Toda mi familia, treinta y tantos miembros desde el abuelo hasta los bebés, estaban esperando al otro lado de la cámara de descompresión en el piso inferior, y fuimos aclamados, y estrujados, y besados, y esta vez Stu no retrocedió. La pequeña Hazel convirtió en una ceremonia el hecho de besarnos: llevaba unos Gorros de la Libertad: los colocó en nuestras cabezas, nos besó… y a aquella señal toda la familia se puso Gorros de la Libertad, y yo no pude contener las lágrimas. Tal vez el patriotismo produzca esa sensación de felicidad tan intensa que llega a doler. O tal vez se debía simplemente al hecho de encontrarme de nuevo entre mis seres queridos.
—¿Dónde está Slim? —le pregunté a Hazel—. ¿No le han invitado?
—No ha podido venir. Es el delegado juvenil de vuestra recepción.
—¿Recepción? Esta es la única que queremos.
—Ya verás.
Lo vi. Nos trasladamos a Luna City (llenamos una cápsula), y en la Estación Oeste del Tubo había una multitud aullante, todos cubiertos con Gorros de la Libertad. Nos llevaron a hombros hasta la Antigua Cúpula, rodeados por una guardia de stilyagis que nos abría paso a codazos a través de la alegre y vociferante muchedumbre. Los jóvenes llevaban gorros rojos y camisas blancas, y las muchachas llevaban blusas blancas y shorts rojos haciendo juego con los gorros.
Cuando llegamos a la Antigua Cúpula nos depositaron en el suelo y fui besado por mujeres a las que nunca había visto. Recuerdo que pensé que si las medidas que habíamos adoptado para sustituir a la cuarentena no resultaban eficaces, la mitad de la población de Luna City caería enferma, aquejada de catarros o de algo peor. (Al parecer no portábamos gérmenes, ya que no se produjo ninguna epidemia. Pero yo recordaba aquella ocasión —entonces era un chiquillo— en la que el sarampión causó millares de muertes).
Me preocupaba también el profesor; aquella recepción era demasiado tumultuosa para un hombre que una hora antes se encontraba a las puertas de la muerte. Pero no sólo disfrutó con ella, sino que incluso pronunció un maravilloso discurso en la Antigua Cúpula; breve, lógicamente, pero cargado de palabras rimbombantes tales como «amor», «patria», «Luna», «camaradas y vecinos», e incluso «hombro contra hombro».
Habían montado una plataforma debajo de una gran pantalla de video en la cara sur. Adam Selene nos saludó desde aquella pantalla, que a continuación proyectó el rostro y la voz del profesor, muy ampliados, por encima de su cabeza: no tenía que gritar. Pero tenía que interrumpirse después de cada frase, ya que la multitud rugía a cada instante, ahogando su voz… y aquellas pausas significaban un breve descanso. Pero el profesor no parecía cansado, viejo, enfermo: el encontrarse de nuevo en el interior de La Roca era sin duda el tónico que necesitaba. Y también yo… Era maravilloso pesar lo debido, sentirse fuerte, respirar el aire de la propia ciudad.
¡La propia ciudad! Imposible reunir a todo Luna City dentro de la Antigua Cúpula… pero parecía que lo hubiesen intentado. Empecé a contar las cabezas en una zona de unos diez metros cuadrados, conté más de doscientas antes de llegar a la mitad y renuncié a continuar. El Lunatic calculó que había unas treinta mil personas, lo cual parece imposible.
Las palabras del profesor llegaban a casi tres millones de seres; el video transmitía el acto a los que no podían apretujarse en la Antigua Cúpula, hasta las más lejanas conejeras. El profesor aprovechó la ocasión para hablar de la futura esclavitud que la Autoridad planeaba para ellos. Agitó la copia que el presidente del Comité me había entregado.
—¡Aquí están! —gritó—. ¡Vuestros grilletes! ¡Vuestras cadenas! ¿Los llevaréis?
—¡NO!
—Ellos dicen que debéis llevarlos… Dicen que arrojarán bombas H… que los supervivientes se rendirán y los llevarán. ¿Los llevaréis?
—¡NO! ¡NUNCA!
—Nunca —asintió el profesor—. Nos han amenazado con enviar tropas… más y más tropas para violar y asesinar. ¡Lucharemos contra ellas!
—¡DA!
—¡Lucharemos contra ellas en la superficie, lucharemos contra ellas en los tubos, lucharemos contra ellas en los pasillos! ¡Si tenemos que morir, moriremos libres!
—¡Sí! ¡Ja-Da! ¡Libres!
—Y, si morimos, la Historia hablará de la época más gloriosa de Luna. ¡Queremos libertad… o muerte!
Todo aquello tenía un sonido familiar. Pero las palabras del profesor surgían frescas y nuevas: me uní a los rugidos. Sabía que no podíamos desafiar a Tierra: soy técnico de profesión y sé que a un misil H le tiene sin cuidado lo valiente que uno pueda ser. ¡Pero estaba dispuesto a luchar también! ¡Si tenían ganas de pelea, les daríamos gusto!
El profesor les dejó rugir y luego les acompañó en el canto de la versión de Simon del «Himno de Batalla de la República». Adam apareció de nuevo en la pantalla y tomó el relevo del profesor, cantando con ellos, mientras nosotros tratábamos de bajar de la plataforma y salir de allí, con la ayuda de los stilyagis dirigidos por Slim. Pero las mujeres no querían dejarnos marchar, y los jóvenes no constituyen la mejor protección cuando las «asaltantes» son damas. Eran las diez de la noche cuando los cuatro, Wyoh, el profesor, Stu y yo nos encerrábamos en la habitación L del Hotel Raffles, donde Adam-Mike se unió a nosotros por video. Yo estaba hambriento, como todos, de modo que encargué la cena y el profesor insistió en que comiéramos antes de revisar nuestros planes.
Luego pasamos a discutir la situación.
Adam empezó pidiéndome que leyera en voz alta la copia que me habían entregado en Tierra, en beneficio suyo y de la Camarada Wyoming…
—Pero antes, Camarada Manuel, si tienes las grabaciones que hiciste en Tierra, ¿podrías transmitirlas por teléfono a alta velocidad a mi oficina? Haré que las transcriban para estudiarlas, ya que lo único que tengo hasta ahora son los resúmenes cifrados que ha enviado el Camarada Stuart.
Lo hice, sabiendo que Mike las estudiaría inmediatamente, ya que la fraseología formaba parte del mito «Adam Selene», y decidí hablar con el profesor acerca de la necesidad de que Stu tomara parte en nuestras deliberaciones. Si Stu iba a ingresar en la célula ejecutiva, era absurdo seguir fingiendo.
Transmitir las grabaciones a Mike a alta velocidad me llevó cinco minutos, leer en voz alta otros treinta. Luego Mike dijo:
—Profesor, el éxito de la recepción ha superado todas mis previsiones, gracias a su discurso. Creo que deberíamos presentar la propuesta de embargo al Congreso inmediatamente. Puedo transmitir una llamada esta noche anunciando una sesión para mañana al mediodía. ¿Algún comentario?
—Bueno —dije—, esos cabezones se pasarán semanas enteras discutiendo. Si hay que contar con ellos (aunque no entiendo el porqué), deberíamos actuar igual que con la Declaración. Empezar la sesión muy tarde, presentar la propuesta después de medianoche y hacerla aprobar por nuestros camaradas.
—Lo siento, Manuel —dijo Adam—. Yo estoy despistado en lo que respecta a los acontecimientos de Tierra, y lo mismo te ocurre a ti en lo que atañe a los de Luna. Ya no es el mismo grupo. ¿Camarada Wyoming?
—Querido Mannie, ahora hay un Congreso elegido. La propuesta tiene que ser aprobada por el Congreso, ya que es el gobierno que tenemos.
Dije lentamente:
—¿Habéis celebrado elecciones y lo habéis dejado todo en sus manos? ¿Todo? Entonces, ¿qué estamos haciendo nosotros? —Miré al profesor, esperando una explosión. Pero el profesor permaneció impasible. Su aspecto era de total relajamiento.
—Manuel —dijo—, no creo que la situación sea tan mala como tú pareces creer. En cada época hay que adaptarse a la mitología popular. En otros tiempos los reyes eran consagrados por la Deidad, de modo que el problema consistía en procurar que la Deidad consagrara al candidato idóneo. En nuestra época, el mito es «la voluntad del pueblo»… pero el problema sólo cambia superficialmente. El Camarada Adam y yo hemos discutido largamente acerca de la mejor manera de determinar cuál es la voluntad del pueblo. Me atrevo a sugerir que esta solución es muy conveniente para nosotros.
—Bueno… de acuerdo. Pero ¿por qué no fuimos informados? Stu, ¿lo sabías tú?
—No, Mannie. No había ningún motivo para decírmelo a mí —se encogió de hombros—. Yo soy monárquico y no me hubiera interesado. Pero estoy de acuerdo con el profesor en que en nuestra época las elecciones son un ritual necesario.
—Manuel —dijo el profesor—, no había ninguna necesidad de decírnoslo hasta que regresáramos; tú y yo estábamos ocupados en otra tarea. El Camarada Adam y la querida Camarada Wyoh estaban al frente de la situación durante nuestra ausencia; antes de juzgar su actuación, sepamos lo que hicieron.
—Lo siento. ¿Bien, Wyoh?
—Mannie, no dejamos nada al azar. Adam y yo decidimos que lo adecuado sería un Congreso de trescientos miembros. A continuación pasamos horas enteras repasando las listas del Partido… y de personajes importantes que no pertenecen al Partido. Al final tuvimos una lista de candidatos: una lista que incluía a algunos de los miembros del Congreso Ad-Hoc; no todos eran «cabezones», como dices tú, de modo que incluimos tantos como pudimos. Luego, Adam telefoneó a cada uno de ellos —o de ellas—, preguntándoles si estaban dispuestos a presentarse a la elección… intimándoles a guardar el mayor secreto hasta que llegara el momento. Tuvimos que reemplazar a algunos.
»Cuando todo estuvo a punto, Adam habló por video, anunció que había llegado el momento de cumplir la promesa del Partido de que se celebrarían unas elecciones libres, estableció una fecha, dijo que todas las personas mayores de dieciséis años podían votar, y que lo único que tenían que hacer los aspirantes a candidatos era conseguir un centenar de firmas en una petición de nombramiento y exponerla en la Antigua Cúpula o en un lugar público de su conejera. Había treinta distritos electorales, con diez Congresistas por cada distrito…
—De modo que presentasteis las candidaturas del Partido, ¿no es cierto?
—¡Oh, no, querido! No había ninguna candidatura del Partido… oficialmente. Pero nosotros teníamos a punto a nuestros candidatos… y debo decir que mis stilyagis llevaron a cabo una excelente labor reuniendo firmas para las peticiones; nuestros candidatos las presentaron el primer día. Otras muchas personas las presentaron: los candidatos eran más de dos mil. Pero el plazo entre el anuncio y la elección era sólo de diez días, y nosotros sabíamos lo que queríamos en tanto que la oposición estaba dividida. No fue necesario que Adam recomendara públicamente a ningún candidato. La cosa funcionó maravillosamente. Tú obtuviste siete mil votos, querido, mientras que tu rival más próximo obtuvo menos de mil.
—¿Yo gané?
—Ganaste tú, ganó el profesor, gané yo, ganó el Camarada Clayton, y ganaron casi todos los que nosotros creíamos que debían estar en el Congreso. No resultó difícil. Aunque Adam no recomendó a nadie, yo no vacilé en hacer saber a nuestros camaradas hacia quién se inclinaban sus preferencias. Simon aportó también su contribución. Y mantenemos buenas relaciones con los periódicos. Me hubiese gustado que estuvieras aquí la noche de la elección, vigilando los resultados. ¡Excitante!
—¿Cómo llevasteis a cabo el recuento de votos? Nunca he sabido cómo funciona una elección. ¿Había que escribir los nombres en un trozo de papel?
—¡Oh, no! Utilizamos un sistema mucho mejor… debido a que algunos de nuestros mejores ciudadanos no saben escribir. Instalamos los colegios electorales en Bancos, con empleados bancarios identificando a los clientes y los clientes identificando a los miembros de sus familias y a los vecinos que no tenían cuentas bancarias… y la gente votaba oralmente, y los empleados marcaban los votos en las computadoras de los bancos en presencia del votante, y los resultados eran transmitidos inmediatamente a la Cámara de Compensación de Luna City. Todo el mundo votó en menos de tres horas y los resultados se conocieron unos minutos después del cierre de los colegios.
Súbitamente se hizo una luz en mi cerebro y decidí interrogar a Wyoh en privado. No, a Wyoh no: a Mike. No me dejaría impresionar por su dignidad de «Adam Selene» y arrancaría la verdad a sus neuristores. Recordé un cheque por un importe de más de diez millones de dólares, y me pregunté cuántos habían votado por mí. ¿Siete mil? ¿Setecientos? ¿O sólo mi familia y mis amigos?
Pero no me preocupaba ya el nuevo Congreso. El profesor lo había preparado todo… y luego se había largado a Tierra mientras se cometía el delito. Sería inútil interrogar a Wyoh; ella no necesitaba saber lo que Mike había hecho… y podía representar mejor su papel si no sospechaba nada.
Nadie sospecharía. Si hay algo que todo el mundo da por sentado es que una computadora alimentada con cifras honestas devuelve siempre cifras honestas. Incluso yo estaba convencido de ello, hasta que conocí a una computadora con sentido del humor.
Cambié de opinión acerca de sugerir que Stu conociera la verdad sobre Mike. De tres que la supieran sobraban dos. O quizás tres.
—Mi… —empecé a decir, y cambié a—: Mi opinión es que el sistema parece eficaz. ¿Fue muy rotunda nuestra victoria?
Adam respondió inexpresivamente:
—El ochenta y seis por ciento de nuestros candidatos triunfaron… aproximadamente lo que yo había calculado.
(¡«Aproximadamente», mi falso brazo izquierdo! ¡Exactamente lo que habías calculado, Mike, viejo granuja!).
—Retiro mi objeción a la sesión de mañana al mediodía… Allí estaré.
—Opino —dijo Stu—, suponiendo que el embargo empiece inmediatamente, que necesitaremos algo para mantener el entusiasmo de que hemos sido testigos esta noche. En caso contrario, la depresión económica producida por el mismo embargo minará la moral de la gente y provocará una creciente desilusión. Adam, usted me impresionó desde el primer momento por su capacidad para anticipar con gran exactitud los acontecimientos futuros. ¿Tiene sentido lo que acabo de decir?
—Lo tiene.
—¿Y bien?
Adam nos miró a todos sucesivamente y resultaba casi imposible creer que aquella era una falsa imagen y que Mike nos estaba situando simplemente a través de unos receptores biaurales.
—Camaradas… el embargo debe convertirse en una guerra abierta lo más rápidamente posible.
Nadie dijo nada. Una cosa es hablar de la guerra, y otra enfrentarse con ella. Finalmente, suspiré y dije:
—¿Cuándo empezamos a tirar piedras?
—Nosotros no empezaremos —respondió Adam—. Tienen que empezar ellos, para que podamos presentarlos como agresores. Me reservaré mis opiniones hasta el final. ¿Camarada Manuel?
—Hum… Si de mí dependiera, empezaría dejando caer una inmensa roca sobre Agra… Hay allí un individuo que no merece el espacio que ocupa. Aunque comprendo que vuestro objetivo no es ese.
—No, no lo es —respondió Adam seriamente—. No sólo enfurecerías a toda la nación hindú, un pueblo declaradamente enemigo de destruir todo lo que signifique vida, sino que enfurecerías también a millones de personas en toda Tierra, destruyendo el Taj Mahal.
—Incluyéndome a mí —dijo el profesor—. No digas tonterías, Manuel. Tal como Adam ha señalado, nuestra estrategia debe consistir en presentarles como agresores, la clásica maniobra «Pearl Harbor». El problema estriba en saber cómo vamos a inducirles a asestar el primer golpe. Adam, sugiero que lo que necesitamos es implantar la idea de que somos débiles y estamos divididos, y que bastará con una demostración de fuerza para meternos en cintura. ¿Stu? Tu personal en Tierra sería útil. Supongamos que el Congreso nos repudia a Manuel y a mí. ¿Cuál sería el efecto?
—¡Oh, no! —dijo Wyoh.
—¡Oh, sí, querida Wyoh! No es preciso hacerlo, sino simplemente enviar la noticia a Tierra. Tal vez sería mejor enviarlo de un modo clandestino que pudiera atribuirse a los científicos terráqueos que permanecen en Luna, en tanto que nuestros canales oficiales continúan bajo una rígida censura. ¿Adam?
—Tomo nota de ello como una táctica que probablemente será incluida en la estrategia. Pero no será suficiente. Debemos ser bombardeados.
—Adam —dijo Wyoh—, ¿por qué dices eso? Aún en el caso de que Luna City pudiera resistir sus mayores bombas, algo que espero no averiguar nunca, sabemos que Luna no puede ganar una guerra total. Tú mismo lo has dicho muchas veces. ¿No existe algún medio de lograr que consideren más conveniente para ellos dejarnos en paz?
Adam se pellizcó la mejilla derecha… y yo pensé: Mike, aprovéchate ahora para desplegar todas tus cualidades de actor, antes de que yo te ajuste las cuentas… Estaba enojado con él, y ansioso por hablarle a solas, sin tener que dirigirme a él como al «Presidente Selene».
—Camarada Wyoming —dijo sobriamente—, la partida en la que estamos empeñados es muy compleja. Nosotros tenemos ciertos recursos o «piezas en juego» y muchos posibles movimientos. Nuestros adversarios poseen muchos más recursos y un espectro de respuestas mucho más amplio. Nuestro problema consiste en conducir el juego de modo que nuestra fuerza sea utilizada hacia una solución óptima, induciendo al mismo tiempo a nuestros adversarios a desaprovechar su fuerza superior y a impedir que la utilicen al máximo. Hay que cronometrar exactamente cada uno de los movimientos, y es necesario un gambito para desencadenar una serie de acontecimientos favorables a nuestra estrategia. Me doy cuenta de que esto resulta algo confuso. Puedo introducir los factores en una computadora y mostrártelos. Puedes dar por buenos los resultados o puedes utilizar tu propio criterio.
Le estaba recordando a Wyoh (en las mismas narices de Stu) que él no era Adam Selene, sino Mike, nuestro pensador, que podía manejar un problema tan complicado debido a que era una computadora y la más lista que existía en cualquier parte.
Wyoh arrió velas.
—No, no —dijo— las matemáticas siempre han sido un misterio para mí. De acuerdo, hay que hacerlo. ¿Cómo lo haremos?
Eran las cuatro de la mañana cuando el profesor, Stu y Adam convinieron en que el plan que habíamos elaborado era el mejor posible. De hecho, ignoro si Mike se tomó todo aquel tiempo para imponernos su plan mientras fingía estudiar nuestras sugerencias, o si Adam Selene se limitó a vendernos el plan del profesor.
En cualquier caso, teníamos un plan y un calendario, elaborados aquel martes, 14 de mayo de 2075, que únicamente variarían para adaptarse a los acontecimientos a medida que se produjeran. En esencia, requería de nosotros el portarnos lo más desagradablemente posible, robusteciendo al mismo tiempo la impresión de que acabar con nosotros sería un juego de niños.
Llegué a la Sala al mediodía, tras un descanso insuficiente, y descubrí que podía haber dormido dos horas más; los congresistas de Hong Kong no podían presentarse tan temprano, a pesar del Tubo directo. Wyoh no golpeó la mesa con la maza hasta las dos y media.
Sí, mi esposa más reciente era presidente provisional de un organismo que todavía no estaba organizado. Parecía muy impuesta en las normas parlamentarias, y no era una mala elección: un grupo de lunáticos se porta mejor cuando una dama golpea la mesa con la maza.
No entraré en detalles acerca de lo que el nuevo Congreso hizo y dijo durante aquella sesión y en las sesiones posteriores: las actas están a disposición de quien desee consultarlas. Hice acto de presencia únicamente cuando era necesario, y no me molesté en aprender las reglas del juego, que parecían consistir a partes iguales en un intercambio de cortesías y en una serie de argucias por medio de las cuales el presidente podía hacer que las cosas discurrieran a su gusto.
Inmediatamente después de que Wyoh reclamara la atención de la asamblea con su maza, un congresista se puso en pie y dijo:
—Gospazha Presidente, solicito que dejemos en suspenso las normas y oigamos al profesor de la Paz.
La propuesta fue acogida con gritos de aprobación, pero Wyoh volvió a utilizar su maza.
—La moción no es procedente —dijo—. Me permito recordar a los señores miembros que esta Cámara aplazó su última sesión sin darla por terminada, y que el Presidente del Comité para la Organización y Estructuración Permanentes del Gobierno continúa en el uso de la palabra.
El Presidente en cuestión resultó ser Wolfgang Korsakov, representante por Tycho Inferior (y miembro de la célula del Profesor y nuestro agente número uno en la LuNoHoCo), y no sólo continuó en el uso de la palabra, sino que la retuvo durante todo el día, cediéndola únicamente a su conveniencia (es decir, a aquellos que él deseaba que hablaran, negándosela sistemáticamente a los demás). Pero nadie se mostraba demasiado molesto; todos parecían admitir de buena gana el caudillaje de los altos dirigentes. Eran alborotadores, pero no indisciplinados.
A la hora de la cena Luna tenía un gobierno para reemplazar al gobierno provisional cooptado, es decir, el gobierno fantasma que nosotros mismos habíamos optado y que nos había enviado a Tierra al profesor y a mí. El Congreso confirmó todos los actos del gobierno provisional, ratificando así lo que habíamos hecho, agradeció al gobierno saliente los servicios prestados y ordenó al Comité de Wolfgang que siguiera trabajando en la estructuración permanente del gobierno.
El profesor fue elegido Presidente del Congreso y Primer Ministro exofficio del gobierno interino hasta que tuviéramos una Constitución. Protestó, alegando su avanzada edad y su estado de salud… y luego dijo que sólo aceptaría si tenía algunas cosas para ayudarle; era demasiado viejo y estaba demasiado agotado por el viaje a Tierra para asumir la responsabilidad de presidir el Congreso —excepto cuando se debatiera algún asunto trascendental—, de modo que quería que el Congreso eligiera un Presidente de la Cámara y un Presidente Adjunto… y además de eso creía que el Congreso debía aumentar su número de miembros en un diez por ciento, nombrando por sí mismo los diputados necesarios a fin de que el Primer Ministro, quienquiera que fuese, pudiera ampliar su campo de elección a la hora de escoger a los miembros de su gabinete… especialmente a ministros sin cartera que le aliviaran de sus tareas.
Se produjo un pequeño alboroto. La mayoría de los «diputados» estaban orgullosos de serlo y no se sentían inclinados a compartir sus prerrogativas. Pero el profesor se limitó a sentarse con aire fatigado, esperando… y alguien subrayó que el control seguiría estando en manos del Congreso. De modo que le dieron al profesor lo que había pedido.
Luego, alguien pronunció un discurso formulando un ruego a la Presidencia. Todo el mundo sabía (dijo) que Adam Selene no había querido presentar su candidatura para el Congreso alegando que el Presidente del Comité de Emergencia no debía aprovecharse de su posición para obtener un puesto en el nuevo gobierno. Pero ¿podía decir la Honorable Presidente si existía algún motivo para no elegir a Adam Selene como diputado por toda la nación? ¿Como un gesto de reconocimiento de sus grandes servicios? Para que toda Luna —sí, y todos los terráqueos, especialmente la ex Autoridad Lunar— supiera que no repudiábamos a Adam Selene sino que por el contrario seguía siendo el primero y el más querido de nuestros estadistas, y no era Presidente porque él mismo había preferido no serlo.
Se repitieron los gritos de aprobación. Se tardaría unos minutos en averiguar quién pronunció aquel discurso, pero en ninguna de las actas se dice que lo escribió el profesor. Y así quedaron las cosas al final de los debates:
Primer Ministro y Secretario de Estado para los Asuntos Exteriores: Profesor Bernardo de la Paz.
Presidente de la Cámara, Finn Nielsen; Presidente Adjunto Wyoming Davis.
Subsecretario de Estado para los Asuntos Exteriores y Ministro de Defensa, general O’Kelly Davis; Ministro de Información, Terence Sheehan; Ministro sin Cartera adscrito al Ministerio de Información, Stuart René LaJoie, diputado por toda la nación; Secretario de Estado para la Economía y las Finanzas (y Custodio de las Propiedades Enemigas), Wolfgang Korsakov; Ministro del Interior y de los Servicios de Seguridad, Camarada «Clayton» Watenabe; Ministro sin Cartera y Asesor Especial del Primer Ministro, Adam Selene… y otra docena de ministros y ministras sin cartera de conejeras que no eran Luna City.
¿Se dan cuenta de como estaban las cosas? Todo esto significaba que la célula B continuaba al frente de la situación tal como había aconsejado Mike, respaldada por un Congreso en el cual no podíamos perder un voto de confianza… aunque perdiésemos otros que no queríamos ganar, o que carecían de importancia para nosotros.
Pero en aquellos momentos no le encontraba ningún sentido a todo aquel jaleo.
Durante la sesión de la noche el profesor informó sobre nuestro viaje y luego me cedió la palabra —con el consentimiento del Presidente del Comité Korsakov— para que a mi vez pudiera informar acerca del «plan quinquenal» y de cómo la Autoridad había intentado sobornarme. Nunca había pronunciado un discurso, pero durante la cena había tenido tiempo de empollar el que Mike había escrito. Lo había redactado en términos tan virulentos que me contagié de su agresividad y logré que mis palabras impresionaran a mis oyentes. Cuando me senté, el Congreso hervía de indignación.
El profesor se puso en pie, delgado y pálido, y declaró:
—Camaradas miembros, ¿qué vamos a hacer? Sugiero, con permiso del Presidente Korsakov, que se someta a debate la mejor manera de replicar a esa insolencia contra nuestra nación.
Un representante por Novylen se levantó muy excitado diciendo que debíamos declarar inmediatamente la guerra, y el Congreso aulló su aprobación. Sin embargo, el profesor apaciguó los ánimos señalando que la propuesta no podía ser sometida a votación hasta que la Cámara no hubiese escuchado todos los informes del Comité.
Siguieron más discursos, todos virulentos. Finalmente habló el Camarada miembro Chang Jones:
—Camaradas diputados —perdón, Gospodin Presidente Korsakov—, soy un cultivador de arroz y de trigo. Mejor dicho, lo era, ya que en el mes de mayo obtuve un crédito del Banco y mis hijos y yo nos dedicamos a otros cultivos diversificados. Estamos arruinados —he tenido que pedir prestado el dinero que cuesta el billete del Tubo para venir aquí—, pero mi familia come y algún día podremos saldar cuentas con el Banco. Al menos, he dejado de cultivar cereales.
»Pero hay otros que todavía los cultivan. La catapulta no ha interrumpido sus envíos a Tierra ni un solo día desde que somos libres. Continuamos mandándoles cereales, con la esperanza de que algún día su papel-moneda tendrá algún valor.
»Sin embargo, ahora sabemos, porque ellos mismos nos lo han dicho, lo que se proponen hacer con nosotros; ahora conocemos sus proyectos. La única respuesta que podemos darles a esos bandidos para que sepan que no estamos dispuestos a dejarnos atropellar es la de suspender los envíos inmediatamente. ¡Ni una sola tonelada, ni un solo kilogramo, hasta que accedan a dialogar y ofrezcan un precio justo!
Alrededor de medianoche aprobaron el Embargo, y a continuación se suspendió la sesión… mientras los comités seguían deliberando.
Wyoh y yo nos marchamos a casa, donde pude restablecer el contacto con mi familia. No había ninguna tarea inmediata, ya que Mike-Adam y Stu lo habían preparado todo anticipadamente, y Mike había interrumpido el funcionamiento de la catapulta («dificultades técnicas con la computadora de balística») veinticuatro horas antes. El último envío en camino sería recogido por el Control Terrestre de Poona al día siguiente, y Tierra sería informada, en términos insolentes, de que aquel sería el último envío que recibirían.