—¿Tu profesor? —repitió Vince sin dejar de estirar mi pelo—. ¿Qué profesor?
—Mi jodido profesor de escritura creativa —explicó Jane—. Si te vas a dedicar a darles de hostias a mis profesores, podrías empezar con otro. Éste es el señor Archer y es el menos gilipollas de todos. —Se acercó a nosotros—. Hola, señor Archer.
—Hola, Jane —saludé.
—¿Cuándo va a volver? —preguntó—. El tipo que han pillado para sustituirle es un completo estúpido. Todo el mundo hace novillos. Es peor que la mujer que tartamudeaba. A nadie le importa si pasa lista o no. Siempre tiene algo entre los dientes y se mete el dedo en la boca para intentar quitárselo; lo hace muy rápido, como si pensara que no vamos a darnos cuenta, pero no engaña a nadie.
Me di cuenta de que fuera de la escuela Jane no era tan tímida a la hora de hablar conmigo.
—¿Qué es lo que pasa? —le preguntó a Vince en tono indiferente.
—¿Por qué no te largas, Jane? —pidió Vince.
—¿Has visto a mi madre?
—Te he dicho que mires en el centro comercial. O a lo mejor está en el garaje. ¿Por qué la buscas?
—Necesito dinero.
—¿Para qué?
—Cosas.
—¿Qué cosas?
—Cosas, cosas.
—¿Cuánto necesitas?
Jane Scavullo se encogió de hombros.
—¿Cuarenta?
Vince Fleming me soltó el pelo, se metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón para coger la cartera, sacó dos billetes de veinte y se los alargó a Jane.
—¿Éste es el tipo del que hablabas? —preguntó—. ¿Al que le gustan tus relatos?
Jane asintió. Estaba tan relajada que no pude por más que asumir que había visto a otros recibiendo el mismo trato por parte de Vince. Lo único diferente en este caso es que se trataba de uno de sus profesores.
—Sí. ¿Por qué lo tratas como a un perro?
—Mira, cariño, de verdad que ahora no puedo discutir eso contigo.
—Estoy intentando encontrar a mi mujer —expliqué—. Se ha ido con mi hija y estoy preocupado por ellas. Pensaba que tu pa… Pensaba que Vince podría ayudarme.
—No es mi padre —explicó Jane—. Él y mi madre llevan un tiempo saliendo —luego añadió, dirigiéndose a Vince—: No lo digo como un insulto, lo de que no eres mi padre. Porque la verdad es que estás bastante bien —y continuó, dirigiéndose a mí—: ¿Recuerda el relato que escribí sobre el tipo que me preparaba huevos?
Tuve que pensarlo un momento.
—Sí —dije finalmente—. Lo recuerdo.
—Estaba más o menos basado en Vince. Es un tío decente. —Sonrió por la ironía—. Bueno, conmigo. Así que si sólo está usted intentando encontrar a su mujer y a su hija, ¿por qué Vince está tan cabreado?
—Corazón —insistió Vince.
Ella se acercó a Vince y puso su cara cerca de la de él.
—Sé amable con él; si no, estoy jodida. La suya es la única clase en la que tengo una nota aceptable. Si necesita ayuda para encontrar a su mujer, ¿por qué no se la ofreces? Porque si no vuelve a la escuela hasta que ella aparezca entonces tendré que seguir mirando cómo ese tío se hurga los dientes cada día, y eso no es bueno para mi educación. Y además me da ganas de vomitar.
Vince le puso un brazo encima del hombro y la acompañó a la puerta. No pude oír lo que le decía, pero justo antes de que volviera a bajar ella me dijo:
—Nos vemos, señor Archer.
—Adiós, Jane —me despedí, y apenas pude oír sus pasos una vez se cerró la puerta.
Vince se acercó a la mesa; gran parte de su aire amenazador había desaparecido, y se sentó de nuevo. Parecía algo avergonzado y se quedó un momento en silencio.
—Es una buena chica —dije.
Vince asintió.
—Sí, lo es. Su madre, ella y yo hemos conectado; la madre es un poco rara, pero Jane está bien. La verdad es que necesita algo de… ¿cómo lo diría?… estabilidad en su vida. Yo no tengo niños, y a veces pienso en ella como si fuera una hija.
—Parece que se lleva muy bien contigo —dije.
—Me tiene camelado —asintió, y sonrió—. Nos ha hablado de ti. No lo relacioné cuando me dijiste quién eras. Pero está todo el rato el señor Archer esto, el señor Archer aquello…
—¿De verdad? —pregunté.
—Dice que la has animado —explicó—. Con lo de escribir.
—Es bastante buena.
Vince señaló las estanterías atestadas.
—Yo leo mucho. No soy lo que se dice un tío muy cultivado, pero me gustan los libros. Sobre todo la historia y las biografías, y algunos libros de aventuras. Me fascina la gente que puede hacer eso, que puede sentarse y escribir un libro entero. Así que cuando Jane dijo que creía que podía ser escritora, me pareció interesante.
—Tiene una voz propia —dije.
—¿Cómo?
—A veces lees a un escritor y sabes de quién se trata aunque su nombre no aparezca escrito en la cubierta. ¿Sabes a qué me refiero?
—Claro.
—Eso es tener voz propia. Y creo que Jane la tiene.
Vince asintió.
—Oye —dijo—, sobre lo que ha ocurrido…
—No te preocupes por eso —le corté, intentando generar un poco de saliva para poder tragar.
—Cuando la gente empieza a hacer preguntas sobre ti y a intentar encontrarte, puede ser un problema para alguien como yo —explicó.
—¿Qué quieres decir con «alguien como tú»? —pregunté mientras me pasaba los dedos por el pelo, intentando recuperar un aspecto normal.
—Bueno, digámoslo de esta manera —contestó—: no soy profesor de escritura creativa. No creo que en tu trabajo tengas que hacer el tipo de cosas que tengo que hacer yo habitualmente en el mío.
—¿Como mandar a unos tipos en un cuatro por cuatro para que asalten y se lleven a la gente por la calle? —pregunté.
—Exacto —confirmó—. Esa clase de cosas. —Hizo una pausa—. ¿Te apetece ahora un café?
—Gracias —acepté—. Eso estaría bien.
Se acercó al mostrador, me sirvió una taza de la cafetera y volvió a la mesa.
—Todavía me preocupa que tú y el detective y esa poli hayáis estado preguntando sobre mí —comentó.
—¿Puedo ser franco sin que nadie me agarre por el pelo o clave un cuchillo en la mesa entre mis dedos?
Vince asintió lentamente sin apartar los ojos de mí.
—Tú estabas con Cynthia esa noche; su padre os encontró y la arrastró a casa. Menos de doce horas después, Cynthia se levanta y descubre que es la única persona que queda de su familia. Como intentaba decir antes, en principio eres una de las últimas personas que vio a alguien de su familia, aparte de la propia Cynthia, vivo. Y no estoy seguro de si tuviste un enfrentamiento con su padre, Clayton Bigge, pero por lo menos debió de ser incómodo que su padre os encontrara y se la llevara a casa con él. —Hice una pausa—. Pero estoy seguro de que la policía ya repasó todo esto contigo.
—Así es.
—¿Qué les contaste?
—No les conté nada.
—¿Qué quieres decir?
—Exactamente lo que he dicho. No les conté nada. Eso es algo que aprendí de mi padre, Dios lo tenga en su gloria: Nunca contestes a las preguntas de los polis. Incluso aunque seas cien por cien inocente. Nunca ha mejorado la situación de nadie después de hablar con la poli.
—Pero podrías haberla ayudado a aclarar lo que ocurrió.
—No era problema mío.
—Pero ¿eso no les hizo sospechar que tenías algo que ver? ¿El hecho de que te negaras a hablar?
—Quizá. Pero no pueden condenarte por una sospecha, necesitan pruebas. Y no tenían ninguna. Si hubieran tenido alguna prueba, probablemente no estaría aquí ahora sentado manteniendo una agradable charla contigo.
Tomé un sorbo de café.
—¡Uau! —exclamé—. Es excelente.
Era cierto.
—Gracias —dijo Vince—. Y ahora ¿puedo ser franco contigo sin que tú me agarres el pelo? —Sonrió.
—No creo que tengas que preocuparte por eso-dije.
—Lamento lo que ocurrió. Lamento no haber podido ayudar a Cynthia. Porque ella era… No me gustaría ofenderte, ya que eres su marido…
—Está bien.
—Era una chica muy muy agradable. Un poco jodida, como todos los chicos de su edad, pero nada comparada conmigo. Yo ya me había metido en problemas con la poli. Supongo que pasó una fase en la que se sentía atraída por los chicos malos, antes de conocerte a ti —lo dijo como si de algún modo fuera una humillación para él—. No es mi intención ofender.
—Para nada.
—Era una chica dulce, y me sentí fatal por lo que le ocurrió a su familia. Jesús, imagínate que un día te levantas y toda tu jodida familia ha desaparecido. Y a mí me hubiera gustado hacer algo por ella, ¿sabes? Pero mi padre me dijo que me alejara de una chica como ella. Que no necesitaba esa clase de problemas. Con el curriculum que tenía, con un padre metido en la mierda en la que estaba metido el mío, la poli ya iba a fijarse suficientemente en mí como para que me liara con una chica cuya familia probablemente había sido asesinada.
—Supongo que puedo entenderlo —elegí las palabras con cuidado—. Tu padre vivía bien, ¿verdad?
—¿Te refieres al dinero?
—Sí.
—Sí, vivía bien. Mientras pudo. Antes de que lo asesinaran.
—Algo he oído sobre eso —comenté.
—¿Qué más has oído?
—He oído que la gente que se supone que lo hizo recibió su merecido.
Vince esbozó una sonrisa oscura.
—Lo recibieron —regresó al presente y dijo—: ¿Y qué querías decir con lo del dinero?
—¿Crees que tu padre… crees que podría haberse compadecido de Cynthia, de la situación en la que se encontró? ¿Hasta el punto de haber ayudado a pagar su educación para que pudiera ir a la universidad?
—¿Cómo?
—Sólo pregunto. ¿Crees que es posible que pensara que de algún modo tú eras responsable, que quizás habías tenido algo que ver con el hecho de que su familia desapareciera, y que entregara anónimamente dinero a la tía de Cynthia, Tess Berman, para ayudar a cubrir los gastos de su formación?
Vince me miró como si me hubiera vuelto loco.
—¿Dices que eres profesor? ¿Dejan a gente con la cabeza tan jodida que enseñe en la escuela pública?
—Podrías contestar simplemente que no.
—No.
—Porque —dije mientras me debatía conmigo mismo sobre si compartir o no esa información; pero a veces tienes que dejarte llevar por la intuición— alguien lo hizo.
—No me jodas —dijo Vince—. ¿Alguien le daba dinero a su tía para pagar la escuela?
—Así es.
—¿Y nadie sabía quién era?
—Eso es.
Vince Fleming se retrepó en la silla, alzó la vista al techo un momento, volvió a inclinarse hacia delante y apoyó los codos en la mesa. Dejó escapar un largo suspiro.
—Bueno, te voy a decir algo —dijo finalmente—. Pero sólo si no se lo cuentas a la poli, porque si lo haces yo afirmaré que nunca dije nada. Los muy hijos de puta aún encontrarían una forma de usarlo en mi contra.
—De acuerdo.
—Quizá podría habérselo contado a ellos y la información no se habría vuelto en mi contra, pero no podía arriesgarme. No podía admitir que estaba donde estaba y a esa hora, a pesar de que podría haber ayudado a Cynthia. Supongo que en algún momento a los polis se les pasó por la cabeza que ella tenía algo que ver con el asesinato de su propia familia, aunque yo sabía que ella era incapaz de algo así. No quería verme arrastrado.
Sentía la boca seca.
—Cualquier cosa que pudieras contarme ahora sería bienvenida.
—Esa noche —continuó, cerrando los ojos un momento, como si estuviera viendo la imagen—, después de que su viejo nos encontrara en el coche y se la llevara a casa, yo conduje tras ellos. No los seguí exactamente, pero supongo que me preguntaba hasta qué punto se había metido en un marrón y pensé que quizá podía ver si su padre empezaba a gritarle o algo así. Pero lo cierto es que casi no vi nada.
Esperé.
—Les vi subir por el camino de entrada y entrar juntos en la casa. Ella andaba tambaleándose, ¿sabes? Había bebido un poco, los dos habíamos bebido, pero a esas alturas yo ya había desarrollado una buena tolerancia al alcohol. —Esbozó una sonrisita—. Fui un adolescente precoz.
Tenía la sensación de que Vince se estaba acercando a algo importante y no quería entorpecer su discurso con mis comentarios estúpidos.
—En cualquier caso —continuó—, aparqué en la calle pensando que quizás ella volvería a salir después de que sus padres le echaran la bronca. Creí que saldría toda cabreada y cagándose en todo, y entonces yo podría acercarme y recogerla, pero no fue así. Y al cabo de un rato pasó otro coche por mi lado, muy lentamente, como si alguien intentara ver el número de la casa, ¿sabes?
—Sí.
—No le presté mucha atención, pero cuando llegó al final de la calle dio media vuelta y entonces aparcó en el otro lado de la calle, dos casas por debajo de la de Cynthia.
—¿Pudiste ver quién iba en el coche? ¿Qué clase de coche era?
—Era una mierda de ésas, un AMC, creo. Un Ambassador o un Rebel o algo así. Azul, creo. Parecía que dentro hubiera sólo una persona. La verdad es que no pude distinguir quién era, pero diría que era una mujer. No me preguntes por qué, pero ésa fue la sensación que tuve.
—Había una mujer aparcada frente a la casa. ¿La vigilaba?
—Eso parecía. Y recuerdo que la matrícula no era de Connecticut, sino del estado de Nueva York, donde por aquella época eran anaranjadas. Bueno, seguro que alguna vez has visto alguna, están por todas partes.
—¿Cuánto rato se quedó el coche allí?
—Bueno, al cabo de un rato, no mucho, la verdad, la señora Bigge y Todd, el hermano, salieron de la casa y se metieron en el coche de la madre, ese Ford amarillo, y se largaron.
—¿Sólo ellos dos? El padre, Clayton Bigge, ¿no estaba con ellos?
—No. Sólo la madre y Todd. Él se metió en el lado del acompañante; creo que aún no tenía el carné, pero no lo sé seguro. El caso es que fueron a algún lado, no sé adónde. En cuanto giraron por la esquina, las luces del otro coche se encendieron y éste les siguió.
—¿Y tú qué hiciste?
—Me quedé ahí sentado. ¿Qué otra cosa iba a hacer?
—Pero ese otro coche, ese Ambassador o lo que fuera, ¿siguió a la madre y al hermano de Cynthia?
Vince me miró.
—¿Estoy yendo demasiado deprisa?
—Qué va, qué va, es sólo que estoy seguro de que durante veinticinco años Cynthia nunca ha sabido nada de esto.
—Bueno, es lo que vi.
—¿Hay algo más?
—Supongo que me quedé ahí sentado unos tres cuartos de hora más o así; y justo cuando empezaba a preguntarme qué cojones hacía allí y estaba a punto de irme a casa, la puerta delantera de la casa se abre de golpe y el padre, Clayton, sale corriendo como si tuviera un cohete en el culo. Se mete en el coche, sale marcha atrás como a ochenta por hora y desaparece a toda pastilla.
Me tomé un momento para asimilar la información.
—Así que pese a todo podía salirme con la mía, ¿no? Todo el mundo se había ido menos Cynthia. Así que me acerqué con el coche y llamé a la puerta, imaginándome que podría hablar con ella. La aporreé media docena de veces, con fuerza, pero no obtuve respuesta, así que supuse que ya estaría durmiendo la mona. O sea que me jodí y volví a casa.
Se encogió de hombros.
—Alguien estaba ahí —dije—. Vigilando la casa.
—Sí. No sólo yo.
—¿Y nunca le has contado esto a nadie? ¿No se lo dijiste a Cynthia?
—No, y como te he dicho tampoco se lo dije a la poli. ¿Crees que habría sido muy inteligente contarles que esa noche había pasado un rato sentado frente a la casa?
Miré por la ventana, hacia el estrecho y la isla de Charles en la distancia, como si todas las respuestas que había estado buscando, las respuestas que Cynthia buscaba, se encontraran siempre más allá del horizonte, fuera de nuestro alcance.
—¿Y por qué me lo cuentas ahora? —le pregunté a Vince.
Se pasó la mano por la barbilla y arrugó la nariz.
—Joder, no lo sé. Supongo que todos estos años deben de haber sido duros para Cyn, ¿no?
Saber que Vince se había dirigido a Cynthia con la misma expresión cariñosa que yo me sentó como una patada.
—Sí —dije—. Muy duros. Sobre todo últimamente.
—¿Y por qué se ha ido?
—Tuvimos una discusión. Y está asustada por todo lo que ha pasado durante las últimas semanas y por el hecho de que la policía no parezca fiarse de ella. Está asustada por nuestra hija. La otra noche había alguien en la calle, observando nuestra casa. Su tía está muerta. El detective que contratamos ha sido asesinado.
—Humm —asintió Vince—. Menudo desastre. Ojalá pudiera hacer algo por ayudar.
Ambos nos sobresaltamos cuando la puerta se abrió otra vez. Ninguno de los dos había oído a nadie subir por las escaleras.
Era Jane de nuevo.
—Por Dios, Vince, ¿vas a ayudar a este pobre tipo o no?
—¿Dónde cojones estabas? —preguntó Vince—. No habrás estado escuchándolo todo…
—Es una jodida puerta mosquitera. Si no quieres que la gente escuche deberías construirte una cámara acorazada aquí arriba.
—¡Maldita sea! —exclamó él.
—Y bien, ¿le vas a ayudar o qué? No es que estés precisamente muy ocupado ni nada. Además, tienes a esos tres gorilas para ayudarte si los necesitas.
Vince me miró con aire cansado.
—Bueno —ofreció—, ¿puedo ayudarte de alguna manera?
Jane le estaba mirando con los brazos cruzados sobre el pecho.
Yo no sabía qué decir. Puesto que no sabía a lo que me enfrentaba, no estaba en condiciones de predecir si iba a necesitar la clase de servicios que alguien como Vince Fleming podía proporcionarme. Aunque ya no me agarraba el pelo por las raíces, lo cierto es que aún me sentía intimidado por él.
—No lo sé —contesté finalmente.
—¿Qué te parece si me quedo contigo durante un tiempo, a ver qué pasa? —propuso. Al ver que yo no aceptaba de inmediato, añadió—: No estás seguro de si puedes fiarte de mí, ¿verdad?
Me imaginé que no sería fácil engañarle, así que opté por la verdad:
—No —confirmé.
—Muy inteligente —aseguró.
—¿Y? ¿Le ayudarás? —preguntó Jane. Vince asintió. Ella se dirigió entonces a mí—: Será mejor que vuelva pronto a la escuela.
Y tras decir esto se marchó, y esta vez sí que pudimos oír sus pasos en las escaleras.
—Esta chica me da miedo —afirmó Vince.