Capítulo: 24

Los invasores de Luna habían muerto. Más de dos mil soldados muertos, más de tres veces aquella cifra de lunáticos muertos al enfrentarse con ellos, y otros tantos lunáticos heridos de mayor o menor gravedad. No se capturó ningún prisionero en las conejeras, aunque capturamos a una docena de oficiales y tripulantes de cada nave cuando las asaltamos.

El motivo principal de que los lunáticos, en su mayor parte desarmados, fueran capaces de matar a unos soldados perfectamente armados y adiestrados, residía en el hecho de que un terráqueo recién llegado a Luna se encuentra con dificultades casi insuperables para desplazarse. Nuestra gravedad, seis veces menor que la de Tierra, inutiliza todos sus reflejos. Dispara alto sin saberlo, apenas puede mantenerse en pie, le resulta imposible correr. Y, lo que es peor, aquellos soldados tenían que luchar hacia abajo; tenían que descender a niveles cada vez más inferiores, bajando por una rampa tras otra, para intentar capturar una ciudad.

Y los terráqueos no sabían bajar por las rampas. El avance no consiste en correr, ni en andar, ni en volar: es más un baile controlado, con los pies apenas tocando el suelo y controlando simplemente el equilibrio. Un lunático de tres años de edad lo hace sin pensar, de un modo instintivo, deslizándose hacia abajo en una caída controlada, apoyando las puntas de los pies en el suelo cada tres o cuatro metros.

Pero un terráqueo recién llegado se encuentra a sí mismo «andando en el aire»… lucha, gira, pierde el control, cae, ileso pero furioso.

Y en las rampas fue donde les derrotamos. Los que yo había visto habían logrado sobrevivir a tres rampas. Pero los lunáticos acabaron con ellos en la cuarta. Hombres y mujeres (y numerosos chiquillos) surgieron delante de ellos, les derribaron, les mataron incluso con sus propias bayonetas. El mío no era el único fusil láser: dos de los hombres de Finn ocuparon la galería del Bon Marché y, agachados allí, dispararon a mansalva sobre los soldados. Nadie les había dicho que lo hicieran, nadie les dirigía, nadie les daba órdenes; Finn no pudo controlar en ningún momento a su desordenada milicia. Cuando empezó la lucha, lucharon, sencillamente.

Y ese fue otro de los motivos principales de nuestra victoria: nuestra decisión de luchar. La mayoría de los lunáticos no habían visto nunca a un invasor, pero dondequiera que aparecieron los soldados surgieron los lunáticos como corpúsculos blancos… y lucharon. Nadie se lo dijo. Nuestra incipiente organización quedó rota bajo los efectos de la sorpresa. Pero los lunáticos lucharon furiosamente y los invasores murieron. Ningún soldado alcanzó el nivel seis en ninguna de las conejeras. En algunos lugares, los habitantes de los niveles más bajos no llegaron a enterarse de que habíamos sido invadidos hasta que todo terminó.

Pero también los invasores lucharon bien. Aquellos soldados no eran solamente las mejores fuerzas de policía de que disponían las Naciones Federadas para imponer el orden en las ciudades, sino que además habían sido adoctrinados y drogados. El adoctrinamiento les había dicho (correctamente) que su única esperanza de regresar a Tierra estribaba en conquistar las conejeras y pacificarlas. Si lo conseguían, serían relevados inmediatamente y no volverían a prestar servicio en Luna. En caso contrario les esperaba la muerte, ya que sus transportes no podrían despegar si no triunfaban puesto que tenían que ser recargados de masa de reacción… algo imposible sin conquistar primero Luna. (Lo cual también era verdad).

Luego les inyectaron estimulantes, no-te-preocupes e inhibidores del miedo capaces de lograr que un ratón atacara a un gato, y los soltaron. Lucharon como auténticos profesionales… y murieron valientemente.

En Tycho Inferior y en Churchill utilizaron gases y las bajas fueron más numerosas en el bando lunático; sólo se salvaron los lunáticos que consiguieron protegerse con los trajes-p. El desenlace fue el mismo, sólo tardó un poco más en producirse. Los gases no eran venenosos, ya que la Autoridad no tenía la intención de matarnos a todos; deseaba simplemente darnos una lección, someternos a su control y obligarnos a trabajar.

El motivo de la prolongada demora y la aparente indecisión de las Naciones Federadas se encontraba en el hecho de que querían atacarnos por sorpresa. La decisión había sido tomada poco después de que decretásemos el embargo de los envíos de cereales (según nos informaron los oficiales capturados); pero la preparación del ataque fue lenta, debido a que las naves invasoras tuvieron que viajar hasta una distancia considerable de Luna, a lo largo de una órbita elíptica muy alejada de la órbita lunar, y luego retroceder, a fin de que Mike no pudiera localizarlas. Desde luego, Mike no las vio; había estado rastreando el cielo con sus radares balísticos… pero ningún radar puede mirar al otro lado del horizonte. De acuerdo con el plan establecido, las naves alunizaron exactamente el 12 de octubre de 2076 a las 18 horas, 40 minutos, 36 segundos, 9 décimas de segundo. Un excelente trabajo, hay que admitirlo, por parte de los astronavegantes de las Fuerzas de la Paz de las Naciones Federadas.

Mike no vio la enorme nave que depositó a un millar de soldados en Luna City hasta que descendió en picado para alunizar: una simple ojeada. Hubiese podido verla unos segundos antes si hubiera estado mirando hacia el este con el nuevo radar, hacia Mare Undarum, pero dio la casualidad de que en aquel momento estaba aleccionando a «su hijo idiota» y tenían el radar enfocado hacia el oeste, en dirección a Tierra. De todos modos, aquellos segundos no hubieran resuelto nada, ya que la operación-sorpresa había sido tan maravillosamente planeada que todas las fuerzas de desembarco se estrellarían sobre Luna a las 17 horas de Greenwich, antes de que cualquiera sospechara algo. La fecha coincidía con la tierra nueva, con todas las conejeras en brillante semilunar; la Autoridad no conocía realmente las condiciones de Luna… pero sabía que ningún lunático sale innecesariamente a la superficie durante el semilunar brillante, y que, si tiene que hacerlo, resuelve lo más rápidamente posible el problema que le ha obligado a salir y vuelve al interior de su conejera… revisando cuidadosamente su contador de radiaciones.

De modo que nos sorprendieron sin nuestros trajes-p. Y sin nuestras armas.

Pero, a pesar de los soldados muertos, teníamos aún seis transportes sobre nuestra superficie y un buque insignia en nuestro cielo.

Una vez terminada la lucha en el Bon Marché fui en busca de un teléfono. No había noticias de Kongville ni del profesor. Habíamos ganado la batalla en Johnson City y también en Novylen; en esta última ciudad, el transporte había capotado al alunizar; las fuerzas invasoras habían quedado diezmadas y los muchachos de Finn se habían hecho dueños del transporte averiado. La lucha continuaba en Churchill y en Tycho Inferior. Ninguna novedad en otras conejeras. Mike había cerrado los Tubos y estaba reservando las conexiones telefónicas entre las conejeras para las llamadas oficiales. Sí, Finn había llamado y podía hablar con él.

De modo que hablé con Finn, le dije dónde estaba el transporte de Luna City y me cité con él en la cámara reguladora número trece.

Finn tenía tanta experiencia como yo, es decir, ninguna. No había podido establecer contacto con sus fusileros láser hasta que la lucha terminó, y él mismo había combatido por su cuenta en la Antigua Cúpula. Ahora estaba empezando a reunir a sus muchachos, y tenía a un oficial recibiendo informes en la oficina de Finn en el Bon Marché. Había hablado con el subcomandante de Novylen, pero estaba preocupado por la falta de noticias de Hong Kong Luna.

—Mannie, ¿crees que debería enviar algunos hombres allí por el Tubo?

Le dije que esperara; los invasores no podían llegar hasta nosotros por el Tubo mientras controlásemos la energía, y dudaba que aquel transporte pudiera despegar.

—Vamos a echarle una ojeada al de aquí.

De modo que pasamos a través de la cámara número trece, avanzamos a lo largo de los túneles de cultivo de un vecino (que se negaba a creer que habíamos sido invadidos), y utilizamos su cámara reguladora de acceso a la superficie para observar al transporte desde un punto situado casi un kilómetro al oeste de la nave. Levantamos la escotilla con las mayores precauciones.

Luego salimos al exterior, beneficiándonos de la protección de unas rocas que nos hacían invisibles para los tripulantes de la nave. Nos arrastramos estilo piel roja hasta campo abierto y miramos, utilizando los binóculos del casco.

Luego retrocedimos de nuevo hasta situarnos al amparo de las rocas y hablamos. Finn dijo:

—Creo que mis muchachos podrán manejar esto.

—¿Cómo?

—Si te lo digo, se te ocurrirán mil motivos por los cuales no dará resultado, de modo que cierra el pico y deja que haga las cosas a mi manera. ¿De acuerdo?

Había oído hablar de ejércitos en los cuales no se le ordena a un jefe que «cierre el pico» y en los que existe algo llamado «disciplina». Pero nosotros éramos simples aficionados. Finn me permitió continuar a su lado… desarmado.

Tardó una hora en planearlo y dos minutos en ejecutarlo.

Esparció a una docena de hombres alrededor de la nave, utilizando las cámaras de acceso a la superficie de los agricultores, silenciando por completo la radio: de todos modos, algunos no disponían de radio en los trajes-p, ya que eran muchachos que vivían en la ciudad. Finn se situó un poco más al oeste. Cuando juzgó llegado el momento, disparó un cohete de señales.

Cuando el cohete estalló encima de la nave, todos los hombres dispararon a la vez, cada uno de ellos sobre un blanco señalado de antemano. El propio Finn disparó su láser contra el casco de la nave: no contra la puerta de la cámara reguladora de presión, sino contra el casco. Inmediatamente, a su chorro de fuego se unió otro, y luego tres más todos mordiendo el mismo trozo de acero… y súbitamente el acero se licuó en aquel punto y salió despedido con fuerza como un rojo surtidor, empujado por el aire del interior de la nave. Siguieron ensanchando el agujero hasta que se agotaron sus cargas. Pude imaginar lo que ocurría dentro de la nave, con los timbres de alarma resonando, las puertas de emergencia cerrándose y la tripulación tratando inútilmente de cerrar tres enormes agujeros al mismo tiempo, ya que el resto de la patrulla de Finn, esparcida alrededor de la nave, estaba sometiendo a tratamiento otros dos puntos del casco. No intentaron fundir nada más. Se trataba de una nave cuyo casco, aislado por una capa de aire de la planta de energía y de los tanques, actuaba de cámara reguladora de presión.

Finn pegó su casco al mío.

—Ahora no puede despegar. Y no puede hablar. No creo que puedan reparar el casco lo suficiente como para conservar la vida sin trajes-p. Lo mejor será dejarles en paz unos cuantos días, por si se deciden a salir. Si no lo hacen, podemos traer un taladro pesado y cocerlos en su propio jugo.

Decidí que Finn podía arreglárselas perfectamente sin mi ayuda, de modo que regresé al interior, llamé a Mike y le pedí una cápsula para trasladarme a los radares balísticos. Quiso saber por qué no me quedaba en un lugar seguro.

—Escucha, montón de semiconductores —dije—: tú eres un simple ministro sin cartera, en tanto que yo soy Ministro de Defensa. Tengo que ir a ver lo que pasa y sólo dispongo de dos ojos, mientras tú tienes ojos esparcidos sobre la mitad de Crisium… ¿O es que tratas de tomarme el pelo?

Me dijo que no me sulfurase, y se ofreció a reproducir para mí todo lo que veía en una pantalla de video, por ejemplo, en la habitación L del Raffles. No quería que me sucediera nada malo, y… ¿había oído el chiste del perforador que lastimó los sentimientos de su madre?

Dije:

—Por favor, Mike, proporcióname una cápsula. Mete en ella un traje-p y déjala a la salida de la Estación Oeste… la cual se encuentra en muy malas condiciones, como seguramente sabes.

—De acuerdo —dijo—, se trata de tu cuello. Dentro de trece minutos en la Estación George.

Muy amable por su parte. Me dirigí allí y telefoneé de nuevo. Finn había llamado a otras conejeras, localizando a sus mandos subordinados o a alguien dispuesto a ocupar su lugar, y les había explicado cómo podían crearles problemas a los transportes posados en el suelo. A todas, menos Hong Kong. Al parecer, Hong Kong se encontraba en poder de los esbirros de la Autoridad.

—Adam —dije, teniendo en cuenta que estaba rodeado de personas que podían oírme—, ¿crees que podríamos enviar un equipo en un tractor para que intentase reparar los enlaces de Bee Ell?

—No soy el Gospodin Selene —respondió Mike con una extraña voz—, sino uno de sus ayudantes. Adam Selene se encontraba en Churchill Superior cuando perdió la presión. Temo que haya muerto.

—¿Qué?

—Lo siento mucho, Gospodin.

—¡No sueltes el teléfono! —Eché de la habitación a un par de perforadores y a una muchacha y empuñé de nuevo el auricular—. Mike —dije, bajando la voz—, ahora estoy solo. ¿Qué es todo ese lío?

—Man —dijo tranquilamente—, piénsalo bien. Adam Selene tenía que desaparecer algún día. Ha cumplido su misión y se encuentra prácticamente fuera del gobierno. El profesor y yo habíamos discutido eso; el único problema consistía en escoger el momento más oportuno. ¿Se te ocurre algún final mejor para Adam que hacerle morir en la invasión? Esto le convierte en un héroe nacional… y la nación necesita uno. Vamos a decir que «Adam está probablemente muerto» hasta que puedas hablar con el profesor. Si continúa necesitando a «Adam Selene», diremos que quedó atrapado en una cámara reguladora privada y tuvo que esperar a que le rescataran.

—Bueno… De acuerdo, vamos a dejarlo así. Personalmente, siempre he preferido tu personalidad de «Mike», de todos modos.

—Lo sé, Man, mi primer y mejor amigo, y lo mismo me ocurre a mí. Esa es mi verdadera personalidad; «Adam» era un ser de pega.

—Desde luego. Aunque, si el profesor ha muerto en Kongsville, voy a necesitar desesperadamente la ayuda de «Adam».

—Por eso he dicho que podemos tenerlo en conserva por sí volvemos a necesitarle… Man, cuando esto haya terminado, ¿tendrás tiempo para que continuemos aquella investigación sobre el humor?

—Lo sacaré de donde sea preciso, Mike; palabra de honor.

—Gracias, Man. Ahora, ni Wyoh ni tú disponéis de tiempo para visitarme… y el profesor quiere hablar de cosas que no son divertidas. Tengo muchas ganas de que termine esta guerra.

—¿Vamos a ganarla, Mike?

—Hacía muchos días que no me preguntabas eso; aquí tengo el último cálculo. Agárrate bien, Man: ¡nuestras probabilidades están ahora a la par!

—¡Oh, Bog!

—Ahora puedes ir a divertirte. Pero procura mantenerte a una distancia de cien metros, como mínimo, del cañón; esa nave puede ser capaz de rechazar un rayo láser con otro. Se pondrá a tiro muy pronto. Veintiún minutos.

No pude quedarme tan lejos, ya que tenía que estar junto al teléfono y el cable más largo no alcanzaba aquella distancia. Busqué una roca apropiada y me senté a su sombra. El sol estaba muy alto en el oeste, tan cerca de Tierra que yo podía ver Tierra únicamente haciendo visera contra el resplandor del Sol.

Empujé mi casco hacia atrás en la sombra.

—Control Balístico, habla O’Kelly desde el Taladro-Cañón George. Cerca de él, quiero decir, a unos cien metros de distancia.

Pensé que Mike no sería capaz de averiguar qué longitud tenía el cable que yo estaba utilizando, a tantos kilómetros de distancia.

—Control Balístico al habla —respondió Mike sin hacer ningún comentario—. Informaré al Cuartel General.

—Gracias, Control Balístico. Pregunta a Cuartel General si tienen noticias de la Diputado Wyoming Davis —estaba preocupado por Wyoh y por toda la familia.

—Lo preguntaré —Mike esperó un tiempo razonable y luego dijo—: El Cuartel General dice que Gospazha Wyoming Davis se ha hecho cargo del servicio de primeros auxilios en la Antigua Cúpula.

—Gracias. —Súbitamente, noté que respiraba mucho mejor. No amaba a Wyoh más que a las otras, pero… bueno, era mi esposa más reciente. Y Luna la necesitaba.

—Preparados —dijo Mike vivamente—. Todos los cañones, elevación ocho siete cero, azimut uno nueve tres cero, paralaje mil trescientos kilómetros acercándose a la superficie. Informen después de apuntar.

Me tumbé boca arriba, encogiendo las rodillas para permanecer en la sombra, y registré la parte del cielo indicada, casi cenit y un poco al sur. Sin que me diera la luz del sol en el casco podía ver las estrellas, pero la parte interior de los binóculos resultaba difícil de ajustar: tuve que dar un cuarto de vuelta y apoyarme en el codo derecho.

Nada… ¡Un momento! Había una estrella con disco… en el lugar donde no podía haber ningún planeta. Observé y esperé.

¡En efecto! Se hacía cada vez más brillante y avanzaba hacia el norte muy lentamente… ¡Hey, aquel monstruo iba a alunizar directamente sobre nosotros!

Pero mil trescientos kilómetros son una larga distancia, incluso cuando se aproxima a la velocidad terminal. Me recordé a mí mismo que no podía caer sobre nosotros retrocediendo de una órbita elíptica: tenía que caer alrededor de Luna… a menos que la nave hubiera maniobrado para situarse en una nueva trayectoria. Lo cual no había mencionado Mike. Estuve a punto de preguntárselo, pero decidí no hacerlo: no me pareció oportuno distraerle con preguntas en el momento en que tenía que concentrar toda su atención en aquella nave.

Todos los cañones informaron que tenían tomada la puntería y seguían el rumbo, incluyendo los cuatro que Mike apuntaba por sí mismo, vía selsyns. Aquellos cuatro informaron que seguían el rumbo a simple vista, sin tocar los controles manuales: buenas noticias; significaba que Mike mantenía a la nave bajo su control, habiendo resuelto perfectamente la trayectoria.

No tardó en hacerse evidente que el monstruo no estaba cayendo alrededor de Luna, sino que se disponía a alunizar. No tuve necesidad de preguntarlo; su brillo iba en aumento y su posición contra las estrellas no cambiaba. ¡Maldición! ¡Iba a alunizar sobre nosotros!

—Distancia, quinientos kilómetros —dijo Mike tranquilamente—. Preparados para disparar. Todos los cañones que operan por control remoto dispararán a la orden de «fuego». Ochenta segundos.

El minuto y veinte segundos más largos que he conocido… ¡Aquel monstruo era grande! Mike inició el conteo marcando cada diez segundos hasta llegar a los treinta; a partir de entonces cantó los segundos:

—… cinco… cuatro… tres… dos… uno… ¡FUEGO! —y la nave se hizo súbitamente mucho más brillante.

Casi no me fijé en la pequeña mancha que se desprendió de ella inmediatamente antes —o simultáneamente— de disparar. Pero Mike dijo de pronto:

—¡Atención al misil! Los cañones que operan por control remoto lo seguirán conmigo. Los otros cañones seguirán apuntando a la nave. Preparados para nuevas coordenadas.

Unos segundos —o unas horas— más tarde dio las nuevas coordenadas y añadió:

—¡Apunten y fuego a discreción!

Intenté observar la nave y el misil al mismo tiempo… y los perdí a los dos. Aparté bruscamente los ojos de los binóculos, y de pronto vi al misil. Luego vi cómo es estrellaba entre nosotros y la catapulta principal. Más cerca de nosotros, a menos de un kilómetro. No, no era una bomba H, pues en tal caso yo no estaría contando esto. Pero la explosión fue enorme, supongo que a causa de los restos de combustible, y poco después noté que el suelo retemblaba. Pero nada sufrió daños, aparte de unos cuantos metros cúbicos de roca.

La nave continuaba descendiendo. Había dejado de brillar; ahora podía verla como una nave y no parecía dañada. Esperaba ver apagarse en cualquier momento aquella cola de fuego, mientras la nave alunizaba.

No llegó a hacerlo. Estalló diez kilómetros al norte de nosotros, abriéndose como un caprichoso abanico plateado antes de desintegrarse definitivamente.

—Informen de las bajas —dijo Mike—. Aseguren todos los cañones. Desciendan cuando estén asegurados.

—Cañón Alice, ninguna baja…

—Cañón Bambie, ninguna baja…

—Cañón Cesar, un hombre herido por una esquirla de piedra, presión contenida…

Descendí, tomé el teléfono y llamé a Mike:

—¿Qué ha pasado, Mike? ¿Se negaron a entregarte el control cuando quemaste sus ojos?

—Me entregaron el control, Man.

—¿Demasiado tarde?

—La desintegré, Man. Me pareció que era lo más prudente que podía hacer.

Una hora más tarde estaba abajo con Mike, por primera vez en cuatro o cinco meses. Podía llegar al Complejo Inferior más rápidamente que a Luna City y establecer contacto desde allí con cualquiera que estuviera en la ciudad… sin ninguna interrupción. Necesitaba hablar con Mike.

Había intentado telefonear a Wyoh desde la estación del Tubo de la catapulta principal; hablé con alguien del hospital provisional de la Antigua Cúpula y me enteré de que Wyoh había sufrido un desmayo, a causa del agotamiento, y la habían acostado con la orden expresa de no despertarla en toda la noche. Finn se había marchado a Churchill con sus muchachos, para dirigir el ataque contra el transporte que había alunizado allí. Ninguna noticia de Stu. Hong Kong y el profesor continuaban aislados. Al parecer, el único gobierno en aquellos instantes éramos Mike y yo.

Y había llegado el momento de iniciar la Operación Roca Dura.

Pero Roca Dura no consistía solamente en arrojar rocas; consistía también en decirle a Tierra lo que íbamos a hacer y por qué… y los justificados motivos que teníamos para hacerlo. El profesor, Stu, Sheenie y Adam habían preparado una declaración que no se ajustaba del todo a la verdad, puesto que se basaba en un ataque inexistente. Ahora, el ataque se había producido y había que cambiar el tono de la propaganda. Mike tenía preparada ya la nueva declaración y la había imprimido a fin de que yo pudiera estudiarla.

Repasé el largo rollo de papel.

—Mike, todos estos artículos de prensa y nuestro mensaje a las Naciones Federadas dan por supuesto que hemos triunfado en Hong Kong. ¿Hasta qué punto estás seguro de eso?

—En un ochenta y dos por ciento con exceso.

—¿Crees que es suficiente para darlo por cierto?

—Man, las probabilidades de que ganaremos allí, si no hemos ganado ya, se aproximan a la certeza. Ese transporte no puede moverse; los otros están secos, o casi. En Hong Kong Luna no hay hidrógeno monoatómico; tendrían que venir aquí. Lo cual significaría transportar tropas por medio de tractores —un viaje difícil incluso para los lunáticos—, y luego derrotarnos cuando llegaran aquí. Prácticamente imposible, dado que ese transporte y sus soldados no están mejor armados que los otros.

—¿Qué hay de esa reparación de los enlaces de Bee Ell?

—Debe llevarse a cabo inmediatamente. Man, me he permitido utilizar tu voz y he hecho todos los preparativos. Reportajes sobre los horrores en la Antigua Cúpula y otras partes, especialmente en Churchill Superior, para el video. Y artículos en consonancia para los periódicos. Deberíamos enviar las noticias a Tierra en seguida, y anunciar la ejecución de Roca Dura al mismo tiempo.

Respiré profundamente.

—Ejecuta la Operación Roca Dura.

—¿Quieres dar la orden personalmente? Dilo en voz alta, y yo me encargaré de elegir las palabras y el tono de voz.

—Adelante, dilo a tu manera. Utiliza mi voz y mi autoridad como Ministro de Defensa y jefe en funciones del gobierno. ¡Hazlo, Mike, tírales rocas! ¡Rocas grandes, maldita sea! ¡Dales fuerte!

—¡De acuerdo, Man!