14

Tenía una hora libre así que asomé la cabeza en el despacho de Rolly Carruthers.

—Tengo un rato libre. ¿Tienes un minuto?

Rolly echó un vistazo al montón de papeles que tenía sobre la mesa. Informes de la oficina del director y de los profesores, presupuestos… Los papeles le ahogaban.

—Si sólo necesitas un minuto, tendré que decir que no. Pero si quieres por lo menos una hora, quizá pueda ayudarte.

—Una hora me parece bien.

—¿Has comido ya?

—No.

—Pues vamos al Stonebridge. Conduces tú, a mí podrían darme ganas de estamparme.

Se enfundó su chaqueta deportiva y le dijo a su secretaria que iba a estar fuera un rato pero que podía localizarlo en su móvil en caso de que se declarara un incendio en la escuela.

—Así sabré que no tengo que volver —dijo.

Su secretaria insistió en que hablara con uno de los directores, que esperaba al teléfono, y Rolly me dijo que sólo serían un par de minutos. Salí del despacho y me di de bruces con Jane Scavullo, que atravesaba el vestíbulo a toda velocidad seguramente para ir al patio a romperle la crisma a alguna chica.

La pila de libros que llevaba entre los brazos se desparramó por el suelo del pasillo.

—Joder.

—Lo siento —dije mientras me arrodillaba para ayudarla a recogerlos.

—No pasa nada —respondió mientras se apresuraba a coger los libros antes de que pudiera hacerlo yo.

Pero no fue lo suficientemente rápida: yo ya sujetaba entre las manos Puro fuego, de Joyce Carol Gates, el libro que le había recomendado.

Ella me lo arrancó de las manos y lo metió entre los demás.

—Qué, ¿te está gustando? —le dije sin dejar traslucir en mi voz el típico tono de «ya te lo dije».

—Está bien —afirmó Jean—. Esas chicas están verdaderamente metidas en un lío. ¿Por qué me sugirió que lo leyera? ¿Cree que yo estoy tan mal como las chicas del libro?

—Esas chicas no son malas del todo —repliqué—. Y no creo que tú seas como ellas. Pero pensé que disfrutarías de cómo está escrito.

Ella mascó su chicle.

—¿Puedo preguntarle algo?

—Claro.

—¿Qué más le da?

—¿Qué quieres decir?

—¿Qué más le da? Lo que lea, lo que escriba, toda esa mierda…

—¿Crees en serio que me dedico a ser profesor sólo para hacerme rico?

Pareció que estaba a punto de sonreír, pero se reprimió.

—Tengo que irme —dijo, y se marchó.

La multitud de la hora de la comida se había dispersado para cuando Rolly y yo llegamos al Stonebridge. Él pidió un cóctel de marisco y una cerveza para empezar, y yo opté por una sopa de almejas de Nueva Inglaterra con extra de tropezones, y café.

Rolly me contó que quería poner su casa en venta lo antes posible, que cuando se compraran la caravana en Bradenton aún les sobraría un montón de dinero. Podrían guardar una parte en el banco, invertir, irse de viaje de vez en cuando. Y Rolly iba a comprarse un barco para poder ir a pescar en el río Manatee. Era como si ya no fuera el director; estaba en otro lado.

—Hay algo que me ronda la cabeza —dije.

Rolly dio un sorbo a su cerveza.

—¿Es sobre Lauren Wells?

—No —respondí, sorprendido—. ¿Qué te ha hecho pensar que quería hablarte sobre Lauren Wells?

Se encogió de hombros.

—Antes os vi hablando en el vestíbulo.

—Es una idiota —dije.

Rolly sonrió.

—Una idiota muy bien dotada.

—No sé qué quieres decir. Creo que, en su mundo, Cynthia y yo hemos adquirido el estatus de celebridades o algo así. Lauren no hablaba apenas conmigo hasta que salimos en la tele.

—¿Me podrías firmar un autógrafo? —preguntó Rolly.

—¡Vete a la mierda! —repliqué. Me quedé un momento callado, para que quedara claro que iba a cambiar de tema, y añadí—: Cynthia siempre te ha considerado como un tío, lo sabes, ¿verdad? Sé que has cuidado de ella después de lo que pasó. Así que tengo la sensación de que puedo hablar contigo sobre ella cuando surge algún problema.

—Sigue.

—Estoy empezando a preguntarme si a Cynthia se le está yendo la cabeza.

Rolly dejó su vaso de cerveza sobre la mesa y se relamió los labios.

—¿No estáis yendo ya a ver a esa psiquiatra, esa doctora Krinkle o algo así?

—Kinzler, sí. Vamos cada dos semanas.

—¿Has hablado de esto con ella?

—No. Es difícil. Bueno, a veces habla con nosotros por separado. Supongo que podría comentárselo. Pero no se trata de algo concreto; es una suma de muchas cosas pequeñas.

—¿Como cuáles?

Le puse al corriente. La ansiedad por el coche marrón. La llamada anónima de alguien diciendo que su familia la perdonaba, y el modo en que accidentalmente había borrado esa llamada. La persecución en el centro comercial, con el hombre que creyó que era su hermano. El sombrero en el centro de la mesa.

—¿Qué? —exclamó Rolly—. ¿El sombrero de Clayton?

—Sí —repliqué—. Estaba claro; bueno, supongo que ha podido tenerlo guardado en esa caja durante todos estos años, aunque el caso es que tenía una marca dentro, su inicial, bajo el forro.

Rolly se quedó pensativo.

—Si fue ella quien lo dejó ahí pudo haber escrito ella misma la letra.

Aquello no se me había ocurrido. Cynthia había hecho que yo buscara la inicial, en lugar de coger el sombrero y buscarla ella misma. Aunque su expresión de espanto había sido bastante convincente.

Pero supuse que lo que Rolly sugería era posible.

—Y ni siquiera tiene por qué ser el sombrero de su padre. Podría ser cualquier sombrero. Podría haberlo comprado en una tienda de segunda mano y decir que era suyo.

—Lo olió —expliqué—. Y cuando lo hizo, dijo que no tenía ninguna duda de que era el sombrero de su padre.

Rolly me miró como si yo fuera uno de sus estúpidos estudiantes del instituto.

—Y podría haber dejado que lo olieras tú también, para confirmarlo, pero eso no prueba nada.

—Podría estar inventándoselo todo —dije—. No puedo creer que esté pensando eso.

—No me parece que Cynthia esté mentalmente desequilibrada —dijo Rolly—. Está sometida a un tremendo estrés, sí, pero de eso a tener alucinaciones…

—No —asentí—. No es su estilo.

—O a inventarse cosas… ¿Por qué tendría que hacerlo? ¿Por qué iba a fingir que había recibido una llamada? ¿Por qué iba a organizar algo como lo del sombrero?

—No lo sé. —Me encogí de hombros a modo de respuesta—. ¿Para llamar la atención? ¿Para que la policía reabriera el caso y descubriera finalmente lo que le ocurrió a su familia?

—¿Y por qué ahora? —preguntó Rolly—. ¿Por qué esperar tanto tiempo para hacerlo?

Otra vez no tenía ni idea.

—Mierda, no sé qué pensar. Sólo me gustaría que todo esto terminase, incluso aunque descubriéramos que todos murieron aquella noche.

—Pasar página —dijo Rolly.

—Odio esa expresión —repliqué—, pero sí, a eso me refiero.

—Hay otra cosa que has de tener en cuenta —añadió Rolly—. Si no fue ella la que dejó el sombrero en la mesa, entonces lo cierto es que alguien se metió en vuestra casa, y eso no significa necesariamente que fuera el padre de Cynthia.

—Lo sé —repliqué—. Ya he decidido adoptar medidas de seguridad.

Me imaginé a un extraño merodeando por las habitaciones de nuestra casa, observando nuestras cosas, tocándolas, haciéndose una idea de quienes éramos, y sentí un escalofrío.

—Tratamos de acordarnos de cerrar la casa con llave siempre que salimos. Y solemos hacerlo, aunque puede que en alguna ocasión nos hayamos dejado algo abierto. La puerta trasera, por ejemplo; puede que no le prestemos mucha atención, sobre todo si Grace entra y sale y nosotros no nos enteramos. —Me acordé de la llave que había desaparecido, e intenté recordar cuándo me había dado cuenta de que no estaba colgada en el clavo—. Pero estoy seguro de que cerramos bien todas las puertas y ventanas la noche que fuimos a ver a esa vidente pirada.

—¿Vidente? —se sorprendió Rolly.

Le puse al corriente.

—Cuando refuerces las medidas de seguridad —me pidió Rolly—, acuérdate de esas barras que se pueden poner en las ventanas de los sótanos. Muchas veces entran por ahí.

Me quedé callado unos momentos. Aún no había sacado el tema del que quería hablarle.

—La cosa es que hay algo más —dije finalmente.

—¿Sobre qué?

—Cynthia está tan frágil mentalmente que hay cosas que no puedo contarle. —Rolly arqueó una ceja—. Sobre Tess.

Rolly le dio otro sorbo a su cerveza.

—¿Qué pasa con Tess?

—Para empezar, no está bien. Me ha dicho que se está muriendo.

—Oh, mierda —exclamó Rolly—. ¿Qué tiene?

—No quiso darme detalles, pero imagino que debe de ser cáncer o algo así. No tiene muy mal aspecto, sólo parece cansada, ya sabes. Pero no va a mejorar. Al menos es lo que parece por ahora.

—Esto destrozará a Cynthia. Están muy unidas.

—Ya lo sé. Y creo que es Tess quien debe contárselo, yo no puedo hacerlo; no quiero hacerlo. Y no tardará mucho en ser obvio que algo le pasa.

—¿Y cuál es la otra cosa?

—¿Cómo?

—Hace un segundo has dicho «para empezar», así que ¿qué más hay?

Dudé un momento. Me parecía mal contarle a Rolly lo de los pagos secretos antes que a Cynthia, pero ésa era una de las razones por las que se lo explicaba a él: para que me aconsejara sobre cómo decírselo a mi mujer.

—Durante unos años, Tess estuvo recibiendo dinero.

Rolly dejó la cerveza en la mesa y apartó la mano del vaso antes de preguntar:

—¿Qué quiere decir que recibió dinero?

—Alguien dejaba dinero para ella. En efectivo, dentro de un sobre. Unas cuantas veces. La primera vez el dinero iba acompañado de una nota que explicaba que era para los estudios de Cynthia. Las cantidades variaban, pero en total fueron más de cuarenta mil dólares.

—¡Joder! —exclamó Rolly—. ¿Y nunca te había dicho nada?

—No.

—¿Te ha dicho quién se lo dejaba?

Me encogí de hombros.

—Ésa es la cuestión. Tess no tenía ni idea y sigue sin tenerla; pero dice que quizá los sobres en los que estaba el dinero, la nota, que quizás aún podrían encontrarse huellas dactilares en ellos, después de todos estos años; o ADN, mierda, ¡y yo qué coño sé! El caso es que no puede evitar creer que eso está relacionado con la desaparición de la familia de Cynthia. Porque, ¿quién iba a darle el dinero, aparte de su familia o alguien que se sintiera responsable por lo que le había ocurrido a su familia?

—¡Joder! —repitió Rolly—. Esto es muy gordo. ¿Y Cynthia no sabe nada?

—No —respondí—. Y tiene derecho a saberlo.

—Claro, por supuesto que sí. —Agarró de nuevo el vaso de cerveza, se la terminó y le hizo una señal a la camarera para que le trajera otra—. Supongo.

—¿Qué quieres decir?

—No lo sé; estoy tan preocupado como tú. Imagínate que se lo cuentas, ¿qué pasará?

Removí la sopa con la cuchara. No tenía mucho apetito.

—Ésa es la cuestión. Todo esto abre más interrogantes de los que responde.

—E incluso aunque eso significara que alguien de la familia de Cynthia estaba vivo entonces, no quiere decir que siga estando vivo ahora. ¿Cuándo dejó de llegar el dinero?

—Más o menos cuando acabó la universidad —dije.

—¿Cuánto hace de eso, veinte años?

—No tanto. Pero hace mucho tiempo.

Rolly movió la cabeza pensativamente.

—No sé qué aconsejarte. Vaya, sé lo que haría si estuviera en tu lugar, pero tienes que decidir tú solo cómo manejar esto.

—Dime —le pedí—. ¿Qué harías tú?

Juntó los labios y se inclinó sobre la mesa.

—Echaría tierra sobre el asunto.

Supongo que me sorprendió.

—¿De verdad?

—Al menos por ahora. Sólo hará que Cynthia se atormente más. Seguro que piensa que si por aquel entonces hubiera sabido lo del dinero quizá podría haber hecho alguna cosa; que si hubiera planteado las preguntas correctas y hubiera prestado atención habría podido encontrarlos, que habría podido descubrir lo que ocurrió. Pero quién sabe si eso es posible ni siquiera ahora.

Pensé en lo que decía, y decidí que tenía razón.

—Y no sólo eso —continuó—. Justo cuando Tess va a necesitar todo el apoyo y el cariño de su sobrina por su estado de salud, Cynthia se va a enfadar con ella.

—No había pensado en eso.

—Se va a sentir traicionada. Va a pensar que a ella no le importó ocultarle esa información durante todos estos años, y que ella tenía derecho a saberlo. Lo cual es cierto. Y de hecho sigue siéndolo. Pero si no se lo contó en su momento, ahora ya es agua pasada.

Asentí, pero de pronto me detuve.

—Pero yo acabo de descubrirlo. Si no se lo cuento, ¿no la estoy traicionando del mismo modo que ella puede sentir que lo hizo Tess?

Rolly se me quedó mirando y sonrió.

—Es por eso que me alegro que sea tu decisión y no la mía, compañero.

Al llegar a casa el coche de Cynthia estaba en la entrada, y había otro vehículo desconocido aparcado junto al bordillo. Un sedán Toyota plateado, el tipo de coche anodino que al cabo de un segundo de haber visto ya has olvidado.

Entré por la puerta principal y vi a Cynthia sentada en el sofá de la sala frente a un hombre bajo, fornido, prácticamente calvo y con la tez aceitunada. Ambos se pusieron en pie y Cynthia se acercó a mí.

—Hola, cariño —me saludó con una sonrisa forzada.

—Hola, amor.

Me di la vuelta hacia el hombre y extendí la mano, que él estrechó con seguridad, al tiempo que le saludaba.

—Señor Archer —me saludó con una voz profunda y casi almibarada.

—Éste es el señor Abagnall —le presentó Cynthia—. Es el detective privado que hemos contratado para descubrir qué le ocurrió a mi familia.