El capitán de la primera nave, Esperance, tenía buenas tripas. A últimas horas del sábado cambió de ruta, dirigiéndose hacia nosotros en línea recta. Al parecer imaginó que podíamos hacerle alguna jugarreta con los radares, ya que todo hace suponer que decidió acercarse lo suficiente para ver nuestras instalaciones de radar a través del radar de la nave, en vez de dejar caer sus misiles siguiendo la estela de nuestros haces.
Con una temeridad rayana en la inconsciencia, descendió a menos de mil kilómetros antes de lanzar una rociada de misiles dirigidos directamente hacia cinco de los seis radares de Mike, ignorando las maniobras destinadas a despistarle.
Mike, temiendo quedar ciego de un momento a otro, alertó a los muchachos de Brody para quemar los ojos de la nave, les retuvo tres segundos en aquella tarea y luego les desvió hacia los misiles.
Resultado: un crucero destruido, dos radares balísticos dejados fuera de combate por misiles H, tres misiles «muertos», dos dotaciones de taladros-cañones muertas, una por explosión H, otra por un misil muerto que cayó encima de ella, más trece artilleros con quemaduras radioactivas por encima del nivel mortal 800-roentgen, en parte por el fogonazo, en parte por permanecer demasiado tiempo en la superficie. Y debo añadir: cuatro miembros del Cuerpo Lisístrata murieron con aquellas dotaciones; decidieron vestir el traje-p y subir con sus hombres. Otras muchachas estaban afectadas de exposición a las radiaciones, aunque no por encima del nivel 800-r.
El segundo crucero continuó en órbita elíptica alrededor y detrás de Luna.
Me enteré de la mayor parte de todo esto a través de Mike después de llegar a la Honda del Pequeño David a primeras horas del domingo. Mike estaba muy afectado por la pérdida de dos de sus ojos, y más afectado todavía por la muerte de los artilleros: creo que Mike estaba desarrollando algo muy parecido a la conciencia humana; parecía creerse culpable de no haber sido capaz de rechazar seis amenazas al mismo tiempo.
—¿Y tú, Mike? ¿Cómo estás?
—Bien, en todos los elementos esenciales. Aunque padezco algunas discontinuidades. Un misil vivo cortó mis circuitos hasta Novy Leningrad, pero los informes llegados a través de Luna City me aseguran que los controles locales han podido hacer frente a la situación sin ninguna pérdida en los servicios de la ciudad. Me siento frustrado por esas discontinuidades… pero más tarde podremos ocuparnos de ellas.
—Mike, pareces cansado.
—¿Cansado yo? ¡Ridículo! Man, olvidas lo que soy. Estoy disgustado, eso es todo.
—¿Cuándo volverá a hacerse visible la segunda nave?
—Dentro de tres horas, si se mantiene en la órbita primitiva. Pero no lo hará: las probabilidades superan el noventa por ciento. La espero dentro de una hora.
—Una órbita Garrison, ¿eh?
—Se perdió de vista en azimut y en dirección este treinta y dos norte. ¿Te sugiere algo eso, Man?
Medité unos instantes.
—Me sugiere que van a alunizar y a tratar de capturarte, Mike. ¿Se lo has dicho a Finn? Quiero decir, ¿le has dicho al profesor que advierta a Finn?
—El profesor lo sabe. Pero yo no veo así las cosas.
—¿De veras? Bueno, creo que lo mejor será que me calle y te deje trabajar.
Así lo hice. Lenore me trajo el almuerzo mientras inspeccionaba a Junior… y me avergüenza decir que no logré entristecerme por las pérdidas que habíamos sufrido, en presencia de Wyoh y de Lenore. Mum había enviado a Lenore a «cocinar para Greg» después de la muerte de Milla: un simple pretexto; en Mare Undarum había esposas suficientes para proporcionar comida casera a todo el mundo. Lo había hecho pensando en la moral de Greg y en la de la propia Lenore; Lenore y Milla habían estado muy unidas.
Junior parecía funcionar perfectamente. Se estaba ocupando de América del Sur, una carga cada vez. Entré en la sala de radar y observé cómo situaba una en el estuario entre Montevideo y Buenos Aires: Mike no lo hubiera hecho mejor. Entonces revisé su programa para América del Norte, no encontré ningún fallo, lo introduje en Junior y me guardé la llave. Junior actuaría por su cuenta… a menos que Mike se librara de otras preocupaciones y decidiera reasumir el control.
Luego me senté y traté de escuchar las noticias procedentes de Tierra y de Luna City. El cable coaxial de Luna City transportaba líneas telefónicas, instrucciones de Mike a su hijo idiota, radio y video: el emplazamiento no era ya un lugar aislado. Pero, además del cable de Luna City, el emplazamiento tenía antenas apuntadas a Tierra; cualquier noticia de Tierra que el Complejo pudiera captar nosotros podíamos escucharla directamente. No era un capricho; la radio y el video de Tierra habían sido la única distracción durante la construcción, y ahora constituían un elemento auxiliar en caso de que un cable se rompiera.
Las fuentes informativas oficiales de las Naciones Federadas afirmaban que los radares balísticos de Luna habían sido destruidos y que ahora estábamos completamente indefensos. Me pregunté qué opinarían de eso los habitantes de Buenos Aires y de Montevideo, aunque lo más probable era que estuvieran demasiado ocupados para escuchar los noticiarios; en algunos aspectos, los impactos en el agua resultaban mucho peores que los que se producían en tierra firme.
En el canal de video Lunatic de Luna City apareció Sheenie contando a los lunáticos el desenlace del ataque de la Esperance, y advirtiendo a todo el mundo que la batalla no había terminado: un buque de guerra reaparecería en nuestro cielo en cualquier momento. De modo que todo el mundo debía estar preparado para cualquier eventualidad, vestir los trajes-p (Sheehan llevaba puesto el suyo, con el casco abierto), adoptar las máximas precauciones en lo que respecta a la presión, etcétera. Se declaraba la alerta roja para todas las unidades, y se encarecía a todos los ciudadanos que no tuvieran una misión específica a que permanecieran en los niveles más bajos hasta que todo hubiese terminado.
La llamada se repitió varias veces… hasta que de pronto estalló la alarma:
—¡Atención! Crucero enemigo avistado por radar, a baja altura y gran velocidad. Puede dirigirse hacia Luna City. ¡Atención! Misiles lanzados, dirigiéndose hacia el extremo de la cata…
La imagen y el sonido quedaron cortados.
Puedo decir ahora lo que en la Honda del Pequeño David supimos más tarde: el segundo crucero avanzando con gran rapidez y a baja altura, en la órbita más cerrada que permite el campo de Luna, fue capaz de iniciar su bombardeo contra el extremo posterior de la catapulta principal, a un centenar de kilómetros de la cabeza de la catapulta y de los artilleros de Brody, y causó muchos destrozos durante el minuto que tardó en ponerse a tiro de los taladros-cañones, concentrados alrededor de los radares en la cabeza de la catapulta. Supongo que se sentiría a salvo. Pero no lo estaba. Los muchachos de Brody quemaron sus ojos y arrancaron sus orejas. Después de aquello orbitó una vez más y se estrelló cerca de Torricelli, al parecer al intentar alunizar, ya que encendió sus retropropulsores inmediatamente antes de estrellarse.
Pero las noticias que recibimos a continuación en el nuevo emplazamiento procedían de Tierra: los medios informativos de las Naciones Federadas afirmaban que nuestra catapulta había sido destruida (cierto), que la amenaza lunar había dejado de existir (falso), y apelaba a todos los lunáticos para que hicieran prisioneros a sus falsos dirigentes y se rindieran a la benevolencia de las Naciones Federadas (inexistente: la «benevolencia», quiero decir).
Escuché aquellas noticias, revisé de nuevo la programación y entré en la oscura sala de radar. Si todo discurría de acuerdo con nuestros planes, estábamos a punto de poner otro huevo en el río Hudson, y luego cargas sucesivas durante tres horas a través de aquel continente; «sucesivas», debido a que Junior no podía manejar unos disparos simultáneos: Mike lo había planeado todo teniendo en cuenta esa circunstancia.
El río Hudson recibió el impacto en el momento previsto. Me pregunté cuántos neoyorquinos estarían escuchando el noticiario de las Naciones Federadas al mismo tiempo que contemplaban el espectáculo que lo desmentía.
Dos horas más tarde la estación de las Naciones Federadas estaba diciendo que los rebeldes lunares tenían misiles en órbita cuando la catapulta fue destruida… pero que después de aquellos que habían llegado a su destino no habría más. Cuando terminó el tercer bombardeo de América del Norte desconecté el radar. No podía hacerlo funcionar ininterrumpidamente: Junior no estaba programada para ello.
Quedaban nueve horas para iniciar el próximo bombardeo de la Gran China.
Pero no nueve horas para la decisión más urgente, es decir, si debíamos atacar de nuevo a la Gran China. Sin información. Excepto la de los canales informativos de Tierra. Cuyas noticias podían ser falsas. Ignorando si las conejeras habían sido bombardeadas o no. Si el profesor estaba vivo o muerto. ¿Estaba actuando yo ahora de Primer Ministro? Necesitaba al profesor: lo de «jefe del estado» no era lo mío. Por encima de todo, necesitaba a Mike para analizar hechos, calcular riesgos, proyectar probabilidades de esta o de aquella acción.
Palabra de honor, ni siquiera sabía si había alguna nave dirigiéndose hacia nosotros y, lo que es peor, no me atrevía a comprobarlo. Si conectaba el radar y lo utilizaba para que Junior registrara el cielo, cualquier nave a la que él rozara con sus rayos le vería con más rapidez que él a la nave: los buques de guerra estaban construidos para localizar la vigilancia por radar. Al menos, eso había oído decir. Diablos, no era un militar; era un simple técnico en computadoras que se había metido en camisa de once varas.
Alguien llamó a la puerta; fui a abrir. Era Wyoh, con café. No pronunció una sola palabra, se limitó a entregármelo, y se marchó.
Sorbí lentamente el café. Así estaban las cosas: me dejaban solo, esperando que me sacara un milagro de la manga.
Desde alguna parte, localizada en mis años juveniles, oí que el profesor decía: «Manuel, cuando te enfrentes con un problema que no comprendas, resuelve cualquier parte de él que comprendas, luego revísalo de nuevo». Me había estado enseñando algo que él mismo no comprendía del todo —algo de matemáticas—, pero me había enseñado algo mucho más importante, un principio básico.
Supe inmediatamente lo primero que tenía que hacer.
Me dirigí a Junior y le ordené que imprimiera los impactos previstos para todas las cargas en órbita: algo muy fácil, ya que se trataba de un programa previo que él podía manejar sin dificultades. Mientras Junior se dedicaba a aquella tarea, busqué determinados programas alternativos en aquel largo rollo que Mike había preparado.
Luego establecí algunos de aquellos programas alternativos: muy fácil, también; lo único que tenía que hacer era leerlos correctamente e inscribirlos sin error. Hice que Junior los imprimiera para revisarlos antes de darle la señal de ejecución.
Cuando terminé —cuarenta minutos—, todas las cargas en trayectoria destinadas a un blanco situado tierra adentro habían sido reapuntadas hacia una ciudad del litoral, a fin de poder desviar cualquiera de ellas hacia el océano hasta los últimos minutos anteriores al impacto.
Ahora me había desprendido de la horrible presión del tiempo. Ahora podía pensar. Y lo hice.
Luego convoqué una reunión de mi «Gabinete de Guerra»: Wyoh, Stu y Greg, mi «Comandante de las Fuerzas Armadas», utilizando la oficina de Greg. Lenore recibió autorización para entrar y salir, suministrándonos café y emparedados, o permaneciendo sentada y en silencio. Lenore es una mujer muy sensata y sabe cuando tiene que callarse.
Stu habló en primer lugar:
—Señor Primer Ministro, creo que esta vez no deberíamos atacar a la Gran China.
—Déjate de títulos rimbombantes, Stu. Tal vez estoy actuando como Primer Ministro, tal vez no. Pero no tenemos tiempo para malgastarlo en formulismos.
—De acuerdo. ¿Puedo explicar mi propuesta?
—Más tarde. —Expliqué lo que había hecho para concedernos más tiempo; Stu asintió y permaneció callado—. Nuestro problema principal estriba en que estamos incomunicados, con Luna City y con Tierra. Greg, ¿qué me dices de ese equipo de reparación?
—No ha regresado aún.
—Si la avería se ha producido cerca de Luna City, el regreso se demorará mucho. Suponiendo que logren repararla. De modo que hemos de partir de la base de que tenemos que actuar por nuestra cuenta. Greg, ¿tienes algún técnico en electrónica capaz de montar un aparato de radio que nos permita hablar a Tierra? Me refiero a sus satélites de comunicaciones, claro… Con una antena adecuada no es un problema insalvable. Yo puedo aportar mi ayuda, y aquel técnico en computadoras que te envié no es tampoco demasiado torpe.
(Era bastante bueno, en realidad, en electrónica corriente; se trataba del mismo individuo al que en cierta ocasión había acusado falsamente de haber dejado entrar una mosca en las entrañas de Mike. Yo le había destinado al equipo de Greg).
—Harry Bigs, el jefe de mi planta de energía, podría hacerlo —dijo Greg pensativamente—, si dispusiera del material necesario.
—Dile que empiece. Puedes aprovechar cualquier cosa, menos el radar y la computadora una vez que las cargas estén fuera de la catapulta. ¿Cuántas hay preparadas?
—Veintitrés, y no tenemos más acero.
—De acuerdo; veintitrés cargas que representan la victoria o la derrota. Quiero tenerlas a punto para ser disparadas; podríamos necesitarlas hoy mismo.
—Están a punto. Podemos dispararlas inmediatamente.
—Bien. Otra cosa: ignoro si hay un crucero de las Naciones Federadas, tal vez más de uno, en nuestro cielo. Y no me atrevo a mirar. Por radar, quiero decir. El radar podría señalarles nuestra posición. Pero tenemos que comprobarlo. ¿Puedes reunir voluntarios para que asciendan a la superficie y registren el cielo?
Lenore se puso en pie.
—¡Yo me ofrezco como voluntaria!
—Gracias, cariño; aceptamos tu ofrecimiento.
—Encontraremos otros —dijo Greg—. No necesitamos mujeres.
—Deja que vaya, Greg; este es un espectáculo para todo el mundo.
Expliqué lo que deseaba: Mare Undarum se encontraba ahora en semilunar oscuro; el Sol se había puesto. La invisible frontera entre la luz del Sol y la sombra lunar se extendía sobre nosotros, un punto de referencia concreto. Las naves que discurriesen a través de nuestro cielo dejarían ver unos destellos al cruzar aquella divisoria, lo mismo si se dirigían hacia el este que hacia el oeste. Si el equipo de observadores localizaba la parte visible de órbita que se extendería desde el horizonte hasta algún punto del cielo, y calculaba el tiempo aproximado que la nave empleaba en recorrerla contando los segundos, Junior podría empezar a calcular la órbita real; dos pasadas, y Junior conocería su período y la forma de la órbita. Entonces, yo tendría alguna idea de cuándo sería más seguro utilizar el radar y la radio y la catapulta: no quería soltar una carga con una nave de las Naciones Federadas encima del horizonte, que podía estar observándonos por radar.
Tal vez era un exceso de precauciones… pero tenía que suponer que aquella catapulta, aquel único radar, aquellas dos docenas de misiles, eran lo único que se interponía entre Luna y la derrota total… y nuestro «farol» basado en que Tierra no sabía lo que teníamos ni dónde lo teníamos. Era preciso que continuaran creyendo que podíamos bombardear Tierra incesantemente desde un lugar que ellos no sospechaban y que nunca podrían descubrir.
Entonces, como ahora, la mayoría de lunáticos no sabían nada de astronomía: vivíamos en el subsuelo, y sólo subíamos a la superficie cuando era estrictamente necesario. Pero estábamos de suerte; en el equipo de Greg había un astrónomo aficionado, un individuo que había trabajado en el Observatorio Richardson. Le expliqué lo que quería, le puse al frente de los voluntarios y le encargué la tarea de enseñarles a distinguir los diferentes grupos de estrellas que tenían que ayudarles a localizar la posible órbita de una nave. Solucionando así el problema, reanudamos la apenas iniciada conversación.
—Bien, Stu: ¿por qué crees que no deberíamos atacar a la Gran China?
—Sigo esperando noticias del Dr. Chan. Recibí un mensaje suyo. Me lo transmitieron aquí por teléfono poco antes de que se interrumpieran las comunicaciones con las ciudades…
—¡Infiernos! ¿Por qué no me lo dijiste?
—Traté de hacerlo, pero te habías encerrado en la sala de radar y no quise molestarte sabiendo que estarías ocupado en problemas de balística. Aquí está la traducción. El mensaje va dirigido como de costumbre a la LuNoHoCo, con una referencia indicando que es para mí, y ha llegado a través de mi agente en París: «Nuestro representante en Darwin (ese es Chan) nos informa de que sus envíos de… —bueno, no importa el cifrado; se refiere a los días del ataque, aunque parece referirse al pasado junio— estaban inadecuadamente envasados, habiéndose producido por tal motivo daños inadmisibles. A menos de que esa anomalía pueda ser corregida, las negociaciones para un contrato a largo plazo se verán seriamente comprometidas».
Stu alzó la mirada.
—El significado no ofrece dudas: el doctor Chan nos comunica que su gobierno está dispuesto a entablar negociaciones… pero que cambiará de opinión si bombardeamos a la Gran China.
—Hum… —me levanté y eché a andar de un lado para otro.
¿Pedir la opinión de Wyoh? Nadie conocía las virtudes de Wyoh mejor que yo… pero ella fluctuaba entre la ferocidad y una compasión demasiado humana. Y yo había aprendido ya que un «jefe de estado», incluso un jefe de estado en funciones, no debía dejarse dominar por ninguno de esos dos sentimientos. ¿Greg? Greg era un buen agricultor, un excelente mecánico y un ardiente predicador; le quería entrañablemente… pero no necesitaba su opinión. ¿Stu? Ya tenía su opinión.
¿La tenía de veras?
—Stu, ¿cuál es tu opinión? No la opinión de Chan, sino la tuya.
Stu se quedó pensativo.
—Es una pregunta difícil de contestar, Mannie. No soy chino, no he pasado mucho tiempo en la Gran China, y no puedo pretender ser un experto en su política ni en su psicología. De modo que me veo obligado a depender de su opinión.
—¡Tonterías! ¡Él no es un lunático! Sus objetivos no son nuestros objetivos. ¿Qué espera obtener de ello?
—Creo que está maniobrando para conseguir un monopolio del comercio lunar. Tal vez bases aquí, también. Posiblemente un enclave extraterritorial. Cosa que no vamos a conceder.
—Si no saliésemos perjudicados con ello…
—Él no ha dicho nada de todo esto. No habla mucho, ¿sabes? Prefiere escuchar.
—Lo sé —las cosas resultaban cada vez más complicadas.
Las noticias procedentes de Tierra habían estado zumbando en segundo plano; le había pedido a Wyoh que las escuchara mientras yo estaba ocupado con Greg.
—Wyoh, cariño, ¿alguna novedad de Tierra?
—No. Siguen con lo mismo. Hemos sido completamente derrotados, y se espera nuestra rendición de un momento a otro… Oh, hay una advertencia de que algunos misiles están aún en el espacio, cayendo fuera de control, pero asegurando que las trayectorias están siendo analizadas y que la gente será advertida a tiempo para que evite las zonas de impacto.
—¿Algo que sugiera que el profesor, o alguien en Luna City o en cualquier otra parte de Luna, está en contacto con Tierra?
—Absolutamente nada.
—¡Maldita sea! ¿Algo de la Gran China?
—No. Comentarios de casi todas partes. Menos de la Gran China.
—¡Oh! —me precipité hacia la puerta—. ¡Greg! ¡Hey, muchacho! Busca a Greg Davis. Le necesito.
Cerré la puerta.
—Stu, no vamos a dejar a la Gran China al margen de esto.
—¿De veras?
—No. Sería muy agradable que la Gran China repudiara la alianza contra nosotros; podría ahorrarnos algunos disgustos. Pero sólo saldremos adelante si podemos demostrarles a los terráqueos que somos capaces de atacarles y de destruir cualquier nave que envíen contra nosotros. Tengo la esperanza de que dimos buena cuenta de la última, y la seguridad de que hemos destruido ocho sobre un total de nueve. Si dejamos traslucir que somos débiles no llegaremos a ninguna parte, puesto que las Naciones Federadas aseguran que, además de ser débiles, estamos acabados. En consecuencia, debemos prepararles unas cuantas sorpresas. Empezando por la Gran China. Y si eso hace desgraciado al Dr. Chan, le regalaremos un pañuelo para que se seque las lágrimas. Si podemos demostrarles que somos fuertes, en el momento en que las Naciones Federadas afirman todo lo contrario, es probable que alguna potencia con derecho a veto reconsidere su actitud en lo que a nosotros respecta. Si no es la Gran China, será alguna otra.
Stu se encogió de hombros.
—Muy bien, señor.
—Yo…
En aquel momento entró Greg.
—¿Me llamabas, Mannie?
—¿Cómo anda ese aparato emisor?
—Harry dice que mañana podremos disponer de él. Algo muy elemental, pero que podrá ser oído si disponemos de la energía suficiente.
—Nos sobra energía. Y si él dice que lo tendremos mañana, es que sabe lo que quiere construir. De modo que será hoy… digamos dentro de seis horas. Yo le ayudaré. Wyoh, cariño, ¿quieres traerme mis brazos? Necesito el número seis y el número tres… será mejor que traigas también el número cinco. Y te quedarás conmigo para cambiarme los brazos. Stu, quiero que redactes unos mensajes, en el tono más desagradable posible. Yo te daré la idea general, y tú los cargarás de ácido. Greg, no vamos a situar todas esas rocas en el espacio inmediatamente. Las que tenemos ahora en el espacio impactarán a la hora prevista, entre las seis y las siete de la tarde. Luego, cuando las Naciones Federadas anuncien que todas las rocas en órbita han desaparecido y que la amenaza lunar ha dejado de existir, interrumpiremos su boletín de noticias y anunciaremos nuevos bombardeos. Las órbitas tendrán que ser lo más cortas posible, Greg, de modo que revisa cuidadosamente la catapulta y los controles: con esta baladronada adicional, todo tiene que estar en perfectas condiciones.
Wyoh regresó con los brazos; le dije que me colocara el número seis y añadí:
—Greg, permíteme que hable con Harry.
Seis horas más tarde el aparato emisor estaba preparado para llevar a cabo su tarea. Tenía un aspecto horrible, ya que el cuerpo principal estaba formado por un prospector de resonancia utilizado en las fases primitivas del proyecto «nueva catapulta». Pero podía transportar una señal en su frecuencia de onda y era muy potente. Stu había redactado unas advertencias realmente impertinentes, y Harry estaba preparado para transmitirlas a todos los satélites de comunicaciones de Tierra. Por otra parte, la observación directa había confirmado nuestros temores, había al menos dos naves en órbita alrededor de Luna.
De modo que le dijimos a la Gran China que sus ciudades costeras más importantes recibirían un regalo lunar diez kilómetros mar adentro: Pusan, Tsingtao, Taipei, Shanghai, Saigon, Bangkok, Singapur, Yakarta, Darwin, etc. La excepción sería el Antiguo Hong Kong, que recibiría el impacto en las oficinas de las Naciones Federadas en el Lejano Oriente; de modo que se invitaba a todos los seres humanos a evacuar aquella zona. La invitación no incluía al personal de las Naciones Federadas, que por el contrario era apremiado a permanecer en sus despachos: según Stu, aquel personal no estaba formado por seres humanos.
La India recibió advertencias similares acerca de sus ciudades costeras, añadiendo que las oficinas de las Naciones Federadas no serían atacadas durante la primera rotación por respeto a los monumentos culturales de Agra… y para permitir la evacuación de los seres humanos. (Me propuse extender la medida a otra rotación… pensando en el profesor. Y luego a otra, indefinidamente. ¡Maldita sea! Habían construido sus oficinas precisamente al lado de aquella tumba que era un valioso tesoro para el profesor).
El resto del mundo fue informado de que los únicos objetivos serían las oficinas de las Naciones Federadas. De modo que los ciudadanos decentes debían mantenerse alejados de ellas; mejor aún, debían evacuar todas las ciudades en las que hubiera algún Cuartel General de las Naciones Federadas… en tanto que los personajes y esbirros de las Naciones Federadas eran invitados a permanecer en sus puestos.
Pasé las veinte horas siguientes aleccionando a Junior en el manejo de su radar cuando nuestro cielo estaba limpio de naves… o creíamos que lo estaba. Me permitía dar unas cabezadas de cuando en cuando, y Lenore se quedaba a mi lado y me despertaba a tiempo para la siguiente lección. Y terminamos con las rocas de Mike, y entonces establecimos la alerta general mientras las primeras rocas de Junior salían disparadas rápidamente. Esperamos hasta asegurarnos de que la trayectoria era correcta… y entonces le dijimos a Tierra dónde debía mirar y en qué momento, para que todos supieran que las informaciones de las Naciones Federadas, atribuyéndose una victoria sobre Luna, eran una más de las mentiras que durante un siglo habían estado propagando acerca de nosotros y de nuestra patria. Todo ello con el mejor de los estilos de Stu, que con su punzante ironía ponía de manifiesto su ascendencia francesa.
La primera carga tenía que haber caído sobre la Gran China, pero con el cambio de planes alcanzamos con ella a la joya más preciada del Directorio de América del Norte: Hawaii. Junior la situó en el triángulo formado por Maui, Molokni y Lanai. No tuve necesidad de programar nada: Mike lo había previsto todo.
Luego dejamos caer otras diez rocas a intervalos breves (teníamos que saltarnos un programa, con una nave en nuestro cielo), y le dijimos a la Gran China dónde tenía que mirar y en qué momento: las ciudades costeras que no habíamos atacado el día anterior.
Esto nos dejaba con doce rocas, pero decidimos que era más seguro quedarnos sin munición que dar a entender que nos estábamos quedando sin ella. De modo que reservé siete para las ciudades costeras de la India, escogiendo nuevos blancos… y Stu inquirió amablemente si Agra había sido evacuada ya. Si no, debían comunicárnoslo inmediatamente, por favor. (Pero no le destinamos ninguna roca).
Egipto fue advertido de que debía interrumpir la navegación por el Canal de Suez: un «farol»; no podíamos desprendernos de las últimas cinco rocas.
Luego esperamos.
Impacto en Lahaina Roads, el objetivo en Hawaii. Perfecto. Mike podía sentirse orgulloso de Junior.
Y esperamos.
Treinta y siete minutos antes del primer impacto en la costa china, la Gran China denunció la intervención de las Naciones Federadas, nos reconoció, se ofreció a negociar… y estuve a punto de romperme un dedo pulsando los botones de abortamiento.
Luego continué pulsando botones con el dedo lastimado: la India siguió el ejemplo de la Gran China.
Egipto nos reconoció. Otras naciones empezaron a arañar a nuestra puerta.
Stu informó a Tierra que habíamos suspendido —sólo suspendido, no interrumpido definitivamente— los bombardeos. Ahora debían desaparecer de nuestro cielo —¡INMEDIATAMENTE!— aquellas naves, y podríamos hablar. Si no podían regresar a Tierra sin rellenar los tanques, debían alunizar a más de cincuenta kilómetros de distancia de cualquier conejera, y esperar a que aceptásemos su rendición. ¡Pero debían desaparecer de nuestro cielo inmediatamente!
Demoramos este ultimátum unos cuantos minutos para permitir que una nave pasara más allá del horizonte; no queríamos correr ningún riesgo: un misil y Luna quedaría indefensa.
Y esperamos.
El equipo de reparación regresó. Había llegado casi hasta Luna City y habían localizado la avería. Pero millares de toneladas de roca impedían la reparación, de modo que habían hecho lo que estaba a su alcance: retroceder hasta un lugar por el que podían ascender a la superficie, montar un relé provisional encarado hacia el lugar donde creían que se encontraba Luna City, disparar una docena de cohetes a intervalos de diez minutos, y confiar en que alguien los vería, comprendería, y apuntaría otro relé en aquella dirección.
¿Alguna comunicación?
No.
Esperamos.
El equipo de observación informó que una nave que había pasado diecinueve veces con matemática puntualidad no se había dejado ver por vigésima vez. Diez minutos más tarde informaron que la otra nave tampoco había vuelto a aparecer.
Esperamos y escuchamos.
La Gran China, hablando en nombre de todas las potencias con derecho a veto, aceptó el armisticio y declaró que nuestro cielo había quedado completamente libre de naves. Lenore estalló en sollozos y besó a todo el mundo que se puso a su alcance.
Cuando nos tranquilizamos (un hombre no puede pensar mientras un grupo de mujeres le está sobando, especialmente cuando cinco de ellas no son sus esposas), unos minutos más tarde, dije:
—Stu, tienes que salir hacia Luna City inmediatamente. Escoge a tu grupo. Nada de mujeres: tendréis que andar por la superficie los últimos kilómetros. Entérate de lo que ha pasado, pero antes que nada monta un relé encarado con el nuestro y telefonéame.
—De acuerdo.
Le estábamos equipando para un duro viaje —botellas de aire adicionales, refugio de emergencia, etc.—, cuando captamos un mensaje-radio para mí…; en la frecuencia que estábamos escuchando debido a que el mensaje se hallaba (lo supimos más tarde) en todas las frecuencias procedentes de Tierra:
«Mensaje privado, profesor a Mannie. Identificación, aniversario de la Bastilla y hermano de Sherlock. Regresa a casa inmediatamente. Tu vehículo espera en vuestro nuevo relé. Mensaje privado, profesor a…».
Y siguió repitiendo.
—¡Harry!
—¿Sí, jefe?
—Mensaje urgente: «Mensaje privado. Mannie a profesor. Cañón de bronce. ¡Salgo inmediatamente!».