23

Después de la ceremonia, el director de la funeraria nos llevó a Cynthia, a Grace y a mí con su Cadillac hasta Milford Harbor, donde disponía de una pequeña lancha con camarote. Rolly Carruthers y su mujer Millicent nos siguieron, después de ofrecerse para llevar también a Pamela, y los tres se unieron a nuestra familia en el barco.

Una vez dejamos atrás el abrigo de la bahía, nos dirigimos al estrecho de Long Island, a una milla de distancia, por delante de las casas que había en la playa a lo largo de East Broadway. Siempre había pensado en lo maravilloso que sería tener una de esas casas, sobre todo de niño; pero cuando el huracán Gloria barrió la zona en 1985, empecé a pensármelo mejor. Era difícil hacer una lista de huracanes si vivías en Florida, pero los que pasaban por Connecticut solías recordarlos.

Por suerte, teniendo en cuenta lo que nos había llevado al mar aquel día, la brisa era ligera. El director de la funeraria, cuya amabilidad parecía más genuina que forzada, llevaba consigo la urna que contenía las cenizas de Tess.

No hablamos mucho en el barco, aunque Millicent hizo algún intento. Puso su brazo sobre los hombros de Cynthia y dijo:

—Tess no podría haber elegido un día más bonito para que se cumpliera su último deseo.

Quizá si Tess hubiera muerto de alguna enfermedad aquello habría resultado reconfortante, pero cuando alguien muere violentamente, es difícil encontrar consuelo.

Pese a todo, Cynthia intentó tomarse el comentario con el espíritu con el que había sido pronunciado. Millicent y Rolly habían sido sus amigos desde mucho antes de que yo la conociera. Eran sus tíos no oficiales, y siempre se habían preocupado de ella a lo largo de todos aquellos años. Millicent había crecido en la misma calle que la madre de Cynthia y aunque Patricia era unos años mayor, se habían hecho amigas. Cuando Millicent se casó con Rolly, y Patricia se casó con Clayton, ambas parejas quedaban a menudo, y de ese modo Millicent y Rolly habían tenido la oportunidad de ver cómo Cynthia crecía, y de interesarse por su vida después de que su familia desapareciera. Aunque era Rolly, y no Millicent, quien estaba más próximo a ella.

—Hace un día precioso —confirmó Rolly, a modo de eco de su mujer. Se acercó a Cynthia con la vista baja; quizá creía que aquello la ayudaría a mantener el equilibrio mientras el barco avanzaba por el mar ligeramente picado—. Pero ya sé que eso no hace que sea más fácil de llevar.

Pam se acercó a Cynthia con paso tambaleante; probablemente ya se había dado cuenta de que no era muy buena idea ir con tacones en un barco, y le dio un abrazo.

—¿Quién ha podido hacer algo así? —le preguntó Cynthia—. Tess nunca le había hecho daño a nadie. —Se sorbió los mocos—. La última persona de esa parte de mi familia se ha ido.

Pam la abrazó con más fuerza.

—Ya lo sé, cariño. Era tan buena contigo, con todo el mundo… Debe de haber sido algún loco.

Rolly sacudió la cabeza en un gesto de indignación, como si no supiera adónde estaba yendo el mundo, y se acercó a la popa para observar la estela del barco. Me acerqué a él.

—Gracias por venir —dije—. Significa mucho para Cynthia.

Pareció sorprenderse.

—¿Bromeas? Sabes que siempre hemos estado para lo que necesitéis. —Volvió a sacudir la cabeza—. ¿Tú crees que fue eso? ¿Algún loco?

—No —respondí—. Al menos no en el sentido de que fuera un completo desconocido. Creo que alguien mató a Tess por un motivo concreto.

—¿Qué? —exclamó—. ¿Qué piensa la policía?

—Por lo que sé, no tienen ninguna pista —expliqué—. Les empecé a contar todo lo que había pasado hace años y vi la expresión de sus ojos; creo que esta historia les supera.

—Sí, bueno, ¿qué esperabas? —inquirió Rolly—. Ya tienen bastante trabajo con mantener el orden aquí y ahora.

El barco redujo la velocidad hasta detenerse, y el director de la funeraria se acercó.

—¿Señora Archer? Creo que estamos preparados.

Nos juntamos todos sobre la cubierta mientras le entregaba a Cynthia la urna con las cenizas de Tess. La ayudé a abrirla; ambos actuábamos como si estuviéramos manejando dinamita, asustados por si lanzábamos a Tess en el momento equivocado. Cynthia agarró con fuerza la urna con las dos manos, se dirigió a la borda y la abrió mientras Grace, Rolly, Millicent, Pam y yo la mirábamos.

Las cenizas cayeron sobre el agua, se disolvieron y se dispersaron. En unos segundos, lo que quedaba de Tess había desaparecido. Cynthia me devolvió la urna, y por un momento pareció que fuera a desvanecerse. Rolly se acercó, pero ella alzó la mano para indicar que se encontraba bien.

Grace había traído una rosa —había sido idea suya—, que lanzó al agua.

—Adiós, tía Tess —dijo—. Gracias por el libro.

Aquella mañana Cynthia había manifestado su deseo de decir algunas palabras, pero cuando llegó el momento no se sintió con fuerzas. Y yo no me veía capaz de encontrar palabras más significativas o sentidas que las que había pronunciado Grace en su sencilla despedida.

De vuelta a la bahía vi a una mujer negra, baja, vestida con tejanos y cazadora de cuero marrón, de pie al final del muelle. Era casi tan ancha como alta, pero demostró su agilidad y gracilidad al agarrar el barco cuando éste se acercó, para ayudar a amarrarlo.

—¿Terence Archer? —preguntó dirigiéndose a mí, con un ligero acento de Boston.

Le dije que sí.

Me mostró una placa que la identificaba como Rona Wedmore, detective de la policía. Y no era de Boston, sino de Milford. Extendió una mano para ayudar a Cynthia a bajar al muelle mientras yo alzaba a Grace sobre la madera desgastada.

—Me gustaría hablar un momento con usted —dijo; no era una pregunta.

Cynthia, que tenía a Pam al lado, dijo que se ocuparía de Grace. Rolly se quedó atrás con Millicent. Wedmore y yo avanzamos lentamente por el muelle hacia un barco negro sin nombre.

—¿Es sobre Tess? —pregunté—. ¿Han arrestado a alguien?

—No, señor, no hemos arrestado a nadie —respondió—. Estoy segura de que están haciendo todo lo que pueden, pero el caso lo lleva otro detective. Estoy informada de todos los avances que se consiguen —hablaba muy rápido; sus palabras me llegaban como si fueran balas—. He venido a hacerle algunas preguntas sobre Denton Abagnall.

Intenté sobreponerme a la decepción.

—¿Sí?

—Ha desaparecido. Hace dos días —continuó.

—Lo sé. Hablé con su mujer un día después de que hubiera estado en nuestra casa. Le dije que llamara a la policía.

—¿No lo ha visto desde entonces?

—No.

—¿Ha sabido algo de él?

—No —respondí—. No puedo evitar pensar que tiene algo que ver con el asesinato de la tía de mi mujer. Había ido a verla poco antes de su muerte. Le dejó una tarjeta de visita, y ella me dijo que la había clavado en un corcho, junto al teléfono. Pero cuando la encontramos muerta ya no estaba allí.

Wedmore escribió algo en su libreta.

—Estaba trabajando para usted.

—Sí.

—Cuando desapareció. —No era una pregunta, así que me limité a asentir—. ¿Qué cree usted?

—¿Sobre qué?

—¿Qué le ha ocurrido?

Su voz denotaba un atisbo de impaciencia, como si pensara: «¿De qué otra cosa podría estar hablando?».

Hice una pausa y alcé la vista hacia el cielo azul y despejado.

—No me gusta pensar en ello —contesté—. Pero creo que está muerto. Creo que incluso es posible que recibiera una llamada telefónica de su asesino mientras estaba en nuestra casa, repasando el caso con nosotros.

—¿A qué hora fue eso?

—Alrededor de las cinco de la tarde, más o menos.

—¿Fue antes de las cinco, después, o a las cinco?

—Yo diría que a las cinco.

—Porque nos hemos puesto en contacto con su compañía telefónica para que comprobara todas sus llamadas entrantes y salientes. Hubo una llamada a las cinco, efectuada desde una cabina en Milford. Hubo otra más tarde, desde otra cabina de Milford, que sí contestó, y más tarde algunas llamadas de su esposa que no respondió.

No tenía ni idea de qué hacer con aquella información.

Cynthia y Grace estaban entrando en la parte de atrás del Caddy del director de la funeraria.

Wedmore se inclinó hacia mí agresivamente, y aunque era unos veinticinco centímetros más baja que yo, su presencia imponía.

—¿Quién podría querer matar a su tía, y a Abagnall? —preguntó.

—Alguien que intenta asegurarse de que el pasado no salga a la luz —respondí.

Millicent sugirió que fuéramos todos juntos a comer, pero Cynthia prefería ir directa a casa, así que la llevé. A Grace le había afectado claramente el funeral y toda la mañana había sido una especie de revelación para ella —su primera experiencia con la muerte—, pero me alegró ver que todo ello no había hecho mella en su apetito. Justo después de cruzar la puerta dijo que estaba hambrienta y que si no comía algo enseguida se moriría.

—Oh, lo siento —añadió al instante.

Cynthia le dedicó una sonrisa.

—¿Qué te parece un bocadillo de atún?

—¿Con apio?

—Si tenemos… —respondió Cynthia.

Grace se dirigió a la nevera y abrió el cajón de las verduras.

—Sí hay, pero está un poco blando —informó.

—Tráelo, a ver qué podemos hacer.

Yo colgué la chaqueta del respaldo de la silla de la cocina y me aflojé la corbata. Para ir al instituto nunca tenía que arreglarme tanto, y me sentía constreñido e incómodo con aquella ropa. Me senté, aparqué por un momento todo lo que había ocurrido aquella mañana y miré a mis dos chicas. Cynthia buscó una lata de atún y el abrelatas mientras Grace colocaba el apio en la encimera.

Cynthia escurrió el aceite de la lata, volcó el atún en un bol y le pidió a Grace que cogiera la salsa Miracle Whip. Ésta fue de nuevo a la nevera, agarró el bote, sacó la tapa y lo depositó también en la encimera. Luego rompió una rama de apio y la agitó en el aire. Parecía de goma.

Le dio un golpe involuntario en el brazo a su madre con ella, jugando.

Cynthia se dio la vuelta y la miró, se acercó lentamente, cortó otra rama de apio y golpeó a Grace en el brazo. Entonces empezaron a pelearse en broma usando las ramas de apio como si fueran espadas.

—Toma ésta —dijo Cynthia.

Ambas se echaron a reír y se abrazaron.

Siempre me había preguntado qué clase de madre habría sido Patricia, y ahora tenía la respuesta frente a mis propias narices.

Más tarde, después de que Grace hubiera terminado de comer y hubiera subido a su habitación a cambiarse de ropa, Cynthia me dijo:

—Hoy estás guapo.

—Tú también —le respondí.

—Lo siento —dijo.

—¿El qué?

—Lo siento. No te echo la culpa por lo de Tess. Me equivoqué cuando dije lo que dije.

—No pasa nada. Debería habértelo contado todo. Antes.

Ella miró el suelo.

—¿Puedo preguntarte algo? —inquirí, y ella asintió—. ¿Por qué crees que tu padre guardaría un recorte de periódico sobre un accidente de coche?

—¿De qué estás hablando? —se extrañó.

—Guardaba un recorte sobre un accidente de coche cuyo conductor se dio a la fuga.

Las cajas de zapatos estaban aún sobre la mesa de la cocina, así como el artículo sobre la pesca con mosca junto con el recorte sobre la mujer de Sharon cuyo cuerpo había sido encontrado en la cuneta.

—Déjame ver —pidió Cynthia mientras se secaba las manos. Yo se lo alargué y ella lo sujetó con delicadeza, como si fuera un pergamino, antes de leerlo—. No me puedo creer que nunca lo hubiera visto.

—Creías que tu padre había guardado el recorte por el artículo de pesca con mosca.

—Quizá lo guardó por el artículo de pesca.

—Creo que así es, en parte —respondí—. Pero me pregunto cuál de los dos fue primero. ¿Vio la historia sobre el accidente y decidió recortarla, pero luego, puesto que le interesaba, añadió el artículo sobre pesca? ¿O vio primero el texto sobre pesca con mosca y luego el otro, y por alguna razón lo pegó? ¿O…? —Hice una pausa—. ¿Quería conservar el artículo sobre el accidente pero le daba miedo que si lo conservaba solo, alguien, tu madre por ejemplo, podría encontrarlo y hacerse preguntas, mientras que si lo guardaba con el otro quedaría camuflado?

Cynthia me había devuelto el recorte.

—¿De qué demonios estás hablando? —preguntó.

—La verdad es que no lo sé…

—Cada vez que miro esas cajas —explicó Cynthia— espero encontrar alguna cosa que no haya visto nunca antes. Es bastante frustrante. Quieres encontrar una respuesta, pero no está ahí. Y sin embargo —continuó—, sigo creyendo que la encontraré. Alguna pequeña pista. Como la pieza clave de un rompecabezas, la que te ayuda a colocar todas las demás.

—Lo sé —dije—, lo sé.

—Este accidente en el que murió esa mujer… ¿cómo dices que se llamaba?

—Connie Gormley —respondí—. Tenía veintisiete años.

—No había oído ese nombre en mi vida. No significa nada para mí. Pero ¿y si es ésa? ¿Y si es la pieza?

—¿Crees que puede serlo? —pregunté.

Sacudió lentamente la cabeza.

—No.

Yo tampoco lo creía.

Pero eso no impidió que subiera arriba con el recorte y me sentara enfrente del ordenador para buscar cualquier información sobre el accidente ocurrido veintiséis años atrás en el que había muerto Connie Gormley.

No conseguí nada.

Así que empecé a buscar en el listín telefónico a gente que se apellidara Gormley en aquella zona de Connecticut; escribí sus nombres y números de teléfono en un bloc de notas, me detuve cuando llegué a la media docena y estaba a punto de empezar a llamar cuando Cynthia asomó la cabeza por la puerta.

—¿Qué haces? —preguntó.

Se lo expliqué.

No estoy seguro de si esperaba que protestara o me animara a seguir cualquier pista, por mínima que fuera. Pero no hizo ninguna de las dos cosas.

—Me voy a acostar un rato —dijo en su lugar.

Empecé a llamar. Cuando finalmente contestaron me identifiqué como Terence Archer, de Milford; dije que era probable que no tuviera el número correcto pero que estaba intentando encontrar a alguien que pudiera tener información sobre la muerte de Connie Gormley.

—Lo siento, nunca he oído ese nombre —dijo la persona del primer número.

—¿Quién? —respondió una mujer mayor en el segundo—. No conozco a ninguna Connie Gormley, pero tengo una sobrina que se llama Constante Gormley; es agente inmobiliaria en Stratford y es buenísima; si busca una casa ella podría encontrarle una. Tengo su número justo aquí, espere un momento.

No quería ser grosero, pero después de esperar cinco minutos, colgué.

La tercera persona a la que llamé sí parecía conocerla:

—Oh, Dios mío, ¿Connie? Hace tanto tiempo…

Por lo visto acababa de llamar a Howard Gormley, el hermano de Connie, que ahora tenía sesenta y cinco años.

—¿Por qué estaría alguien interesado en eso, después de todos estos años? —preguntó con voz ronca y cansada.

—La verdad, señor Gormley, es que no sé muy bien qué responder —dije—. La familia de mi mujer tuvo algunos problemas pocos meses después del accidente de su hermana, problemas que aún tratamos de resolver, y entre los recuerdos que hemos conservado ha aparecido un artículo sobre la muerte de su hermana.

—Es un poco raro, ¿no? —preguntó Howard Gormley.

—Sí, así es. ¿Le importaría contestar algunas preguntas? Quizá nos ayude a aclarar algunas cosas, o al menos a descartar cualquier posible conexión entre la tragedia de su familia y la de la nuestra.

—Es posible.

—Antes que nada, ¿encontraron a la persona que atropello a su hermana? No tengo ninguna información más. ¿Acusaron a alguien?

—No, nunca. La policía no llegó a encontrar nunca al responsable, y después de un tiempo supongo que archivaron el caso.

—Lo siento.

—Sí, bueno; eso acabó con nuestros padres. El dolor los consumió. Mi madre murió un par de años después, y mi padre un año más tarde. Los dos de cáncer, pero si quiere saber mi opinión, fue el dolor el que los mató.

—¿Encontró la policía alguna pista? ¿Descubrieron quién era el conductor?

—¿De qué fecha es el artículo que encontró?

Lo tenía junto al ordenador, así que se lo dije.

—Eso fue bastante al principio —explicó—, antes de que descubrieran que todo aquello había sido preparado.

—¿Preparado?

—Bueno, al principio supusieron que era simplemente un atropello y que el conductor se había dado a la fuga. Quizás iba borracho, o sencillamente era un mal conductor. Pero cuando realizaron la autopsia, descubrieron algo de lo más extraño.

—¿Qué quiere decir con extraño?

—Yo no soy un experto, ¿sabe? He sido techador toda mi vida. Pero nos dijeron que lo que le pasó a Connie, el golpe que le dio el coche… todo eso ocurrió cuando ella ya estaba muerta.

—Espere un momento —dije—. ¿Su hermana ya estaba muerta cuando el coche la golpeó?

—Eso es lo que nos dijeron. Y…

—¿Señor Gormley?

—Es que me resulta difícil hablar de ello, incluso después de todo este tiempo. No quiero decir nada que pueda dar una mala imagen de Connie, aunque hayan pasado muchos años, ¿me entiende?

—Por supuesto.

—Pero dijeron que… bueno, que era posible que hubiera estado con alguien poco antes de que la dejaran en aquella cuneta.

—Quiere decir…

—No dijeron que fuera violada, al menos no exactamente, aunque tampoco se descarta. Verá, a mi hermana le gustaba salir por ahí, no sé si me entiende, y dijeron que aquella noche había estado con alguien. Yo siempre me he preguntado si fue él quien lo montó todo para que pareciera que la habían atropellado y la arrojó a la cuneta.

No supe qué contestarle.

—Connie y yo estábamos muy unidos. No me parecía bien su forma de vivir pero yo tampoco era ningún ángel, así que no estaba en posición de lanzar la primera piedra. Después de todos estos años aún estoy enfadado y me gustaría que hubieran encontrado al cabrón que lo hizo. Pero la verdad es que hace tanto tiempo que es muy probable que ese hijo de puta haya muerto también a estas alturas.

—Sí —repliqué—. Es muy probable.

Después de hablar con Howard Gormley, me quedé sentado frente al escritorio durante un rato, con la mirada perdida en el vacío, tratando de descubrir si aquello tenía algún sentido.

Luego presioné la tecla de correo del teclado del ordenador para ver si había algún mensaje. Como era habitual había un montón, la mayoría ofrecían Viagra, stocks de saldo, Rolex de oferta o solicitudes de viudas de propietarios de minas de oro nigerianas que buscaban ayuda para transferir sus millones a una cuenta norteamericana. Nuestro filtro antispam sólo filtraba una parte de este tipo de correo.

Pero había un correo electrónico de una cuenta de Hotmail que sólo incluía números —05121983— y cuyo Asunto era: «No tardará mucho».

Cliqué sobre él.

El mensaje era corto, y decía: «Querida Cynthia: como te dije en nuestra conversación anterior, tu familia te perdona. Pero no pueden dejar de preguntarse ¿por qué?».

Debí de leerlo unas cinco veces; luego volví a mirar el Asunto. ¿Qué era lo que no iba a tardar mucho?