De modo que una ola de patriotismo barrió nuestra nueva nación y la unificó.
¿No es eso lo que dice la historia? ¡Oh, hermano!
Palabra de honor que preparar una revolución no plantea tantos problemas como haberla ganado. Aquí estábamos, controlándolo todo demasiado pronto, sin nada preparado y con un millar de cosas por hacer. La Autoridad en Luna había desaparecido… pero la Autoridad Lunar en Tierra y las Naciones Federadas que la apoyaban seguían en pie, y muy vivas. Si hubieran enviado un transporte de tropas y puesto en órbita un crucero durante las dos primeras semanas, podían haber reconquistado Luna a un precio irrisorio. No éramos más que una horda desorganizada.
La nueva catapulta había sido sometida a prueba, pero los proyectiles de que disponíamos podían contarse con los dedos de una mano… de mi mano izquierda. Y una catapulta no era un arma que pudiera ser utilizada contra las naves, ni contra las tropas. Teníamos nociones de lucha contra naves, pero de momento no eran más que nociones. Disponíamos de unos cuantos centenares de rifles láser rudimentarios almacenados en Hong Kong Luna —los mecánicos chinos son listos—, pero pocos hombres entrenados para utilizarlos.
Además, la Autoridad ejercía unas funciones útiles. Comprar hielo y cereales, vender aire, agua y energía, mantener la propiedad o el control en una docena de puntos clave. Al margen de lo que pudiera hacerse en el futuro, las ruedas tenían que girar. Tal vez la destrucción de las oficinas de la Autoridad en la ciudad había sido precipitada (yo lo creía así), ya que se perdieron todos los archivos y registros. Sin embargo, el profesor opinaba que los lunáticos, todos los lunáticos, necesitaban un símbolo para odiarlo y destruirlo, y aquellas oficinas eran menos valiosas y más públicas.
Pero Mike controlaba las comunicaciones, y esto equivalía a controlar la mayoría de las cosas. El profesor había empezado con el control de las noticias y de Tierra, dejando a cargo de Mike la censura y el falseamiento de los despachos hasta que decidiésemos lo que podíamos decirle a Tierra, y había añadido la sub-fase «M», la cual aislaba el Complejo del resto de Luna, y con él el Observatorio Richardson y laboratorios asociados: el Radioscopio Pierce, la Estación Selenofísica, etc. Esto planteaba un problema, ya que siempre había científicos terráqueos yendo y viniendo y quedándose en Luna durante períodos de hasta seis meses, prolongando su estancia por medio del centrifugador. La mayoría de los terráqueos que se encontraban en Luna, aparte de un puñado de turistas —treinta y cuatro— eran científicos. Había que hacer algo con respecto a aquellos terráqueos pero entretanto era suficiente evitar que hablaran con Tierra.
Más tarde, el Complejo quedó aislado también por teléfono y Mike no permitía que las cápsulas se detuvieran en ninguna estación del Complejo cuando el Tubo volvió a funcionar, cosa que ocurrió cuando Finn Nielsen y sus hombres terminaron con el trabajo sucio.
Resultó que el Alcaide no había muerto, ni nosotros habíamos planeado matarle; el profesor opinaba que un Alcaide vivo podía ser eliminado en cualquier momento, en tanto que un Alcaide muerto no podía ser resucitado si le necesitábamos. Su plan consistía en neutralizarle, asegurarse de que ni sus guardianes ni él estaban en condiciones de luchar, y ocupar rápidamente la residencia mientras Mike restablecía el suministro de oxígeno.
Con los ventiladores girando a la velocidad máxima, Mike calculó que tardaría poco más de cuatro minutos en reducir el oxígeno a cero; es decir, cinco minutos de hipoxia creciente, cinco minutos de anoxia, y luego forzar la cámara reguladora de presión de aire mientras Mike introducía oxígeno puro para restablecer el equilibrio. Esto no mataría a nadie… pero inutilizaría a una persona tan completamente como la anestesia. Existía la posibilidad de que algunos de los que estaban dentro, o incluso todos, dispusieran de trajes-p. Pero ni siquiera eso tenía importancia: la hipoxia es sumamente insidiosa, y uno puede irse al otro mundo sin darse cuenta de que le falta oxígeno. Es el error fatal favorito de los recién llegados a Luna.
De modo que el Alcaide superó la prueba, y con él tres de sus mujeres. Pero el Alcaide, aunque vivo, no servía para nada; su cerebro había padecido una excesiva falta de oxigenación y se había convertido en un vegetal. Ninguno de los guardianes se recuperó, a pesar de que eran más jóvenes que el Alcaide; al parecer, la anoxia les había afectado de un modo muy raro: les había desnucado.
En el resto del Complejo no hubo ninguna víctima. Cuando volvieron a encenderse las luces y se normalizó el suministro de oxígeno, todo el mundo se encontraba perfectamente, incluidos los seis violadores-asesinos encerrados en uno de los barracones. Finn decidió que fusilarles sería demasiado bueno para ellos, de modo que se nombró juez y utilizó a su escuadrón como jurado.
Los seis Dragones fueron desnudados, atados de pies y manos y entregados a las mujeres del Complejo. Me pone enfermo pensar en lo que ocurrió a continuación, pero no creo que su tortura durase tanto como la que había tenido que soportar Marie Lyons. Las mujeres son unos seres desconcertantes: dulces, suaves, cariñosas… y mucho más salvajes que nosotros.
¿Y los espías? Wyoh se había manifestado siempre decidida partidaria de eliminarlos, pero cuando llegó el momento de tomar una decisión acerca de ellos sus ansias homicidas se habían enfriado del todo. Creí que la actitud del profesor coincidiría con la suya, pero me equivocaba. El profesor sacudió la cabeza:
—No, querida Wyoh, por mucho que deplore la violencia, con un enemigo sólo pueden hacerse dos cosas: matarle, o convertirle en un amigo. Cualquier solución intermedia acarreará problemas en el futuro. Un hombre que traiciona a sus amigos una vez volverá a hacerlo, y nosotros tenemos por delante un largo período durante el cual un espía puede ser peligroso; hay que eliminarles. Y públicamente, para que sirvan de escarmiento.
—Profesor —dijo Wyoh—, en cierta ocasión declaró usted que si alguna vez condenaba a un hombre, le eliminaría personalmente. ¿Es eso lo que piensa hacer ahora?
—Sí y no. Su sangre estará en mis manos: acepto la responsabilidad. Pero se me ha ocurrido una solución más susceptible de desalentar a otros espías.
De modo que Adam Selene anunció que aquellas personas habían sido empleadas por Juan Álvarez, difunto jefe de Seguridad de la desaparecida Autoridad, como espías a sueldo. Y citó los nombres y direcciones. Adam no sugirió lo que había que hacer.
Uno de los espías sobrevivió siete meses cambiando de conejeras y de nombre. Luego, a principios del 77, se encontró su cadáver en un pasillo de Novylen. Pero la mayoría de ellos sólo sobrevivieron algunas horas.
Inmediatamente después del golpe de estado nos enfrentamos con un problema que hasta entonces no habíamos previsto: el propio Adam Selene. ¿Quién es Adam Selene? ¿Dónde está? Esta es su revolución; él ha manejado todos los detalles, todos los camaradas conocen su voz. Ahora hemos salido de la clandestinidad, de modo que… ¿dónde está Adam?
Discutimos el problema aquella primera noche, en la habitación L del Raffles, mientras tomábamos decisiones acerca de un centenar de cosas que había que resolver inmediatamente, mientras «Adam» se ocupaba de otras tareas específicas tales como componer noticias falsas para enviar a Tierra, mantener aislado al Complejo, y otras. (No es posible dudarlo: sin Mike no nos hubiéramos apoderado de Luna ni la hubiésemos conservado).
Opiné que el profesor debía convertirse en «Adam». El profesor era siempre nuestro proyectista y nuestro teórico; todo el mundo le conocía; algunos camaradas clave sabían que era el «Camarada Bill», y todos los demás conocían y respetaban al Profesor Bernardo de la Paz. Había sido el maestro de la mitad de los ciudadanos más prominentes de Luna City, y de muchos de otras conejeras, y todos los personajes importantes de Luna sabían quién era.
—No —dijo el profesor.
—¿Por qué no? —inquirió Wyoh—. Profesor, ha sido usted optado. Díselo, Mike.
—Me reservo el comentario —dijo Mike—. Quiero oír lo que el profesor tiene que alegar.
—Me atrevería a decir que ya has analizado el problema, Mike —respondió el profesor—. Wyoh, mi más querida camarada, no me negaría si la cosa fuera posible. Pero no hay manera de hacer que mi voz coincida con la de Adam… y todos los camaradas conocen a Adam por su voz. Mike la hizo memorable precisamente con esa finalidad.
A continuación estudiamos la posibilidad de que el profesor apareciera solamente por video, dejando que Mike «doblara» con la voz de Adam todo lo que el profesor dijera.
Le dimos vueltas al asunto. Demasiadas personas conocían al profesor, le habían oído hablar; su voz y su oratoria no podían ser compaginadas con Adam. Luego estudiamos la misma posibilidad para mí; mi voz y la de Mike eran de barítono, y no eran muchas las personas que podían reconocer mi voz por teléfono y menos por video.
Imposible. A la gente ya le sorprendería descubrir que yo era uno de los lugartenientes de nuestro Presidente; nunca creería que yo era el número uno.
—Busquemos una solución de compromiso —dije—. Hasta ahora, Adam ha sido un misterio: dejemos que continúe siéndolo. Puede aparecer solamente por video… con una máscara. El profesor suministrará el cuerpo, y Mike la voz.
El profesor sacudió la cabeza:
—No se me ocurre otro medio más seguro de destruir la confianza en nuestro período más crítico que tener un jefe que se cubre el rostro con una máscara. No, Mannie.
Hablamos de buscar a un actor que representara el papel. En Luna no hay actores profesionales, pero entre los aficionados de los Luna Civic Players y del Novy Bolshoi Teatre hay algunos muy buenos.
—No —dijo el profesor—. Aparte de la dificultad de encontrar a un actor que encajara en el personaje, y que no decidiera convertirse en Napoleón, no podemos esperar. Adam tiene que empezar a manejar las cosas no más tarde de mañana por la mañana.
—En tal caso —dije—, tendremos que utilizar a Mike y no hacerle aparecer por video. Solamente por radio. Tendremos que inventar algún pretexto, pero Adam no puede presentarse en público.
—Lamentándolo mucho, estoy de acuerdo —dijo el profesor.
—Man, mi primer amigo —dijo Mike—, ¿por qué dices que no puedo presentarme en público?
—¿Acaso no lo has oído? —dije—. Mike, tenemos que mostrar un rostro y un cuerpo por video. Tú tienes un cuerpo… de varias toneladas de metal. Y no tienes un rostro… afortunadamente para ti, que así no tienes que afeitarte.
—¿Hay algo que me impida mostrar un rostro, Man? En este momento estoy emitiendo una voz. Pero detrás de ella no hay ningún sonido. Puedo solucionar igualmente lo del rostro.
La cosa nos cogió tan de sorpresa que nos quedamos sin habla. Contemplé la pantalla de video, instalada cuando alquilamos la habitación. Una vibración es una vibración. Electrones persiguiéndose unos a otros. Para Mike, el mundo entero eran series variables de vibraciones eléctricas, enviadas o recibidas o persiguiéndose alrededor de sus circuitos.
—No, Mike —dije.
—¿Por qué no, Man?
—¡Porque no puedes! Manejas la voz maravillosamente. Pero eso sólo requiere unos cuantos millares de decisiones por segundo, un ritmo relativamente lento para ti. Pero construir una imagen por video requeriría… hum… unos diez millones de decisiones por segundo. Un ritmo inconcebible, incluso para ti.
—¿Quieres apostar algo, Man? —inquirió tranquilamente Mike.
—¡Si Mike dice que puede hacerlo, puede hacerlo! —intervino Wyoh en tono indignado— Mannie, no deberías hablar de ese modo…
(Wyoh cree que un electrón es algo del tamaño y la forma de un pequeño guisante).
—Mike —dije lentamente—, no quiero apostar nada. Pero, si quieres intentarlo, adelante. ¿Tengo que conectar el video?
—Puedo conectarlo yo —respondió.
—¿Seguro que acertarás con el aparato de esta habitación? No me gustaría que apareciera el espectáculo en alguna otra parte…
—No soy tan idiota, Man —replicó Mike secamente—. Ahora, me permitiréis que me tome el tiempo necesario, ya que admito que esto es lo más difícil que he hecho hasta el momento.
Esperamos en silencio. Luego, la pantalla mostró un gris neutro, con indicios de líneas de exploración. Volvió a ennegrecerse, y después una leve claridad llenó el centro y se congeló en zonas nebulosas, claras y obscuras, elipsoides. No era un rostro, sino la sugerencia de un rostro que se ve en las nubes que cubren Tierra.
Se aclaró un poco y me acordé de las fotografías que pretenden ser de ectoplasmas. El fantasma de un rostro.
Súbitamente se afirmó y vi a «Adam Selene».
Era un retrato fijo de un hombre maduro. No había ningún fondo, sólo un rostro como recortado de un periódico o una revista. Pero era, para mí, «Adam Selene». No podía ser nadie más.
Luego sonrió, moviendo los labios y la mandíbula en un gesto muy rápido… y yo me asusté.
—¿Qué aspecto tengo? —inquirió.
—Adam —dijo Wyoh—, tus cabellos no son tan rizados. Y tendrías que echarlos hacia atrás a ambos lados de la frente. Así parece que lleves un bisoñé, querido.
Mike corrigió aquello.
—¿Está mejor así?
—No del todo… Y, ¿dónde están tus hoyuelos? Al oírte reír, estaba segura de que tenías hoyuelos. Como el profesor.
Mike Adam volvió a sonreír: esta vez tenía hoyuelos.
—¿Cómo debería ir vestido, Wyoh?
—¿Estás en tu oficina?
—Estoy aún en la oficina. Esta noche no puedo moverme de aquí.
Detrás de Adam apareció un fondo gris, que paulatinamente adquirió enfoque y color. Un calendario de pared indicaba la fecha, martes, 19 de mayo de 2076; un reloj señalaba la hora exacta. Cerca de su codo había un vaso de papel lleno de café. Sobre el escritorio, un marco con una fotografía, un grupo familiar, dos hombres, una mujer, cuatro niños. Se oía un ruido de fondo, el apagado rugido de la Plaza de la Antigua Cúpula más fuerte que de costumbre; oí gritos y, a lo lejos, alguien que cantaba la versión de Simon de «La Marsellesa».
De la pantalla surgió la voz de Ginwallah, diciendo:
—¿Gospodin?
Adam se volvió en dirección a la voz.
—Estoy ocupado, Albert —dijo pacientemente—. No puedo atender a ninguna llamada que no proceda de la célula B. Encárgate de todo lo demás. —Se volvió hacia nosotros—. ¿Bien, Wyoh? ¿Alguna sugerencia? ¿Profesor? ¿Man, mi amigo incrédulo?
Me froté los ojos.
—Mike, ¿sabes cocinar?
—Desde luego. Pero nunca lo hago; estoy casado.
—Adam —dijo Wyoh—, ¿cómo puedes tener un aspecto tan pulcro después del día que hemos pasado?
—No dejo que las cosas sin importancia me preocupen. —Miró al profesor—. Profesor, si la imagen es correcta, pasemos a hablar de lo que diré mañana. Puedo hablar en el noticiario de las ocho. Lo anunciaremos durante toda la noche, y transmitiremos la consigna a las células.
Hablamos durante el resto de la noche. Envié a buscar café dos veces, y Mike-Adam recibió otros dos vasos. Cuando encargué emparedados, él le pidió a Ginwallah que le trajera algunos. Vi fugazmente a Albert Ginwallah de perfil. Un babu típico, cortés y levemente desdeñoso. Hasta entonces no había sabido qué aspecto tenía. Mike comía mientras comíamos nosotros, hablando a veces con la boca llena.
Cuando le interrogué (interés profesional), Mike me dijo que después de construir la imagen la había programado para un mando automático a fin de poder dedicar su atención a las expresiones faciales exclusivamente. Pero no tardé en olvidar que todo era pura ficción. El Mike-Adam que estaba conversando con nosotros por video resultaba mucho más convincente que por teléfono.
Alrededor de las tres de la madrugada habíamos establecido nuestro plan de acción y Mike empezó a ensayar su discurso. El profesor añadió algunas frases, y Mike hizo las oportunas rectificaciones. Luego decidimos descansar unas horas, ya que incluso Mike-Adam estaba bostezando… aunque de hecho Mike siguió al pie del cañón, controlando las transmisiones a Tierra, manteniendo el aislamiento del Complejo y escuchando en numerosos teléfonos. El profesor y yo compartimos la cama grande y Wyoh ocupó el sofá. Apagué las luces. Por una vez, dormimos sin pesos.
Mientras desayunábamos, Adam Selene se dirigió a Luna Libre.
Se mostró amable, enérgico, cálido y persuasivo.
—Ciudadanos de Luna Libre, amigos, camaradas: para aquellos de vosotros que no me conocen permitidme que me presente a mí mismo. Soy Adam Selene, Presidente del Comité de Emergencia de Camaradas para Luna Libre… ahora de Luna Libre, ya que al fin somos libres. La llamada «Autoridad», que durante tanto tiempo usurpó el poder en nuestra patria, ha sido derrocada. Me encuentro provisionalmente al frente del gobierno que tenemos: el Comité de Emergencia.
»Muy pronto, lo más rápidamente posible, elegiréis a vuestro propio gobierno —Adam sonrió—. Entretanto, con vuestra ayuda, actuaré lo mejor que sepa. Cometeremos errores: sed tolerantes. Camaradas, si no os habéis revelado a vuestros amigos y vecinos, ha llegado el momento de que lo hagáis. Ciudadanos, os pueden llegar algunas peticiones a través de vuestros camaradas vecinos. Confío en que las atenderéis de buena gana; de este modo apresuraremos el retorno de la normalidad: una nueva normalidad, libre de la Autoridad, libre de guardianes, libre de tropas que coarten nuestros movimientos, libre de pasaportes y registros y detenciones arbitrarias.
»Tiene que haber una transición. A todos os pido que volváis al trabajo, que reanudéis vuestra vida normal. Para aquellos que trabajaban para la Autoridad, la necesidad es la misma. Volved al trabajo. Tendréis los mismos empleos y percibiréis los mismos sueldos, hasta que podamos decidir lo que es indispensable, lo que ha dejado de ser necesario ahora que somos libres, y lo que debe ser modificado. En cuanto a los transportados que cumplían condenas impuestas en Tierra, desde este momento son ciudadanos libres, sus penas han prescrito. Pero confío en que seguirán trabajando. Esto no es una exigencia —la época de las coacciones quedó atrás—, sino una recomendación. Quien lo desee puede abandonar el Complejo, dirigirse libremente a cualquier parte… y el servicio de cápsulas para entrar y salir del Complejo se reanudará inmediatamente. Pero antes de que alguien utilice su recién estrenada libertad para precipitarse hacia la ciudad, me permito recordarle: “nadie regala nada”. Y vale más un plato de comida sencilla, pero caliente y a su hora, que un festín imaginado e imaginario.
»Para asumir provisionalmente aquellas funciones imprescindibles de la desaparecida Autoridad, he solicitado la colaboración del Director General de la Compañía LuNoHo. Esta Compañía ejercerá una supervisión temporal, y estudiará la manera de prescindir definitivamente de las partes tiránicas de la Autoridad y de transferir las partes útiles a manos privadas. Os ruego a todos que le prestéis vuestra ayuda.
»Para vosotros, ciudadanos de naciones terráqueas que os encontráis entre nosotros, científicos y viajeros, mis mejores saludos. Estáis siendo testigos de un acontecimiento poco frecuente, el nacimiento de una nación. Un parto significa sangre y dolor; y aquí no podían faltar. Esperamos que hayan terminado. Nadie os molestará innecesariamente y nos ocuparemos de que podáis regresar a Tierra lo antes posible. No tenemos ningún inconveniente en que os quedéis, y mucho menos en que os convirtáis en ciudadanos de Luna. Pero, de momento, os ruego que permanezcáis fuera de los pasillos, en evitación de incidentes que podrían provocar nuevos e innecesarios derramamientos de sangre. Sed pacientes con nosotros, del mismo modo que emplazo a mis compañeros ciudadanos a ser pacientes con vosotros. Los científicos de Tierra, en el Observatorio y en otras partes, deben continuar con su trabajo e ignorarnos. De este modo ni siquiera se darán cuenta de que estamos padeciendo los dolores del parto de una nueva nación. Lamento tener que decir que de momento nos vemos obligados a intervenir sus comunicaciones con Tierra. Lo exige el bien público, aunque debo insistir en que la medida es provisional y en que la censura será levantada lo más rápidamente posible: a nosotros nos desagrada tanto como a vosotros».
Adam añadió otra petición:
—No tratéis de venir a verme, camaradas, y telefoneadme solamente cuando sea imprescindible. Todos los demás podéis escribirme, si lo estimáis oportuno, y os prometo que vuestras cartas recibirán una atención inmediata. Pero no puedo desdoblarme y el trabajo me agobia. Ayer no dormí absolutamente nada y las perspectivas para hoy no son mejores. No puedo presidir reuniones, no puedo estrechar manos, no puedo recibir delegaciones. Tengo que permanecer atado a esta mesa y trabajar… a fin de librarme lo antes posible de esta tarea y ponerla en manos de los que vosotros habréis elegido libremente. —Sonrió de nuevo—. ¡Confío en que seré tan difícil de ver como Simon Jester!
Fue una emisión de un cuarto de hora, pero lo esencial era esto: volved al trabajo, sed pacientes, dadnos tiempo.
Aquellos científicos casi no nos dieron tiempo. Debí sospecharlo: la responsabilidad era mía.
Todas las comunicaciones con Tierra estaban canalizadas a través de Mike. Pero aquellos cerebros privilegiados disponían de toda clase de material electrónico; en cuanto decidieron hacerlo, sólo tardaron unas horas en montar un aparato emisor capaz de alcanzar Tierra.
Lo que nos salvó fue un viajero que creía que Luna debía ser libre. Intentó telefonear a Adam Selene, pero sólo pudo hablar con una de las mujeres de los niveles C y D que habíamos destinado al servicio telefónico, ya que a pesar de la petición de Mike, media Luna trataba de ponerse en comunicación con Adam Selene después de aquella emisión por video, para formularle toda clase de peticiones o decirle cómo tenía que llevar a cabo su trabajo.
Después de casi un centenar de llamadas desviadas hacia mí a causa del celo excesivo de una camarada de la compañía telefónica, establecimos aquella brigadilla femenina. Afortunadamente, la camarada que recibió aquella llamada intuyó que en aquel caso concreto no era de aplicación la consigna de desalentar a los comunicantes con buenas palabras: me telefoneó a mí.
Unos minutos más tarde, Finn Nielsen y yo, acompañados de varios fusileros, nos dirigimos a la zona del laboratorio. Nuestro informador no se había atrevido a dar su nombre, pero me había dicho dónde podía encontrar el transmisor. Les sorprendimos transmitiendo, y sólo la rápida intervención de Finn evitó que se produjera una carnicería: sus muchachos no se andaban con chiquitas. Pero no queríamos «dar un escarmiento»; Finn y yo lo habíamos decidido por el camino. Resulta difícil asustar a los científicos, sus mentes funcionan de otra manera. Con ellos, había que utilizar otros métodos.
Destrocé a patadas el transmisor y le ordené al Director que reuniera a todo el mundo en el comedor y pasara lista del personal… cerca de un teléfono. Luego hablé con Mike, obtuve de él unos nombres y le dije al Director:
—Doctor, me ha dicho usted que todos estaban presentes. Pero encuentro a faltar a este, y a este, y a… —siete nombres en total—. ¡Tráigalos aquí!
Los terráqueos que faltaban habían sido avisados, pero se habían negado a interrumpir lo que estaban haciendo: típicos hombres de ciencia.
Luego hablé, con los lunáticos a un lado de la sala y los terráqueos en el otro. A los terráqueos les dije:
—Hemos querido tratarles a ustedes como huéspedes. Pero tres de ustedes han intentado, y quizás conseguido, enviar un mensaje a Tierra.
Me volví hacía el Director.
—Doctor, puedo registrar a fondo todos los laboratorios, todas las estructuras de la superficie, todos los rincones, y destruir todo aquello que pueda ser utilizado para construir un transmisor. Soy especialista en electrónica y conozco la amplia variedad de componentes que pueden ser convertidos en transmisores. Supongamos que destruyo todo lo que pueda servir para ese propósito y que, además, para no correr ningún riesgo, aplasto todo lo que no entiendo. ¿Qué pasará?
Por su expresión se hubiera dicho que estaba a punto de matar a su hijo. Palideció.
—Eso interrumpiría todas las investigaciones… destruiría datos de un valor incalculable… ¡representaría una pérdida de miles de millones de dólares!
—Exactamente. Podría llevarme todo ese material, en vez de aplastarlo, y dejar que se las arreglaran ustedes como pudieran.
—Los efectos serían casi los mismos, Gospodin. Debe usted comprender que cuando se interrumpe un experimento…
—Lo sé. Hay otra solución más simple: llevarles a todos ustedes al Complejo e instalarles allí, en los barracones que ocupaban los Dragones. Pero eso también arruinaría los experimentos. Además… ¿de dónde es usted, Doctor?
—De Princeton, Nueva Jersey.
—¿De veras? Lleva aquí cinco meses y no dudo que ha estado haciendo ejercicio y llevando pesos. Doctor, si hiciéramos eso, no volvería usted a ver Princeton. Si le trasladamos a usted, le mantendremos encerrado. Se irá ablandando. Y si el estado de emergencia se prolonga mucho, acabará usted siendo un lunático, le guste o no. Y lo mismo les ocurrirá a todos sus colaboradores.
Uno de los científicos se adelantó: uno de los que se habían negado a acudir a la primera llamada.
—¡No puede usted hacer eso! ¡Va contra la ley!
—¿Qué ley, Gospodin? ¿La que rige en su ciudad natal? —Me volví hacia Nielsen—. Finn, muéstrale la ley.
Finn avanzó unos pasos y apoyó el cañón de su rifle contra el estómago del hombre. Su dedo índice empezó a apretar el gatillo… con el seguro puesto, me di perfecta cuenta.
—¡No le mates, Finn! —dije. Y continué—: Eliminaré a este hombre si eso es lo que hace falta para convencerle a usted. De modo que tengan mucho cuidado con lo que hacen. Si cometen otra tontería, perderán todas sus posibilidades de regresar a Tierra… y arruinarán todos sus experimentos. Doctor, le hago responsable del comportamiento de sus colaboradores.
Me volví hacia los lunáticos.
—Tovarichi, obligadles a portarse bien. Estableced vuestro propio sistema de vigilancia. No contemporicéis con los terráqueos. Si tenéis que eliminar a alguno, no vaciléis. —Me volví al Director—. Doctor, cualquier lunático puede ir a cualquier parte en cualquier momento… incluso al dormitorio de usted. Sus asistentes ya no son sus jefes en lo que respecta a la seguridad; si un lunático decide seguirle a usted o a cualquiera a un W. C., no discuta; podría ponerle nervioso.
Me volví hacia los lunáticos.
—¡La seguridad ante todo! Cada uno de vosotros trabaja para algún terráqueo: ¡vigiladle! Distribuid la tarea entre todos y no omitáis nada. Vigiladles tan de cerca que no puedan construir una ratonera, y mucho menos un transmisor. Y si las necesidades del servicio de vigilancia afectan a vuestro trabajo, no os preocupéis; vuestro salario será el mismo.
Pude ver sonrisas. Un puesto de ayudante de laboratorio era el mejor empleo que un lunático podía encontrar en aquellos días, pero trabajaban a las órdenes de unos terráqueos que nos miraban con aire de superioridad, considerándonos unos subproductos o poco menos.
Tuve que arreglarlo así. Al recibir la llamada telefónica, lo primero que se me ocurrió fue eliminar a los culpables. Pero el profesor y Mike me hicieron recapacitar: el Plan no permitía violencia contra terráqueos que pudieran ser evitadas.
Instalamos «oídos», receptores ultrasensibles de banda ancha, alrededor de la zona del laboratorio, dado que incluso los transmisores más direccionales se esparcen un poco por la vecindad. Y Mike escuchó en todos los teléfonos de la zona. Después de eso, nos mordimos las uñas y esperamos.
No tardamos en tranquilizarnos, ya que las noticias llegadas de Tierra eran completamente normales; parecían aceptar las transmisiones censuradas sin sospechar nada. También el tráfico comercial y privado, lo mismo que las transmisiones de la Autoridad, parecían rutinarios. Entretanto, nosotros trabajábamos intentando realizar en unos días una tarea que requería meses.
Una circunstancia favorable para nosotros era el hecho de que en Luna no había en aquel momento ninguna nave de pasajeros, ni se esperaba la llegada de ninguna hasta el 7 de julio. Desde luego, podíamos haber hecho frente a la situación invitando a los oficiales de una nave a «cenar con el Alcaide» o algo por el estilo, controlando luego sus transmisores o desmontándolos. Y no hubiesen podido despegar sin nuestra ayuda, ya que teníamos que suministrarles agua para sus sistemas de reacción. Poca agua, comparada con la que se precisaba para los embarques de cereales: una nave de pasajeros al mes representaba un tráfico intenso en aquella época, en tanto que los embarques de cereales se realizaban diariamente. Lo cual significaba que la llegada de una nave no era una dificultad insuperable; de todos modos, era preferible disfrutar de aquel respiro, que nos alentaba en nuestros esfuerzos por conseguir que todo pareciera normal hasta que estuviéramos en condiciones de defendernos.
Los embarques de cereales continuaron como antes; uno de ellos fue catapultado casi al mismo tiempo que los hombres de Finn penetraban en la residencia del Alcaide. Y el siguiente salió a la hora prevista, y todos los demás.
El profesor sabía lo que se hacía. Los embarques de cereales eran una gran operación (para un país pequeño como Luna), y no podía ser modificada de la noche a la mañana: representaba el pan-y-la-cerveza de demasiadas personas. Si nuestro Comité hubiese ordenado el embargo y rechazado las compras de cereales, nos hubieran expulsado y un nuevo comité con otras ideas se hubiera hecho cargo del poder.
El profesor decía que era necesario un período de transición. Entretanto, los embarques de cereales eran catapultados como de costumbre; la LuNoHoCo cuidaba de todas las operaciones, utilizando personal del servicio civil. Se enviaban despachos en nombre del Alcaide, y Mike hablaba con la Autoridad Terráquea con la voz del Alcaide. El administrador adjunto se mostró razonable, una vez comprendió que con ello aumentaba sus posibilidades de alcanzar una edad avanzada. También el Ingeniero Jefe permaneció en su puesto: MacIntyre era un verdadero lunático, más inclinado a confiar en la suerte que a actuar de esbirro. Los otros puestos de menor importancia no representaron ningún problema; la vida continuó como antes, y a nosotros nos agobiaban demasiado otros problemas como para no aprovechar los aspectos útiles del sistema de la Autoridad.
Más de una docena de personas tuvieron la pretensión de ser Simon Jester; Simon desautorizó a aquellos farsantes con unos incisivos versos que aparecieron en la primera página de Lunatic, Pravda y Gong. Wyoh volvió a convertirse en rubia y realizó un viaje para visitar a Greg en el emplazamiento de la nueva catapulta, y otro viaje más largo, de diez días, a su antiguo hogar en Hong Kong Luna, llevándose a Anna, que deseaba visitar aquella ciudad. Wyoh necesitaba unas vacaciones y el profesor la apremió para que se las tomara, subrayando que seguiría en contacto con nosotros por teléfono y que en Hong Kong podría llevar a cabo una labor útil en favor del Partido. Yo me hice cargo de sus stilyagis, nombrando lugartenientes míos a Slim y a Hazel: una pareja lista y decidida en la que podía confiar. Slim, quedó asombrado al descubrir que yo era el «Camarada Bork» y veía a «Adam Selene» todos los días. Su nombre de guerra en el Partido empezaba por «G». Formaban un buen equipo por otro motivo también. Hazel había empezado a desarrollar unas atractivas curvas, Slim estaba dispuesto a convertirla en señora «Stone» en el momento en que ella se decidiera a ser optada. Entretanto, Slim se mostraba ansioso por llevar a cabo cualquier tarea del Partido que pudiera compartir con nuestra pequeña y vehemente pelirroja.
No todo el mundo demostraba la misma buena voluntad. Muchos camaradas resultaron ser soldados de boquilla. Y eran todavía más los que creían que la guerra había terminado con la eliminación de los Dragones de la Paz y la captura del Alcaide. Otros se indignaron al enterarse del bajo lugar que ocupaban en la estructura del Partido; querían elegir una nueva estructura que les situara en los puestos más elevados. Adam recibía interminables llamadas proponiendo esto o aquello… Les escuchaba, se mostraba de acuerdo, les aseguraba que su colaboración sería muy valiosa, y les remitía al profesor o a mí. No puedo recordar a ninguno de aquellos ambiciosos individuos que respondiera a mi llamada cuando intenté ponerles a trabajar.
El trabajo era interminable, y nadie quería hacerlo. Bueno, a excepción de unos cuantos. Algunos de los mejores voluntarios eran personas a las que el Partido no había localizado nunca. Pero, en general, los lunáticos de dentro y de fuera del Partido no tenían ningún interés por el trabajo «patriótico», a menos que estuviera bien pagado. Un individuo que pretendía ser miembro del Partido (no lo era) me visitó en el Hotel Raffles, donde habíamos instalado nuestro cuartel general, con la pretensión de que le otorgara un contrato para el suministro de cincuenta mil emblemas que deberían llevar los «Veteranos de la Revolución», es decir, los que pertenecían al Partido antes del golpe de estado. De este modo, él obtendría un «pequeño» beneficio (el 400 por ciento del precio de coste, según mis cálculos), y yo unos dólares ganados fácilmente.
Cuando me negué a seguir escuchándole, me amenazó con denunciarme a Adam Selene —«¡Un buen amigo mío, ya se enterará usted!»— por sabotaje.
Esa era la «ayuda» que obteníamos. Lo que necesitábamos era algo muy distinto. Necesitábamos acero en abundancia para la nueva catapulta. El profesor preguntó si era realmente indispensable que recubriésemos de acero los misiles de roca; tuve que explicarle que un campo de inducción no agarra en la roca desnuda. Necesitábamos reinstalar los radares balísticos de Mike en el emplazamiento antiguo e instalar un radar direccional en el nuevo emplazamiento, debido a la posibilidad de que se produjeran ataques desde el espacio contra el emplazamiento antiguo.
Solicitamos voluntarios… y sólo conseguimos dos que pudieran ser útiles. Necesitábamos varios centenares de mecánicos dispuestos a trabajar duramente con trajes-p. Tuvimos que contratarlos, con unos salarios que excedían de nuestras posibilidades. La LuNoHoCo se entrampó con el Banco de Hong Kong Luna; no disponíamos de tiempo para robar tanto dinero y la mayor parte de los fondos habían sido transferidos a Tierra, a Stu. Un verdadero camarada, Foo Moses Morris, avaló numerosas letras para ayudarnos a salir adelante… y acabó arruinado; tuvo que empezar de nuevo con una pequeña sastrería en Kongville. Eso fue más tarde.
El papel-moneda de la Autoridad cayó de 3-a-1 a 17-a-1 después del golpe de estado, y el personal del servicio civil puso el grito en el cielo, ya que Mike seguía pagando con cheques de la Autoridad. Les dijimos que podían quedarse o dimitir; luego volvimos a contratar a los que necesitábamos, pagándoles con dólares Hong Kong. Con esto creamos un grupo que dejó de estar a nuestro lado, que añoraba los viejos tiempos y que estaba dispuesto a apuñalar al nuevo régimen.
Los cultivadores de cereales estaban disgustados porque el pago en la catapulta principal continuaba haciéndose con papel-moneda de la Autoridad y a los precios antiguos. «¡No lo aceptaremos!», gritaban. Y el representante de la LuNoHoCo se encogía de hombros y les decía que los cereales eran enviados a la Autoridad Terráquea (era cierto) y que lo único que obtendrían sería papel-moneda de la Autoridad. De modo que, o aceptaban el cheque, o se marchaban con sus cereales a otra parte.
La mayoría lo aceptaban. Todos gruñían, y algunos amenazaban con dejar de producir cereales y dedicarse al cultivo de verduras, de fibras o de algo que se pagara con dólares Hong Kong… y el profesor sonreía.
Necesitábamos a todos los perforadores de Luna, especialmente a los de las minas de hielo que poseían taladros-laser de gran potencia. Los necesitábamos tanto que, a pesar de faltarme un ala pensé en dedicarme a aquella tarea, olvidando que manejar un taladro requiere unos buenos músculos y que una prótesis carece de músculos. El profesor me dijo que no hiciera el tonto.
Lo que habíamos planeado no hubiese sido factible en Tierra; un rayo láser de gran potencia funciona mejor en el vacío. Y aquellos potentes taladros, que habían perforado rocas de increíble espesor en busca de bolsas de hielo, estaban siendo montados ahora como «artillería» para rechazar los ataques procedentes del espacio. Las naves y los misiles poseían sistemas nerviosos electrónicos, y un rayo láser podía acabar con ellos. Si el blanco estaba presurizado (como en el caso de las naves de pasajeros y de la mayor parte de los misiles), bastaba con practicar un agujero y despresurizarlos. Si no estaba presurizado, el rayo láser podía acabar también con él, quemando sus ojos y estropeando todo lo que dependiera de la electrónica.
Una bomba H con sus circuitos averiados deja de ser una bomba para convertirse en un gran tubo de litio hidrogenado que lo único que puede hacer es estrellarse contra el suelo. Una nave sin ojos deja de ser un barco de guerra para convertirse en un barco a la deriva.
Dicho así parece fácil, pero no lo es. Aquellos taladros láser no habían sido diseñados para «disparar» contra un blanco situado a mil kilómetros de distancia, ni siquiera a un kilómetro, y no disponíamos de tiempo para tratar de adaptarles algún dispositivo que permitiera afinar la puntería. El que lo manejara debía tener muchos redaños para esperar a hacer fuego hasta los últimos segundos… contra un blanco que se dirigía a él a una velocidad de dos kilómetros por segundo.
Pero era lo mejor que teníamos de modo que organizamos el Primer y el Segundo Regimientos de Artilleros Voluntarios para la Defensa de la Luna Libre. Organizamos dos, a fin de que el Primero pudiera mirar por encima del hombro al Segundo, y el Segundo pudiera estar celoso del Primero. El Primer Regimiento estaba compuesto por veteranos, y el Segundo por jóvenes.
A pesar de llamarles «voluntarios» les pagábamos con dólares Hong Kong… y no era por casualidad que el hielo se pagaba en el mercado controlado con papel-moneda de la Autoridad.
Además de todo eso, intentábamos crear una atmósfera de temor a la guerra. Adam Selene habló por video, recordando que la Autoridad no dejaría de tratar de volver a imponer su tiranía, y que sólo disponíamos de unos días para prepararnos; los periódicos citaron sus palabras y publicaron artículos por su cuenta: antes del golpe de estado habíamos realizado esfuerzos especiales para reclutar a buenos periodistas. Se apremió a la gente para que tuviera siempre los trajes-p al alcance de la mano y revisara periódicamente el sistema de alarma contra las variaciones de la presión en sus hogares. En todas las conejeras se organizaron Cuerpos de Voluntarios de Defensa Civil.
Los frecuentes lunimotos habían obligado desde siempre a mantener equipos especialmente entrenados para obturar rápidamente cualquier brecha en las estructuras de silicona y de fibra de vidrio de las conejeras. En los Túneles Davis, nuestros muchachos se encargaban de aquel servicio. Pero ahora reclutamos centenares de equipos de emergencia, en su mayor parte stilyagis, sometiéndoles a un entrenamiento intensivo y obligándoles a llevar los trajes-p con el casco abierto cuando estaban de servicio.
Se portaban estupendamente. Pero los imbéciles se reían de ellos, llamándoles «soldados de pega» y otras cosas peores. Hasta que uno de los equipos, en el curso de unas prácticas, agarró a uno de aquellos graciosos y le arrojó al otro lado de una cámara reguladora, donde la presión era cero.
A partir de entonces, los mirones dejaron de reírse y de hacer comentarios. El profesor opinó que debíamos amonestar a aquel equipo y advertir a los demás que no debían tomarse la justicia por su mano. Pero yo me opuse, y por una vez me salí con la mía; no se me ocurría ningún sistema más eficaz para mejorar la educación de los ciudadanos. Ciertos tipos de maledicencia debían ser considerados como delitos imperdonables entre las personas decentes.
Pero lo que nos producía mayores quebraderos de cabeza eran los estadistas «de café».
¿He dicho que los lunáticos son «apolíticos»? Lo son, cuando se trata de hacer algo. Pero dudo que haya existido alguna época en la que dos lunáticos, ante otros tantos vasos de cerveza, no hayan expresado en voz alta su opinión acerca de cómo tendrían que hacerse las cosas.
Como ya he mencionado anteriormente, aquellos políticos de pacotilla importunaban continuamente a Adam Selene. Pero el profesor tenía un lugar para ellos. Les invitaba a tomar parte en un «Congreso Ad-Hoc para la Organización de Luna Libre»… el cual se reunió en la Sala Pública de Luna City, y decidió permanecer en sesión permanente hasta completar su trabajo: una semana en Luna City, una semana en Novylen, otra en Hong Kong… y vuelta a empezar. Todas las sesiones eran retransmitidas por video. El profesor presidió la primera sesión, y Adam Selene se dirigió a los congresistas por video estimulándoles a realizar un buen trabajo. «La Historia os contempla», dijo al final de su mensaje.
Asistí a algunas sesiones, y luego interrogué al profesor. ¿Qué diablos se proponía con aquella comedia?
—Creí que no quería usted ningún gobierno. ¿Ha oído usted a esos chiflados desde que les dejó sueltos?
El profesor sonrió de oreja a oreja.
—¿Qué es lo que te preocupa, Manuel?
Me preocupaban muchas cosas. Mientras andaba como un loco tratando de reunir taladros pesados y hombres que pudieran manejarlos como cañones, aquellos chiflados habían pasado una tarde entera discutiendo sobre la inmigración. Algunos querían suprimirla del todo. Algunos querían gravarla con un impuesto tan elevado que permitiera financiar al gobierno (¡cuando el noventa y nueve por ciento de los lunáticos habían tenido que ser arrastrados hasta La Roca!). Algunos querían hacerla selectiva, por «razones étnicas». (Me pregunté cómo me considerarían a mí). Algunos querían limitarla a las mujeres, hasta que la proporción fuera 50-50. Esta última propuesta había hecho gritar a un escandinavo: «¡De acuerdo, amigo! ¡Que nos envíen mujeres! ¡Miles y miles de mujeres! ¡Yo me casaré con ellas!».
Fue lo más sensato que se dijo en toda la tarde.
En otra ocasión discutieron sobre el reajuste del «tiempo». Desde luego, la hora de Greenwich no tiene ninguna relación con el período lunar, Pero ¿por qué habría de tenerla cuando nosotros vivimos subterráneamente? Que me muestren a un lunático que pueda dormir dos semanas y trabajar dos semanas; los períodos lunares no encajan en nuestro metabolismo. Y lo que se pedía era que se hiciera un período lunar exactamente igual a 28 días (en vez de 29 días, 12 horas, 44 minutos y 2.78 segundos), y que se hiciera alargando los días… y las horas, minutos y segundos, de modo que cada medio período lunar durase exactamente dos semanas.
Desde luego, el período lunar es necesario para muchos propósitos. Controla cuando subimos a la superficie, por qué subimos y cuánto tiempo permanecemos en ella. Pero, aparte de desacoplarnos de nuestro único vecino, ¿había pensado aquel cabeza de chorlito en lo que el cambio significaría en el campo de la ciencia y de la ingeniería? Como técnico en electrónica, me estremecí. ¿Tirar todas las tablas, todos los libros, todos los instrumentos, y empezar de nuevo? Sé que algunos de mis antepasados hicieron eso al pasarse de las antiguas unidades inglesas al sistema métrico decimal… pero ellos lo hicieron para que las cosas resultaran más fáciles. Catorce pulgadas para un pie, y no sé cuántos pies para una milla. Onzas y libras… ¡Oh, Bog!
Cambiar aquello tenía sentido. Pero ¿por qué introducir modificaciones que habrían de crear confusión?
Alguien deseaba un comité para determinar exactamente cuál es el idioma lunático, y luego multar a todos los que hablaran inglés u otro idioma terrestre. ¡Oh, pobre pueblo!
Leí las propuestas sobre el sistema fiscal en el Lunatic. Cuatro clases de impuestos: un impuesto cúbico que penalizaría a un hombre si ampliaba sus túneles; un impuesto general (todo el mundo paga lo mismo); un impuesto sobre los ingresos (me gustaría ver a alguien calculando los ingresos de la Familia Davis, o tratando de obtener información de Mum); y un impuesto «sobre el aire», que no tenía nada que ver con las cuotas que habíamos pagado hasta entonces.
No se me había ocurrido que «Luna Libre» iba a tener impuestos. No habíamos tenido ninguno antes, y salíamos adelante. Se paga por lo que se recibe. Tanstaafl. ¿De qué otra manera?
En otra ocasión, un pomposo individuo propuso que el mal aliento y los olores corporales fuesen considerados como delito que merecía la eliminación. Casi simpaticé con la propuesta, ya que en alguna ocasión había estado encerrado en una cápsula con aquellas hediondeces. Pero los casos son poco frecuentes y tienden a corregirse; y los desdichados que no pueden corregir el defecto no es fácil que se reproduzcan, dado lo selectivas que son las mujeres.
Una mujer (la mayoría de los congresistas eran hombres, pero las mujeres no se quedaban atrás en mentecatez) tenía una larga lista de materias privadas que quería convertir en leyes permanentes. Nada de matrimonios plurales de ninguna clase. Nada de divorcios. Nada de bebidas más fuertes que la cerveza con un 4% de alcohol. Servicios religiosos únicamente los sábados, día en que debían interrumpirse todas las demás actividades. (¿También los servicios de aire, temperatura y presión, señora? ¿Los teléfonos y las cápsulas?). Una larga lista de medicamentos que debían prohibirse, y una lista más corta de los que sólo debían expenderse por prescripción de un licenciado en medicina. (¿Qué es un «licenciado en medicina»? El curandero al que yo acudo cuando estoy enfermo tiene una placa en la puerta que dice «doctor práctico»: no ha aprendido nada en los libros, y ese es el motivo de que acuda a él. Mire, señora, en Luna no hay ninguna Facultad de Medicina). (Quiero decir que no existía entonces). Deseaba incluso declarar ilegal el juego. ¡Como si a un lunático pudieran prohibirle jugar! Un lunático no renuncia al juego, ni siquiera sabiendo que los dados están cargados.
Lo que más me llamó la atención no fue la lista de cosas que ella odiaba, dado que era evidente que estaba tan loca como un Cyborg, sino el hecho de que siempre había alguien que estaba de acuerdo con sus prohibiciones. Resulta curiosa y singular la tendencia del hombre a impedir que otras personas hagan lo que les gusta. Normas, leyes… siempre para los demás. Una parte desagradable de nosotros, algo que teníamos antes de descender de los árboles y de lo que no pudimos desprendernos al ponernos de pie. Porque ninguno de aquellos individuos decía: «Por favor, aprueben esto, a fin de que yo no pueda hacer algo que sé que no debo hacer». Nyet, tovarichi, siempre se trataba de algo que no les gustaba que sus vecinos hicieran. Y siempre querían impedir que siguieran haciéndolo «por su propio bien»… y no porque el orador pretendiera sentirse perjudicado por ello.
Asistiendo a aquella sesión casi lamenté que nos hubiésemos librado de Mort el Verruga, el cual permanecía en su agujero con sus mujeres y no nos decía cómo teníamos que gobernar nuestras vidas privadas.
Pero el profesor se lo tomó con mucha calma; continuó sonriendo.
—Manuel, ¿crees realmente que esa caterva de retrasados mentales puede hacer aprobar alguna ley?
—Usted les dijo que lo hicieran. Les apremió a hacerlo.
—Mi querido Manuel, lo único que me proponía era reunir a todos los chiflados en una asamblea, sabiendo que nunca llegarán a ponerse de acuerdo sobre ningún tema y que se pelearán entre ellos. El presidente que les impuse, haciéndoles creer que lo elegían ellos, es el más imbécil de todos: cree que todos los temas necesitan «más estudio». Casi no necesitaba haberme molestado: más de seis personas nunca se ponen de acuerdo; tres es mejor… y una es lo ideal para una tarea que una persona pueda hacer. Por eso, a través de toda la historia, los cuerpos parlamentarios que han realizado algo positivo han actuado dirigidos por unos cuantos hombres fuertes que dominaban a los demás. No temas, hijo, ese Congreso Ad-Hoc no hará nada… y si aprueba algo por puro cansancio, estará tan cargado de contradicciones que habrá que desecharlo inmediatamente. Entretanto, dejan de fastidiarnos. Además hay algo para lo cual les necesitaremos más tarde.
—Creí que había dicho usted que no podían hacer nada.
—Y no lo harán. Un hombre lo redactará (un hombre muerto), y a última hora de la noche, cuando están muy cansados, lo aprobarán por aclamación.
—¿Quién es ese hombre muerto? No se referirá usted a Mike…
—No, no. Mike está mucho más vivo que esos chiflados. El hombre muerto es Thomas Jefferson, el primero de los anarquistas racionales, muchacho, que estuvo a punto de introducir su no-sistema a través de la retórica más bella que se ha escrito nunca. Pero descubrieron su maniobra, cosa que yo espero evitar. No puedo mejorar su estilo; me limitaré a adaptarlo a Luna y al siglo XXI.
—He oído hablar de él. Esclavos libertos, ¿nyet?
—Podría decirse que lo intentó, pero fracasó. No importa. ¿Cómo están las defensas? No creo que podamos mantener la actual situación más allá de la fecha de llegada de la próxima nave.
—No pueden estar a punto para entonces.
—Mike dice que tienen que estarlo.
No lo estaban, pero la nave no llegó. Aquellos científicos se burlaron de mí y de los lunáticos encargados de vigilarles. Utilizaron el punto focal del mayor de los reflectores, y los ayudantes lunáticos creyeron en un supuesto objetivo astronómico: una novedad en radiotelescopios.
Supongo que lo era. En realidad se trataba de un sistema de ultramicroondas que rebotaban en el reflector y eran guiadas hacia Tierra por una onda direccional. Algo muy parecido al radar primitivo. Una especie de pantalla de calor evitaba la dispersión de las radiaciones, de modo que los «oídos» que yo había instalado no captaban nada.
Enviaron el mensaje, con su versión detallada de los hechos. La primera noticia que tuvimos fue una petición de la Autoridad al Alcaide para que desmintiera aquel bulo, localizara a los que lo propalaban y acabara con aquella incomprensible maniobra.
En vez de eso les dimos una Declaración de Independencia.
«Reunido el Congreso, el cuatro de julio de dos mil setenta y seis…».
Fue hermoso.