era de Ohio?

—Te he dicho todo lo que sé.

Vince le dio la vuelta al artículo. Por la parte de atrás había un texto, pero estaba claro que el recorte lo habían guardado por la foto. La tijera había recortado una columna por en medio y en la parte de atrás solo se veía la mitad del titular.

—No lo guardó por lo que hay en ese lado —le dije a Vince.

—Cállate —replicó. Estaba leyendo trozos de artículos; luego me miró—. ¿Tienes ordenador?

Yo asentí.

—Enciéndelo —ordenó.

Vince me siguió al piso de arriba y se quedó de pie tras de mí mientras yo acercaba una silla a la mesa y ponía el ordenador en marcha.

—Aquí hay algunos fragmentos de un artículo relacionado con el parque Falkner y el condado de Niágara. Mete todo eso en Google.

Le pedí que me deletreara Falkner, lo escribí y le di a Buscar. No tardaron mucho en aparecer los resultados.

—Hay un parque Falkner en Youngstown, Nueva York, en el condado de Niágara —dije.

—¡Bingo! —exclamó Vince—. Así que lo más probable es que esto sea de un periódico de aquella zona, porque se trata de un artículo insignificante sobre el mantenimiento del parque.

Me di la vuelta en la silla y le miré.

—¿Por qué sale Todd en una foto de un periódico de Youngstown, Nueva York, con un puñado de jugadores de baloncesto de otro equipo, y con el nombre de J. Sloan?

Vince se apoyó contra el marco de la puerta.

—Quizá no sea un error.

—¿Qué quieres decir?

—Quizá no sea una foto de Todd Bigge. Quizá sea una foto de J. Sloan.

Me tomé un segundo para asimilarlo.

—¿Qué estás diciendo? ¿Que hay dos personas, una llamada Todd Bigge y otra llamada J. Sloan, Jeremy Sloan? ¿O que hay una sola persona con dos nombres?

—¡Eh! —exclamó Vince—. Yo sólo estoy aquí porque Jane me lo pidió.

Me volví de nuevo hacia el ordenador, entré en la web de las Páginas Blancas e introduje el nombre de Jeremy Sloan en Youngstown, Nueva York.

No obtuve ningún resultado, pero me sugerían que probara alguna alternativa como J. Sloan o sólo el apellido. Intenté esto último, y resultó que había un montón de Sloan en la zona de Youngstown.

—¡Dios! —exclamé mientras le señalaba la pantalla a Vince—. Hay un Clayton Sloan que vive en Niagara View Drive.

—¿Clayton?

—Sí, Clayton.

—Ése era el nombre del padre de Cynthia —dijo Vince como para asegurarse.

—Sí —confirmé. Luego cogí un lápiz de la mesa y escribí el número de teléfono que aparecía en la pantalla del ordenador—. Voy a llamarle.

—¡Joder! —exclamó Vince—. ¿Has perdido la chaveta?

—¿Qué?

—Mira, no sé qué es lo que has encontrado, ni siquiera si has encontrado alguna cosa, pero ¿qué vas a decir cuando llames a ese número de teléfono? Si tienen identificador de llamadas sabrán al momento quién es. Y bueno, quizá sepan quién eres tú o quizá no, pero no querrás pillarte los dedos, ¿no?

¿Qué demonios quería Vince? No estaba seguro de si intentaba darme un buen consejo o si tenía alguna razón para no querer que yo llamara. ¿Estaba tratando de evitar que atara cabos?

Me alargó su móvil.

—Usa éste —ofreció—. No sabrán quién demonios les llama.

Cogí el teléfono, lo abrí, miré el número que aparecía en la pantalla del ordenador, respiré hondo y lo marqué en el teléfono de Vince. Luego lo acerqué a mi oreja y esperé.

Un timbre. Dos timbres. Tres timbres. Cuatro timbres.

—No hay nadie —dije.

—Dale un poco más de tiempo —indicó Vince.

Cuando hubo sonado ocho veces, empecé a cerrar el teléfono, pero entonces oí una voz.

—¿Sí?

Era una voz de mujer. Mayor, por lo menos unos sesenta años.

—Ah, sí, hola —saludé—. Estaba a punto de colgar.

—¿Puedo ayudarle?

—¿Está Jeremy?

Incluso mientras lo decía pensé: «¿Y si está? ¿Qué voy a decir? ¿Qué demonios le voy a preguntar? ¿O quizá debería colgar? ¿Descubrir si está ahí, confirmar que de hecho existe y luego colgar?».

—Me temo que no —me informó la mujer—. ¿Quién le llama?

—Oh, no importa —dije—. Lo intentaré más tarde.

—Más tarde tampoco estará.

—Ah. ¿Tiene idea de cuándo podría encontrarle?

—No se encuentra en la ciudad —explicó la mujer—. Y no puedo decirle con seguridad cuándo volverá.

—Oh, claro —respondí—. Me dijo algo acerca de ir a Connecticut.

—¿Ah sí?

—Eso creo.

—¿Está seguro? —Parecía bastante alterada.

—Podría estar equivocado. Mire, ya hablaré con él, no es nada importante. Sólo quería jugar a golf.

—¿Golf? Jeremy no juega a golf. ¿Quién es usted? Dígamelo ahora mismo.

La llamada ya se me había ido de las manos. Vince, que se había inclinado hacia mí mientras hablaba para poder escuchar la conversación, se pasó un dedo por la garganta y murmuró la palabra «abortar». Yo cerré el teléfono, cortando así la llamada, sin decir ni una palabra más. Se lo devolví a Vince, quien lo deslizó en su chaqueta.

—Parece que has encontrado el lugar —dijo—. Aun así, deberías haber jugado mejor tus cartas.

Yo ignoré su crítica.

—Así que el Jeremy Sloan que Cynthia encontró en el centro comercial es con toda probabilidad el mismo Jeremy Sloan que vive en Youngstown, Nueva York, en una casa cuyo número de teléfono aparece a nombre de Clayton Sloan. Y el padre de Cynthia conservaba un recorte con la foto de su equipo de baloncesto.

Ninguno de los dos dijimos nada más. Ambos estábamos intentando juntar las piezas del puzle.

—Voy a llamar a Cynthia —dije finalmente—. Tengo que contárselo.

Bajé a la carrera las escaleras hasta la cocina y marqué el número de teléfono del móvil de Cynthia. Pero tal como ella me había advertido, estaba apagado.

—¡Mierda! —exclamé mientras Vince entraba en la cocina detrás de mí—. ¿Se te ocurre alguna idea? —le pregunté.

—Bien, el tipo ese, Sloan, según esa mujer (quizá sea su madre, no lo sé), todavía está fuera de la ciudad. Lo cual significa que podría encontrarse aún en la zona de Milford. Y a menos que tenga amigos o familia por aquí, lo más probable es que duerma en algún motel o en un hotel. —Volvió a sacar su móvil de la chaqueta, buscó un número en su agenda y pulsó una tecla. Esperó un momento y luego dijo—: Eh, soy yo. Sí, aún está conmigo. Hay algo que necesito que hagas.

Y entonces Vince le pidió a quienquiera que estuviera al otro lado de la línea telefónica que consiguiera a un par de tipos (me imaginé que el equipo consistía en los dos que me habían agarrado por la calle y el conductor, a los que Jane había llamado los tres gorilas) y empezara a comprobar todos los hoteles de la ciudad.

—No, no sé cuántos hay —dijo—. ¿Por qué no los cuentas tú? Quiero que te enteres de si hay algún tipo llamado Jeremy Sloan, de Youngstown, Nueva York, alojado en alguno de ellos. Y si lo encuentras, llámame. No hagas nada. Muy bien. Podrías empezar por el Howard Johnson, el Red Roof, el Súper 8… lo que sea. Y por Dios, ¿qué coño es ese ruido que se oye de fondo? ¿Qué? ¿Quién escucha a los jodidos Carpenters?

Una vez Vince hubo dado las instrucciones y se hubo asegurado de que las entendían perfectamente, volvió a meterse el teléfono en el abrigo.

—Si el tal Sloan está en la ciudad, ellos lo encontrarán —me aseguró.

Abrí la nevera y le señalé a Vince una lata de cerveza.

—Claro —aceptó.

Se la alargué, cogí una para mí y me senté ante la mesa de la cocina. Vince se sentó enfrente de mí.

—¿Tienes idea de qué coño está pasando? —preguntó.

Di un trago a la cerveza.

—Creo que quizás ha comenzado todo —respondí—. La mujer que contestó el teléfono… ¿y si es la madre de Jeremy Sloan? ¿Y si Jeremy Sloan es en realidad el hermano de mi mujer?

—¿Sí?

—¿Y si acabo de hablar con la madre de mi esposa?

Si el hermano y la madre de Cynthia estaban vivos, entonces ¿cómo podían explicarse los resultados de las pruebas de ADN que habían realizado a los dos cadáveres que encontraron en el coche descubierto en la cantera? A menos, claro, que lo único que Wedmore hubiera podido confirmar hasta el momento fuera que los cuerpos del coche estaban relacionados entre sí, no que de hecho fueran Todd y Patricia Bigge. Aún estábamos esperando los resultados de las pruebas que debían determinar si había una relación genética entre su ADN y el de Cynthia.

Estaba intentando abrirme paso entre aquel revoltijo de información cada vez más confuso cuando me di cuenta de que Vince estaba hablando.

—Sólo espero que mis chicos no lo encuentren y lo maten —comentó tomando otro trago—. Sería muy propio de ellos.