Stu y Greg se alternaron al volante, mientras Wyoh, Lenore y yo viajábamos tumbados sobre la plataforma del tractor, atados para no caer; el vehículo era demasiado pequeño. Tuve tiempo para pensar; ninguna de las dos muchachas llevaba equipo de radio en su traje-p, de modo que no podíamos conversar.
Empezaba a comprender —ahora que habíamos triunfado— aspectos del plan del profesor que nunca habían sido claros para mí. La invitación a atacar la catapulta había ahorrado daños a las conejeras —al menos confiaba en ello: ese era el plan—, pero el profesor siempre se había mostrado indiferente a los posibles daños que pudiera recibir la catapulta. Desde luego, disponíamos de otra… pero muy lejos y difícil de alcanzar. Tardaríamos años enteros en construir un sistema de Tubo hasta la nueva catapulta, con altas montañas en todo el trayecto. Probablemente resultaría más barato reparar la antigua. Si era posible repararla.
En cualquiera de los casos, quedarían interrumpidos los envíos de cereales a Tierra.
¡Y eso era precisamente lo que deseaba el profesor! Pero ni una sola vez había sugerido que su plan se basaba en la destrucción de la antigua catapulta: su plan a largo plazo, no la Revolución. Posiblemente no lo admitiría ahora. Pero Mike me lo diría, si le planteaba la cuestión sin rodeos: ¿Era o no era ese uno de los factores en el cálculo de probabilidades? Predicciones de motines provocados por el hambre, etc. Mike me lo diría.
El trato tonelada-por-tonelada que el profesor había exigido en Tierra había sido el argumento para reclamar la construcción de una catapulta terrestre. Pero, en su fuero interno, la idea no le entusiasmaba. En cierta ocasión me había dicho, en América del Norte: «Sí, Manuel, estoy convencido de que daría resultado. Pero, si se construye, será temporalmente. Hubo una época, hace dos siglos, en que la ropa sucia era enviada desde California a Hawaii —en un barco fletado a propósito, por añadidura—, y era devuelta limpia. Circunstancias especiales. Si algún día veo que envían agua y abonos a Luna, y Luna devuelve cereales, será algo tan circunstancial como aquello. El futuro de Luna reside en su posición privilegiada en lo alto de un pozo de gravedad sobre un planeta rico, y en sus posibilidades desde el punto de vista de la obtención de energía barata y terrenos feraces. Si los lunáticos tienen el suficiente sentido común para seguir siendo un puerto libre y permanecer al margen de alianzas comprometedoras, nos convertiremos en la encrucijada de dos planetas, de tres planetas, de todo el Sistema Solar. No seremos siempre agricultores».
Nos esperaban en la Estación Este, y apenas nos dieron tiempo para despojamos de los trajes-p: se repetía el regreso de Tierra, con muchedumbres aullantes y el paseo a hombros. Incluso las muchachas, ya que Slim Lemke le dijo a Lenore:
—¿Podemos llevaros a vosotras, también?
Y Wyoh contestó:
—Desde luego. ¿Por qué no?
Y los stilyagis se disputaron acaloradamente aquel honor.
La mayoría de los hombres llevaban trajes-p, y quedé sorprendido al ver que muchos de ellos portaban fusiles… hasta que me di cuenta de que no eran nuestros fusiles, sino los capturados al enemigo. Pero lo que inundó de alegría mi corazón fue comprobar que Luna City no había sufrido ningún daño.
Para mí, aquella procesión triunfal estaba de más; ardía en deseos de encontrar un teléfono y preguntarle a Mike qué había ocurrido: cuántos daños, cuántos muertos nos había costado aquella victoria. Pero no me fue posible. Nos llevaron en triunfo hasta la Antigua Cúpula.
Nos subieron a una plataforma, con el profesor y el resto del Gabinete y muchos personajes. Y el profesor me abrazó al estilo latino, y me besó en la mejilla, y alguien me colocó un Gorro de la Libertad en la cabeza. Localicé a la pequeña Hazel entre la multitud y le tiré un beso.
Por fin se estableció el suficiente silencio como para que el profesor hablara.
—Amigos míos —dijo, y esperó a que se acallaran los últimos murmullos—. Amigos míos —repitió—. Queridos camaradas. Por fin podemos reunirnos en libertad para saludar a los héroes que libraron la última batalla por Luna, solos. —Las aclamaciones le interrumpieron y esperó de nuevo. Pude ver que estaba cansado; sus manos temblaban cuando las apoyó en la barandilla—. Deseo que ellos os dirijan la palabra, todos queremos oírles, todos nos sentimos orgullosos de sus hazañas.
»Pero antes quiero daros una buena noticia. La Gran China acaba de anunciar que está construyendo en el Himalaya una enorme catapulta para que los envíos a Luna resulten tan fáciles y tan baratos como han sido hasta ahora los envíos de Luna a Tierra…
Le interrumpieron nuevos vítores y aclamaciones.
—Pero eso pertenece al futuro —añadió—. Hoy… ¡Oh, día feliz! Por fin el mundo reconoce la soberanía de Luna. ¡Libre! Os habéis ganado vuestra libertad…
El profesor se interrumpió… pareció sorprendido. No asustado, sino intrigado. Vaciló ligeramente.
Y se desplomó sin vida.