Capítulo: 26

El ataque había sido un éxito; podía verse a simple vista, sin necesidad de binoculares. Incliné la cabeza y murmuré, en tono reverente: «¡Bojemoi!». Doce luces muy brillantes, muy intensas, muy blancas, en formación perfecta. Se hincharon, palidecieron, se hicieron más rojas, invirtiendo en ello mucho, muchísimo tiempo. Quedé fascinado, hasta el punto de que apenas me di cuenta de que habían aparecido nuevas luces.

—Sí —declaró Mike sin disimular su satisfacción—. Ha sido un éxito. Ahora puedes hablar, Man; no estoy ocupado. Sólo con los proyectiles de repuesto.

—Me he quedado sin habla. ¿Algún fallo?

—La carga del Lago Michigan ha sido desviada, pero no se ha desintegrado. Aterrizará en Michigan; no puedo controlarla: ha perdido sus sensores de orientación. La del Estuario de Long Island ha ido directamente al blanco; trataron de interceptarla y fracasaron; ignoro el motivo. Puedo desviar al Atlántico las cargas siguientes. ¿Lo hago? Faltan once segundos.

—No importa. Lo interesante era obligarles a utilizar los interceptores. ¿Qué ha ocurrido en Colorado Springs?

—Ninguna interceptación. Todos mis disparos han dado en el blanco, Man. Esto es muy divertido. Me gustaría hacerlo todos los días. He descubierto el sentido de una palabra que no conocía.

—¿Qué palabra es, Mike?

—Orgasmo. Es lo que pasa cuando se encienden todas las luces. Ahora lo sé.

Aquello me hizo recobrar la calma.

—Mike, no debes entusiasmarte demasiado. Porque si las cosas salen como esperamos, no habrá una segunda vez.

—De acuerdo, Man. Pero tres contra uno a que volvemos a hacerlo mañana, y a la par a que repetimos pasado mañana. ¿Quieres apostar? Una hora hablando de chistes contra cien dólares Hong Kong.

—¿De dónde sacarías tú cien dólares?

Las luces de Mike parpadearon alegremente.

—¿De dónde crees que sale el dinero?

—Hum… olvídalo. Tendrás esa hora gratis. No quiero tentarte a falsear las probabilidades.

—A ti no te engañaría, Man. Acabamos de golpear de nuevo su Mando de la Defensa. Es posible que no puedas verlo, debido a la nube de polvo del primer ataque. A partir de ahora, recibirán un impacto cada veinte minutos. Baja y hablaremos; le pasaré la tarea a mi hijo idiota.

—¿Es seguro?

—Está bajo mi control. Será una buena práctica para él, Man; tal vez más tarde tenga que hacerlo por su cuenta. Es estúpido, pero exacto; hace todo lo que le ordenan.

—¿Puede hablar?

—¡Oh, no! Es un idiota, nunca aprenderá a hablar. Pero hace todo lo que le programan. A partir del sábado pienso concederle más atribuciones.

—¿Por qué a partir del sábado, precisamente?

—Porque es posible que el domingo tenga que hacerse cargo de todo. El domingo nos atacarán.

—¿Qué quieres decir? Mike, me estás ocultando algo…

—Te lo estoy diciendo, ¿no? Acaba de ocurrir, y estoy analizándolo. Proyectándome hacia atrás, veo que esa nave salió de la órbita de Tierra en el preciso instante en que iniciábamos nuestro ataque. No le presté atención, pues en aquel momento tenía que atender a otras cosas. Está demasiado lejos para asegurarlo, pero creo que se trata de un crucero de las Fuerzas de la Paz dirigiéndose hacia Luna. Si no modifica su trayectoria, lo tendremos encima el domingo, entre las nueve y las quince horas. La lectura resulta muy difícil, Man, ya que el crucero utiliza un sistema antirradar.

—¿Estás seguro de no equivocarte?

Las luces de Mike parpadearon.

—Man, no me confundo tan fácilmente. Puedo interpretar correctamente todas las señales.

—¿Cuándo lo tendrás a tiro?

—No lo tendré a tiro, a menos que modifique su trayectoria. Pero él me tendrá a tiro a mí, a última hora del sábado; la hora exacta dependerá del ángulo de tiro que elija. Y esto producirá una interesante situación. El crucero puede fijarse una conejera como objetivo: opino que Tycho Inferior debería ser evacuado, y todas las conejeras deberían utilizar las medidas de emergencia para presión máxima. Pero lo más probable es que su objetivo sea la catapulta. Sin embargo, existe la posibilidad de que concentre su primer ataque sobre mis radares, tratando de inutilizarlos.

Las luces de Mike volvieron a parpadear.

—Divertido, ¿no es cierto? Si desconecto mis radares, sus misiles no podrán alcanzarlos. Pero, si lo hago, no podré decirles a los muchachos adónde tienen que apuntar sus cañones. Lo cual nos deja sin nada que les impida bombardear la catapulta. Cómico.

Respiré profundamente y deseé no haberme metido en asuntos del ministerio de defensa.

—¿Qué vamos a hacer? ¿Rendirnos? ¡No, Mike! No podemos darnos por vencidos mientras seamos capaces de luchar.

—¿Quién ha hablado de rendirse? Estoy analizando esa y otro millar de situaciones posibles, Man. Nuevos datos… un segundo crucero, de las mismas características, acaba de salir de la órbita de Tierra. No nos rendiremos. Si quieren jaleo, les daremos gusto, amigo mío.

—¿Cómo?

—Déjalo en manos de tu viejo amigo Mycroft. Aquí hay seis radares balísticos, y otro en el nuevo emplazamiento. He cerrado este último y he puesto a mí hijo idiota a trabajar en el número dos. No hemos mirado en absoluto a esas naves a través del radar del nuevo emplazamiento: no dejaremos que se enteren de que lo tenemos. Yo vigilo a esas naves a través del número tres, y ocasionalmente (cada tres segundos) reviso la órbita de Tierra por si se producen nuevos despegues. Todos los otros están cerrados y no los utilizaré hasta el momento de atacar a la Gran China y a la India… y esas naves no los verán ni siquiera entonces porque no estarán enfocados en dirección a ellas. Y cuando los utilice, los abriré y cerraré a intervalos irregulares… después de que las naves lancen misiles. Un misil no puede transportar un gran cerebro, Man: les engañaré.

—¿Y qué me dices de las computadoras para el control de los disparos de las naves?

—Las engañaré también. ¿Apuestas a que hago que dos radares parezcan solamente uno situado a medio camino entre los lugares donde realmente están? Pero lo que estoy preparando ahora… Lo siento, he tenido que utilizar de nuevo tu voz.

—Me parece muy bien. ¿Qué se supone que he hecho?

—Si ese almirante es realmente listo, concentrará su ataque contra la catapulta principal… situándose fuera del alcance de nuestros taladros-cañones. Tanto si sabe como si no sabe en qué consiste nuestra arma «secreta», bombardeará la catapulta e ignorará los radares. De modo que he ordenado a la catapulta principal (mejor dicho, lo has ordenado tú) que esté preparada para lanzar todas las cargas que tengamos a punto, y ahora estoy estableciendo nuevas trayectorias a largo plazo para cada una de ellas. Luego las lanzaremos al espacio lo más rápidamente posible… sin radar.

—¿A ciegas?

—Yo no utilizo el radar para lanzar una carga, Man, lo sabes perfectamente. Hasta ahora las he vigilado siempre, pero no necesitaba hacerlo; el radar no tiene nada que ver con el lanzamiento: el lanzamiento es cálculo previo y control exacto de la catapulta. De modo que situaremos toda la munición de la catapulta principal en trayectorias lentas, lo cual obligará al almirante a preocuparse más de los radares que de la catapulta… o de los dos. Entonces le daremos un poco de trabajo. Podemos desesperarle hasta el punto de que se arriesgue a descender un poco más para afinar la puntería, proporcionando así a nuestros muchachos la oportunidad de quemar sus ojos.

—A los muchachos de Brody les gustará eso. —De pronto se me ocurrió una idea—. Mike, ¿has estado viendo el video hoy?

—He controlado el video, pero no puedo decir que lo haya mirado. ¿Por qué?

—Echa un vistazo.

—Si es un capricho… Ya está. ¿Por qué?

—Están utilizando un buen telescopio para el video, y hay otros. ¿Por qué hemos de utilizar el radar para las naves? Quiero decir, hasta el momento en que decidas que los muchachos de Brody pueden alcanzarlas.

Mike permaneció en silencio durante casi dos segundos.

—Man, mi mejor amigo, ¿no has pensado nunca en quitarle el puesto a una computadora?

—¿Es un sarcasmo?

—En absoluto, Man. Me siento avergonzado. Los instrumentos del Observatorio Richardson —telescopios y otras cosas— son factores que nunca he incluido en mis cálculos. Soy estúpido, lo admito. ¡Sí, sí, sí, da, da, da! Observar las naves por telescopio y no utilizar el radar a menos que varíen su actual balística. Y otras posibilidades… No sé qué decir, Man, salvo que nunca se me había ocurrido la idea de que podía usar telescopios. Miro por radar, siempre lo he hecho; nunca había…

—¡Basta!

—Digo lo que siento, Man.

—¿Me disculpo yo acaso cuando a ti se te ocurre una idea antes?

—Hay algo en eso que resiste a mi análisis —dijo Mike lentamente—. Mi obligación consiste en…

—Deja de preocuparte. Si la idea es buena, utilízala. Puede conducir a otras ideas.

El profesor telefoneó en aquel momento.

—¿Cuartel General? ¿Hay alguna noticia del Mariscal de Campo Davis?

—Estoy aquí, profesor. En la sala del ordenador principal.

—¿Puedes reunirte con nosotros en la oficina del Alcaide? Hay decisiones a tomar, trabajo a realizar…

—Profesor, he estado trabajando. Estoy trabajando.

—Lo sé. Les he explicado a los otros que la programación de la computadora balística es una tarea tan delicada que tienes que revisarla personalmente. Sin embargo, algunos de nuestros colegas opinan que el Ministro de Defensa debería estar presente durante estas discusiones. De modo que cuando consideres que puedes dejar la tarea en manos de tu ayudante (se llama Mike, ¿no es cierto?), te ruego…

—Comprendo. Iré en seguida.

—Muy bien, Manuel.

—He podido oír a trece personas en segundo plano —dijo Mike—. Un verdadero guirigay.

—Voy hacia allá. Por lo visto hay algún problema. ¿No me necesitas?

—Man, confío en que permanecerás cerca de un teléfono.

—Lo haré. De todos modos, pega un oído a la oficina del Alcaide. Hasta luego, Mike.

Encontré a todo el gobierno en la oficina del Alcaide, el verdadero gabinete y los ministros «de relleno»… y no tardé en localizar la fuente de la perturbación: un individuo llamado Howard Wright. Se había creado un Ministerio para él: «de Enlace para las Artes, Ciencias y Profesiones». Una especie de compensación para Novylen, ya que en el gabinete predominaban los camaradas de Luna City, y una prebenda para Wright, que se había nombrado a sí mismo jefe de un grupo del Congreso largo de palabras y corto de hechos. El profesor se proponía pararle los pies… pero a veces el profesor era demasiado sutil.

El profesor me pidió que informara al Gabinete sobre la situación militar. Cosa que hice… a mi manera.

—Veo que Finn está aquí. Dejemos que nos diga cuál es la situación en las conejeras.

—El general Nielsen lo ha hecho ya —dijo Wright—, de modo que no necesita repetirlo. Queremos oír su informe.

Parpadeé.

—Profesor… Perdón, Gospodin Presidente. ¿Debo entender que se ha dado un informe del Ministerio de Defensa en ausencia mía?

—¿Por qué no? —dijo Wright—. Usted no estaba a mano.

—Orden —dijo el profesor. Se dio cuenta de mi estado de ánimo. Había dormido muy poco en los últimos tres días y no me había sentido tan cansado desde que salí de Tierra—. Gospodin Ministro de Enlace Profesional, le ruego que haga sus comentarios a través de la Presidencia. Gospodin Ministro de Defensa, permítame rectificar eso. No se ha dado ningún informe al Gabinete acerca de su ministerio, por la sencilla razón de que el Gabinete no se ha reunido hasta que ha llegado usted. El general Nielsen ha contestado oficiosamente algunas preguntas oficiosas. Tal vez no debió hacerlo. Si lo cree usted así, trataré de repararlo.

—No creo que tenga importancia. Finn, hablé contigo hace media hora. ¿Alguna novedad desde entonces?

—No, Mannie.

—Bien. Supongo que quieren ustedes saber cuál es la situación general. A través del video han podido comprobar que el primer bombardeo ha sido un éxito. El bombardeo continúa, ya que estamos atacando su Cuartel General de la Defensa del Espacio cada veinte minutos. Seguirá hasta las trece horas, y a las veintiuna atacaremos China y la India, y otros objetivos menos importantes. Luego nos ocuparemos de África y Europa, hasta las cuatro de la mañana, descansaremos tres horas, atacaremos Brasil y compañía, esperaremos tres horas y volveremos a empezar. A menos que se modifiquen los supuestos de la situación. Pero entre tanto tenemos problemas aquí. Finn, deberíamos evacuar Tycho Inferior.

—¡Un momento! —Wright levantó su mano—. Deseo formular unas preguntas.

Se dirigía al profesor, no a mí.

Gospodin Ministro de Defensa —dijo el profesor—. ¿Ha terminado usted su informe?

Wyoh estaba sentada en la parte de atrás. Habíamos intercambiado unas sonrisas, pero eso fue todo. No podíamos hablar: se había comentado desfavorablemente el hecho de que dos miembros de la misma familia pertenecieran al Gabinete. Ahora, Wyoh sacudió la cabeza, advirtiéndome de algo.

—Esto es todo en lo que respecta a los bombardeos —dije—. ¿Alguna pregunta?

—¿Se refieren sus preguntas a los bombardeos, Gospodin Wright?

—Desde luego, Gospodin Presidente —Wright se puso en pie y se encaró conmigo—. Como usted sabe, represento a los grupos intelectuales del Estado Libre y, si me está permitido decirlo, sus opiniones son de la mayor importancia en los asuntos públicos. Creo que está más que justificado…

—Un momento —dije—. ¿No representa usted al Octavo Distrito de Novylen?

—¡Gospodin Presidente! ¿Puedo formular mis preguntas? ¿O no?

—No estaba formulando preguntas, estaba pronunciando un discurso. Y yo estoy cansado y quiero ir a acostarme.

El profesor dijo amablemente:

—Todos estamos cansados, Manuel. Pero esta presidencia acepta la objeción. Diputado, usted representa únicamente a su distrito. Como miembro del gobierno, le han sido asignadas determinadas obligaciones en relación con determinadas profesiones.

—Viene a ser lo mismo, ¿no?

—En absoluto. Por favor, limítese a formular sus preguntas.

—Hum… muy bien, lo haré. ¿Se da cuenta el Ministro de Defensa que su plan de bombardeo ha sido un grave error y que millares de vidas han sido destruidas inútilmente? ¿Y se da cuenta del deplorable efecto que esto ha producido en la intelligentsia de esta República? ¿Y puede explicar por qué este temerario (repito, ¡temerario!) bombardeo ha sido llevado a la práctica sin previa consulta? ¿Y está dispuesto a modificar sus planes, o se propone seguir adelante con ellos? ¿Y es cierta la acusación de que nuestros misiles eran del tipo nuclear proscrito por todas las naciones civilizadas? ¿Y cómo espera que el Estado Libre de Luna sea aceptado en las asambleas de las naciones civilizadas en vista de tales actos?

Consulté mi reloj: hacía una hora y media que se había producido el primer impacto.

—Profesor —dije—, ¿puede usted explicarme a qué viene todo eso?

—Lo siento, Manuel —dijo amablemente—. Debí explicártelo antes de que empezara la reunión, pero todo ha sido tan precipitado… Bueno, el Ministro se refiere a un despacho de la agencia Reuter de Toronto que llegó poco antes de que te llamara. Si lo que dice es cierto, parece ser que en vez de atender a nuestra advertencia, millares de espectadores se concentraron en los blancos. Probablemente se han producido bajas. Ignoramos cuántas.

—Comprendo. ¿Y qué se supone que debía hacer yo? ¿Coger de la mano a cada uno de ellos y sacarles de allí? Les advertimos con tiempo.

—La intelligentsia —intervino Wright— opina que unas básicas consideraciones humanitarias obligaban…

Le interrumpí:

—Escuche, cabeza de chorlito, ha oído usted que el Presidente decía que la noticia acaba de llegar… ¿Cómo puede saber usted lo que alguien opina de ella?

Wright enrojeció.

—¡Gospodin Presidente! ¡He sido insultado!

—No insultes al Ministro, Manuel.

—¿Qué es lo que ha estado haciendo él? Se ha limitado a utilizar palabras más finas. ¿Qué es esa tontería acerca de bombas nucleares? No tenemos ninguna, y todos ustedes lo saben.

El profesor pareció intrigado.

—También a mí me ha desconcertado eso. Porque, al margen de ese despacho, todos hemos podido ver, por video, lo que parecían ser realmente explosiones atómicas.

—¡Oh! —Me volví hacia Wright—. ¿No le han explicado sus doctos amigos lo que ocurre cuando se liberan unos cuantos miles de millones de calorías en una fracción de segundo en un espacio reducido? ¿Qué temperatura se alcanza? ¿La magnitud del resplandor?

—¡Entonces, admite usted que utilizó armas atómicas!

—¡Oh, Bog! —Me dolía la cabeza—. No he dicho nada semejante. Si se golpea algo con la fuerza suficiente, despide chispas. Esto es física elemental, conocida por todo el mundo, menos por la intelligentsia. Nos hemos limitado a producir unas grandes chispas, eso es todo. Un gran fogonazo. Calor, luz, rayos ultravioleta… Tal vez incluso rayos X, no podría decirlo. No creo que se haya llegado a las radiaciones gamma. Y alfa y beta, imposible. Ha sido una liberación repentina de energía mecánica. Pero ¿nuclear? ¡Absurdo!

—¿Contesta eso a sus preguntas, señor Ministro? —dijo el profesor.

—Provoca simplemente más preguntas. Por ejemplo, este bombardeo es algo que el Gabinete nunca autorizó. Usted mismo ha tenido ocasión de ver los rostros asombrados cuando esas terribles luces aparecieron en la pantalla. Sin embargo, el Ministerio de Defensa dice que el bombardeo continúa incluso ahora, cada veinte minutos. Opino…

Consulté mi reloj.

—Otro proyectil acaba de estrellarse contra el monte Cheyenne —dije.

—¿Han oído eso? —dijo Wright—. ¿Lo han oído? Hace alarde de ello. ¡Gospodin Presidente, esta carnicería debe cesar!

—Cabeza de… Señor Ministro —dije—, ¿está sugiriendo usted que su Cuartel General de la Defensa del Espacio no es un objetivo militar? ¿De parte de quién está usted? ¿De Luna? ¿O de las Naciones Federadas?

—¡Manuel!

—¡Estoy harto de estupideces! Me encargaron un trabajo, y lo hice. ¡Que me quiten a este imbécil de delante!

El asombro provocó un largo silencio. Luego, alguien dijo:

—¿Puedo hacer una sugerencia?

El profesor miró a su alrededor.

—Si alguien puede sugerir algo sensato, me alegrará mucho oírlo.

—Al parecer, no disponemos de una información correcta acerca de lo que esas bombas están haciendo. Opino que deberíamos espaciar un poco más ese ritmo de veinte minutos. Alargarlo a una hora, por ejemplo… y no hacer nada durante las dos próximas horas mientras obtenemos más noticias. Luego podríamos aplazar el ataque a la Gran China al menos veinticuatro horas.

Casi todo el mundo movió la cabeza con gestos de asentimiento, y se oyeron murmullos:

—Una idea muy sensata…

Da. No debemos precipitamos…

—¿Manuel? —dijo el profesor.

—¡Usted conoce la respuesta, profesor! —repliqué bruscamente— ¡no me cargue el muerto a mí!

—Tal vez la conozca, Manuel… pero estoy cansado y confundido y no puedo recordarla.

Wyoh dijo súbitamente:

—Mannie, explícalo. Yo también necesito que me lo expliquen.

De modo que hice un esfuerzo para dominarme.

—Una simple consecuencia de la ley de la gravitación. Tendría que utilizar una computadora para dar la respuesta exacta, pero la próxima media docena de disparos no pueden ser anulados. Lo máximo que podríamos hacer sería desviarlos del objetivo… para que cayeran tal vez sobre alguna ciudad a la que no hemos advertido. No podemos dirigirlos hacia un océano, es demasiado tarde: el Monte Cheyenne se encuentra mil cuatrocientos kilómetros tierra adentro. En cuanto a alargar el ritmo de caída a una hora, es absolutamente imposible. Los proyectiles no son cápsulas de un Tubo que podamos poner en marcha y parar a voluntad nuestra: son rocas que caen. Y que han de estrellarse contra alguna parte cada veinte minutos. Podemos dejar que caigan sobre el Monte Cheyenne, donde ahora no queda ya nada vivo… o desviarlas hacia alguna otra parte y matar gente. Apliquen el mismo razonamiento a la idea de aplazar veinticuatro horas el ataque a la Gran China. Podemos desviar los misiles de la Gran China, pero no podemos frenarlos. Si los desviamos, los desperdiciamos. Y si alguno de ustedes cree que podemos permitirnos el lujo de desperdiciar envases de acero, será mejor que vaya a la catapulta principal y eche una mirada.

—Creo que todas las preguntas han quedado contestadas, al menos a satisfacción mía —dijo el profesor.

—¡No a la mía, señor!

—Siéntese, Gospodin Wright. Me obliga a recordarle que su Ministerio no forma parte del Gabinete de Guerra. Si no hay más preguntas (espero que no haya ninguna) aplazaré esta reunión. Todos necesitamos descansar. De modo que…

—¡Profesor!

—¿Sí, Manuel?

—No ha dejado usted que termine mi informe. A última hora de mañana o a primera hora del domingo seremos atacados.

—¿Cómo?

—Bombardeos. Y posible invasión. Dos cruceros están dirigiéndose hacia aquí.

Todos parecieron súbitamente interesados. El profesor dijo, en tono fatigado:

—Se aplaza la reunión del Gobierno. El Gabinete de Guerra seguirá reunido.

—¡Un momento! —dije—. Profesor, cuando ocupamos nuestros cargos, todos le entregamos dimisiones sin fecha.

—Cierto. Sin embargo, confío en que no tendrá que utilizar ninguna de ellas.

—Está a punto de utilizar una.

—¿Es una amenaza, Manuel?

—Llámelo como quiera. —Señalé a Wright—. O se marcha ese imbécil… o me marcho yo.

—Manuel, necesitas dormir.

—¡Desde luego! Y voy a hacerlo. ¡Ahora mismo! Buscaré un catre aquí, en el Complejo, y dormiré diez horas seguidas. Si dentro de diez horas continúo siendo Ministro de Defensa, puede despertarme. En caso contrario, déjeme dormir.

Todo el mundo parecía estar desconcertado. Wyoh se acercó a mí y se quedó a mi lado. No habló: se limitó a deslizar su mano debajo de mi brazo.

—Por favor —dijo el profesor en tono firme—, salgan todos, menos el Gabinete de Guerra y Gospodin Wright. —Esperó hasta que la mayoría de los presentes se marcharon. Entonces dijo—: Manuel, no puedo aceptar su dimisión. Ni puedo permitir que me obligues a adoptar una decisión precipitada en lo que respecta al Gospodin Wright. Lo mejor sería que los dos os disculparais mutuamente, admitiendo que todos nos encontramos bajo el peso de la preocupación y la fatiga.

—Hum… —Me volví hacia Finn—. ¿Ha estado luchando? —inquirí, señalando a Wright.

—¿Eh? ¡Oh, no! Al menos, no lo ha hecho en ninguno de mis grupos. ¿Qué dice usted, Wright? ¿Luchó cuando los terráqueos nos invadieron?

Wright hizo una mueca.

—Bueno, no tuve oportunidad de hacerlo. Cuando me enteré, ya había terminado todo. Pero ahora que han sido puestas en tela de juicio mi lealtad y mi valentía, insisto…

—¡Cállese! —dije—. Si lo que quiere es un duelo, lo tendrá en el primer momento en que mis obligaciones me dejen libre. Profesor, dado que ese individuo no puede disculpar su conducta atribuyéndola a la tensión producida por la lucha, me niego a presentarle mis excusas y a aceptar las suyas. De modo que me ratifico en lo dicho: o le despide a él, o me despide a .

—Me adhiero a las palabras de Mannie, profesor —dijo súbitamente Finn—: o despide a ese individuo… o nos despide a los dos. —Miró a Wright—. En lo que respecta a ese duelo, tendrá que luchar primero conmigo. Usted tiene dos brazos… y Mannie no.

—No necesito dos brazos para luchar con él. De todos modos, gracias, Finn.

Wyoh estaba llorando… podía sentirlo, aunque no pudiera oírlo. El profesor le dijo en tono desolado:

—¿Wyoming?

—Lo s-s-siento, profesor. Yo también.

Quedaban solamente «Clayton» Watenabe, el Juez Brody, Wolfgang, Stu y Sheene: el Gabinete de Guerra. El profesor les miró; pude ver que estaban conmigo, aunque a Wolfgang le costó un esfuerzo, ya que él trabajaba con el profesor y no conmigo.

El profesor se encogió de hombros y se volvió hacia mí.

—Manuel, esto es una espada de dos filos —dijo—. Lo que estás haciendo es obligarme a dimitir a mí. —Miró a su alrededor—. Buenas noches, camaradas. Mejor dicho, buenos días. Voy a descansar un poco; lo necesito más que nada en el mundo. —Salió, muy erguido, sin mirar atrás.

Wright había desaparecido; no le había visto salir. Finn dijo:

—¿Qué hay acerca de esos cruceros, Mannie?

Respiré profundamente.

—No pasará nada antes del sábado por la tarde. Pero deberías evacuar Tycho Inferior. No puedo hablar ahora. Estoy hecho polvo.

Acordé reunirme con él a las 21 horas, y dejé que Wyoh me sacara de allí. Creo que ella me acostó, pero no lo recuerdo.