Incluso aunque no hubiéramos discutido, no me habría extrañado que Cynthia no estuviera en nuestra cama a la mañana siguiente. Cuando me desperté a las seis y media me imaginé que se habría quedado dormida en la cama de Grace y habría pasado la noche allí. Así que no me arrastré por el pasillo de inmediato para ver si era así.
Me levanté, me puse mis tejanos y me dirigí al baño de la habitación para lavarme la cara. Había tenido días mejores. El estrés de las últimas semanas se estaba cobrando su peaje. Tenía bolsas oscuras debajo de los ojos, y de hecho creo que había perdido algunos kilos. Me lo podía permitir, pero lo cierto es que hubiera preferido que no fuera debido al estrés. Tenía los ojos rojos, y no me habría ido mal un corte de pelo.
El toallero está junto a la ventana que da sobre el camino de entrada. Mientras alargaba la mano para agarrar la toalla noté que había algo distinto en el panorama que se percibía por detrás de la persiana. Por los espacios que hay entre ellas normalmente se ven manchas de blanco y plateado, el color de nuestros dos coches. Pero en esta ocasión sólo había plateado y el color del asfalto.
Abrí los porticones. El coche de Cynthia no estaba en el camino.
Murmuré algo del tipo «¿Qué coño?».
Entonces avancé por el pasillo, descalzo y sin pantalones, y abrí de par en par la puerta de la habitación de Grace. A esas horas nunca estaba despierta, y tenía todos los motivos para esperar encontrarla en la cama.
Pero ésta estaba hecha, y vacía.
Podría haber gritado el nombre de mi mujer, o el de mi hija, allí de pie en lo alto de las escaleras, pero aún era muy pronto, y si cabía la posibilidad de que hubiera alguien en casa conmigo, y que estuvieran durmiendo, no quería despertarlas.
Saqué la cabeza por la puerta del estudio y lo encontré vacío, así que bajé a la cocina.
Tenía el mismo aspecto que la noche anterior. Todo limpio y ordenado. Nadie había desayunado allí antes de marcharse.
Abrí la puerta del sótano, y esta vez no me importó gritar.
—¡Cyn!
Ya sé que era estúpido, puesto que su coche no estaba en el camino de entrada, pero como nada de aquello tenía ningún sentido supongo que actué así al considerar la posibilidad, por pequeña que fuera, de que lo hubieran robado.
—¿Estáis ahí abajo? —Aguardé un instante, y luego grité—: ¡Grace!
Cuando abrí la puerta principal, el periódico estaba ahí, esperándome.
En ese momento fue difícil no verme dominado por la sensación de estar viviendo un episodio de la vida de Cynthia.
Pero en esta ocasión, no como veinticinco años atrás, había una nota.
Estaba doblada y apoyada en la mesa de la cocina, entre el salero y el pimentero. Alargué la mano para cogerla y la desdoblé. Estaba escrita a mano, y sin duda era la letra de Cynthia. La leí.
Terry:
Me voy.
No sé adónde, ni por cuánto tiempo. Sólo sé que no puedo quedarme ni un minuto más.
No te odio, pero cuando veo la duda en tus ojos, me destroza. Me siento como si me estuviera volviendo loca, como si nadie me creyera. Sé que Wedmore aún no sabe qué pensar.
¿Qué será lo próximo que ocurra? ¿Quién va a entrar en nuestra casa? ¿Quién estará observándonos desde la calle? ¿Quién será el próximo en morir?
No quiero que sea Grace, así que me la llevo conmigo. Supongo que tú puedes cuidar de ti mismo. Quién sabe, quizá si yo ya no estoy en casa te sentirás más seguro.
Quiero buscar a mi padre, pero no tengo ni idea de por dónde empezar. Creo que está vivo. Quizás eso es lo que descubrió el señor Abagnall después de ver a Vince. No lo sé.
Todo lo que sé es que me hace falta espacio. Grace y yo necesitamos ser una madre y una hija que no se preocupen de nada más que de ser una madre y una hija.
No encenderé el móvil muy a menudo. Sé que pueden hacer esa cosa, triangular, para encontrar a la gente. Quizás en algún momento tenga ganas de hablar contigo. Pero no ahora.
Llama a la escuela y diles que durante una temporada Grace no irá. Y deja que Pamela piense lo que quiera.
No me busques.
Todavía te quiero, pero no necesito que me encuentres por ahora.
Con cariño, Cyn
La leí tres o quizá cuatro veces. Luego cogí el teléfono y la llamé al móvil, a pesar de lo que me había escrito. Me salió el buzón de voz y dejé un mensaje. «Cyn. Por Dios. Llámame».
Y entonces colgué con fuerza el auricular.
—¡Mierda! —grité—. ¡Mierda!
Caminé arriba y abajo por la cocina, sin saber muy bien qué hacer. Abrí la puerta, recorrí el camino de entrada sin más ropa que los tejanos, y miré a un lado y otro de la calle, como si por arte de magia pudiera adivinar qué dirección habían tomado Cynthia y Grace. Volví a entrar en la casa, descolgué de nuevo el teléfono y, como en un trance, marqué el número que siempre marcaba cuando necesitaba hablar con alguien que quería a Cynthia tanto como yo.
Marqué el número de Tess.
Y cuando el teléfono sonó por tercera vez sin que nadie lo cogiera, me di cuenta de lo que había hecho, del terrible error que había cometido. Colgué, me senté a la mesa de la cocina y empecé a llorar. Con los codos hincados en la mesa, me cogí la cabeza con las manos y dejé que saliera todo.
No sé cuánto tiempo estuve así, sentado ante la mesa de la cocina, dejando que las lágrimas corrieran por mis mejillas. Lo suficiente para que no me quedara ninguna, supongo. Una vez hube agotado las existencias, no tuve otro remedio que decidir otro plan de acción.
Subí de nuevo a mi habitación y terminé de vestirme. Tenía que repetirme una y otra vez algunas cosas.
La primera era que Cynthia y Grace estaban bien; no era como si las hubieran secuestrado o algo así. Y la segunda era que no podía imaginar que Cynthia dejara que le pasara algo malo a Grace, no importaba lo enfadada que estuviera.
Ella quería a Grace.
Pero ¿qué iba a pensar mi hija? Su madre se levanta en medio de la noche, le dice que haga la bolsa y se van las dos a hurtadillas para que su padre no se entere…
Cynthia debía de haber creído en lo más hondo de su corazón que estaba haciendo lo correcto, pero no era así. No era correcto, y no estaba bien poner a Grace en semejante situación.
Y por eso no tuve ningún problema en ignorar la orden de Cynthia de no buscarlas.
Grace era mi hija. Había desaparecido. Y maldita sea, yo iba a buscarla, y a intentar arreglar las cosas con mi mujer.
Escarbé en la estantería, encontré un mapa de los estados de Nueva York y Nueva Inglaterra y lo desplegué sobre la mesa de la cocina. Dejé vagar la mirada, desde Portland hacia el sur hasta Providence, de Boston hacia el este hasta Buffalo, preguntándome adónde podría haber ido Cynthia. Observé detenidamente la línea que unía Connecticut y Massachusetts, con el pueblo de Otis en medio, cerca de la presa. No me la podía imaginar yendo allí. No con Grace. ¿Qué sentido tendría? ¿Qué podía descubrir si volvía?
Estaba la población de Sharon, de donde provenía Connie Gormley, la mujer a la que habían asesinado en el accidente de coche amañado, pero tampoco tenía mucho sentido. Cynthia nunca había pensado que la historia del recorte de periódico significara algo, al contrario que yo. No me la imaginaba decidiéndose por ese destino.
Quizá no iba a encontrar la respuesta mirando un mapa. A lo mejor necesitaba pensar en nombres. Gente de su pasado. Gente a la que Cynthia podía dirigirse en su desesperación en busca de respuestas.
Fui hacia la sala, donde encontré las dos cajas de recuerdos de Cynthia. Con todo lo que había pasado últimamente, no habíamos vuelto a dejarlas en su escondite habitual, en el fondo del armario.
Empecé a ojear su contenido al azar, dejando recetas viejas y recortes sobre la mesita de café, pero no me dijeron nada. Parecían unirse en un puzle gigante que no seguía ningún patrón identificable.
Volví a la cocina y llamé a Rolly a su casa. Aún era demasiado pronto para que se hubiera ido a la escuela. Contestó Millicent.
—Hola, Terry —dijo—. ¿Qué pasa? ¿No vas a ir hoy a trabajar?
—Rolly ya me ha buscado un suplente —contesté—. Millie, ¿no sabrás algo de Cynthia, por casualidad?
—¿Cynthia? No. Terry, ¿qué ocurre? ¿No está Cynthia en casa?
—Se ha ido, y se ha llevado a Grace.
—Espera un momento. Voy a llamar a Rolly.
Noté cómo dejaba el auricular y unos segundos después oí la voz de Rolly.
—¿Cynthia se ha ido?
—Sí. Y no sé qué hacer.
—Mierda. Iba a llamarla hoy para ver cómo le iba, y por si quería hablar. ¿No te ha dicho adónde iba?
—Rolly, si supiera adónde ha ido no te estaría llamando a esta jodida hora.
—Vale, vale. Dios, no sé qué decir. ¿Por qué se ha ido? ¿Os habéis peleado o algo así?
—Sí, más o menos. La cagué. Y creo que todo lo que está ocurriendo la ha afectado. No se sentía segura aquí, y quería proteger a Grace. Pero ésta no era la manera de hacerlo. Mira, si sabes algo de ella, si la ves, avísame ¿vale?
—Lo haré —dijo Rolly—. Y si tú la encuentras, llámame.
A continuación llamé a la consulta de la doctora Kinzler. Aún no había nadie, así que dejé un mensaje diciendo que Cynthia había desaparecido; le pedí que me llamara y dejé el teléfono de casa y el del móvil.
La única persona a la que se me ocurría llamar era Rona Wedmore. Consideré la posibilidad pero luego la descarté. Por lo que sabía, no estaba de nuestro lado al cien por cien.
Creo que entendía las razones que había tenido Cynthia para desaparecer, pero no estaba tan seguro de que Wedmore lo hiciera.
Y entonces un nombre me vino a la cabeza. Alguien a quien no conocía, con quien nunca había hablado, con quien nunca había estado en la misma habitación. Pero su nombre se repetía una y otra vez en mi cabeza.
Quizás había llegado el momento de tener una charla con Vince Fleming.