20

Quizá si Grace no hubiera estado allí Cynthia se habría desmayado. Pero cuando oyó a nuestra hija llegar corriendo, lista para subir el escalón y meterse en la cocina, se dio media vuelta, le bloqueó el paso y se la llevó hacia el jardín delantero.

—¿Qué pasa? —gritó Grace—. ¿Tía Tess?

Me arrodillé junto a la tía de Cynthia y con mano vacilante toqué su espalda. Estaba tremendamente fría.

—Tess —susurré.

Había tanta sangre bajo ella que no quise darle la vuelta; además, oía unas voces en mi cabeza que me aconsejaban que no tocara nada. Así que me moví un poco y me arrodillé aún más para verle la cara. La visión de sus ojos abiertos e inmóviles mirando al infinito me dejó helado.

Pese a no tener mucha experiencia, me pareció que la sangre estaba seca y coagulada, como si Tess llevara así un buen rato. Y en la habitación flotaba un hedor terrible, del que justo ahora empezaba a darme cuenta.

Me puse repentinamente en pie y me dirigí hacia el teléfono de pared que había junto al corcho, y allí me detuve. De nuevo esa voz, que me decía que no tocara nada. Saqué mi móvil e hice la llamada.

—Sí, me esperaré aquí —le dije a la operadora de emergencia—. No pensaba ir a ningún lado.

Pero sí que salí de la casa por la puerta de atrás y di la vuelta hasta delante, donde encontré a Cynthia sentada, con Grace en su regazo, en el asiento delantero de nuestro coche, con la puerta abierta. Grace tenía los brazos alrededor del cuello de su madre y parecía que había estado llorando. Cynthia, por el momento, estaba demasiado impresionada para derramar una lágrima.

Me lanzó una mirada interrogativa, y respondí moviendo la cabeza arriba y abajo un par de veces, muy lentamente.

—¿Qué ha pasado? —me preguntó—. ¿Crees que ha sido un ataque al corazón?

—¿Un ataque al corazón? —preguntó Grace—. ¿Está bien? ¿La tía Tess está bien?

—No —respondí a Cynthia—. No ha sido un ataque al corazón.

La policía estuvo de acuerdo.

En una hora llegaron unos diez vehículos: seis coches patrulla, una ambulancia que estuvo un tiempo allí parada, y un par de furgonetas de televisión a las que no dejaron pasar más allá de la carretera principal.

Un par de detectives hablaron conmigo y con Cynthia por separado, mientras otro se quedaba con Grace, que no paraba de preguntar. Todo lo que le habíamos dicho era que Tess estaba enferma, que algo le había ocurrido. Algo muy malo.

Era un eufemismo.

La habían apuñalado. Alguien había cogido uno de sus propios cuchillos de cocina y se lo había clavado en el pecho. En un momento, mientras yo estaba en la cocina y Cynthia se encontraba fuera, junto a los coches de policía, respondiendo las preguntas del oficial, oí a una mujer de la oficina del juez de instrucción decirle a un detective que no podía estar segura, pero que le parecía que la puñalada le había alcanzado directamente en el corazón.

Jesús.

Me hicieron muchas preguntas. ¿Por qué habíamos ido aquella noche? Para hacerle una visita, fue mi respuesta. Y también para celebrar que Tess acababa de recibir buenas noticias de su médico, añadí.

Les conté que se iba a poner bien.

El detective soltó un resoplido, pero fue lo suficientemente amable para no reír.

—¿Tiene alguna idea de quién puede haber hecho esto? —preguntó.

—No —respondí. Y era la verdad.

—Podría haber sido cualquiera. Alguien que hubiera entrado para robar —explicó—. Chicos que buscaran dinero para drogas o algo así.

—¿Le parece que eso es lo que ha ocurrido? —indagué.

El detective hizo una pausa.

—La verdad es que no. —Se pasó la lengua por los dientes en un gesto pensativo—. No parece que se hayan llevado mucho, si es que se han llevado algo. Podrían haber cogido las llaves y haberse llevado el coche, pero no lo han hecho.

—¿Han?

El detective sonrió.

—Es más fácil que tener que decidir entre él o ella. Podría haber sido una persona, o podrían haber sido más. Por el momento no lo sabemos.

—Esto —aventuré en tono vacilante— podría estar relacionado con algo que le ocurrió a mi mujer.

—¿Sí?

—Hace veinticinco años.

Le ofrecí una versión lo más abreviada posible de la historia de Cynthia, y comenté que últimamente habíamos descubierto algunas cosas extrañas, sobre todo desde que se emitió el programa de televisión.

—Ah, sí —dijo el detective—. Creo que lo vi. Ese programa en el que sale… ¿cómo se llama? ¿Paula algo?

—Sí.

También le expliqué que habíamos contratado a un detective privado hacía un par de días para que investigara.

—Denton Abagnall —añadí.

—Oh, lo conozco. Buen tipo. Sé dónde localizarlo.

Me dejó marchar, no sin antes advertirme que no volviera a Milford por el momento; que nos quedáramos un rato por allí por si tenían alguna pregunta de último minuto que hacernos, así que fui a buscar a Cynthia. Estaba donde la había dejado, en la parte delantera del coche con Grace en su regazo. Ésta parecía tremendamente vulnerable y asustada.

—¿La tía Tess está muerta, papá? —me preguntó en cuanto me vio.

Miré a Cynthia en busca de una señal. Contarle la verdad o no contársela. Algo. Pero Cynthia no hizo nada, así que contesté:

—Sí, cariño. Está muerta.

Sus labios empezaron a temblar.

—Podrías habérmelo contado —dijo Cynthia, con un tono tan calmo que pude darme cuenta de que se estaba reprimiendo.

—¿Qué?

—Podrías haberme contado lo que sabías. Lo que te había explicado Tess. Podrías habérmelo dicho.

—Sí —respondí—. Podría. Debería.

Hizo una pausa mientras escogía con cuidado sus palabras.

—Entonces, quizá todo esto no habría ocurrido.

—Cyn, no veo cómo… En fin, no hay forma de saber…

—Tienes razón. No hay manera de saber. Pero hay algo que sí sé: si me hubieras explicado antes lo que Tess te había contado, sobre el dinero, los sobres, yo habría estado aquí hablando con ella de todo esto, habríamos unido nuestros esfuerzos para descubrir qué demonios significaba, y si así fuera yo habría estado aquí, o quizás habríamos averiguado algo antes de que alguien tuviera la oportunidad de hacer esto.

—Cyn, no…

—¿Hay algo más que no me hayas contado, Terry? ¿Qué otras cosas me estás ocultando, supuestamente para protegerme, para ahorrármelo? ¿Qué más te contó Tess, qué más sabes que no seré capaz de soportar?

Grace empezó a llorar y hundió el rostro en el pecho de Cynthia. Por lo visto, habíamos dejado de preocuparnos de protegerla de todo aquello.

—Cariño —traté de calmarla—, te prometo que todo lo que te he ocultado ha sido pensando en ti.

Ella abrazó a Grace con más fuerza.

—¿Qué más, Terry? ¿Qué más?

—Nada —repliqué.

Pero había una cosa. Algo de lo que me acababa de dar cuenta y que no le había comentado a nadie todavía, porque no sabía si era significativo.

Los oficiales me habían llevado dentro de nuevo para que reconstruyera todos mis movimientos: dónde me había parado, lo que había hecho, lo que había tocado.

Al abandonar la cocina, mi mirada se detuvo en el pequeño corcho junto al teléfono. Había una foto de Grace que le había sacado en nuestro viaje a Disneyworld.

¿Qué era lo que me había dicho Tess por teléfono? ¿Después de que Abagnall la visitara?

Yo le había dicho más o menos algo así como: «Si te acuerdas de algo más, deberías llamarle».

Y Tess había respondido: «Eso es lo que él me ha pedido y me ha dado su tarjeta. La acabo de colgar en el corcho, junto al teléfono, justo al lado de la foto de Grace con Goofy».

Ahora no había ninguna tarjeta en el corcho.