19

—Pero podría ser lo que usted ha dicho —arguyó Cynthia—. La gente desaparece de los archivos informáticos; suele pasar muy a menudo.

Denton Abagnall asintió.

—Eso es verdad. El hecho de que el nombre de Clayton Bigge no aparezca en los registros del departamento no es en sí mismo significativo. Pero entonces busqué informes previos de su número de la Seguridad Social.

—¿Y? —inquirió Cynthia.

—Y tampoco obtuve nada. Es muy difícil encontrar un registro de su padre en cualquier lado, señora Archer. No tenemos ninguna foto de él. Miré en sus cajas de zapatos y no pude encontrar ni un resguardo de pago de cualquier trabajo. ¿Por casualidad conoce el nombre de la empresa para la que trabajaba y que le mandaba de viaje tan a menudo?

Cynthia lo pensó un momento.

—No —respondió.

—En Hacienda no hay ningún expediente sobre él. Por lo que he averiguado, nunca pagó impuestos. No con el nombre de Clayton Bigge, al menos.

—¿Qué está diciendo? —preguntó Cynthia—. ¿Insinúa que era un espía o algo así? ¿Un agente secreto?

Abagnall sonrió.

—Bien, no necesariamente. Nada tan exótico.

—Lo cierto es que pasaba mucho tiempo fuera —explicó ella mientras me dirigía una mirada—. ¿Tú qué crees? ¿Podría haber sido un agente del gobierno que se iba a cumplir sus misiones?

—Creo que eso es un poco aventurado —dije sin mucha convicción—. Lo siguiente será preguntarnos si en realidad era un extraterrestre; quizá lo enviaron para que nos estudiara y luego volvió a su planeta natal, y se llevó a tu madre y a tu hermano con él.

Cynthia se me quedó mirando. Aún parecía un poco aturdida.

—Sólo estaba bromeando —me disculpé.

Abagnall nos devolvió —a mí en particular— a la realidad.

—Ésa no es una de las teorías que barajo.

—Entonces, ¿cuáles son sus teorías? —pregunté.

Bebió un sorbo de café.

—Probablemente podría aventurar media docena, con lo poco que sé hasta el momento —respondió—. ¿Vivía su padre bajo un nombre que no era el suyo? ¿Acaso escapaba de un pasado problemático? ¿Criminal, quizás? ¿Hirió Vince Fleming a su familia aquella noche? ¿Estaba la red criminal del padre de Vince relacionada de algún modo con algo del pasado de su padre que hasta aquel momento había podido ocultar?

—En realidad no sabemos nada, ¿verdad? —preguntó Cynthia.

Abagnall se apoyó con aire cansado en los cojines del sofá.

—Lo único que sé es que en un par de días, los interrogantes sin respuesta de este caso parecen haberse multiplicado exponencialmente. Y tengo que preguntarles si quieren que continúe. Se han gastado ya unos cientos de dólares en mis honorarios. Si no quieren que continúe, por mí está bien. Puedo hacerles un informe de lo que he descubierto hasta el momento. O bien puedo seguir indagando. La decisión es totalmente suya.

Cynthia empezó a abrir la boca, pero antes de que pudiera hablar la corté.

—Nos gustaría que continuara —dije.

—Muy bien —aceptó—. ¿Qué les parece si me dedico a ello un par de días más? Esta vez no necesito otro cheque. En mi opinión, cuarenta y ocho horas serán suficientes para determinar si puedo hacer algún progreso significativo.

—Por supuesto —dije.

—Creo que quiero investigar un poco más a ese sujeto, Vince Fleming. Señora Archer, ¿usted qué cree? ¿Podría este hombre… bien, en 1983 debía de ser un hombre muy joven… haber dañado a su familia?

Cynthia se lo pensó durante unos segundos.

—Después de todo este tiempo, supongo que tengo que considerar que cualquier cosa es posible.

—Sí, es muy bueno mantener la mente abierta… Gracias por el café.

Antes de marcharse, Abagnall le devolvió a Cynthia la caja de recuerdos. Cynthia le acompañó y cuando hubo cerrado la puerta, se volvió hacia mí y me preguntó:

—¿Quién era mi padre? ¿Quién demonios era mi padre?

Y yo pensé en la redacción de Jane Scavullo para la clase de escritura creativa. En cómo todos somos unos extraños para los demás, y cómo a menudo a los que menos conocemos es justamente a los que más cerca tenemos.

Durante veinticinco años, Cynthia había soportado el dolor y la ansiedad asociados a la desaparición de su familia sin tener una sola pista de lo que les había sucedido. Y aunque todavía no teníamos la respuesta a esa pregunta, había pequeños retazos de información que empezaban a aflorar a la superficie, como pedazos del casco de un barco naufragado mucho tiempo atrás. Todo lo que habíamos descubierto, que el padre de Cynthia podría haber vivido bajo un nombre falso, que el pasado de Vince Fleming podría ser mucho más oscuro de lo que parecía… La extraña llamada, la misteriosa aparición del supuesto sombrero de Clayton Bigge. El hombre que espiaba nuestra casa la otra noche. Lo que me había contado Tess acerca de los sobres llenos de dinero en efectivo que durante un tiempo le había dejado una fuente anónima, para la educación de Cynthia.

Mi impresión era que, a aquellas alturas, mi mujer estaba en su derecho de conocer esto último, y creía que lo mejor era que se lo dijera la propia Tess.

Durante la cena nos esforzamos por no discutir las cuestiones que había suscitado la visita de Abagnall. Ambos teníamos la impresión de haber expuesto demasiado a Grace en todo aquel asunto, no en vano nuestra hija tenía un radar en funcionamiento todo el tiempo que le permitía captar una información un día y relacionarla con algo que descubriera al siguiente. Nos asustaba el hecho de que discutir la historia de Cynthia, lo de la vidente oportunista, la investigación de Abagnall, todo ese tipo de cosas, sólo contribuiría a aumentar la ansiedad de Grace, su miedo a que una noche todos fuéramos borrados del mapa por un objeto del espacio exterior.

Pero no importaba cuánto nos esforzáramos por evitar el tema; a menudo era la propia Grace la que lo sacaba a colación.

—¿Dónde está el sombrero? —preguntó después de tragarse una cucharada de puré de patatas.

—¿Qué? —dijo Cynthia.

—El sombrero. El sombrero de tu padre, el que dejaron aquí. ¿Dónde está?

—Lo he metido en el armario —respondió Cynthia.

—¿Puedo verlo?

—No —replicó ella—. No es un juguete.

—No iba a jugar con él; sólo quería mirarlo.

—¡No quiero que juegues con él ni que lo mires ni que lo toques! —le espetó Cynthia.

Grace se dio por vencida y volvió a concentrarse en el puré de patatas.

Cynthia estaba preocupada y nerviosa. Quién no lo estaría, después de haber descubierto hacía sólo una hora que el hombre al que había conocido durante toda su vida como Clayton Bigge podría no haber sido nunca esa persona.

—Creo —intervine— que esta noche deberíamos ir a ver a Tess.

—¡Sí! —exclamó Grace—. ¡Vamos a ver a la tía Tess!

Como si despertara de un sueño, Cynthia dijo:

—¿No era mañana? Yo creía que habías dicho que iríamos mañana.

—Ya lo sé, pero creo que nos iría bien ir hoy. Tenemos mucho de que hablar; deberías explicarle lo que nos ha contado el señor Abagnall.

—¿Qué os ha contado? —preguntó Grace.

Le dediqué una mirada que hizo que se callara en el acto.

—La he llamado antes —dijo Cynthia— y he dejado un mensaje. Debe de estar fuera; ya nos llamará cuando lo oiga.

—Deja que la llame yo —dije mientras alcanzaba el teléfono.

Sonó media docena de veces antes de que saltara el contestador. Puesto que Cynthia ya había dejado un mensaje, no me pareció que tuviera mucho sentido dejar otro.

—Te lo he dicho —comentó Cynthia.

Eché un vistazo al reloj de pared: eran casi las siete. Fuera lo que fuese que estuviese haciendo Tess, estaba claro que no la mantendría fuera de casa mucho tiempo más.

—¿Por qué no cogemos el coche y nos acercamos hasta su casa?; quizá cuando lleguemos ya esté de vuelta, o podemos esperar un rato hasta que aparezca. Aún tienes la llave, ¿no?

Cynthia asintió.

—¿No crees que esto puede esperar hasta mañana? —preguntó.

—Creo que no sólo le encantaría enterarse de lo que ha descubierto Abagnall, sino que además quizás haya algunas cosas que tenga ganas de compartir contigo.

—¿Qué quiere decir eso de que puede haber cosas que quiera compartir conmigo? —inquirió Cynthia.

Grace también me observaba con curiosidad, pero tuvo la prudencia de no decir nada esta vez.

—No lo sé. Quizá toda esta información nueva le evoque algo, le haga recordar cosas en las que hace años que no piensa. No sé, si le explicamos que tu padre podría haber tenido otra… identidad, quizá se diera cuenta de que eso explicaría muchas cosas y nos cuente algo.

—Hablas como si ya supieras lo que tiene que decirme.

Yo tenía la boca seca. Me puse en pie, dejé correr el agua del grifo hasta que salió fría, llené un vaso, me lo bebí, me di la vuelta y me apoyé en la encimera.

—Muy bien —dije—. Grace, tu madre y yo tenemos que hablar a solas.

—No he terminado de cenar.

—Llévate el plato y ve a mirar la tele.

Grace cogió su plato y salió de la cocina con expresión de amargura. Yo sabía que estaba pensando que siempre se perdía lo mejor.

—Antes de que le dieran los últimos resultados de las pruebas —expliqué a Cynthia—, Tess creía que se estaba muriendo.

Cynthia se quedó inmóvil.

—Tú lo sabías.

—Sí. Me dijo que le quedaba poco tiempo.

—¿Y no me lo contaste?

—Por favor, déjame explicártelo. Después podrás enfadarte. —Los ojos de Cynthia se me clavaron como puñales—. En aquel momento estabas bajo mucho estrés, y Tess me lo contó a mí porque no estaba segura de que pudieras lidiar con una información como ésta. Y fue una buena idea que no te lo dijera a ti, porque al final resulta que está bien. No debemos olvidar eso.

Cynthia no dijo nada.

—El caso es que cuando creía que estaba a punto de morir sintió que había otra cosa que debía contarme, algo que creía que tú tenías que saber en el momento adecuado. No estaba segura de vivir lo suficiente para poder decírtelo ella misma.

Y entonces se lo conté. Todo. La nota anónima, el dinero, cómo aparecía en cualquier parte, en cualquier momento. Cómo la ayudó a pagar sus estudios, y cómo Tess había seguido las instrucciones que le habían dado y nunca se lo había dicho a nadie durante todos esos años.

Cynthia escuchaba; me interrumpió un par de veces para preguntarme algo, pero dejó que lo soltara todo.

Cuando terminé, parecía anonadada, y dijo algo que no solía decir muy a menudo.

—Creo que me iría bien beber algo.

Cogí una botella de whisky de una estantería alta de la despensa y le serví un vaso pequeño. Se lo bebió de un trago, y le serví medio vaso más. También se lo bebió de golpe.

—¡Muy bien! —exclamó—. Vamos a ver a Tess.

Ambos habríamos preferido ir a ver a Tess sin llevarnos a Grace, pero era casi imposible encontrar una canguro sin haber avisado antes. Y no sólo eso: el hecho de saber que alguien había estado observando nuestra casa hacía que no nos sintiéramos muy cómodos dejando a Grace al cuidado de otra persona.

Así que le dijimos que se llevara algo para entretenerse (ella agarró de nuevo el libro Cosmos y un DVD de la peli de Jodie Foster, Contact), de modo que nosotros pudiéramos hablar con tranquilidad.

Grace no estuvo tan parlanchina como era habitual en ella; supongo que notaba la tensión que se respiraba en el coche, y decidió, sabiamente, controlarse.

—Quizá podríamos comprar helado al volver a casa —dije, rompiendo el silencio—. O que Tess nos dé un poco. Lo más seguro es que todavía le quede del de su cumpleaños.

Al cabo de un rato abandonamos la carretera principal entre Milford y Derby y tomamos la calle de Tess.

—Su coche está en casa —señaló Cynthia.

Tess conducía un todoterreno Subaru. Siempre decía que no quería quedarse atascada en una tormenta de nieve si necesitaba provisiones.

Grace fue la primera en salir del coche y correr hacia la puerta de entrada.

—Espera un momento, compañera —le pedí—. No puedes irrumpir así de golpe.

Cynthia y yo nos acercamos a la puerta y yo llamé con los nudillos. Al cabo de unos segundos volví a hacerlo, con más fuerza.

—Quizás esté en la parte de atrás —sugirió Cynthia—. Trabajando en el jardín.

Así que rodeamos la casa. Grace, como era habitual, iba unos pasos por delante, saltando y brincando. Antes de que llegáramos a la parte de atrás, ella ya estaba de vuelta.

—No está —informó.

Fuimos a comprobarlo, por supuesto, pero Grace tenía razón. Tess no estaba en el jardín trasero, trabajando mientras el crepúsculo daba paso a la noche.

Cynthia llamó a la puerta de atrás, que daba directamente a la cocina.

No hubo ninguna respuesta.

—Qué extraño —dijo.

También era extraño que, pese a estar anocheciendo, no hubiera ninguna luz encendida en la casa. Dejé a Cynthia en el escalón inferior y atisbé por la minúscula ventana de la puerta.

No podía estar seguro, pero me pareció ver algo en el suelo de la cocina, como una mancha en las baldosas blancas y negras.

Una persona.

—Cynthia —ordené—, llévate a Grace al coche.

—¿Qué pasa?

—No dejes que entre en la casa.

—Por Dios, Terry —susurró—, ¿qué ocurre?

Agarré el pomo de la puerta, lo giré lentamente y empujé, para comprobar si la puerta estaba cerrada con llave. No era así.

Di un paso hacia el interior mientras Cynthia miraba por encima de mi hombro; tanteé la pared con la mano en busca del interruptor y encendí la luz.

Tess estaba tendida sobre el suelo de la cocina, bocabajo, con la cabeza torcida en un ángulo extraño, un brazo estirado y el otro sobre la espalda.

—¡Dios mío! —exclamó Cynthia—. ¡Ha debido de tener un ataque al corazón!

No es que yo fuera licenciado en medicina ni nada parecido, pero para ser un ataque al corazón, había demasiada sangre derramada sobre el suelo.