La firma de la Declaración de Independencia se produjo tal como el profesor había dicho. Se presentó ante ellos al final de una larga jornada y anunció una sesión especial después de cenar en la cual hablaría Adam Selene. Adam leyó la Declaración lentamente, convirtiendo en música las frases sonoras. La gente lloraba. Wyoh, sentada a mi lado, sollozaba silenciosamente, y yo sentía un nudo en la garganta, a pesar de que la había leído antes.
Luego, Adam levantó la mirada y dijo:
—El futuro os contempla. Pensad bien lo que vais a hacer.
Y cedió la palabra al profesor, en vez de dirigirse al presidente habitual.
Eran las diez de la noche y empezó la lucha. Desde luego, estaban a favor de la Declaración; durante todo el día los noticiarios habían hablado de lo malos que éramos, de cómo iban a castigarnos, a darnos una lección, etc. No fue necesario cargar las tintas: Mike se limitó a transcribir algunas de las opiniones de Tierra. Si hubo un día en el que Luna se sintió unificada fue probablemente el 2 de julio de 2076.
De modo que iban a aprobarla; el profesor lo sabía antes de ofrecerla.
Pero no tal como estaba redactada…
—Honorable Presidente, en el párrafo segundo, la palabra «inenajenable» no es correcta; debería ser «inalienable». ¿Y no sería más adecuado decir «derechos sagrados» en vez de «derechos inalienables»? Me gustaría que se discutiera este punto.
Aquel individuo no era más que un crítico literario, completamente inofensivo, como los fermentos muertos que quedan en la cerveza. Pero… Bueno, tomemos aquella mujer que lo odiaba todo. Estaba allí con la lista; la leyó en voz alta y pidió que fuera incorporada a la Declaración, «a fin de que los pueblos de Tierra sepan que estamos civilizados y en condiciones de ocupar un puesto en las asambleas del género humano».
El profesor no sólo le permitió defender su petición, sino que la estimuló a hacerlo, concediéndole el uso de la palabra cuando otras personas deseaban hablar… y sometiendo su propuesta a votación, a pesar de que no había sido apoyada por nadie. (El Congreso funcionaba de acuerdo con unas normas que el profesor conocía perfectamente pero que sólo seguía cuando se adaptaban a su conveniencia). La propuesta fue rechazada por aclamación.
Entonces, alguien se puso en pie y dijo que desde luego aquella larga lista no encajaba en la Declaración. Pero ¿no sería conveniente que tuviéramos unos principios generales? ¿Tal vez una afirmación de que Luna Libre garantizaba la libertad, la igualdad y la seguridad para todos? Y, puestos a hacer las cosas, ¿por qué no hacerlas bien y garantizar explícitamente «aire gratis» para todos? Desde luego, aunque lo correcto sería decir «aire y agua gratis», ya que no se tiene «libertad» ni «seguridad» a menos de que se disponga de aire y de agua.
Aire, agua y comida.
Aire, agua, comida y vivienda.
Aire, agua, comida, vivienda y calor.
No, en vez de «calor» decir «energía», y quedaba todo cubierto. Absolutamente todo.
¿Todo? ¿Ha perdido usted el juicio, amigo? Dice usted que todo queda cubierto, y se deja lo más importante en el tintero. ¿O es que las mujeres no tenemos derecho a opinar? Tenemos que decirles desde el primer momento que no permitiremos que aterricen más naves a no ser que lleven tantas mujeres, al menos, como hombres. Al menos, he dicho… Y no firmaré la Declaración si no se establecen unas normas adecuadas para la inmigración.
El profesor continuaba sonriendo.
Empecé a comprender por qué el profesor había dormido todo el día y no llevaba ninguna clase de pesos. Yo estaba cansado, después de pasar todo el día dentro de un traje-p más allá de la catapulta principal, ajustando los últimos radares balísticos reinstalados. Y todo el mundo estaba cansado; alrededor de las once la multitud empezó a dispersarse, convencida de que aquella noche no se decidiría nada y aburrida de tanta cháchara inútil.
Era algo más de medianoche cuando alguien preguntó por qué aquella Declaración llevaba fecha del cuatro cuando aún estábamos a dos. El profesor dijo afablemente que ya estábamos a tres de julio… y que no parecía probable que nuestra Declaración pudiera ser anunciada antes del cuatro. Y el cuatro de julio tenía un simbolismo histórico que podía resultar favorable.
Varios congresistas se marcharon al oír que probablemente no se resolvería nada hasta el cuatro de julio. Pero yo empecé a observar algo: la sala volvía a llenarse a medida que se iba vaciando. Finn Nielsen se deslizó hasta un asiento que acababa de quedar desocupado. El camarada Clayton de Hong Kong pasó junto a nosotros, oprimió mi hombro, sonrió a Wyoh y encontró un asiento. Localicé a mis lugartenientes más jóvenes, Slim y Hazel, y estaba pensando que tendría que proporcionarle una coartada a Hazel diciéndole a Mum que la había retenido por asuntos del Partido… cuando vi a Mum sentada junto a ellos. Y a Sidris. Y a Greg, al que suponía en la nueva catapulta.
Miré a mi alrededor y localicé a una docena más: el editor de la Lunaya Pravda, el Director general de la LuNoHoCo y otros, todos ellos camaradas activos. Empecé a comprender la maniobra del profesor. Aquel Congreso no había tenido nunca unos miembros fijos; y aquellos camaradas tenían tanto derecho a ocupar una plaza como los que habían estado hablando durante un mes. Ahora estaban ocupando la plaza… y rechazando todas las enmiendas.
Alrededor de las tres, cuando me estaba preguntando cuanto tiempo más podría resistir, alguien entregó una nota al profesor. Este la leyó, golpeó la mesa con su maza y dijo:
—Adam Selene solicita autorización para dirigir la palabra a este Congreso. ¿Concedida por unanimidad?
De modo que la pantalla se iluminó y apareció en ella el rostro de Adam Selene. Dijo que había estado siguiendo el debate por video y que le habían complacido mucho las numerosas críticas meditadas y constructivas. Pero ¿podía hacer una sugerencia? ¿Por qué no admitir que cualquier documento escrito era imperfecto? Si esta Declaración era en términos generales lo que deseaban, ¿por qué no posponer la perfección para más tarde y aprobarla en su forma actual?
—«Esto es cuanto quería decir. Honorable Presidente, permítame que me retire».
Resonó un aullido de aprobación. El profesor dijo:
—¿Alguna objeción? —y esperó con la maza levantada. Un hombre que había estado hablando cuando Adam pidió ser escuchado dijo:
—Bueno… yo sigo diciendo que es un participio ambiguo, pero de acuerdo, vamos a dejarlo.
El profesor dejó caer la maza.
—¡Aprobada por unanimidad!
Luego desfilamos todos y firmamos en un rollo de pergamino que había sido «traído de la oficina de Adam»… y me di cuenta de que en él figuraba la firma de Adam Selene. Firmé debajo mismo de Hazel: la chica había aprendido a escribir, aunque el estudio no era lo suyo. El camarada Clayton firmó con su nombre de guerra y con su verdadero nombre en japonés, tres pequeños dibujos uno encima del otro. Dos camaradas firmaron con una X. Todos los jefes del Partido estaban allí aquella noche (mañana), todos firmaron, cosa que hicieron también los escasos «congresistas» que se habían quedado —poco más de una docena—, para que sus nombres pasaran a la historia. Y con ello comprometieron «su vida, su fortuna y su honor».
Mientras la cola avanzaba lentamente y la gente intercambiaba comentarios, el profesor golpeó la mesa con su maza para llamar la atención.
—Solicito voluntarios para una peligrosa misión. Esta Declaración será transmitida por los canales de noticias… pero debe ser presentada personalmente a las Naciones Federadas, en Tierra.
Aquello terminó con todas las conversaciones. El profesor me estaba mirando a mí. Tragué saliva y dije:
—Me ofrezco como voluntario.
Wyoh me hizo eco:
—¡Y yo!
Y la pequeña Hazel Meade dijo:
—¡Y yo también!
Al cabo de unos instantes eran una docena, desde Finn Nielsen hasta Gospodin Participio-Ambiguo (el cual resultó ser una excelente persona, al margen de sus «manías» gramaticales). El profesor anotó los nombres y murmuró algo acerca de mantener contacto hasta que dispusiéramos de un medio de transporte.
Hice un aparte con el profesor y le dije:
—Creo que está demasiado cansado, profesor. Sabe perfectamente que el viaje de la nave que tenía que llegar el día siete ha sido cancelado. Ahora están hablando de aplicarnos un embargo total. La próxima nave que envíen a Luna será un barco de guerra. ¿Cómo piensa viajar? ¿En calidad de prisionero?
—¡Oh! No utilizaremos sus naves.
—¿De veras? ¿Vamos a construir una? ¿Tiene alguna idea de lo que tardaremos en construirla? Si es que podemos construirla, cosa que dudo.
—Manuel, Mike dice que es necesario… y lo ha preparado todo.
Yo sabía que Mike decía que era necesario; se había enfrentado con el problema desde que nos enteramos de que aquellos genios del Observatorio habían logrado establecer contacto con Tierra. Ahora nos concedía únicamente una probabilidad contra cincuenta y tres… con la imperativa necesidad de que el profesor se trasladara a Earthside. Pero yo no soy de los que se preocupan por las imposibilidades; había pasado el día trabajando para sacar adelante aquella única probabilidad contra cincuenta y tres.
—Mike proporcionará la nave —continuó el profesor—. Ha terminado de proyectarla con resultados satisfactorios.
—¿De veras? ¿Desde cuándo es ingeniero Mike?
—¿No lo es? —inquirió el profesor.
Empecé a contestar, y me callé. Mike no tenía ningún título, pero sabía más sobre ingeniería que cualquier hombre vivo. Y sobre las obras de Shakespeare, o acertijos, o historia, por no citar más.
—Explíqueme eso.
—Manuel, iremos a Tierra nosotros, como un cargamento de cereales.
—¿Qué? ¿Quiénes son «nosotros»?
—Tú y yo. Los otros voluntarios son meramente decorativos.
—Mire, profesor —dije—. Yo me quedo. He trabajado duramente cuando todo parecía una entelequia. He cargado con esos pesos previniendo la posibilidad de tener que ir a ese horrible lugar. Pero viajando en una nave, provista como mínimo de un piloto Cyborg para ayudarme a descender de un modo seguro. No pienso bajar como un meteorito.
El profesor dijo:
—Muy bien, Manuel. Siempre he creído en la libertad de elegir. Irá tu sustituta.
—Mi… ¿Quién?
—La camarada Wyoh. Que yo sepa, es la única persona, sin contarte a ti, que se está entrenando para el viaje… aparte de unos cuantos terráqueos.
De modo que tuve que resignarme y aceptar. Pero antes hablé con Mike. Me dijo pacientemente:
—Man, mi primer amigo, no tienes por qué preocuparte. Estás catalogado como cargamento KM117, serie ’76, y llegarás a Bombay sin novedad. Para más seguridad —para seguridad tuya—, he escogido ese medio de transporte porque entrará en la orbita de Tierra y aterrizará cuando la India esté encarada hacia mí… y he añadido una contraorden a fin de poder sustraerte al control del suelo si no te manejan de un modo que me parezca adecuado. Confía en mí, Man; todo ha sido planeado cuidadosamente; incluso la decisión de no interrumpir los embarques de cereales en los momentos más críticos formaba parte de este plan.
—Podrías habérmelo dicho.
—No había ninguna necesidad de preocuparte. El profesor tenía que saberlo, y me he mantenido en contacto con él. Pero tú vas simplemente a cuidar de él a la ida y al regreso… y a realizar su trabajo si él muere, un factor sobre el cual no puedo darte ninguna seguridad.
Suspiré.
—De acuerdo. Pero supongo que no creerás que puedes pilotar un transporte para un aterrizaje suave a esa distancia… La velocidad de la luz es una velocidad excesiva, incluso para ti.
—Man, ¿crees acaso que no soy entendido en balística? He analizado minuciosamente toda la trayectoria, y la duración del punto muerto previo al aterrizaje es de cuatro segundos… y puedes confiar en que no desperdicio milésimas de segundo. En esos cuatro segundos recorrerás treinta y dos kilómetros, durante los cuales serás recogido por los controles de Tierra. Pero, dado que mis reflejos son mucho más rápidos que los de un piloto en un aterrizaje manual debido a que yo no pierdo tiempo reuniendo todos los datos de una situación y decidiendo lo que debo hacer, puedo adelantarme a tu trayectoria en cuatro segundos y responder inmediatamente si se produce un improbable fallo.
—¡Es posible que ese cacharro no tenga ni siquiera un altímetro!
—Lo tiene ahora. Man, por favor confía en mí; he pensado en todo. El único motivo de que haya añadido ese equipo extra es el deseo de tranquilizarte. El control de Poona no ha cometido un solo error en los últimos cinco mil cargamentos. Para una computadora es un brillante historial.
—De acuerdo. Otra cosa, Mike: ¿será muy fuerte el topetazo contra el suelo al aterrizar?
—Desde luego que no, Man. El primer contacto con el suelo será el equivalente a una caída desde cincuenta metros, pero inmediatamente entrarán en acción los amortiguadores que producirán un par de rebotes, muy suaves. Ten en cuenta que, para ahorrar material, los cascos de esos transportes son lo más ligeros posible: un aterrizaje demasiado violento los destrozaría.
—Comprendo. Mike, ¿qué efecto produciría en ti una caída semejante?
—En mi estado actual, supongo que estropearía muchas de mis conexiones esenciales. Sin embargo, estoy más interesado en las aceleraciones sumamente elevadas y transitorias que voy a experimentar a causa de las ondas expansivas cuando Tierra empiece a bombardearnos. Los datos son insuficientes para una predicción… pero puedo perder el control de mis funciones remotas, Man. Este podría ser un factor importante en cualquier situación táctica.
—Mike, ¿crees realmente que van a bombardearnos?
—Cuenta con ello, Man. Por eso es tan importante ese viaje.
Interrumpí la comunicación y fui a ver aquel ataúd. Hubiera hecho mejor quedándome en casa.
¿Habéis visto nunca uno de esos absurdos «envases»? Un simple cilindro de acero, con cohetes retropropulsores y direccionales y un sistema de radar. Se parece a una nave espacial del mismo modo que un par de alicates se parecen a mi brazo número tres. El destinado a nuestro viaje estaba abierto por la mitad: un grupo de mecánicos instalaba nuestros «alojamientos».
No había cocina. Ni W. C. Ni nada. ¿Por qué molestarse? Sólo íbamos a permanecer en él cincuenta horas. Iniciaríamos el viaje con el cuerpo vacío a fin de que no tuviéramos que llevar «paquete» debajo del traje-p. ¿Para qué queríamos un salón, o un bar, si en ningún momento podríamos salir de nuestro traje-p? Iríamos drogados, seguramente.
Al menos, el profesor estaría drogado casi todo el tiempo; yo tenía que estar despejado al aterrizar a fin de intentar salir de aquella trampa mortal si algo salía mal y nadie acudía con un abrelatas. Estaban instalando una especie de cunas adaptadas a la parte posterior de nuestros trajes-p; viajaríamos atados a aquellos agujeros, y permaneceríamos allí hasta llegar a Tierra. Parecían más preocupados por lograr que la masa total igualara a la del trigo desplazado y con el mismo centro de gravedad, que por nuestra comodidad; aunque el ingeniero que dirigía las operaciones me dijo que se había previsto un almohadillado en el interior de nuestros trajes-p.
La noticia me alegró: aquellos agujeros no tenían aspecto de ser blandos, precisamente.
Regresé a casa en un estado de ánimo más bien deprimido.
Wyoh no cenó con nosotros, algo anormal. Greg cenó con nosotros, algo más anormal todavía. Nadie hizo ningún comentario acerca del viaje que tenía que emprender al día siguiente, aunque todos estaban enterados. Pero no me di cuenta de que se preparaba algo especial hasta que los más jóvenes abandonaron la mesa sin que nadie se lo ordenase. Entonces supe por qué Greg no había regresado a Mare Undarum después del Congreso aplazado aquella mañana: alguien había solicitado un consejo de familia.
Mum miró a su alrededor y dijo:
—Estamos todos aquí. Alí, cierra aquella puerta. Abuelo, ¿quieres empezar?
El decano de nuestros maridos dejó de remover su café e irguió la cabeza. Recorrió la mesa con la mirada y dijo en tono firme:
—Veo que estamos todos aquí. Veo que los niños se han acostado. Veo que no hay ningún forastero, ningún huésped. Digo que nos hemos reunido de acuerdo con las costumbres establecidas por Black Jack Davis, nuestro Primer Marido, y Tillie, nuestra Primera Esposa. Si hay algún asunto que afecte a la seguridad y a la felicidad de nuestro matrimonio, debe ser discutido ahora. Esta es nuestra costumbre.
El abuelo se volvió hacia Mum y dijo amablemente:
—Tú tienes la palabra, Mimi —y se retrepó indolentemente en su asiento. Por unos instantes había sido el hombre fuerte, guapo, viril, dinámico, de la época en que fui optado… y pensé con repentinas lágrimas en lo afortunado que había sido.
Luego no supe si sentirme afortunado o no. El único motivo que podía encontrar para un consejo de familia era el hecho de que al día siguiente tenía que emprender un viaje a Tierra, envasado como trigo. ¿Acaso Mum trataba de que la Familia se pronunciara contra aquel viaje? Nadie estaba obligado a amoldar su conducta a las conclusiones de un consejo de familia. Pero todos lo habían hecho siempre. Esa era la fuerza de nuestro matrimonio: el saber permanecer unidos en los momentos decisivos.
Mimi estaba diciendo:
—Si hay alguien que tenga que decir algo que deba ser discutido, puede hablar.
Greg dijo:
—Hablaré yo.
—Escuchemos a Greg.
Greg es un buen orador. Está acostumbrado a hablar con absoluta seguridad delante de una congregación sobre materias de las cuales yo no me siento seguro ni siquiera cuando estoy solo. Pero aquella noche parecía haber perdido la confianza en sí mismo.
—Bueno… ejem… siempre hemos tratado de mantener este matrimonio en equilibrio, procurando que la edad de los jóvenes compensara la edad de los viejos, de acuerdo con la tradición que recibimos. Pero algunas veces nos hemos saltado la norma… por un motivo justificado. —Miró a Ludmilla—. Y lo hemos reajustado más tarde. —Miró de nuevo hacia uno de los extremos de la mesa, a Frank y a Alí, uno a cada lado de Ludmilla.
»A través de los años, como podéis comprobar por los registros familiares, el promedio de la edad de los maridos ha sido de cuarenta años, y el de las esposas de treinta y cinco, y esa diferencia coincide con la existente al principio de nuestro matrimonio, hace casi cien años, ya que Tillie tenía quince años cuando optó a Black Jack y él acababa de cumplir los veinte. En este momento el promedio de edad de los maridos es casi exactamente de cuarenta años, en tanto que el promedio…
Mum dijo en tono firme:
—La aritmética no importa, querido Greg. Al grano.
Yo estaba tratando de adivinar a quién podía referirse Greg. Es cierto que durante el último año no había parado mucho en casa, y que la mayoría de las veces, cuando llegaba todo el mundo estaba durmiendo. Pero Greg se estaba refiriendo claramente a una nueva optación, y en nuestro matrimonio nadie propone un nuevo enlace sin antes dar a todo el mundo la oportunidad de estudiar a fondo al nuevo cónyuge en perspectiva.
Hasta tal punto soy estúpido. Greg carraspeó y dijo:
—¡Propongo a Wyoming Knott!
He dicho que soy estúpido. Comprendo a las máquinas y las máquinas me comprenden a mí. Pero no pretendo saber nada acerca de la gente. Cuando llegue a ser marido decano, si es que vivo tanto tiempo, haré exactamente lo que el abuelo hace con Mum: dejar que Sidris gobierne. Sólo que… Bueno, Wyoh ingresó en la iglesia de Greg. Yo simpatizo con Greg, quiero a Greg. Y le admiro. En realidad, yo había sospechado que la conversión de Wyoh era una prueba de que ella haría cualquier cosa por nuestra Causa.
Pero Wyoh había reclutado a Greg incluso antes. Y había realizado numerosos viajes al nuevo emplazamiento, ya que para ella el desplazarse resultaba más fácil que para el profesor o para mí. Bueno, me cogió desprevenido. Algo que no debió ocurrir.
—Greg —dijo Mimi—, ¿tienes motivos para creer que Wyoming aceptará ser optada por nosotros?
—Sí.
—Muy bien. Todos conocemos a Wyoming. Estoy segura de que nos hemos formado una opinión sobre ella. No veo ningún motivo para discutir el asunto… a menos de que alguien tenga algo que decir. Si es así, puede hablar.
Para Mum no había sido una sorpresa. Ni para el resto de la familia, ya que Mum nunca deja que se celebre un consejo hasta que está segura del desenlace.
Pero me pregunté por qué Mum estaba segura de mi opinión, tan segura que ni siquiera la había tanteado anticipadamente. Me sentí acometido por una gran incertidumbre, sabiendo que debería hablar, sabiendo que estaba enterado de algo terrible que nadie más sabía. Algo que a mí no me importaba, pero que podía importarles a Mum y a todas nuestras mujeres.
Permanecí sentado, como un cobarde, y no dije nada.
—Muy bien —dijo Mum—. Vamos a pasar lista. ¿Ludmilla?
—¿Yo? Bueno, quiero mucho a Wyoh, todo el mundo lo sabe. ¡Desde luego!
—¿Lenore?
—Bueno, puedo intentar que se decida a ser otra vez morena. Es su único defecto: ser más rubia que yo. ¡Da!
—¿Sidris?
—Afirmativo. Wyoh es de los nuestros.
—¿Anna?
—Yo tengo algo que decir antes de expresar mi opinión, Mimi.
—No creo que sea necesario, querida.
—De todos modos, quiero aclarar bien las cosas, tal como hacía siempre Tillie, según nuestras tradiciones. En este matrimonio cada esposa ha llevado su carga, ha dado hijos a la familia. Tal vez sea una sorpresa para algunos de vosotros saber que Wyoh ha tenido ocho hijos…
Desde luego sorprendió a Alí; hizo un gesto brusco con la cabeza y se quedó con la boca abierta. Yo miré fijamente mi plato. ¡Oh, Wyoh, Wyoh! ¿Cómo he podido permitir que ocurriera esto? Tenía que haber hablado.
Y me di cuenta de que Anna seguía hablando:
—… de modo que ahora puede tener hijos propios; la operación fue un éxito. Pero ella está preocupada por la posibilidad de dar a luz a un niño anormal, a pesar de todas las seguridades que le dio el director de la clínica de Hong Kong. Creo que debemos rodearla de cariño para hacerla olvidar sus temores.
—Todos la queremos —dijo Mum—. Y no le faltará nuestro cariño. Anna, ¿quieres expresar ahora tu opinión?
—No creo que sea necesario. Fui a Hong Kong con ella y estuve a su lado, sujetando su mano, mientras la operaban. Opto por Wyoh.
—En esta familia —dijo Mum— siempre hemos creído que nuestros maridos tenían derecho al veto. Tillie estableció la norma, y siempre ha funcionado bien. ¿Abuelo?
—¿Eh? ¿Decías algo, querida?
—Estamos optando a Wyoming, Gospodin Abuelo. ¿Das tu consentimiento?
—¿Qué? ¡Oh, sí, desde luego, desde luego! Una muchacha encantadora. Por cierto, ¿qué ha sido de aquella linda negrita que tenía un nombre parecido? ¿Se cansó de nosotros?
—¿Greg?
—Yo la he propuesto.
—¿Manuel? ¿Estás de acuerdo?
—¿Yo? Ya me conoces, Mum.
—Sin duda, querido. Pero a veces me pregunto si tú te conoces a ti mismo. ¿Hans?
—¿Qué pasaría si dijera «No»?
—Perderías algunos dientes, sencillamente —dijo Lenora—. Hans vota «Sí».
—Dejaos de juegos, queridos —dijo Mum en tono de suave reproche—. La optación es un asunto serio. Habla, Hans.
—Da. Yes. Ja. Oui. Sí. Por fin tendremos una rubia encantadora en esta… ¡Ay!
—Basta, Lenore. ¿Frank?
—Sí, Mum.
—¿Alí?
El joven enrojeció y no pudo hablar. Asintió vigorosamente con la cabeza.
En vez de nombrar a un marido y a una esposa para que buscaran a la elegida y le propusieran ser optada por nosotros, Mum envió a Ludmilla y a Anna para que trajeran a Wyoh inmediatamente… y dio la casualidad de que Wyoh estaba muy cerca: en el Bon Ton, concretamente. No fue aquella la única irregularidad; en vez de fijar una fecha y preparar una fiesta de esponsales, llamamos a nuestros hijos, y veinte minutos después Greg tenía su Libro abierto y todos nosotros formulábamos nuestros votos… y finalmente penetró en mi confuso cerebro la idea de que todas aquellas prisas eran debidas al viaje que yo debía emprender al día siguiente.
Y no es que aquello pudiera importarme, salvo como símbolo del amor que me profesaba mi familia, dado que una novia pasa la primera noche con su marido decano, y la segunda y la tercera las pasaría yo en el espacio. Pero me importó, de todos modos, y cuando las mujeres empezaron a llorar durante la ceremonia, no pude evitar que unas lágrimas se deslizaran por mis mejillas.
Luego, Wyoh nos besó a todos y se marchó del brazo del abuelo. Me acosté en mi taller, solo. Estaba terriblemente cansado y los últimos dos días habían sido muy duros. Pensé en los ejercicios y decidí que era demasiado tarde; pensé en llamar a Mike y preguntarle qué noticias había en Tierra. Me quedé dormido.
No sé cuanto tiempo llevaba durmiendo cuando me di cuenta de que ya no dormía y de que había alguien en la habitación.
—¿Manuel? —susurró alguien en la oscuridad.
—¿Eh? ¡Wyoh! Se supone que no tendrías que estar aquí, querida.
—Se supone que tendría que estar aquí, marido mío. Mum sabe que estoy aquí, lo mismo que Greg. Y el abuelo se durmió inmediatamente.
—¡Oh! ¿Qué hora es?
—Casi las cuatro. Por favor, querido, ¿puedo meterme en la cama?
—¿Qué? ¡Oh, desde luego! —Tenía que recordar algo. ¡Oh, sí!—: ¿Mike?
—¿Sí, Man? —respondió.
—Desconecta. No escuches. Si me necesitas para algo, llámame al teléfono de la Familia.
—De acuerdo. Wyoh me lo ha contado todo, Man ¡Felicidades!
Luego, la cabeza de Wyoh se apoyó sobre mi muñón y yo rodeé su cintura con mi brazo derecho.
—¿Por qué lloras, Wyoh?
—¡No estoy llorando! Sólo estoy terriblemente asustada. ¡Tengo miedo de que no regreses!