11

—Creo que al menos tendríamos que oír lo que tenga que decirnos —declaró Cynthia.

Era la tarde de ese mismo día, y yo estaba sentado a la mesa de la cocina corrigiendo exámenes, aunque me costaba mucho concentrarme.

Cynthia no había podido pensar en otra cosa desde que la productora había llamado a propósito de la vidente. Yo, por mi parte, había tratado de quitarle importancia.

Durante la cena estuve bastante silencioso, pero cuando Grace hubo subido a su habitación a hacer los deberes y Cynthia estaba de espaldas a mí, metiendo los platos en el lavavajillas, ésta dijo:

—Tenemos que hablar de esto.

—No creo que haya mucho de que hablar —le contesté—. Una vidente ha llamado al programa: eso está a la altura del tipo que llamó diciendo que tu familia se había perdido en una brecha del espacio-tiempo. A lo mejor esta mujer ha tenido una visión en la que ellos aparecen sobre un brontosauro o algo así, o quizá conduciendo un coche como el de los Picapiedra.

Cynthia se dio la vuelta.

—Eso es horrible.

Yo levanté la vista de una redacción deplorable sobre Walt Whitman.

—¿Qué?

—Lo que has dicho. Es horrible. Te estás comportando de una forma horrible.

—No es cierto.

—Aún estás cabreado conmigo por lo de hoy. Por lo que pasó en el centro comercial.

Yo no contesté. En parte, tenía razón. Había cosas que me habría gustado decir en el camino de vuelta a casa, pero tenía la sensación de que no podía. De que ya había tenido suficiente. De que era hora de que Cynthia dejara todo eso atrás, de que aceptara el hecho de que sus padres se habían ido, que su hermano se había ido, que nada había cambiado sólo porque fuera el veinticinco aniversario de su desaparición o porque un programa de segunda fila se hubiera tomado algún interés en el caso. De que aunque ella había perdido a su familia hacía mucho tiempo, lo cual era innegablemente una tragedia, ahora tenía otra familia, y que si no quería vivir en el presente por nosotros, en lugar de en el pasado por una familia que daba toda la impresión de haber desaparecido, entonces…

Pero no había dicho nada. No era capaz de decir todas esas cosas. Y pese a ello, tampoco había podido ofrecerle ningún tipo de consuelo cuando llegamos a casa. Y luego la llamada de Deadline hablando de la vidente había terminado de cabrearme. Me había ido a la sala, había encendido el televisor y había zapeado sin quedarme en cada canal más de unos minutos. Cynthia había tenido un ataque de limpieza: pasó el aspirador, limpió el baño, ordenó las cajas de la despensa… cualquier cosa que la mantuviera lo suficientemente ocupada para no tener que hablar conmigo. De nuestras peleas no solía salir nada bueno, pero al menos la casa terminó con el aspecto perfecto para salir en la portada de una revista de interiorismo.

Sin embargo, le contesté a Cynthia:

—No estoy cabreado. —Y señalé el montón de ejercicios que aún tenía que corregir.

—Te conozco —respondió ella—. Y sé cuándo estás enfadado. Siento mucho lo que ha pasado. Lo siento por ti y lo siento por Grace. Lo siento por ese hombre, por lo que le he hecho pasar. Me he puesto en ridículo, os he puesto en ridículo a todos. ¿Qué más quieres de mí? ¿Qué más puedo decir? ¿Acaso no estoy yendo a ver a la doctora Kinzler? ¿Qué quieres que haga? ¿Ir cada semana en lugar de cada quince días? ¿Quieres que empiece un tratamiento con medicamentos que mitiguen el dolor, que me hagan olvidar lo que me ocurrió? ¿Eso te haría feliz?

Dejé caer el bolígrafo rojo con el que estaba corrigiendo.

—Por todos los dioses… —exclamé.

—Serías más feliz si me marchara, ¿verdad? —me preguntó Cynthia.

—Eso es ridículo.

—Ya no puedes más con todo esto, y ¿sabes qué? Yo tampoco. Yo también he tenido bastante. ¿Te crees que me gusta la idea de ir a ver a una vidente? ¿Crees que no sé lo desesperado que suena, lo patética que me hace parecer ir allí a escuchar lo que tenga que decirme? Pero ¿qué harías tú? ¿Y si se tratara de Grace?

Me la quedé mirando.

—Ni siquiera lo insinúes.

—¿Y si la perdiéramos? ¿Y si algún día desapareciera? Imagínate que llevara meses, años, desaparecida y no hubiera ni una pista de lo que le ha ocurrido…

—No quiero que digas esas cosas —dije.

—Y entonces imagínate que recibieras una llamada de alguien que te dice que ha tenido una visión o algo, que ha visto a Grace en un sueño, que sabe dónde está. ¿Me estás diciendo que te negarías a escuchar lo que tiene que contarte?

Yo apreté los dientes y aparté la vista.

—¿Es eso lo que harías, sólo para no parecer un loco? ¿Porque te daría miedo parecer patético o desesperado? Pero ¿y si hubiera una posibilidad entre un millón de que esa persona supiera algo? ¿Y si ni siquiera fuera una vidente, aunque ella lo creyera, pero pese a ello de verdad hubiera visto algo, alguna clave que ella interpretase como una visión o algo así? ¿Y si descubrir esa clave te llevara a encontrar a Grace?

Apoyé la cabeza entre mis manos y dejé que la vista se posara sobre las redacciones:

«La obra más famosa de Whitman es Hojas de hierba; mucha gente cree que habla sobre la marihuana, pero no es así, aunque es difícil creer que un tipo que escribió algo titulado “Yo cato al cuerpo eléctrico” no estuviera colocado al menos parte del tiempo».

Al encontrarme con Lauren Wells al día siguiente me di cuenta de que no llevaba su chándal habitual, sino una camiseta negra y unos tejanos de marca. Cynthia habría sabido a una distancia de veinte pasos de qué marca eran. Una noche estábamos viendo «American Idol» en nuestro minúsculo televisor cuando señaló a una concursante que interpretaba su propia versión del tema de Bette Midler «Wind Beneath My Wings» y dijo:

—Lleva unos Sevens.

Yo no sabía si Laura llevaba unos Sevens o no, pero estaba guapa, y todos los estudiantes masculinos se daban la vuelta al pasar por su lado para poder verla de espaldas mientras ella atravesaba el vestíbulo.

Yo iba en dirección contraria y ella me paró.

—¿Cómo estás hoy? —me preguntó—. ¿Mejor?

No recordaba haber admitido sentirme nada más que de maravilla la última vez que habíamos hablado, pero contesté:

—Oh, sí, estoy bien. ¿Y tú?

—Bien —contestó—. Aunque hoy he estado a punto de no venir. Una compañera del último curso del instituto murió hace un par de días; la atropello un coche en Hartford. Lo supe por una amiga suya con la que mantengo contacto por el Messenger. Es horrible.

—¿Era muy amiga tuya? —pregunté.

Lauren se encogió ligeramente de hombros.

—Bueno, íbamos al mismo curso. Tardé un par de minutos en ubicarla cuando mi amiga me lo explicó. En realidad no salíamos juntas ni nada, aunque ella se sentaba detrás de mí en un par de clases. Sin embargo siempre se lleva uno una fuerte impresión cuando pasan cosas así, ¿verdad? Hace que te plantees cosas; por eso he estado a punto de no venir.

—Plantearte cosas —repetí. No estaba seguro de que Lauren estuviera tan afectada como intentaba mostrar—. Estas cosas pasan.

Lamento tanto como cualquiera que alguien muera en un accidente de coche, pero Lauren Wells estaba haciéndome perder el tiempo para hablar de una tragedia relacionada con alguien a quien no sólo yo no conocía sino que, como era cada vez más evidente, ni siquiera ella conocía muy bien.

Los chicos pasaban a nuestro lado y nos esquivaban, ya que estábamos parados en medio del vestíbulo.

—¿Y qué? —preguntó Lauren—. ¿Cómo es en persona?

—¿Quién?

—Paula Malloy —respondió Lauren—. La de Deadline. ¿Es tan simpática como por la tele? Parece muy agradable.

—Tiene una bonita dentadura —respondí.

Me acerqué a ella, la cogí del brazo y la llevé hacia la pared de las taquillas, para que no obstaculizáramos el paso.

—Por cierto… Tú y Carruthers estáis bastante unidos, ¿verdad? —preguntó ella.

—¿Rolly y yo? Bueno, hace mucho tiempo que nos conocemos.

—Esto es un poco delicado, pero… el otro día, en la sala de profesores, él estaba allí y bueno… quizás él… lo que quiero preguntarte es si te dijo que me había visto poniendo algo en tu cubículo y sacándolo luego.

—Oh, bueno, él…

—Porque lo cierto es que sí dejé algo; pero luego lo pensé bien y me pareció que quizás era una mala idea, así que lo cogí, pero entonces pensé: «Oh, vaya, el señor Carruthers, Roland…». Bien, si me había visto probablemente te lo iba a contar de todos modos, y entonces me dije, mierda, para eso ya podría haberlo dejado porque de ese modo al menos sabrías lo que decía la nota en lugar de tener que imaginarlo…

—Lauren, no te preocupes. No pasa nada.

No estaba seguro de querer saber lo que decía la nota. Por el momento no quería más complicaciones en mi vida, y lo que tenía muy claro era que no quería complicaciones con Lauren Wells.

—Sólo era una nota para ti y para Cynthia, por si querías pasar algún día por casa. Había pensado en invitar a algunos amigos, y quizás a vosotros os vendría bien cambiar de aires, con todas las preocupaciones que tenéis. Pero entonces pensé que tal vez estaba siendo un poco insistente, ¿sabes?

—Vaya, es muy considerado por tu parte —le respondí—. Quizás algún día.

«Ni por asomo», pensé para mis adentros.

—Bueno —dijo Lauren mientras levantaba las cejas un segundo—. ¿Vas al Post Mall esta noche? Irán algunos de los participantes del último Supervivientes a firmar autógrafos.

—No tenía ni idea —expliqué.

—Yo voy a ir —dijo.

—Creo que me lo voy a perder. Cynthia y yo tenemos que ir a New Haven. Es por el programa de televisión. Nada importante; sólo un seguimiento.

En el mismo momento en que se lo dije me arrepentí de haberlo hecho.

Su cara se iluminó y comentó:

—Tienes que contármelo todo mañana.

Esbocé una sonrisa y dije que debía irme a clase. En cuanto me hube alejado, me di un golpe invisible en la cabeza.

Cenamos pronto para tener tiempo de conducir hasta la filial de Fox en New Haven; habíamos intentado encontrar a alguien que cuidara de Grace, pero Cynthia dijo que había hecho algunas llamadas y no había conseguido a ninguna de las chicas que venían habitualmente.

—Podría quedarme sola en casa —dijo Grace mientras nos preparábamos para irnos.

Grace nunca se había quedado sola en casa, y ciertamente no íbamos a dejar que aquélla fuera la primera noche. Quizá dentro de cinco o seis años.

—Ni lo sueñes, amiga —dije—. Tráete el libro de Cosmos, los deberes o cualquier cosa para hacer mientras estamos allí.

—¿No puedo oír lo que dirá la señora? —preguntó Grace.

—No —contestó Cynthia antes de que yo pudiera decir lo mismo.

Durante la cena Cynthia había estado con los nervios de punta. Yo ya estaba en aquel estado de ánimo en que nada puede cabrearte, así que no le hice mucho caso. Lo atribuí a la ansiedad por lo que pudiera decirnos la vidente. Que alguien te leyera la mano y predijera tu futuro, o que te tirara las cartas, podía ser divertido, incluso aunque no creyeras en ello. Eso en circunstancias normales, pero en este caso iba a ser distinto.

—Quiere que lleve una de las cajas de zapatos —dijo Cynthia.

—¿Cuál?

—Cualquiera. Dice que necesita tenerla entre las manos, así como alguna de las cosas que hay dentro, para sentir las vibraciones o lo que sea del pasado.

—Claro —dije—. Y supongo que van a grabarlo todo…

—No veo cómo podríamos negarnos. Fue gracias a su programa que apareció esta mujer; seguro que querrán hacer un seguimiento de todo.

—¿Sabemos por lo menos quién es ella? —pregunté.

—Keisha —respondió Cynthia—. Keisha Ceylon.

—Vaya.

—He buscado su nombre en internet —me informó Cynthia, y añadió—: Tiene una página web.

—No lo dudo —repliqué, y esbocé una sonrisa de arrepentimiento.

—Sé amable —me pidió.

Estábamos ya todos en el coche, saliendo del camino de entrada, cuando Cynthia exclamó:

—¡Espera! No puedo creerlo; he olvidado la caja de zapatos.

Había sacado del armario una de las cajas de recuerdos familiares y la había dejado encima de la mesa de la cocina para no olvidarla.

—Voy a por ella —dije mientras ponía el freno de mano.

Pero Cynthia había sacado ya las llaves del bolso y había abierto la puerta del coche.

—Será sólo un segundo —dijo.

La miré mientras subía por el camino, abría la puerta y entraba en casa, dejando las llaves colgadas de la cerradura. Me pareció que se quedaba allí un buen rato, más del que se necesitaba para coger la caja, pero entonces apareció con ésta bajo el brazo. Cerró con llave, la sacó de la cerradura y volvió a entrar en el coche.

—¿Por qué has tardado tanto? —inquirí.

—Me he tomado un analgésico —me explicó—. Me duele la cabeza.

En la cadena de televisión nos recibió la productora con cola de caballo, que nos guió a través de un estudio hasta el decorado de un magazine, con un sofá, un par de sillas, algunas plantas artificiales y una celosía cutre de fondo. Paula Malloy se encontraba allí, y saludó a Cynthia como si fueran viejas amigas, supurando encanto como una herida abierta. Cynthia se mostró reservada. Junto a Paula había una mujer negra que debía de estar cerca de la cincuentena, vestida impecablemente con un traje azul marino. Me pregunté si era otra productora, o quizá la directora de la cadena.

—Me gustaría presentaros a Keisha Ceylon —dijo Paula.

Supongo que esperaba encontrarme a alguien con aspecto de gitana o algo así. Una hippie, quizá, con una de esas camisetas con dibujos hechos con lejía y nudos que le llegara hasta el suelo, y no a alguien que podría haber estado en una reunión de una junta directiva.

—Encantada de conoceros —dijo Keisha estrechándonos las manos. Debió de notar algo en mi mirada porque dijo—: Esperabas algo diferente, ¿no?

—Tal vez —respondí.

—Y ésta debe de ser Grace —dijo ella, inclinándose para darle la mano a nuestra hija.

—Hola —saludó Grace.

—¿Hay algún sitio al que Grace pueda ir? —pregunté.

—¿No puedo quedarme? —dijo ésta. Luego miró a Keisha y añadió—: ¿Has tenido algo así como una visión en la que aparecían los padres de mi mamá?

—Quizá, cómo se dice… ¿un camerino?

—¿Tendrá espejos con luces? —preguntó Grace mientras un ayudante se la llevaba.

Después de haber maquillado a Cynthia y Keisha, las sentaron a ambas en el sofá, con la caja de zapatos entre ellas. Paula se sentó en una silla frente a ambas, mientras colocaban ruidosamente un par de cámaras en posición. Yo me perdí entre las sombras del estudio, lo suficientemente lejos para no molestar, pero bastante cerca para poder observar.

Paula recapituló un poco, hizo un pequeño resumen de la historia que habían emitido unas semanas antes. Más tarde podrían editar algo más para añadirlo. Entonces le explicó a la audiencia que había habido una extraordinaria novedad en el caso. Había aparecido una vidente, alguien que podía ofrecer algunas pistas acerca de la desaparición de la familia Bigge en 1983.

—Vi vuestro programa —comentó Keisha en un tono suave y agradable—. Por supuesto, me pareció muy interesante, pero no pensé mucho en ello después de verlo. Y entonces, un par de semanas más tarde, estaba ayudando a un cliente a contactar con un familiar muerto, y no estaba teniendo tanto éxito como suelo tener. Era como si hubiera una especie de interferencia, como si estuviera intentando llamar a alguien y comunicara.

—Fascinante —murmuró Paula.

La cara de Cynthia no mostraba expresión alguna.

—Y entonces oí una voz que me decía: «Por favor, dale un mensaje a mi hija».

—¿De verdad? ¿Y dijo quién era?

—Dijo que se llamaba Patricia.

Cynthia parpadeó.

—¿Y qué más dijo?

—Dijo que quería que me pusiera en contacto con su hija Cynthia.

—¿Por qué?

—No estoy del todo segura. Creo que quería que me pusiera en contacto con ella para conseguir más información. Por eso quería —dirigió una sonrisa a Cynthia— que trajeras algunos recuerdos, para poder sostenerlos en las manos y entender mejor lo que sucedió.

Paula se inclinó hacia Cynthia.

—Has traído algunas cosas, ¿verdad, Cynthia?

—Sí —respondió ella—. Ésta es una de las cajas de zapatos que ya os enseñé. Hay fotos, viejos recortes de periódico, retazos de cosas. Puedo enseñarte lo que hay dentro y…

—No —la interrumpió Keisha—. No hace falta. Si pudieras darme la caja…

Cynthia dejó que la cogiera y se la colocara en el regazo. Keisha puso una mano en cada lado y cerró los ojos.

—Siento mucha energía —dijo.

«Joder, esto es demasiado», pensé.

—Siento… tristeza. Mucha tristeza.

—¿Qué más sientes? —preguntó Paula.

Keisha frunció el ceño.

—Siento que… estás a punto de recibir una señal.

—¿Una señal? —preguntó Cynthia—. ¿Qué clase de señal?

—Una señal… que te ayudará a encontrar respuestas a tus preguntas. No creo que pueda decirte mucho más.

—¿Por qué? —preguntó Cynthia.

—¿Por qué? —preguntó Paula.

Keisha abrió los ojos.

—Necesito… necesito que apaguen las cámaras un momento.

—Vale —dijo Paula—. ¿Chicos? ¿Podemos apagar un momento las cámaras?

—Muy bien —dijo uno de los técnicos.

—¿Qué problema hay, Keisha? —preguntó Paula.

—¿Qué ocurre? —preguntó casi al mismo tiempo Cynthia, inquieta—. ¿Qué es lo que no podías decir delante de las cámaras? ¿Algo sobre mi madre? ¿Algo sobre lo que ella quería que me dijeses?

—Más o menos —respondió Keisha—. Pero antes de seguir con esto quería saber cuánto me van a pagar.

«Ya estamos».

—Bueno, Keisha —explicó Paula—, ya te hemos explicado que íbamos a cubrir tus gastos y a pagar el hotel si era necesario, pues ya sabemos que has venido desde Hartford, pero aparte de eso, no vamos a pagar tus servicios en un sentido profesional del término.

—Eso es lo que había entendido —replicó Keisha, que ahora parecía un poco enfadada—. Tengo algo muy importante que decirle a esta chica, y si quieres escucharlo, vais a tener que compensarme económicamente.

—¿Por qué no le dices lo que tienes que decirle y después hablamos? —sugirió Paula.

Me acerqué hacia donde estaban y miré a Cynthia hasta que ella me miró a mí.

—Cariño —dije, y le hice un gesto con la cabeza para que nos fuéramos.

Ella asintió con resignación, se sacó el micrófono de la blusa y se puso en pie.

—¿Adónde vas? —preguntó Paula.

—Nos vamos —dije yo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Keisha, indignada—. ¿Adónde vais?

—Nos largamos de aquí —dije yo.

—¿Qué significa eso? —preguntó Keisha, furiosa—. ¿Adónde vais? Mira, si el programa no va a pagarme por lo que tengo que decirte, quizá tú deberías hacerlo.

—No voy a dejar que sigan tomándome el pelo —replicó Cynthia.

—Mil dólares —dijo Keisha—. Te diré lo que tu madre me dijo para ti por mil dólares.

Cynthia estaba ya rodeando el sofá. Yo alargué la mano para coger la suya.

—Vale, ¡setecientos! —gritó Keisha mientras Cynthia y yo nos dirigíamos al camerino.

—La verdad es que la has cagado —le dijo Paula a Keisha—. Podrías haber salido por la tele, publicidad gratis y todo lo que quisieras, pero has tenido que joderlo por unos cientos de dólares.

Keisha le lanzó una mirada asesina y luego soltó, refiriéndose a su pelo:

—Vaya permanente de mierda, zorra.

—Tenías razón —dijo Cynthia mientras volvíamos a casa.

Sacudí la cabeza.

—Estuviste muy bien largándote así. Deberías haber visto la cara que se le quedó a la supuesta vidente cuando te quitaste el micro. Era como si viera desaparecer a su proveedor.

A la luz de los faros de un coche que circulaba en dirección contraria pude ver la sonrisa de Cynthia. Grace se había quedado dormida en el asiento de atrás, después de acribillarnos a preguntas que no le respondimos.

—Una noche perdida —dijo Cynthia.

—No —respondí—. Tenías razón antes, y siento habértelo puesto difícil. Incluso aunque sólo haya una posibilidad entre un millón, hay que comprobarlo. Y eso es lo que hemos hecho. Y ahora ya podemos ponerle una cruz y seguir adelante.

Aparcamos en el camino de entrada. Abrí la puerta de atrás, desabroché el cinturón de Grace y la llevé en brazos hasta la sala, detrás de Cynthia. Ella fue a encender las luces de la cocina mientras yo me dirigía a las escaleras para llevar a Grace a la cama.

—Terry —dijo Cynthia.

Normalmente le hubiera dicho «un segundo», y hubiera llevado antes a Grace arriba, pero algo en la voz de mi mujer me dijo que debía entrar en la cocina de inmediato.

Y eso hice.

Justo en el centro de la mesa de la cocina había un sombrero negro de hombre. Un viejo Fedora usado y desgastado.