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—Los hombres son débiles; no tú, por supuesto; y te decepcionan, pero muy a menudo son las mujeres las que realmente te traicionan —explicó ella.

—Lo sé. Ya me lo habías dicho —contestó él.

—Oh, lo siento. —Se estaba poniendo sarcástica. Y a él no le gustaba que se pusiera así—. ¿Te estoy aburriendo, cariño?

—No, está bien. Sigue; decías que las mujeres te traicionan. Estaba escuchando.

—Eso es. Como Tess.

—Sí, ella.

—Ella me robó.

—Bueno…

«Hablando técnicamente», pensó, pero decidió que no valía la pena entrar en esa discusión.

—Eso es básicamente lo que hizo —dijo ella—. Ese dinero era mío; no tenía ningún derecho a quedárselo.

—Bueno, no se lo gastaba en ella. Lo usaba para…

—¡Basta! Cuanto más pienso en ello más me altero. Y no me gusta que la defiendas.

—No la estoy defendiendo —dijo.

—Debería haber encontrado un modo de decírmelo y hacer las cosas bien.

«¿Y cómo podría haberlo hecho?», pensó él. Pero optó por callar.

—¿Estás ahí? —preguntó ella.

—Sí, aún estoy aquí.

—¿Querías decirme algo?

—Nada. Sólo que… en realidad eso habría sido un poco difícil, ¿no crees?

—A veces no puedo hablar contigo —exclamó ella—. Llámame mañana. Si antes de eso necesito una conversación inteligente, hablaré con el espejo.