Tal como había prometido, Wedmore se presentó en casa para hacernos más preguntas. Había algunos aspectos del caso que no le gustaban nada.
No había duda de que eso era algo que todos teníamos en común, aunque Cynthia y yo no sintiéramos precisamente que Wedmore fuera una aliada.
En cualquier caso, nos confirmó algo que yo ya sabía. La carta con las indicaciones para llegar a la cantera la habían escrito con nuestra máquina. Cynthia y yo habíamos pedido, como si tuviéramos elección, que queríamos ir a la jefatura de policía para que nos tomaran las huellas dactilares. Las suyas estaban en los archivos: se las habían cogido veinte años atrás cuando la policía registraba su casa en busca de pistas acerca de la desaparición de su familia. Pero la policía las quería de nuevo, y a mí no me las habían tomado nunca antes.
Compararon nuestras huellas con las de la máquina de escribir, y encontraron algunas de Cynthia en el armazón, pero las teclas estaban cubiertas por las mías.
Por supuesto, eso no significaba nada.
Pero desde luego tampoco apoyaba nuestra teoría de que alguien había entrado en nuestra casa y escrito la carta en nuestra máquina de escribir, alguien que podía haberse puesto guantes para no dejar huellas.
—¿Y por qué iba alguien a hacer eso? —preguntó Wedmore, con las manos cerradas en puño y los brazos en jarras—. ¿Entrar en su casa y escribir esa nota?
Era una buena pregunta.
—Quizá —dijo Cynthia lentamente, como si pensara en voz alta— quienquiera que lo hiciera sabía que la nota al final se relacionaría con la máquina de Terry. Quería que fuera así, quería que pensaran que la había escrito él.
Yo creía que Cynthia podía estar en lo cierto, con una pequeña diferencia.
—O tú —le dije.
Me miró un momento, no con aire acusatorio, sino más bien pensativo.
—Y de nuevo, ¿por qué querría alguien hacer eso? —repitió Wedmore, que seguía sin estar convencida.
—No tengo ni idea —dijo Cynthia—. No tiene ningún sentido. Pero usted sabe que alguien estuvo ahí; nuestra llamada a la policía debe de constar en algún registro. Seguro que hicieron un informe después de venir.
—El sombrero —dijo Wedmore, sin poder evitar un tono de escepticismo.
—Eso es. Puedo traérselo si quiere —se ofreció Cynthia—. ¿Le gustaría verlo?
—No —respondió Wedmore—. Ya sé lo que es un sombrero.
—La policía pensó que estábamos locos.
Wedmore dejó pasar el comentario. Debió de costarle un esfuerzo.
—Señora Archer —dijo—. ¿Había ido alguna vez antes a la cantera de Fell?
—No, nunca.
—¿Ni cuando era niña? ¿Ni siquiera cuando era adolescente?
—No.
—Quizás estuvo allí y no se dio cuenta de que era ese lugar. Tal vez algún día iba con alguien en coche y fueron allí a… bueno, a aparcar o algo así.
—No. No había estado nunca allí. Es un viaje de dos horas, por Dios. Incluso aunque un chico y yo hubiéramos querido ir con el coche a algún sitio para hacer manitas, no habríamos conducido dos horas para llegar ahí.
—¿Y usted, señor Archer?
—¿Yo? No. Y hace veinticinco años no conocía a nadie de la familia Bigge. No soy de la zona de Milford. Conocí a Cynthia en la universidad y fue entonces cuando me enteré de lo que le había pasado a su familia.
—Muy bien, miren —dijo Wedmore sacudiendo la cabeza—. Tengo algunos problemas con todo esto. Una nota, escrita en su casa, con su máquina de escribir —me miró— nos ha llevado directamente al lugar en que encontramos el coche de su madre —miró a Cynthia— veinticinco años después de que desapareciera.
—Se lo he dicho —insistió Cynthia—. Alguien estuvo aquí.
—Bien, quienquiera que fuera, no fue esa persona la que intentó esconder esa máquina de escribir. Fue su marido quien lo hizo.
—¿Debería haber un abogado presente cuando nos pregunte estas cosas? —pregunté.
Wedmore apretó con la lengua la parte interior de su mejilla.
—Supongo que deberían preguntarse si creen que pueden necesitar uno.
—Aquí las víctimas somos nosotros —intervino Cynthia—. Han asesinado a mi tía, han encontrado el coche de mi madre en un lago, y usted habla con nosotros, conmigo, como si fuéramos criminales. Bien, los criminales no somos nosotros. —Sacudió la cabeza, exasperada—. Es como… es como si alguien lo hubiera planeado todo para que parezca que estoy loca o algo así. Primero la llamada de teléfono, luego alguien deja aquí el sombrero y escribe la nota con nuestra máquina. ¿Es que no lo ve? Es como si alguien quisiera que pensaran que estoy perdiendo la cabeza, que todo lo que me ha ocurrido en el pasado me hace hacer estas cosas, imaginar estas cosas ahora.
La lengua se desplazó de una mejilla a otra.
Finalmente Wedmore dijo:
—Señora Archer, ¿ha pensado en hablar con alguien? ¿Sobre esta conspiración que parece rodearles?
—Estoy viendo a una psi… —Cynthia se detuvo.
Wedmore sonrió.
—Eso es muy interesante.
—Creo que ya es suficiente por hoy —intervine.
—Estoy segura de que volveremos a hablar —dijo Wedmore.
Y resultó ser muy pronto. Justo después de que encontraran el cuerpo de Denton Abagnall.
Supongo que yo había pensado que si se producía algún avance en la búsqueda del hombre al que habíamos contratado para encontrar a la familia de Cynthia, nos enteraríamos primero por la policía. Pero estaba oyendo la radio en nuestro estudio, sin prestarle mucha atención, hasta que capté las palabras «investigador privado». Enseguida subí el volumen.
—La policía ha encontrado su coche en un parking cerca del centro de Stamford —dijo el locutor de las noticias—. Los dueños del aparcamiento se dieron cuenta de que el coche llevaba ahí varios días, y cuando se lo notificaron a la policía dijeron que el nombre del registro coincidía con el del hombre que la policía estaba buscando también desde hacía días. Al forzar el maletero, encontraron dentro el cuerpo de Denton Abagnall, de cincuenta y un años. La causa de la muerte, un golpe contundente en la cabeza. La policía está revisando los vídeos de seguridad como parte de la investigación. No se ha querido especular sobre los motivos, o sobre si el asesinato podría estar relacionado de algún modo con un tema de bandas.
Un tema de bandas. Ojalá.
Encontré a Cynthia en el lugar más apartado del jardín trasero; estaba allí de pie sin hacer nada, con las manos en los bolsillos de su chaqueta y mirando la casa.
—Necesitaba un poco de aire —dijo mientras yo me acercaba—. ¿Va todo bien?
Le conté lo que había oído por la radio.
No sabía cómo iba a reaccionar Cynthia, pero no me sorprendió mucho que no tuviera ninguna reacción. Por un momento no dijo nada.
—Me estoy quedando entumecida, Terry —dijo finalmente—. Ya no sé qué sentir. ¿Por qué nos está pasando todo esto? ¿Cuándo terminará? ¿Cuándo podremos recuperar nuestras vidas normales?
—No te preocupes —dije, rodeándola con mis brazos—. Volveremos a tener una vida normal.
Pero lo cierto era que Cynthia no había tenido una vida normal desde los catorce años.
Cuando Rona Wedmore vino a vernos de nuevo, fue directa al grano.
—¿Dónde se encontraban la noche que desapareció Denton Abagnall? La noche que se fue de aquí, la última noche que se supo de él. ¿Qué hacían alrededor de las ocho?
—Estábamos cenando —respondí—. Y luego fuimos a visitar a la tía de Cynthia y la encontramos muerta. Llamamos a la policía y estuvimos con ellos casi toda la noche. Así que supongo que la policía es nuestra coartada, detective Wedmore.
Por primera vez Wedmore pareció avergonzada, como si la hubieran pillado en falta.
—Claro —se excusó—. Debería haberme dado cuenta. El señor Abagnall entró en el aparcamiento a las 20.03, según el tique que encontramos en el salpicadero.
—Entonces —dijo Cynthia en un tono glacial— supongo que estamos fuera de toda sospecha en este tema.
Mientras acompañaba a Wedmore hacia la puerta, le pregunté:
—¿Llevaba Abagnall algo encima? ¿Algún sobre vacío?
—Por lo que sé —me respondió Wedmore— no había nada… ¿Por qué?
—Sólo me lo preguntaba —dije—. Lo último que nos comentó Abagnall fue que iba a investigar a Vince Fleming, que estaba con mi mujer la noche que su familia desapareció. ¿Sabe quién es Vince Fleming?
—Conozco el nombre —se limitó a decir.
Al día siguiente Wedmore se presentó de nuevo en casa.
Cuando la vi subir por el camino de entrada le dije a Cynthia:
—Quizá nos ha relacionado con el secuestro de Lindbergh[5].
Abrí la puerta antes de que llamara.
—¿Qué ocurre ahora? —pregunté.
—Tengo novedades —dijo—. ¿Puedo entrar?
Su tono era menos áspero de lo habitual aquel día. No estaba seguro de si eso era una buena noticia o es que nos estaba tendiendo una trampa.
Acompañé a Wedmore a la sala de estar y la invité a tomar asiento. Cynthia y yo también nos sentamos.
—Antes que nada —empezó—, yo no soy una investigadora científica. Pero conozco los principios básicos, y voy a intentar explicárselos.
Miré a Cynthia, que hizo un gesto de asentimiento hacia Wedmore para que continuara.
—Las posibilidades de obtener una muestra de ADN de los restos que encontramos en el coche de su madre… y había sólo dos cuerpos, no tres… eran escasas, aunque no nulas. A lo largo de los años el proceso natural de descomposición había eliminado los… —Se detuvo—. Señora Archer, ¿puedo hablar con claridad? Sé que no es agradable oír esto.
—Continúe —dijo Cynthia.
Wedmore asintió.
—Como pueden suponer, el proceso de descomposición, que incluye las enzimas que segregan las células humanas al morir, las bacterias y en esta ocasión los microorganismos acuáticos, habían destruido toda la carne de los cuerpos. La descomposición de los huesos habría sido aún peor en caso de que se tratara de agua salada, pero no lo era, así que eso nos ha dado alguna posibilidad. —Se aclaró la garganta—. Bien, teníamos los huesos y teníamos los dientes, así que intentamos conseguir registros dentales de su familia, pero no tuvimos éxito. Su padre, por lo que hemos podido averiguar, no tenía dentista, aunque el juez de instrucción determinó enseguida, basándose en la estructura ósea de las dos personas que había en el coche, que ninguna de ellas correspondía a un hombre adulto.
Cynthia parpadeó. Así pues, ninguno de los cadáveres del coche era el de Clayton Bigge.
—Por lo que se refiere al dentista al que iban su madre y su hermano, murió hace muchos años; su consulta se cerró y se destruyeron todos los historiales.
Miré a Cynthia. Parecía estar preparándose para una decepción. Quizá no íbamos a descubrir nada que fuera definitivo.
—Pero el hecho es que aunque no tuviéramos historiales dentales, aún teníamos dientes —continuó Wedmore—. De los dos cuerpos. En el esmalte no es posible encontrar ADN que sirva para las pruebas, pero en el centro del diente, las raíces están tan protegidas que es posible encontrar células nucleares.
Supongo que Cynthia y yo pusimos cara de no entender nada, así que Wedmore se explicó.
—Bien, resumiendo, digamos que si el equipo forense puede llegar hasta ahí y obtener esas células, y extraer suficiente ADN, los resultados muestran un perfil único para cada individuo, incluido el sexo.
—¿Y? —preguntó Cynthia conteniendo la respiración.
—Se trata de un hombre y una mujer —respondió Wedmore—. Los análisis, incluso antes de la prueba de ADN, sugieren que se trata de un hombre de alrededor de quince años y una mujer al final de los treinta, quizá de cuarenta y pocos.
Cynthia me lanzó una mirada y luego volvió a mirar a Rona Wedmore.
Ésta continuó.
—Así pues, en el coche había un chico joven y una mujer. La pregunta ahora era si había algún tipo de relación entre ellos.
Cynthia esperó.
—Los dos perfiles de ADN sugieren que hay una relación familiar estrecha, probablemente materno-filial. Los resultados del forense, junto con lo que encontró el juez de instrucción, apuntan a que se trata de una madre y su hijo.
—Mi madre —susurró Cynthia—. Todd.
—Bien, ésa es la cuestión —continuó Wedmore—. Se ha establecido una relación entre los dos cadáveres; sin embargo no sabemos con certeza que se trate de Patricia y Todd Bigge. Si usted conservara todavía algo perteneciente a su madre, un viejo cepillo de pelo, por ejemplo, con algunos pelos entre las púas…
—No —dijo Cynthia—, no tengo nada parecido.
—Bueno, tenemos su muestra de ADN, y estamos a la espera de recibir informes de más pruebas que puedan determinar cualquier relación entre usted y los cuerpos del coche. Una vez hayamos analizado su muestra, y ya están trabajando en ello, podremos establecer la probabilidad de maternidad en relación con la mujer, y fraternal en relación con el hombre.
Wedmore hizo una pausa.
—Pero si nos basamos en lo que tenemos hasta ahora, el hecho de que ambos cuerpos estén relacionados, que se trate de una madre y de su hijo, que el coche sea el de su madre… la hipótesis más probable es que hayamos encontrado a su madre y a su hermano.
Cynthia parecía aturdida.
—Sin embargo —continuó Wedmore—, su padre no ha aparecido. Me gustaría hacerle algunas preguntas sobre él para saber cómo era, qué clase de persona.
—¿Por qué? —preguntó Cynthia—. ¿Qué es lo que insinúa?
—Creo que debemos considerar la posibilidad de que él los asesinara a ambos.