30

—¿Cómo lo lleva? —preguntó la doctora Kinzler a Cynthia—. Me refiero al descubrimiento de los cuerpos de su madre y su hermano…

—No estoy segura —respondió Cynthia—. No me siento aliviada.

—No, ya me imagino por qué.

—Y además está el hecho de que mi padre no estuviera con ellos. La detective Wedmore piensa que quizás él los matara.

—Si resulta que es verdad —dijo la doctora Kinzler—, ¿cree que será capaz de asumirlo?

Cynthia se mordió el labio y miró fijamente las persianas, como si tuviera visión de rayos X y pudiera ver la autopista a través de ellas. Aquel día nos tocaba sesión, y había tenido que convencer a Cynthia para ir porque ella quería cancelarla. Pero ahora que la doctora Kinzler se había lanzado a plantear aquel tipo de preguntas, que a mí me parecía que abrían más heridas de las que curaban, me preguntaba si había hecho bien.

—Ya he tenido que hacerme a la idea de que quizá mi padre no era la persona que yo creía que era —dijo Cynthia—. El hecho de que no haya ningún registro sobre él, ni número de la Seguridad Social, ni carné de conducir… —Hizo una pausa—. Pero la idea de que él los matara, de que matara a mi madre y a Todd… No puedo creerlo.

—¿Cree que fue él quien dejó el sombrero? —preguntó la doctora.

—Es una posibilidad —respondió Cynthia.

—¿Por qué iba su padre a entrar en su casa, dejar un mensaje como ése y escribir una carta en su máquina de escribir con un mapa que les permitiera encontrarlos?

—¿Quizá porque está… intentando resolver las cosas?

La doctora Kinzler se encogió de hombros.

—Sólo le pregunto qué es lo que piensa usted.

«Procedimiento psiquiátrico estándar», pensé.

—No sé qué creer —explicó Cynthia—. Si pensara que él lo hizo, entonces las notas y todo lo demás serían como un intento por su parte de poner sus asuntos en orden, de confesar. Al fin y al cabo, quienquiera que dejara esa carta tiene que estar relacionado de algún modo con sus muertes; no hay otro modo de que conozca ese tipo de detalles.

—Cierto —asintió la doctora.

—Y la detective Wedmore, aunque habla como si fuera mi padre quien los mató, me parece que cree que yo escribí la nota —añadió Cynthia.

—Tal vez —apuntó la doctora Kinzler— ella crea que su padre y usted están juntos en esto, ya que el cuerpo de él no se ha encontrado y usted no estaba en el coche con su madre y su hermano.

Cynthia se quedó un momento parada antes de asentir.

—Ya sé que hace algunos años la policía sospechó de mí. No conseguían descubrir nada, así que supongo que tuvieron que plantearse todas las posibilidades, ¿no? Probablemente se preguntaron si podría haberlo hecho yo con Vince. Si lo hicimos juntos a causa de la pelea que tuve esa noche con mis padres.

—Me ha dicho usted que hay muchas cosas de esa noche que no recuerda —dijo la doctora—. ¿Cree que es posible que las haya bloqueado? De vez en cuando he derivado a gente a alguien en quien confío plenamente y que hace terapia de hipnosis.

—No estoy bloqueando nada. Simplemente me desplomé. Llegué borracha a casa. Era una niña. Era estúpida. Llegué a casa, me desmayé y no me desperté hasta la mañana siguiente. —Alzó las manos y las dejó caer en el regazo—. No podría haber cometido un crimen ni aunque hubiera querido. No estaba en condiciones. —Suspiró—. ¿No me cree?

—Por supuesto que sí —respondió la doctora Kinzler. Luego pidió con suavidad—: Cuénteme algo más sobre la relación con su padre.

—Era normal, supongo. De vez en cuando nos peleábamos, pero más o menos nos llevábamos bien. Creo… —hizo una pausa— que me quería. Creo que me quería mucho.

—¿Más que a los demás miembros de su familia?

—¿Qué quiere decir?

—Bien, si se encontraba en un estado mental que le llevó a matar a su madre y a su hermano, ¿por qué no la mató a usted también?

—No lo sé. Y ya se lo he dicho, no creo que él lo hiciera. Yo… no puedo explicarlo, ¿entiende? Pero mi padre no habría hecho algo así. No es posible que matara a mi madre. Y nunca habría matado a su propio hijo, mi hermano. ¿Sabe por qué? No sólo porque nos quería. No habría podido hacerlo porque era demasiado débil.

Aquello me llamó la atención.

—Era un hombre bueno pero… es difícil decir esto de un padre, pero no habría tenido la fuerza suficiente para hacer algo así.

—No veo adónde nos lleva todo esto —intervine.

—Sabemos que su esposa está profundamente preocupada por los interrogantes que plantean los últimos descubrimientos —dijo la psiquiatra—. Estoy intentando ayudarla con eso.

—¿Y si me detienen? —dijo Cynthia.

—¿Perdón? —contestó la doctora Kinzler.

—¿Qué? —pregunté yo.

—¿Y si la detective Wedmore me detiene? —repitió—. ¿Y si se convence de que yo tuve algo que ver? ¿Y si llega a la conclusión de que soy la única persona que podría haber sabido que estaban en la presa? Si me arresta ¿cómo voy a explicárselo a Grace? ¿Quién la cuidará si se me llevan? Necesita a su madre.

—Cariño —dije.

Estuve a punto de soltarle que yo cuidaría de Grace, pero aquello habría sugerido que creía que el panorama que estaba dibujando era creíble e inminente.

—Si me detiene, ya no seguirá intentando averiguar la verdad —continuó Cynthia.

—Eso no va a suceder —afirmé—. Si te detuviera, tendría que pensar que tienes algo que ver con todo lo demás, la muerte de Tess y quizá también la muerte de Abagnall. Porque todas estas cosas tienen que estar conectadas de alguna manera. Forman parte del mismo puzle. Están relacionadas. Aunque aún no sepamos de qué manera.

—Me pregunto si Vince sabe algo —dijo Cynthia—. Me pregunto si últimamente alguien ha hablado con él.

—Abagnall dijo que le seguía la pista —afirmé—. ¿No comentó algo la última vez que le vimos de que iba a escarbar un poco en su pasado?

La doctora Kinzler intentó que no nos desviáramos del tema.

—No creo que debamos esperar dos semanas hasta nuestra próxima visita.

Miró a Cynthia mientras lo decía, no a mí.

—Claro —dijo ella, con la voz baja y distante—. Claro.

Se disculpó y abandonó el despacho para ir al baño.

—Su tía, Tess Berman —le dije entonces a la doctora—, vino a verla a usted un par de veces.

Sus cejas se arquearon.

—Sí.

—¿Para qué quería verla?

—En circunstancias normales no hablaría de otro paciente con usted, pero en el caso de Tess Berman no hay nada de que hablar. Vino un par de veces, pero no llegó a abrirse. Me dio la impresión de que sentía cierto desdén por la terapia.

Definitivamente, quería mucho a Tess.

Cuando llegamos a casa había diez mensajes en el contestador, todos de distintos medios de comunicación. Había un largo y desapasionado mensaje de Paula, la periodista de Deadline. Decía que Cynthia les debía a los televidentes la oportunidad de hacer un seguimiento del caso a la luz de los últimos acontecimientos. Sólo tenía que darle una hora y un lugar y ella estaría allí con su equipo de filmación.

Miré a Cynthia presionar la tecla para borrar el mensaje. Sin ponerse nerviosa. Sin confusión. Un rápido movimiento con el dedo índice.

—Esta vez no has tenido ningún problema —dije.

Se me escapó, que Dios me perdone.

—¿Qué? —inquirió ella mirándome.

—Nada —respondí.

—¿Qué quieres decir con que esta vez no he tenido ningún problema?

—Olvídalo —insistí—. No quería decir nada.

—¿Te refieres a cuando borré el mensaje?

—Te he dicho que no era nada.

—Estás pensando en esa mañana, cuando recibí la llamada. Cuando borré por equivocación el historial de llamadas. Ya te expliqué lo que ocurrió; estaba muy afectada.

—Claro que lo estabas.

—Ni siquiera crees que recibiera esa llamada, ¿verdad?

—Claro que sí.

—Y si no recibí la llamada, entonces el mensaje de correo electrónico también lo envié yo, ¿no? Quizá mientras escribía la nota en tu máquina.

—Yo no he dicho eso.

Cynthia se acercó a mí y me señaló con el dedo.

—¿Cómo puedo quedarme bajo este techo si no estoy segura al cien por cien de que tengo tu apoyo, tu confianza? No necesito que me mires de reojo y que le des segundos significados a todo lo que hago.

—Yo no hago eso.

—Entonces dilo. Dímelo ahora mismo. Mírame a los ojos y dime que me crees, que sabes que no tengo nada que ver con todo esto.

Juro que iba a decirlo. Sin embargo la décima de segundo de duda fue suficiente para que Cynthia diera media vuelta y se marchara.

Esa noche, cuando entré en la habitación de Grace y encontré todas las luces apagadas, supuse que estaría observando a través del telescopio; sin embargo, ya se había metido en la cama, aunque estaba completamente despierta.

—Qué sorpresa encontrarte aquí —dije mientras me sentaba en el borde de la cama y le acariciaba la cabeza.

Grace no dijo nada.

—Me imaginaba que estarías buscando meteoritos. ¿O ya lo has hecho?

—Hoy no me importa —respondió en voz tan baja que apenas la oí.

—¿Ya no estás preocupada por los meteoritos? —pregunté.

—No —respondió.

—¿Así que no se va a estrellar ninguno contra la Tierra en breve? —dije, animándome—. Bueno, eso tiene que ser una buena noticia.

—Todavía puede caer alguno —explicó Grace apoyando la cabeza en la almohada—. Pero no me importa.

—¿Qué quieres decir con eso, cariño?

—Por aquí todo el mundo está siempre triste.

—Oh, guapa. Ya lo sé. Estas últimas semanas han sido duras.

—No importa si cae un meteorito o no. La tía Tess seguirá estando muerta. Os oí hablar de que los habían encontrado en el coche. La gente no para de morirse por toda clase de razones. Les atropellan coches. Se pueden ahogar. Y a veces los asesinan.

—Lo sé.

—Y mamá actúa como si no estuviéramos seguros, y no ha mirado ni una vez por mi telescopio. Ella cree que algo va a venir a por nosotros, pero no llegará desde el espacio exterior.

—Nunca dejaríamos que te pasara algo. Tu madre y yo te queremos mucho.

Grace no dijo nada.

—Sigo pensando que vale la pena comprobarlo —dije levantándome de la cama y arrodillándome frente al telescopio—. ¿Te importa si echo un vistazo?

—No te cortes —me espetó Grace.

Si las luces hubieran estado encendidas, habría visto que su comentario me afectaba.

—Muy bien —dije poniendo el telescopio en posición.

Eché un vistazo por la ventana para asegurarme de que nadie observaba la casa, luego puse el ojo en el objetivo y agarré el telescopio.

Enfoqué el cielo nocturno y vi pasar algunas estrellas fugaces, como si se tratara de una vista panorámica de Star Trek.

—Vamos a ver qué hay aquí —dije, y entonces el telescopio se soltó del pie, cayó al suelo y rodó debajo del escritorio de Grace.

—Ya te lo he dicho, papá —dijo ella—. Es una porquería.

Cynthia también se había metido en la cama. Tenía las sábanas subidas hasta el cuello, como si estuviera en un capullo. Sus ojos estaban cerrados, aunque me dio la impresión de que no dormía. Simplemente no tenía ganas de hablar.

Me quité la ropa hasta quedarme en calzoncillos, me cepillé los dientes, abrí las sábanas y me metí en la cama junto a ella. Al lado de la cama había un ejemplar antiguo de Harper’s, y pasé las hojas un rato; intenté leer el índice, pero no podía concentrarme.

Alargué la mano y apagué la lámpara de la mesilla. Luego me acomodé en mi lado de la cama, dándole la espalda a Cynthia.

—Voy a ir a acostarme con Grace —dijo ella.

—Claro —respondí sin levantar la cabeza de la almohada. Luego añadí sin mirarla—: Cynthia, te quiero. Los dos nos queremos. Lo que está ocurriendo ahora nos está rompiendo, nos está separando. Necesitamos trazar algún plan, alguna manera de salir de esto juntos.

Pero ella se escurrió de la cama sin contestar. Un rayo de luz del pasillo cruzó el techo como un cuchillo cuando abrió la puerta, y se desvaneció al cerrarla.

Muy bien, pensé. Estaba demasiado cansado para pelear, para intentar arreglarlo. No tardé en quedarme dormido.

Al levantarme por la mañana Cynthia y Grace ya no estaban.