15

—Denton Abagnall —se presentó el detective—. La señora Archer me ha informado de los detalles, pero de todos modos me gustaría hacerle algunas preguntas a usted, señor Archer.

—Claro —accedí, mientras levantaba el dedo dándole a entender que esperase un segundo; me volví hacia Cynthia y le pregunté—. ¿Puedo hablar un minuto contigo?

Ella se dirigió a Abagnall:

—¿Nos disculpa un momento?

Él asintió. Acompañé a Cynthia hasta el escalón de entrada de la puerta principal. Nuestra casa era tan pequeña que me imaginé que si teníamos aquella discusión —que suponía iba a volverse un poco acalorada— en la cocina, Abagnall nos oiría.

—¿Qué demonios pasa aquí? —pregunté.

—No voy a quedarme más con los brazos cruzados —explicó Cynthia—. No voy a esperar a que pase algo, preguntándome todo el rato qué será. He decidido tomar las riendas de la situación.

—¿Qué esperas exactamente que descubra? —inquirí—. Cynthia, es una pista muy antigua. Han pasado veinticinco años.

—Oh, gracias —ironizó—. Se me había olvidado. —Hice una mueca—. Y además, esto no pasó hace veinticinco años —añadió—. Ocurrió la semana pasada. Y la llamada de teléfono que recibí el día que acompañaste a Grace a la escuela tampoco llegó hace veinticinco años.

—Cariño —dije—. Incluso aunque contratar un detective privado fuera una buena idea, no creo que podamos permitírnosla. ¿Cuánto cobra?

Ella me informó de su tarifa diaria.

—Y a eso hay que añadir los gastos extra.

—Muy bien, ¿y cuánto tiempo tienes planeado que trabaje en ello? —pregunté—. ¿Una semana? ¿Un mes? ¿Seis meses? Con un caso como éste, podría investigar durante un año y aun así no llegaría a ningún lado.

—Podemos saltarnos un pago de la hipoteca —dijo Cynthia—. ¿Recuerdas la carta que nos envió el banco antes de Navidad? Te ofrecían saltarte un pago en enero para poder pagar los cargos de tu tarjeta Visa de Navidad. Añaden el pago anulado al final de tu hipoteca. Podrían volver a hacerlo, y ése sería mi regalo de Navidad. No hace falta que me compres nada este año.

Miré hacia el suelo y sacudí la cabeza. La verdad es que no sabía qué hacer.

—¿Qué te pasa, Terry? —preguntó Cynthia—. Una de las razones por las que me casé contigo fue porque sabía que eras el tipo de hombre que estaría siempre a mi lado cuando le necesitara, que conocía la historia que tenía detrás, que me apoyaría, que estaría de mi parte. Pero últimamente… no sé, tengo la sensación de que quizá ya no seas ese hombre. De que tal vez te estés cansando de ser ese hombre. De que quizá ni siquiera estas seguro de creerme siempre.

—Cynthia, no…

—Quizás ésa sea una de las razones por las que hago esto, por la que quiero contratar a este hombre: porque no va a juzgarme. No va a pensar que soy una especie de chalada.

—Yo nunca he dicho que fueras una…

—No hace falta —atajó Cynthia—. Puedo verlo en tus ojos. Cuando pensé que aquel hombre era mi hermano… creíste que me había vuelto loca.

—¡Joder! —exclamé—. Contrata si quieres a tu jodido detective.

No vi venir la bofetada. Creo que Cynthia tampoco, y ella fue la que me la dio. Sólo sucedió. Una explosión de ira, como un trueno, allí fuera en la entrada. Y todo lo que fuimos capaces de hacer durante un par de segundos fue mirarnos el uno al otro en silencio, atónitos. Cynthia parecía estar en estado de shock, con ambas manos sobre su boca abierta.

—Supongo que me puedo considerar afortunado de que no me la hayas dado con el dorso de la mano —dije finalmente—. No estaría de pie ahora mismo.

—Terry —dijo ella—. No sé lo que ha ocurrido. Es como… es como si me hubiera vuelto loca por un segundo.

La acerqué a mí.

—Lo siento —le susurré al oído—. Siempre seré el hombre que está de tu parte, siempre estaré aquí.

Ella me rodeó con los brazos y apoyó la cabeza en mi pecho. Tenía bastante claro que íbamos a tirar el dinero, pero aunque Denton Abagnall no descubriera nada, quizá contratarle era exactamente lo que Cynthia necesitaba. Tal vez tenía razón. Era una manera de tomar el control de la situación.

Al menos durante un tiempo. Tanto como pudiéramos pagarlo. Hice unos rápidos cálculos mentales y concluí que un plazo de la hipoteca, junto con la reducción de gastos de alquiler de películas durante un par de meses, nos permitirían disponer de una semana del tiempo de Abagnall.

—Vamos a contratarlo —le dije.

Ella se abrazó a mí con más fuerza.

—Si no encuentra algo pronto —dijo, aún sin mirarme—, se acabó.

—¿Qué sabes del tipo? —pregunté—. ¿Es de fiar?

Cynthia se separó de mí y se sorbió los mocos. Le alargué un pañuelo de mi bolsillo y ella se secó las lágrimas de los ojos y se sonó.

—Llamé a los de Deadline y hablé con la productora. Se puso a la defensiva cuando supo que era yo, supongo que pensaba que iba a poner el grito en el cielo por lo de la vidente, pero entonces le pregunté si alguna vez utilizaban detectives para sus investigaciones y ella me dio el nombre de este tipo. Dijo que no habían usado sus servicios, pero que una vez habían hecho un reportaje sobre él. Por lo visto está entre los mejores.

—Entonces vamos a hablar con él.

Abagnall había permanecido sentado en el sofá, mirando el contenido de las cajas de recuerdos de Cynthia, y se puso en pie en cuanto entramos. Vi que se daba cuenta de que yo tenía la mejilla roja, pero lo disimuló muy bien.

—Espero que no le importe —dijo—. Estaba echando un vistazo a sus cosas. Me gustaría poderlas mirar mejor, dando por hecho que han tomado alguna decisión respecto a si quieren mi ayuda.

—Así es —le informé—. Nos gustaría que intentara averiguar lo que le ocurrió a la familia de Cynthia.

—No voy a darle falsas esperanzas —explicó Abagnall. Hablaba lentamente, con calma, y de vez en cuando apuntaba algo en una libreta—. Se trata de una pista muy fría. Empezaré por revisar el informe de la policía y hablaré con cualquiera que recuerde haber trabajado en el caso. Pero creo que tendría que ser realista con sus expectativas.

Cynthia asintió con gravedad.

—No veo que haya mucho aquí —dijo señalando las cajas de zapatos— que me llame la atención, que me dé algún tipo de pista, al menos a primera vista. Pero me gustaría echarles otro vistazo, con calma, si no le importa.

—Me parece bien —accedió Cynthia—, siempre que me las devuelva.

—Por supuesto.

—¿Y qué hay del sombrero? —preguntó ella.

El sombrero que Cynthia decía ser de su padre estaba en el sofá, junto a Abagnall. Antes lo había estado estudiando.

—Bien —dijo—, lo primero que sugiero es que usted y su marido revisen los sistemas de seguridad, quizá deberían reforzar las cerraduras o poner cerrojos de seguridad en las puertas.

—Ya me he encargado de eso —respondí.

Había llamado a un par de cerrajeros para ver cuál podía venir antes.

—Porque sea o no el sombrero de su padre, alguien entró y lo dejó aquí. Tienen una hija; supongo que quieren que esta casa sea lo más segura posible. Por lo que respecta a determinar si eso no de su padre —continuó, en voz baja y reconfortante—, supongo que podría llevarlo a un laboratorio privado para que intentaran hacer una prueba de ADN con restos de pelo o de sudor del forro. Pero no va a ser barato, señora Archer, y deberá proporcionar una muestra de su ADN para poder compararlos. Si resulta que hay alguna coincidencia entre su ADN y el que pudieran encontrar en el sombrero… Bien, eso confirmaría que es el sombrero de su padre, pero no nos diría si está vivo o no.

Por su aspecto, estaba claro que Cynthia empezaba a sentirse abrumada.

—¿Por qué no nos olvidamos de esa parte por ahora? —sugerí finalmente.

Abagnall asintió.

—Ése sería mi consejo. —Su móvil sonó dentro de la chaqueta—. Discúlpenme un momento. —Abrió el teléfono, vio quién llamaba y contestó—. ¿Sí, cariño? —Escuchó y asintió con la cabeza—. Oh, suena maravilloso. ¿Con gambas? —Sonrió—. Pero que no esté demasiado picante. Vale, nos vemos dentro de un rato. —Cerró el teléfono y lo guardó—. Mi mujer —explicó—. Suele llamarme a esta hora para decirme qué va a preparar de cena.

Cynthia y yo intercambiamos una mirada.

—Esta noche hay linguini con gambas y salsa de pimienta —nos informó con una sonrisa—. Es una manera de tener siempre una expectativa. Ahora, señora Archer, me preguntaba si tiene alguna foto de su padre. Me ha dado algunas de su madre y una de su hermano, pero no tengo ninguna de Clayton Bigge.

—Me temo que no.

—Me pondré en contacto con el departamento de tráfico —dijo—. No sé hasta qué año llegan sus archivos, pero quizá tengan una foto. Y tal vez usted pueda decirme algo más sobre la ruta comercial que cubría su padre.

—Sólo sé que llegaba hasta Chicago —explicó Cynthia—. Él era comercial. Le encargaban… creo que eran suministros para ferreterías. Ese tipo de cosas.

—¿No conocía su ruta exacta?

Ella sacudió la cabeza.

—Era sólo una niña. No sabía muy bien a lo que se dedicaba, sólo que estaba mucho tiempo de viaje. Una vez me enseñó unas fotos del edificio Wrigley en Chicago. Hay una Polaroid en la caja —añadió.

Abagnall asintió, cerró su libreta y la metió en su chaqueta, luego nos alargó una tarjeta de visita a cada uno. Asió las cajas de zapatos y se puso en pie.

—Me pondré en contacto con ustedes para comunicarles mis progresos. ¿Qué le parece si me paga por adelantado tres días de trabajo? No espero encontrar las respuestas a sus preguntas en ese tiempo, pero ya me habré hecho una idea de si es posible descubrirlas.

Cynthia fue a buscar su talonario, que estaba en su bolso, extendió un cheque y se lo alargó a Abagnall.

Grace, que había permanecido en el piso de arriba todo ese tiempo, gritó:

—Mamá, ¿puedes venir un segundo? Me he manchado la camiseta.

—Yo acompañaré al señor Abagnall al coche —dije.

Abagnall ya había abierto la puerta del vehículo y estaba a punto de sentarse en su asiento cuando le comenté:

—Cynthia me ha dicho que va a hablar usted con su tía Tess.

—Sí.

Si no quería que Abagnall perdiera el tiempo, lo mejor sería que supiera tanto como fuera posible.

—Hace poco me dijo algo, algo que Cynthia aún no sabe.

Abagnall no me preguntó, sólo esperó. Yo le conté lo de las donaciones de dinero anónimas.

—Bien —dijo.

—Le diré a Tess que le espere. Y también que se lo cuente a usted todo.

—Gracias —respondió pensativo. Se sentó en el asiento del conductor, cerró la puerta y bajó la ventanilla despacio—. ¿La cree usted?

—¿A Tess? Sí. Me enseñó la nota, los sobres.

—No. A su mujer. ¿Cree usted a su mujer?

Me aclaré la garganta antes de contestar.

—Por supuesto.

Abagnall levantó la mano para alcanzar el cinturón de seguridad y se lo puso.

—Una vez una mujer me llamó para que encontrara a alguien; fui a verla, y adivine a quién quería que encontrara.

Yo esperé.

—A Elvis. Quería que encontrara a Elvis Presley. Creo que fue más o menos en 1990, así que Elvis llevaba unos trece años muerto. La mujer vivía en una casa enorme y tenía montones de dinero, y también le faltaba algún tornillo, como debe de haber imaginado. No había visto a Elvis en toda su vida y no tenía ninguna relación con él, pero aun así estaba convencida de que el Rey todavía estaba vivo y esperando que ella le encontrara y le rescatara. Podría haber trabajado un año para ella, intentando encontrar alguna pista que ofrecerle. Esa mujer, Dios la bendiga, podría haber sido mi plan de pensiones. Pero tuve que decirle que no. Se enfadó mucho, así que le expliqué que ya me habían contratado una vez para encontrar a Elvis; lo había hecho y él me había dicho que estaba bien pero que quería vivir el resto de su vida en paz.

—¿En serio? ¿Y ella se lo creyó?

—Bueno, al menos hizo ver que lo creía. Seguro que luego llamó a otro detective. Por lo que sé, aún está trabajando en el caso. —Se rió para sí mismo—. ¡Menudo chollo!

—¿Qué es lo que quiere usted decirme? —pregunté.

—Supongo que lo que quiero decir es que su mujer desea de verdad saber qué les ocurrió a sus padres y a su hermano. No aceptaría un cheque de nadie si pensara que quiere que trabaje en vano. Su mujer no quiere que trabaje en vano.

—No, yo tampoco —dije—. Pero esa mujer que le pidió que encontrara a Elvis, ¿quería que trabajara usted en vano, o realmente creía de corazón que Elvis aún estaba vivo?

Abagnall me dedicó una gran sonrisa.

—Hablaré con ustedes dentro de tres días; o antes si descubro algo interesante.